Después de la desagradable sensación de ranciedad que transmitía
“War horse” hay que celebrar que “Lincoln” recupere algo del buen tono esperado
de cualquier filme de Steven Spielberg, aunque hay que advertir que el director
norteamericano mantiene muchas de las constantes de su forma de filmar, lo mejoría
consiste en que el tema aquí tratado resulta mucho más interesante que el de su
anterior filme, una hazaña que, siendo sinceros, tampoco era muy difícil de
lograr.
De todos modos dudo mucho que hubiera ido a ver un biopic al
uso sobre la figura de Abraham Lincoln, considero que este tipo de
manifestaciones son ya más propias del medio televisivo que del cinematográfico
pero “Lincoln” no trata de eso. De hecho lo más destacable del filme consiste
en la contradicción de mostrar una figura histórica, que en los Estados Unidos
tiene el carácter de mito casi intocable, de modo casi edénico, con la
apariencia de un imponente patriarca bíblico en todo momento dispuesto a narrar
la parábola justa o la sentencia adecuada – subrayada siempre por la recurrente
banda sonora de John Williams-para
cada uno de los numerosos momentos climáticos que ofrece el filme y al mismo
tiempo hacerle responsable de una serie de maniobras políticas que bordean, y
en ocasiones superan claramente, los límites de la ley y la ética política.
El filme se centra en el empeño de Lincoln por aprobar una
enmienda de la Constitución que prohíba para siempre la esclavitud, se trata de
una batalla ausente de cualquier sentido de pragmatismo político, con ella se
puede alargar la guerra (de hecho Lincoln antepone la aprobación de la enmienda
al fin del conflicto porque sabe que de producirse antes el segundo hecho será
casi imposible que lo haga posteriormente el primero), sembrar la división en
las filas de su partido, causar la ruina de los estados del Sur haciendo más
larga y complicada la reconstrucción del país y por fin provocar el miedo y la
desconfianza entre el pueblo llano. En definitiva el objetivo es transformar
una guerra de secesión contra una serie de estados rebeldes en un conflicto de
carácter moral.
La aprobación requiere una mayoría amplia de la Cámara de
Representantes lo cual implica no solo la votación en bloque del Partido
Republicano (¿a que se llevaron una sorpresa el día que descubrieron que Lincoln
militó en el mismo partido que Reagan, Bush y Sarah Palin?) sino incluso la
disidencia de muchos representantes demócratas en una filosofía parlamentaria
que nos recuerda una vez más que en los Estados Unidos no existe ese cáncer
democrático llamado “disciplina de voto”.
A partir del planteamiento inicial del conflicto se desgrana
una avalancha de descripciones del comportamiento de figuras históricas (en su
mayoría desconocidos para el público que nunca ha estudiado en un instituto de
secundaria estadounidense), términos legales y políticos, intrigas y
peculiaridades del sistema parlamentario norteamericano en una profusión que
posiblemente apabullaría al espectador de no ser por la pericia del guionista y
del director en simplificar el embrollo de manera que nunca olvidemos el
argumento principal del filme así como por la maestría en dotar al desarrollo
de dicho argumento de un suspense que se materializa durante la escena de la
votación final.
Pero repito que lo más interesante del filme es la manera en
que, para materializar una iniciativa de carácter moral y por lo tanto motivada
por ideales elevados, Lincoln no sólo alienta sino que incluso ordena y
participa de forma directa en una larga serie de maniobras políticas que van
desde el engaño, la manipulación psicológica y la intimidación hasta el soborno
más descarado con el fin conseguir la mayoría de votos imprescindibles para que
la enmienda salga adelante. Estas maniobras son mostradas sin tapujos ni coartadas
de ninguna clase en una nueva ilustración de la misma filosofía de “el fin
justifica los medios” que subyace asimismo en el entorno de la reciente “Zero
Dark Thirty”. Una filosofía de una lógica inatacable pero decididamente
inquietante.Y lo cierto es que si en
los Estados Unidos persisten prácticas impropias del mundo occidental como la
pena de la muerte o la bárbara legislación de posesión de armas ¿quién nos dice
que de no mediar las maniobras de Lincoln la esclavitud no hubiera perdurado
cincuenta o incluso cien años más?. Quien sabe, quien sabe.
Después
de lo de “Titanic” ya no creo en eso de que una pareja sin química puede
triunfar en una película aunque tendrían que quedar excepciones y está en
concreto debería ser una de ellas. Pero no es que Mario Cotillard y Matthias
Schoenaerts sean incompatibles en pantalla, es que sus historias parecen formar
parte de dos películas diferentes que podrían funcionar por separado pero
unidas provocan una visión tan incongruente como la de un humanoide formado por
el torso de Maryln Monroe y las piernas de Torrebruno.Y tampoco es que sea un comentario clasista
porque en mi opinión es precisamente la Cotillard (que alterna papeles en
filmes francófonos con otros de más enjundia en Hollywood) el elemento
disonante en esta producción, con el contraste que se ha pretendido buscar
entre los dos personajes principales en esta ocasión se les ha ido de la mano.
Y a pesar de que la interpretación de Schoenaerts me ha hecho dudar de que
fuera un acto profesional está claro que tanto él como su personaje están más
integrados en esta clase de historia.
Para hacer el comentario de la última película de Paul
Thomas Anderson he tenido que consultar el que hice de la anterior, esto es
“There will be blood” (Pozos de ambición). Y lo hice porque me parecieron dos
películas que, tratando temas en apariencia tan diferentes, provocan unas
sensaciones similares. En primer lugar son filmes engañosos en cuanto a su
argumento, si la película de 2007 aparecía como una de “esas biografías de
tintes épicos que giran en torno a la muy cinematográfica figura del gran hombre
hecho a sí mismo” y luego se revelaba como un retrato psicológico de tintes
casi indescifrables poco más o menos lo mismo se podría decir de “The master”.
En la publicidad previa que ha recibido la película se hacía hincapié en
que era una historia basada (cambiando nombres y situaciones para evitar
supongo una cascada de reclamaciones judiciales que no obstante se han
transformado por lo que dicen en oscuras maniobras para impedir que la película
sea nominada a los diversos premios de la temporada) en el nacimiento de la
Iglesia de la Cienciología y en concreto en la figura de su creador, L. Ron
Hubbard.
Sin embargo el que quiera saber más sobre esta peculiar
religión tendrá que acudir a otras fuentes porque la película no va sobre eso,
la información que se da sobre este culto y sus prácticas, así como de la
ideología de su creador, es escasa y confusa, una farfolla sobre autoayuda y
superación personal mezclada con ciencia ficción y otros delirios variados. Así
pues opino que “The Master” no es una historia sobre la Cienciología sino sobre
un hombre, es la historia de Freddie Quell.
Freddie es un marinero veterano de la Segunda Guerra Mundial
(interpretado por Joaquin Phoenix en un trabajo que va más allá del bien y del
mal y de cualquier clase de comentario o crítica), un individuo alcoholizado
(hasta extremos con los que no encuentro comparación, literalmente este hombre
es capaz de beberse el agua de los floreros), violento y sexualmente
perturbado, uno de los caracteres más desquiciados que recuerdo haber visto en
una película de ficción. No está claro si su comportamiento está motivado por
su condición de ex combatiente (aunque desde luego no es una experiencia que
contribuya a mejorar el estado mental de nadie) o si proviene de una infancia
problemática a la que se hace referencia en varias ocasiones. Lo cierto es que
Freddie padece las dificultades de integración comunes a los veteranos de todas
las guerras, en concreto el filme describe con detalle la progresiva caída en
la abyección de este hombre (cuya única motivación en la vida parece fabricar
licores empleando unas mezclas increíbles que haría palidecer a los
profesionales de la era de la prohibición), una caída que se verá frenada momentáneamente
cuando se produzca su encuentro con Lancaster Dodd (presunto alter ego de
Hubbard y personaje interpretado con la maestría habitual por Philipp Seymour
Hoffman)
Entre los dos hombres se establece una extraña relación,
Lancaster considera a Freddie un desafío, un caso perdido para la sociedad y se
esforzará en salvarle tratando de averiguar las razones profundas de su
trastorno mediante la aplicación de sus peculiares métodos de control mental.
Freddie por su parte se muestra la mayor parte de las veces escéptico oapático ante la ideología y las prácticas del
grupo pero siente una lógica fidelidad por Lancaster y su grupo (incluida la
señora Lancaster interpretada por Amy Adams) que se han convertido en las
únicas personas que parecen sentir algo de interés por un deshecho como él.
(Spoilers a partir del próximo párrafo)
La película se aleja pues de la biografía convencional y de
cualquier clase de ortodoxia a la hora de narrar una historia y se centra en un
combate de voluntades -ofrecido con lujuriosa profusión de los recursos
cinematográficos que Paul Thomas Anderson ya ha demostrado que maneja con
maestría destacando en este aspecto la música de John Greenwood-, un combate en
el que ambos contendientes fracasaran. Lancaster jamás logrará domar a la
bestia a pesar de poner en el empeño no sólo su mente sino también su corazón,
y Freddie acabará descubriendo que tras la fachada de intelectualidad y
liderazgo de Lancaster no se esconde más que otro charlatán que deja ver su
mediocre y miserable condición en cuanto algo contradice su voluntad. Tras esta
nueva decepción Freddie trata de agarrarse al único y débil el asidero que le
queda, el evanescente recuerdo de un amor de juventud, cuando esto también
termina en nada y tras un último encuentro con Lancaster (escena estropeada de
modo dolorosamente ridículo por el doblaje en español) proseguirá su vida
exactamente en el mismo punto en el que lo dejó con la única compañía de la
bebida en un recorrido que suponemos terminará en breve en la cárcel, el
manicomio o el cementerio.
Una película que no debe ser contemplada como un espectáculo
cinematográfico sino como una experiencia humana extrema, aun así será difícil
no asistir igualmente a uno de esas muestras de desconcierto público similares
a otros que hemos presenciado en fechas recientes.
En una memorable cita correspondiente a una película
estrenada hace pocos meses, una mujer de clase obrera y de lenguaje rudo le
explicaba a su interlocutora el verdadero significado del amor: "Se dicen muchas gilipolleces sobre
el amor. ¿Tienes idea de qué es el amor verdadero? Es limpiarle el culo a
alguien y cambiarle las sábanas cuando se mea encima, para que pueda mantener
intacta su dignidad y los dos podáis mirar juntos hacia delante"
“Amor” la última película del cineasta Michael Haneke, no se
ha librado de recibir alguna clase de definición a priori que, como suele ser
habitual, no encuentro particularmente acertada. Se ha dicho que se trata de un
cambio o de una variante, tanto en el aspecto argumental como en el formal, en
el estilo de Haneke. Yo no lo considero así, en primer lugar porque no creo que
ninguna de las películas que he visto del director alemán (y he visto la mayor
parte de sus obras más celebradas) haya una línea argumental predefinida, todas
tratan del ser humano sometido a tensiones y contradicciones en diferente
grado, y en cuanto al estilo no considero que Haneke filme de forma distinta a
sus otras películas, la aséptica y quirúrgica forma de contar esta historia es
semejante a la que se ha empleado antes, de hecho en “Amor” tampoco faltan las
metáforas visuales (empezando por ese inquietante episodio de la cerradura
forzada) e incluso uno de esas escenas inesperadas que hielan el corazón.
La película narra la última etapa en la vida de un
matrimonio de octogenarios a partir del momento en el que la mujersufre un infarto cerebral que va mermando
progresivamente sus facultades físicas y mentales. La cámara de Haneke, como se
ha descrito antes, escenifica esa progresión de forma objetiva sin cargar nunca
las formas en ninguno de los aspectos en los que se incide normalmente cuando
se trata un argumento de esta naturaleza, los dolorosos sentimientos que genera
la contemplación de esta película (que lo son más aun cuando se dispone de
experiencia personal en el tema) no nacen de ningún subrayado artístico sino de
la mera exposición de lo que sucede.
De hecho la palabra “Amor” que sirve de título a la película
resulta paradójica porque no hay nada en ella que recuerde al concepto habitual
que se tiene de esa palabra, el matrimonio formado por Georges y Anne (
Jean-Luis Trintingnant y Emmanuelle Riva) han dejado ya muy atrás la pasión
amorosa, el deseo sexual, así como las veleidades profesionales o del cuidado
de los hijos, lo que les queda es únicamente la lealtad que conlleva los muchos
años de convivencia y el intento de mantener la dignidad ante el incontenible
avance del dolor y la decadencia física y mental y todo ello en medio de un
entorno condescendiente y en ocasiones directamente hostil.
No es “Amor” una película fácil de ver (en determinadas
circunstancias personales podría ser incluso imposible de soportar) y de su
visionado no se extrae ninguna clase de placer ni cualquier otra sensación
positiva relacionada con el espectáculo cinematográfico, es sólo una historia
dedicada a aquellos a los que no les disgusta tener una visión global de un
fenómeno del que generalmente sólo se extraen para nuestra contemplación las
partes más ilusorias.
“ParaNorman” (El alucinante mundo de Norman) se inscribe en
esa afortunada vertiente de cine animado de terror para niños al estilo de
“Monster House” o “Coraline”. Sobre la cuestión de si este es precisamente un
subgénero adecuado para niños no tengo nada que decir ya que mi única
experiencia en el tema es la mía propia y mis recuerdos de cómo me apasionaban
(y me traumatizaban) este tipo de filmes.
Para que nadie se
llame a engaño “ParaNorman” comienza con la imagen de un cerebro humano
adornado con una esplendida mordedura. A partir de ahí aparecen fantasmas, muertos
vivientes, brujas, maldiciones y demás temas escalofriantes, incluyendo esa
recurrente descripción de un instituto norteamericano como el territorio más
aterrador al que puede enfrentarse un chico considerado como diferente de la
mayoría. De hecho la película abunda en juegos de palabras e ironías acerca de
la vida en un típico pueblo de clase media e incluso contiene un comentario que
muchos padres que han acudido al cine con sus hijos consideraran de lo más
inapropiado para una película “infantil”. En definitiva un interesante
entretenimiento para ver a cualquier edad, por lo menos no creo que resulte más
traumático que ver “Los Tres Caballeros”.
Ensayo del escritor José Ovejero (para mí desconocido a
excepción de algún vago recuerdo de “Un mal año para Miki”) con este paradójico
título. Ovejero hace una distinción entre la crueldad puramente lúdica y la
crueldad ética no referida a la vida real desde luego sino a la crueldad en el
arte (sobre todo en la literatura) que el autor vindica como una forma de
agredir al lector para poner en duda sus certidumbres y mostrarle una realidad
ausente de referencias morales. Resulta un texto bastante interesante aunque
quizás teñido de una cierta visión excesivamente pesimista de la vida o más
bien demasiado tremendista. Pero bueno lo verdaderamente interesante de este
ensayo (y de casi todos los ensayos) es la cantidad de material que sirve como
referencia con lo que estos libros sirven generalmente como una lista de
recomendaciones. En concreto Ovejero nos habla de “siete libros crueles” –a los
que añado uno más también mencionado en otra parte del ensayo- que son:
1.“El astillero” de Juan Carlos Onetti
2.“Meridiano de sangre” de Cormac
McCarthy
3.“Auto de fe” de Elías Canetti
4.“Historia del ojo” de Georges
Bataille
5.“Deseo” de Elfriede Jelinek
6.“La pianista” de Elfriede Jelinek
7.“Tiempo de Silencio” de Luis
Martín-Santos
8.“Represalia” Gert Ledig
No he leído ninguno aunque de todos tenía
alguna clase de noticia o al menos de los autores que los escribieron
(excepción hecha del último que es un total descubrimiento) pero tengo
intención de hacerlo, eso sí, algo me dice que debería ir alternándolo con
alguna otra cosilla más ligera.
Tres maneras de acercarse a este filme.
Como
espectáculo cinematográfico.
Impecable, una gran película de acción firmada por una
directora solvente conocida por títulos igualmente solventes, aunque no
demasiado destacables por otras cualidades si exceptuamos la campanada que
supuso “The hurt locker” (En tierra hostil). “Zero Dark Thirty” recorre el
camino habitual de un thriller político que, partiendo de una situación inicial
un tanto difusa, desarrolla una progresión “in crescendo” –casi siempre de tipo
intelectual aunque reforzada puntualmente con escenas de acción- hasta culminar
en un brillante final pleno de suspense (tanto más estimable por tratarse de
una historia cuyo desenlace es sobradamente conocida por el espectador, un poco
al estilo de lo que pasaba en la conclusión de “United 93”)producto de un buen hacer en todas las artes
que conlleva la dirección cinematográfica, en este aspecto no hay que ponerle
ningún pero a la película.
2. Como
dramatización de hechos reales.
Un acercamiento insoslayable puesto que, ya desde el
comienzo de la película, se advierte de la presunta verosimilitud de todo lo
que vamos a ver. Pero es quizás también el aspecto más criticable del filme, me
refiero a hacer una declaración de principios que luego puede ser puesta en
duda por una simple cuestión de lógica. Desde luego todo está apoyado en
sucesos que tuvieron lugar entre 2001 y 2012 y que son perfectamente
verificables pero está claro que para los autores del filme (pese a que ha
habido acusaciones de que disfrutaron de información privilegiada) es imposible
conocer con todo detalle cuales fueron las circunstancias que llevaron al
descubrimiento y el posterior asesinato de Bin Laden, de manera que una dramatización
de dichos hechos es también inevitable aunque no veo ético que no se advierta
de ello.
No obstante la gran objeción tiene que ver con el personaje
principal de la película, la agente de la CIA Maya (interpretada por Jessica
Chastain) y que está basado, en algún grado poco posible de verificar, en un
misterioso personaje real.Precisamente
la imposibilidad de hacer una biografía al uso (por lo visto Maya es más bien
la síntesis de varios personajes) hace que los autores del filme inventen un
carácter equivalente a un capitán Ahab moderno obsesionado con la captura de la
ballena blanca barbuda hasta el punto de consagrar su vida a ello sin ninguna
clase de alternativa. Se trata de un personaje rocoso, complicado de analizar
desde un punto de vista psicológico, sin apenas aristas (excepto en el
significativo plano final), omnipresente y casi omnipotente, difícil de encajar
en una historia que se autocalifica de real y más parecido a una Erin Brokovich
pelirroja.
3. Como
cuestión moral.
Aquellos que se niegan a calificar moralmente un espectáculo
cinematográfico (y entre los que generalmente me cuento) tendrán que elegir
otro filme para mantener su postura porque en este el aspecto moral es
ineludible.
Pasemos de largo por la gran cuestión acerca de si un estado
tiene derecho a asesinar a un oponente que no puede (o no quiere) reducir de
otra manera, porque es una cuestión lamentablemente superada para casi todo el
mundo. La cuestión en lo que a “Zero Dark Thirty” se refiere es la de la
tortura.No es el primer filme que
aborda un tema como este pero el punto es que no lo hace de forma subsidiaria
sino de forma totalmente explícita, de hecho es casi la base del argumento
durante los primeros quince o veinte minutos, es evidente la intención de los
responsables de la película de poner el tema sobre la mesa.
Además esta característica de la película (aparte del asunto
del uso de información privilegiada antes mencionado) ha sido con mucho la más
polémica de su trayectoria, hasta el punto de que un miembro de la Academia ha reclamado
de forma pública un boycot a la misma (si existe algún precedente de algo así
yo desde luego lo desconozco)por
considerarlo "promoción que legitima la tortura como arma de la llamada
guerra contra el terrorismo". Me parece una postura injusta porque no creo
que la película legitime nada, es evidente que existe una causa efecto entre
los interrogatorios extremos a los que son sometidos los sospechosos en cárceles
secretas y el resultado final de la operación pero para mí la cuestión no sería
si la tortura es o no una herramienta útil para luchar contra el terrorismo
sino de si se debe emplear incluso cuando se haya demostrado su utilidad.
En el filme repito, no se hace apología de la tortura, más
bien se muestra como un asunto sórdido, los que participan activamente de ella
la asumen con desagrado e incluso con remordimiento y los que la sufren de
forma pasiva son mostrados como seres humanos sin que se ejercite en este caso
la imprescindible deshumanización de un contrario cuya destrucción se presenta
como incuestionable. La película muestra la tortura como un hecho innegable y
simplemente lo pone sobre la mesa como diciendo “esto es lo que hay, esto es lo
que hacemos, ahora decide qué postura quieres adoptar con respecto a ello” y
efectivamente es eso lo que cada espectador debe hacer si le parece bien.
Dejé pasar dos semanas desde el estreno de esta película con
objeto de evitar las masas de espectadores que acuden al cine en época
navideña, parte de las cuales por cierto recorrieron el camino inverso en
cuanto cayeron en la cuenta de la clase de película en la que se habían metido.
Afortunadamente en mi caso me tocó una sesión en la que
todos los espectadores sabían exactamente qué era lo que iban a ver, aunque por
otro lado tuve que soportar el bochorno de ver una versión en la que se optó
por doblar el escaso 10% de diálogo no cantado, una ridiculez digna de figurar
en el ya muy voluminoso libro negro del doblaje en España (y eso dejando aparte
el hecho de que, por lo que dicen, el doblaje se basó más en el libreto en
castellano, que se hizo para la adaptación del musical en nuestro país, que en traducir
directamente del inglés)
Pasando ya a hablar de la película lo primero que me
gustaría decir es que mis conocimientos sobre “Los miserables” se reducen
exclusivamente a la adaptación cinematográfica que se hizo en 1958 con Jean
Gabin como protagonista, una película de 210 minutos que se tuvo que emitir en
dos pases en la televisión y de la que guardaba pocos pero potentes recuerdos,
entre ellos el sobrecogedor final del policía Javert. En definitiva que entré
en la película sin haber visto previamente el musical y teniendo conocimiento
únicamente el sorprendente culto del que ha sido objeto durante todos estos
años, una disposición que me parece por cierto la mejor posible.
Entre las múltiples críticas que ha recibido “Los
Miserables” se habla en primer lugar de su excesivo metraje de 157 minutos,
algo que siempre se resalta cuando cualquier película sobrepasa la duración
estándar de 90, yo hace tiempo que he llegado a la conclusión de que en el cine,
al igual que en el Universo, el tiempo es relativo y a nivel particular yo no
tuve nunca la sensación de que el tiempo que estaba dedicando a ver este drama
fuera excesivo ni tampoco de que la eliminación de algunos números musicales
hubieran contribuido a aligerar dicho metraje sin repercutir negativamente en
la trama (algo que también se ha dicho). En cuanto al igualmente mencionado
abuso de los primeros planos sólo lo noté en el célebre número “I dreamed a dream”.
En cuanto a las habilidades vocales de los diferentes personajes, y aun
reconociendo que Russell Crowe en las notas altas se transformaba en un
irlandés borracho, no hay que olvidar que estamos ante actores que cantan
ocasionalmente y no ante cantantes que ocasionalmente actúan, y este es un
hecho que debe ser conocido y admitido a priori, al menos si se entra con la
intención de que la película te guste (algo que por extraño que parezca no
sucede en todas las ocasiones).
Sí estoy de acuerdo en cambio en que la película adolece de
algunos errores de casting bastante molestos (pasando por alto algunas caras
rarísimas que pone Hugh Jackman): en primer lugar el de Amanda Seyfried en el
papel de Cosette, un papel para el que la actriz norteamericana está
físicamente incapacitada, algo que queda subrayado cuando se la compara con la
rozagante Samantha Barks (Eponine). Pero sin duda lo más disonante de todo es
la interpretación de Eddie Redmayne, vale que Marius es un poco idiota pero ¡no
hace falta que también el actor sea un idiota que además está fotografiado como
un idiota!
Por lo demás ninguno de estos aparentes defectos disminuye
la impresión de haber asistido a un extraordinario espectáculo cinematográfico
con un argumento dramático sólido a la par que emocionante. Es cierto que la
estructura de la película flaquea en lo que se refiere a la historia de amor
entre Marius y Cosette (y no sólo por la razón que hemos mencionado antes) pero
no lo hace en cuanto a la verdadera trama: la épica batalla moral entre Jean
Valjean y Javert, esa oposición de caracteres psicológicamente complejos tan
del gusto de la literatura decimonónica, el primero empeñado en una permanente
lucha por escapar de la abyección que le rodea, y en la que estuvo a punto de
caer al salir del presidio, convirtiéndose en una figura beatífica por más que
dicha actitud le ponga continuamente en peligro, el segundo combate también
contra su propio pasado refugiándose en un cumplimiento escrupuloso de la ley,
una actitud que convierte en la única motivación de su existencia.
No obstante, prescindiendo de las bondades artísticas de la
obra, lo que más me ha chocado –y en cierto modo inquietado- es cómo el argumento
de un libro de hace 150 años y el de un libreto de hace 32 pueden ser contemplados
con la sensación de haber sido ideados en respuesta a un situación del
presente: un presidiario destinado a vagar con el eterno estigma de su condena,
un lamento coral sobre las penalidades del día a día de un trabajador, una
mujer que se degrada hasta lo insoportable para mantener a su hija, un
funcionario que persiste en una fantasía de ley y orden en un mundo corrompido
y esos revolucionarios entusiastas que ocupan la calle esperando una reacción
del pueblo que nunca se producirá…en definitiva la canción sigue siendo la
misma.
Nunca había oído hablar de Thomas Berger, no parece
uno de esos autores de culto desconocidos pero está claro que tampoco tiene la
difusión que sí tienen otros escritores de su generación, de toda su obra el
único título que destaca es “Little big man” (que sirvió de base para la
película homónima).
“Meeting evil” (que en España ha recibido el título de”
el rostro del mal”) es una novela negra que basa su argumento en la dualidad de
dos personajes principales, por un lado John Felton, un padre de familia de
clase media y persona respetable (algo que el hombre se empeñará en remarcar
durante toda su ordalía), que se ve envuelto de forma casual en una aventura
kafkiana con Richie, un maniaco de conducta aterradora e imprevisible.
La excelencia del argumento descansa en el conocido
recurso de la transferencia que se produce entre dos personalidades
antagonistas, por un lado Felton, pese al horror que le causa la compañía de
Richie, no consigue zafarse de él, en parte
por las ataduras de su auto asumida condición de ciudadano responsable (una
condición que es también motivo de una profunda y escondida frustración) y en
parte también por la inconfesable fascinación que siente por su forzado
compañero de aventuras (un individuo poseedor de una libertad de acción feroz
al que no detienen ningún tipo de barreras morales ni legales), una fascinación
compartida por el lector y también por el propio autor que, años después de
escribir la novela, se confesaba incapaz de rememorar el nombre de Felton pero
seguía recordando perfectamente el de su némesis. Por otra parte Richie, a
pesar del cariñoso desden que le producen las dudas y la inacción de Felton,
siente tanta envidia por la estructurada vida de su compañero de viaje y por su
tibia y mediocre felicidad que le resulta imposible separarse de él. De todas
maneras Thomas Berger no lleva las cosas hasta un límite que permita olvidar
quién es el verdadero villano que, por mucho que nos divierta, necesita ser
destruido.
Esta sugerente interacción, acompañada de un estilo
narrativo simple y ágil, hace de este relato una vertiginosa carrera de
acontecimientos que convierte su lectura en un ejercicio imposible de
abandonar. Hay que decir que el libro también dio paso a una película del mismo
nombre estrenada (no en nuestro país al menos que yo sepa) en 2012 que parece
haber pasado tan desapercibida para el gran público como el original literario,
posiblemente la vea por curiosidad aunque en mi opinión la elección de Samuel
L. Jackson para interpretar al loco de Richie es un claro error de casting.
Supe de esta novela a través de la adaptación cinematográfica
que Michael Winterbottom hizo en el año 2010. La película en cuestión
(retitulada en España “El demonio bajo la piel”) me resultó un fiasco en virtud
de un argumento confuso, unas interpretaciones poco afortunadas y una
complacencia por las escenas violentas verdaderamente desagradable.
Me quedé bastante chasqueado primero porque
Winterbottom siempre me ha parecido uno de los grandes directores del cine moderno
y segundo porque la película estaba basada en un libro de Jim Thompson, uno de
los grandes escritores del género negro americano y autor de una novela (“Pop.
1280” llamada en España “1280 almas”) que me había entusiasmado.
Cuando por fin tuve ocasión de leer el original
literario me dí cuenta de cual había sido el problema de Winterbottom. Para empezar
nunca se debería transcribir literalmente una obra literaria a la pantalla, y
mucho menos una obra literaria de género negro, lo que en el papel resulta
complicado y enrevesado (típico de esta clase de literatura) en la pantalla
resulta incomprensible (véase si no el ejemplo de “El sueño eterno” que a pesar
de ello está considerada como un clásico del cine negro). En segundo lugar los
monstruosos actos de violencia, descritos de forma cruda y detallada, que
aparecen en el libro resultan insoportables cuando se tratan de llevar a la
pantalla con igual minuciosidad, estamos sin duda ante un claro caso de transcripción
errónea.
Centrándonos ya en el libro, decir que se trata de
una nueva descripción pormenorizada acerca de la sociedad rural de la América
de los años 40 en la que el narrador (y protagonista de los hechos) es un representante
de la Ley que contempla con cinismo la clase social patriarcal y corrupta que
domina el territorio y que para sobrevivir reacciona con las mismas armas por
las que se mueve el grupo humano que le rodea, corrupto dentro de lo corrupto, si
bien en el caso de esta novela dicho protagonista se halla aquejado de una
larvada psicopatía, diríamos pues que Lou Ford es un reflejo deformado y
extremo de la sociedad en la que vive. Precisamente las circunstancias de la
locura de Ford y el incierto origen de dicho mal son la parte menos valiosa del
relato aunque todo lo compensa esa magistral descripción de esa ciudad (a un
tiempo imaginaria y real) llamada Central City donde el asesinato no es otra
cosa que una cuestión de formas.
Recuerdo
que Carlos Boyero escribió en cierta ocasión (en una declaración terriblemente
ingenua por parte de un hombre que ya de por sí, y pese a su auto cultivada
aura de malditismo, siempre me ha parecido un gran ingenuo) que él sólo se había
acostado con prostitutas a las que les gustaba su trabajo.
Recuerdo
también un debate televisivo en el que una exasperada meretriz trataba de
convencer (sin éxito) a Pilar Rahola de que ella ejercía su profesión de forma voluntaria.
En
un territorio intermedio entre estas dos posturas se encuentra el argumentario del
cómic “Pagando por ello” del autor canadiense Chester Brown. La obra recoge las
experiencias de Brown como usuario de los servicios de prostitución a domicilio
después de que su último fracaso sentimental le haga renegar definitivamente
del ideal de amor romántico y decida saciar sus impulsos sexuales mediante
simples y rápidos intercambios comerciales.
“Pagando
por ello” es primero una estremecedora biografía con un nivel de sinceridad y
una ausencia de complejos que casi no tienen comparación en las manifestaciones
artísticas de lo que llevamos de siglo. Pero sobre todo es una enconada defensa
del sexo de pago, tanto desde el punto de vista del consumidor como del
suministrador, Brown combate de forma implacable todos y cada uno de los argumentos
contra la prostitución (especialmente los que se lanzan desde las filas
progresistas) y aboga más por la simple descriminalización antes que por la
regulación, una situación que curiosamente es la que se da en España aunque de
forma involuntaria por supuesto.
Personalmente
estoy de acuerdo con muchos de los argumentos de Brown, con otros estoy más en
la duda y con algunos estoy radicalmente en contra aunque desde luego es de
admirar alguien que defiende sus puntos de vista de un modo tan razonado,
documentado y transigente.
Segunda visita de este año a la Metrópoli justificada en
esta ocasión por el empeño de realizar un deseo largamente aplazado, el de
contemplar parte de la celebración que acaba de terminar en una gran ciudad que
además tuviera el tiempo adecuado a esta época (y no como en Tenerife donde de
hecho es precisamente en estas fechas donde tiene lugar la temporada alta).
Como de costumbre dividiremos la visita en secciones.
MADRID ITSELF
Asumido ya que en la meseta central hace frío lo cierto es
que éste nunca pasó de lo tolerable, esto es entre los 5 y los 10 grados, por
desgracia apenas pude vislumbrar el bonito sol de invierno madrileño pero al
menos, y a pesar de la abundante nubosidad, apenas llovió y cuando lo hizo no
fue de modo intenso con lo que me doy por satisfecho.
En cuanto al ambiente navideño reiterar lo mucho que me
agradó ver en la segunda semana de Diciembre a gente vestida con elegantes
ropas de invierno (el conocido pijerio de parte de la población autóctona
alcanza en estas fechas su momento de gloria suprema) en lugar de con camiseta
imperio y bermudas. Encontré que había en la calle mucha menos gente de la que
esperaba pero también es cierto que llegué a la ciudad justo al final del
puente de la Constitución y por lo tanto las grandes masas provincianas ya se
habían retirado a sus cuarteles de invierno.
Aparte de eso encontré la iluminación municipal efectiva
aunque sobria por no mencionar el desagradable hecho de que dichas luces se
apagaban a las 22.30, ignoro cuánto se puede ahorrar con esta medida pero
considero que se pierde mucho más en cuanto al ánimo popular, como si nos
quisieran recordar que la crisis no descansa nunca. Como me temo que ocurrirá
en el futuro, las mejores luces callejeras fueron las auspiciadas por la
iniciativa privada en forma de asociaciones de comerciantes resaltando a este
respecto (noblesse oblige) las de la
Calle Serrano y adyacentes, sobre todo unas en forma de araña (araña
luminotécnica se entiende).
Por otro lado destacar el ambiente en Callao (para mí el
auténtico centro de Madrid) con un árbol bastante molón y una pista de patinaje
artificial para nenes. El árbol de la Puerta del Sol resulto algo menos molón
pero al menos permitía la curiosa aventura de poder penetrar en su interior.
Por último tengo que hablar de Cortylandia, una tradición
por lo visto bastante antigua pero que yo desconocía por completo. Sinceramente
lo encontré el típico ejemplo de función supuestamente para niños pero que en
realidad disfrutan los padres pues no de otro modo se explica el grotesco
espectáculo de papas y mamas cantando, bailando y en general haciendo el ganso
a sus anchas mientras sus hijos les miraban con asombro en plan “¿pero qué le
pasa a este tío”?
FAMOSOS VISTOS
COMER Y BEBER
Aparte de comprobar que los sitios comentados en anteriores
ediciones (Nueva Galicia, Escalero,…) siguen gozando de buena salud añadir a la
lista un par de descubrimientos recientes como la Cervecería-Restaurante
Naviego en la Calle Mayor donde puede que el vino sea un poco más caro que en
otros sitios aunque como compensación te sacuden una tapa de morcillas con
papas fritas que te deja templado hasta la hora de comer (como buen aperitivo
que se precie). También no lejos del centro está el Bar La Alegría en la Calle
Las Veneras, un tascarro que parece salido de los años cincuenta (parroquianos
incluidos) y que sobrevive orgullosamente (aunque me temo que no por mucho
tiempo) entre las numerosas franquicias entre las que está encajado, vino a
granel por un euro más tapa de tortilla casera, difundan el culto.
Ya algo más alejado del centro (Barrio de Carabanchel nada
más salir de la parada del metro de Oporto) está el Yakarta donde por la
primera caña te ponen un buen plato de paella y con la segunda otro de sardinas
fritas ¿quién quiere ir a comer después de eso?
Para acabar con el tema gastronómico señalar el último grito
a ese respecto en el “dowtown” madrileño. La séptima planta de El Corte Inglés
de Callao ha pasado de ser una sección de oportunidades de medio pelo a un
espacio denominado “Gourmet Experience” donde se pueden encontrar cosas como
Coca Cola de Vainilla (sí, esa que bebía John Travolta hace 20 años en “Pulp
Fiction”) o pan de centeno de molde con virutas de arándanos, asimismo la cafetería
estilo 1975 desde la que se contemplaba (y todavía se contemplan) excepcionales
vistas nocturnas y diurnas del centro de Madrid ahora es un conjunto de
pequeños establecimientos de comida donde te cobran 5 eurospor sólo decirte “hola”. ¡Pero es que es un
sitio tan mono!
MUSEOS Y TAL.
Como de costumbre visita al Caixa Forum, institución que
casi siempre tiene alguna exposición interesante y además gratuita. En este
caso había una de Cartografía, de la que especialmente me gustaría destacar el
“Esbozo para mapamundi” de un tal Oyvind Fahlstrom, una obra que necesitaría
por sí sola un par de horas de dedicación (y también una buena lupa).
En otra planta del mismo edificio una exposición llamada
“Torres y rascacielos. De Babel a Dubai” que consiste en una serie de maquetas
que hace un recorrido sobre los grandes rascacielos de la historia y no sé
ustedes pero a mí me chiflan las maquetas.
Días más tarde visité la Fundación Juan March (situada en el
barrio de Salamanca y también de entrada gratuita) para ver una muestra llamada
“La isla del tesoro” dedicada a la pintura británica de entre los siglos XV y
XX. Cuando se habla de pintura británica a mí sólo me salen los nombres de
Turner, William Hogarth y Francis Bacon, del primero no recuerdo que hubiera
ningún cuadro, del segundo se mostraba una de sus conocidas series morales (y
de las que algunos dicen que fueron precursoras del cómic) pero como suele ocurrir (al menos para los que no
entendemos de arte) las cosas se empezaron a animar cuando llegamos al
extravagante arte del Siglo XX del que destacaría este mapa de la Pérfida
Albión hecho con basura.
Aparte de eso en los edificios de Telefónica (o de MoviStar
que ahora mismo no me acuerdo) de la Gran Vía y aledaños hay una exposición
bastante maja llena de autómatas que por desgracia a la hora en la que fuí
estaban en su mayoría apagados.
TEATRO
A pesar de mi manifiesta aversión a las tablas en general (y
a las comedias en particular) acudí invitado a una función en el bonito y viejo
(y frío) Teatro Lara para ver una comedia llamada “Burundanga” que es el nombre
vulgar que recibe la escopolamina, una especie de suero de la verdad, una
sustancia que es precisamente la que desencadena esta comedia de enredos
bastante graciosa de por sí (yo desde luego me he reído y es algo que no me
pasa a menudo) y que además cuenta con un aliciente argumental del que no
hablaremos pero que supone un agradable ejemplo de lo mucho que han cambiado
los tiempos para hacer bromas con respecto a según qué asuntos.
CINE
Cinematográficamente la ciudad estaba siendo invadida por el
huracán “hobbit” lo cual significaba que ningún otro estreno que tuviera intención
de cubrir gastos se atrevería a competir con la nueva obra de Peter Jackson, y
dado mi escaso interés por la película (dejando aparte el hecho de que hace
falta tener cara dura para exprimir tres filmes de dos horas y pico cada uno a
partir de un texto tan breve y simple) no había muchas otras alternativas de
manera que no hubo más remedio que escudriñar en los bajos fondos del cine
madrileño.
Acudir al “Pequeño Cine Estudio” no es tarea fácil, en
primer lugar hay que superar el prejuicio que su petulante nombre produce, en
segundo lugar no resulta fácil de encontrar (yo mismo no sabría cómo regresar
allí así que no esperen que se los diga a ustedes) y en tercer lugar hay que
pasar por la sórdida sensación de estar entrando en la parte de atrás de un
restaurante chino de medio pelo. Pero al fin y al cabo de lo que se trata es de
que estamos ante un establecimiento que estrena cosas que nadie más se digna a
tener en cuenta y sólo por eso se justificaría su existencia, es por ejemplo
uno de los pocas salas (creo que incluso la única) que exhibió “O Apóstolo” la
película de animación española cuyos desgraciados avatares tuvimos ocasión de
comentar hace algunas semanas.
En este caso la película que fuimos a ver era “The Black
Power mixtapes” un documental sobre el movimiento de liberación negro en
Estados Unidos basado en la recopilación de una serie de reportajes de la
televisión sueca entre 1967 y 1975. La película hace precisamente un recorrido
del movimiento entre estas dos fechas, arrancando con la alternativa al
movimiento pacifista de Martin Luther King que ofrecían los Panteras Negras y
terminando con la degradación que la heroína causó en los barrios negros
durante los años setenta. El documental tiene las mismas ventajas e
inconvenientes que todos los filmes de este tipo, la ventaja es la pura
exhibición en crudo del poderoso material histórico que la ilustra y el
inconveniente es la falta de un hilo conductor (si exceptuamos una serie de
voces en off de personalidades del movimiento que no aportan demasiado y que
para el espectador casual son enteramente desconocidas) y la sensación de que
se trata precisamente de un mero ejercicio de acumulación de imágenes.
Más que una sala de cine con tienda incorporada “Artistic
Metropol” es una tienda con sala de cine incorporada en una de las
distribuciones de interiores más peculiares que haya visto nunca. El
establecimiento tiene una vocación “friki” un tanto irritante (recuerdo que el
dependiente-taquillero me comunicó el hecho de que una de las películas que fui
a ver sólo podía verse en versión doblada con algo de aprensión como si temiera
que yo fuera a saltarle al cuello), de hecho se presenta a sí misma como una
sala especializada en terror aunque tuve ocasión de comprobar que su
programación amen de abundante era también bastante variada. La cosa está
localizada en una oscura calle paralela al Paseo de las Acacias (metro
homónimo) en la que comparte espacio urbano con establecimientos abandonados
uno de los cuales estaba siendo saqueado por una familia de los Cárpatos el
primer día que acudí a conocer el lugar. Allí vi dos películas.
No sabía nada de esta película y la verdad es que su
visionado ha sido un verdadero descubrimiento. Filmada en 1962, y con una
irremediable vocación de cine independiente, se trata de un filme que por
temática (e incluso por estética) recuerda a una larga serie de títulos posteriores
que no vamos a mencionar pero que un espectador veterano podrá ir identificando.
Dado que no parece un material sencillo de conseguir pondremos un enlace a un
vídeo de youtube donde se puede ver entera y verdadera.
Hace unos años se estrenó (es un decir) un documental sobre la vida de Joe Strummer,
la verdad es que no recuerdo si en dicho documental se hacían demasiadas menciones
a una parte de la vida del músico inglés que se desarrolló en nuestro país.
“Quiero tener una ferretería en Andalucía” sí que hace referencia precisamente
a ese período que se inició cuando la gran etapa de “The Clash” había ya
finalizado. El experimento no tiene ninguna posibilidad de ser contemplado
desde otra postura que no sea la simpatía o la comprensión, el material
original es reducidísimo (no creo que ocupe más de un 5% del metraje) y casi
toda la película se basa en testimonios de gente que conoció a Strummer en su
época andaluza y nos narran las numerosas anécdotas que tuvieron lugar en dicho
período, una forma de cine documental que por lo general suele resultar
bastante pobre pero que en esta cinta resulta conmovedora, o al menos yo he
tenido la sensación de conocer mucho más de la personalidad encantadora y excéntrica
de este hombre de lo que nos narraba el académico documental mencionado
anteriormente.
Y esto
ha sido todo lo que ha dado de sí nueve días en la meseta. El año que viene más
(o no).
Fuera
ya de los establecimientos marginales donde vi las películas anteriormente
comentadas (hablo de los multicines Golem, que están dentro de los circuitos
cinéfilos aunque de una forma más establecida) tuve ocasión de ver “César debe
morir” de los hermanos Taviani que narra la historia de una función del “Julio
César” de Shakespeare actuada por reclusos de una cárcel de máxima seguridad
italiana (con la excepción del hombre que da vida a Bruto que, aunque es un
antiguo recluso, cuando se rodó el filme ya hacía tiempo que se había
convertido en un actor profesional al que pudimos ver por ejemplo en “Gomorra”).
Aunque un tanto difuso en sus intenciones es un filme interesante que se apoya sobre
todo en la fuerza interpretativa de sus actores aunque el aspecto más
interesante de la historia (es decir la influencia que la obra tiene en la vida
real de sus interpretes) se queda en un mero esbozo cuyo ejemplo más ilustre es
la devastadora frase con la que concluye la película.
Y esto
ha sido todo lo que ha dado de sí nueve días en la meseta. El año que viene más
(o no).