Saturday, January 26, 2013

Camino de los Oscar

LINCOLN CAZADOR DE VOTOS
 
 
 
Después de la desagradable sensación de ranciedad que transmitía “War horse” hay que celebrar que “Lincoln” recupere algo del buen tono esperado de cualquier filme de Steven Spielberg, aunque hay que advertir que el director norteamericano mantiene muchas de las constantes de su forma de filmar, lo mejoría consiste en que el tema aquí tratado resulta mucho más interesante que el de su anterior filme, una hazaña que, siendo sinceros, tampoco era muy difícil de lograr.



De todos modos dudo mucho que hubiera ido a ver un biopic al uso sobre la figura de Abraham Lincoln, considero que este tipo de manifestaciones son ya más propias del medio televisivo que del cinematográfico pero “Lincoln” no trata de eso. De hecho lo más destacable del filme consiste en la contradicción de mostrar una figura histórica, que en los Estados Unidos tiene el carácter de mito casi intocable, de modo casi edénico, con la apariencia de un imponente patriarca bíblico en todo momento dispuesto a narrar la parábola justa o la sentencia adecuada – subrayada siempre por la recurrente banda sonora de John Williams-   para cada uno de los numerosos momentos climáticos que ofrece el filme y al mismo tiempo hacerle responsable de una serie de maniobras políticas que bordean, y en ocasiones superan claramente, los límites de la ley y la ética política.




El filme se centra en el empeño de Lincoln por aprobar una enmienda de la Constitución que prohíba para siempre la esclavitud, se trata de una batalla ausente de cualquier sentido de pragmatismo político, con ella se puede alargar la guerra (de hecho Lincoln antepone la aprobación de la enmienda al fin del conflicto porque sabe que de producirse antes el segundo hecho será casi imposible que lo haga posteriormente el primero), sembrar la división en las filas de su partido, causar la ruina de los estados del Sur haciendo más larga y complicada la reconstrucción del país y por fin provocar el miedo y la desconfianza entre el pueblo llano. En definitiva el objetivo es transformar una guerra de secesión contra una serie de estados rebeldes en un conflicto de carácter moral.


La aprobación requiere una mayoría amplia de la Cámara de Representantes lo cual implica no solo la votación en bloque del Partido Republicano (¿a que se llevaron una sorpresa el día que descubrieron que Lincoln militó en el mismo partido que Reagan, Bush y Sarah Palin?) sino incluso la disidencia de muchos representantes demócratas en una filosofía parlamentaria que nos recuerda una vez más que en los Estados Unidos no existe ese cáncer democrático llamado “disciplina de voto”.




A partir del planteamiento inicial del conflicto se desgrana una avalancha de descripciones del comportamiento de figuras históricas (en su mayoría desconocidos para el público que nunca ha estudiado en un instituto de secundaria estadounidense), términos legales y políticos, intrigas y peculiaridades del sistema parlamentario norteamericano en una profusión que posiblemente apabullaría al espectador de no ser por la pericia del guionista y del director en simplificar el embrollo de manera que nunca olvidemos el argumento principal del filme así como por la maestría en dotar al desarrollo de dicho argumento de un suspense que se materializa durante la escena de la votación final.

 

Pero repito que lo más interesante del filme es la manera en que, para materializar una iniciativa de carácter moral y por lo tanto motivada por ideales elevados, Lincoln no sólo alienta sino que incluso ordena y participa de forma directa en una larga serie de maniobras políticas que van desde el engaño, la manipulación psicológica y la intimidación hasta el soborno más descarado con el fin conseguir la mayoría de votos imprescindibles para que la enmienda salga adelante. Estas maniobras son mostradas sin tapujos ni coartadas de ninguna clase en una nueva ilustración de la misma filosofía de “el fin justifica los medios” que subyace asimismo en el entorno de la reciente “Zero Dark Thirty”. Una filosofía de una lógica inatacable pero decididamente inquietante.  Y lo cierto es que si en los Estados Unidos persisten prácticas impropias del mundo occidental como la pena de la muerte o la bárbara legislación de posesión de armas ¿quién nos dice que de no mediar las maniobras de Lincoln la esclavitud no hubiera perdurado cincuenta o incluso cien años más?. Quien sabe, quien sabe.

 


 



Después de lo de “Titanic” ya no creo en eso de que una pareja sin química puede triunfar en una película aunque tendrían que quedar excepciones y está en concreto debería ser una de ellas. Pero no es que Mario Cotillard y Matthias Schoenaerts sean incompatibles en pantalla, es que sus historias parecen formar parte de dos películas diferentes que podrían funcionar por separado pero unidas provocan una visión tan incongruente como la de un humanoide formado por el torso de Maryln Monroe y las piernas de Torrebruno.  Y tampoco es que sea un comentario clasista porque en mi opinión es precisamente la Cotillard (que alterna papeles en filmes francófonos con otros de más enjundia en Hollywood) el elemento disonante en esta producción, con el contraste que se ha pretendido buscar entre los dos personajes principales en esta ocasión se les ha ido de la mano. Y a pesar de que la interpretación de Schoenaerts me ha hecho dudar de que fuera un acto profesional está claro que tanto él como su personaje están más integrados en esta clase de historia.


 

Thursday, January 17, 2013

Esta semana he visto y he leído...



Para hacer el comentario de la última película de Paul Thomas Anderson he tenido que consultar el que hice de la anterior, esto es “There will be blood” (Pozos de ambición). Y lo hice porque me parecieron dos películas que, tratando temas en apariencia tan diferentes, provocan unas sensaciones similares. En primer lugar son filmes engañosos en cuanto a su argumento, si la película de 2007 aparecía como una de “esas biografías de tintes épicos que giran en torno a la muy cinematográfica figura del gran hombre hecho a sí mismo” y luego se revelaba como un retrato psicológico de tintes casi indescifrables poco más o menos lo mismo se podría decir de “The master”.

En la publicidad previa que ha recibido la película se hacía hincapié en que era una historia basada (cambiando nombres y situaciones para evitar supongo una cascada de reclamaciones judiciales que no obstante se han transformado por lo que dicen en oscuras maniobras para impedir que la película sea nominada a los diversos premios de la temporada) en el nacimiento de la Iglesia de la Cienciología y en concreto en la figura de su creador, L. Ron Hubbard.



Sin embargo el que quiera saber más sobre esta peculiar religión tendrá que acudir a otras fuentes porque la película no va sobre eso, la información que se da sobre este culto y sus prácticas, así como de la ideología de su creador, es escasa y confusa, una farfolla sobre autoayuda y superación personal mezclada con ciencia ficción y otros delirios variados. Así pues opino que “The Master” no es una historia sobre la Cienciología sino sobre un hombre, es la historia de Freddie Quell. 



Freddie es un marinero veterano de la Segunda Guerra Mundial (interpretado por Joaquin Phoenix en un trabajo que va más allá del bien y del mal y de cualquier clase de comentario o crítica), un individuo alcoholizado (hasta extremos con los que no encuentro comparación, literalmente este hombre es capaz de beberse el agua de los floreros), violento y sexualmente perturbado, uno de los caracteres más desquiciados que recuerdo haber visto en una película de ficción. No está claro si su comportamiento está motivado por su condición de ex combatiente (aunque desde luego no es una experiencia que contribuya a mejorar el estado mental de nadie) o si proviene de una infancia problemática a la que se hace referencia en varias ocasiones. Lo cierto es que Freddie padece las dificultades de integración comunes a los veteranos de todas las guerras, en concreto el filme describe con detalle la progresiva caída en la abyección de este hombre (cuya única motivación en la vida parece fabricar licores empleando unas mezclas increíbles que haría palidecer a los profesionales de la era de la prohibición), una caída que se verá frenada momentáneamente cuando se produzca su encuentro con Lancaster Dodd (presunto alter ego de Hubbard y personaje interpretado con la maestría habitual por Philipp Seymour Hoffman) 




Entre los dos hombres se establece una extraña relación, Lancaster considera a Freddie un desafío, un caso perdido para la sociedad y se esforzará en salvarle tratando de averiguar las razones profundas de su trastorno mediante la aplicación de sus peculiares métodos de control mental. Freddie por su parte se muestra la mayor parte de las veces escéptico o  apático ante la ideología y las prácticas del grupo pero siente una lógica fidelidad por Lancaster y su grupo (incluida la señora Lancaster interpretada por Amy Adams) que se han convertido en las únicas personas que parecen sentir algo de interés por un deshecho como él.

(Spoilers a partir del próximo párrafo)

La película se aleja pues de la biografía convencional y de cualquier clase de ortodoxia a la hora de narrar una historia y se centra en un combate de voluntades -ofrecido con lujuriosa profusión de los recursos cinematográficos que Paul Thomas Anderson ya ha demostrado que maneja con maestría destacando en este aspecto la música de John Greenwood-, un combate en el que ambos contendientes fracasaran. Lancaster jamás logrará domar a la bestia a pesar de poner en el empeño no sólo su mente sino también su corazón, y Freddie acabará descubriendo que tras la fachada de intelectualidad y liderazgo de Lancaster no se esconde más que otro charlatán que deja ver su mediocre y miserable condición en cuanto algo contradice su voluntad. Tras esta nueva decepción Freddie trata de agarrarse al único y débil el asidero que le queda, el evanescente recuerdo de un amor de juventud, cuando esto también termina en nada y tras un último encuentro con Lancaster (escena estropeada de modo dolorosamente ridículo por el doblaje en español) proseguirá su vida exactamente en el mismo punto en el que lo dejó con la única compañía de la bebida en un recorrido que suponemos terminará en breve en la cárcel, el manicomio o el cementerio.

Una película que no debe ser contemplada como un espectáculo cinematográfico sino como una experiencia humana extrema, aun así será difícil no asistir igualmente a uno de esas muestras de desconcierto público similares a otros que hemos presenciado en fechas recientes.   




En una memorable cita correspondiente a una película estrenada hace pocos meses, una mujer de clase obrera y de lenguaje rudo le explicaba a su interlocutora el verdadero significado del amor:     "Se dicen muchas gilipolleces sobre el amor. ¿Tienes idea de qué es el amor verdadero? Es limpiarle el culo a alguien y cambiarle las sábanas cuando se mea encima, para que pueda mantener intacta su dignidad y los dos podáis mirar juntos hacia delante"

“Amor” la última película del cineasta Michael Haneke, no se ha librado de recibir alguna clase de definición a priori que, como suele ser habitual, no encuentro particularmente acertada. Se ha dicho que se trata de un cambio o de una variante, tanto en el aspecto argumental como en el formal, en el estilo de Haneke. Yo no lo considero así, en primer lugar porque no creo que ninguna de las películas que he visto del director alemán (y he visto la mayor parte de sus obras más celebradas) haya una línea argumental predefinida, todas tratan del ser humano sometido a tensiones y contradicciones en diferente grado, y en cuanto al estilo no considero que Haneke filme de forma distinta a sus otras películas, la aséptica y quirúrgica forma de contar esta historia es semejante a la que se ha empleado antes, de hecho en “Amor” tampoco faltan las metáforas visuales (empezando por ese inquietante episodio de la cerradura forzada) e incluso uno de esas escenas inesperadas que hielan el corazón.

La película narra la última etapa en la vida de un matrimonio de octogenarios a partir del momento en el que la mujer  sufre un infarto cerebral que va mermando progresivamente sus facultades físicas y mentales. La cámara de Haneke, como se ha descrito antes, escenifica esa progresión de forma objetiva sin cargar nunca las formas en ninguno de los aspectos en los que se incide normalmente cuando se trata un argumento de esta naturaleza, los dolorosos sentimientos que genera la contemplación de esta película (que lo son más aun cuando se dispone de experiencia personal en el tema) no nacen de ningún subrayado artístico sino de la mera exposición de lo que sucede.

De hecho la palabra “Amor” que sirve de título a la película resulta paradójica porque no hay nada en ella que recuerde al concepto habitual que se tiene de esa palabra, el matrimonio formado por Georges y Anne ( Jean-Luis Trintingnant y Emmanuelle Riva) han dejado ya muy atrás la pasión amorosa, el deseo sexual, así como las veleidades profesionales o del cuidado de los hijos, lo que les queda es únicamente la lealtad que conlleva los muchos años de convivencia y el intento de mantener la dignidad ante el incontenible avance del dolor y la decadencia física y mental y todo ello en medio de un entorno condescendiente y en ocasiones directamente hostil.

No es “Amor” una película fácil de ver (en determinadas circunstancias personales podría ser incluso imposible de soportar) y de su visionado no se extrae ninguna clase de placer ni cualquier otra sensación positiva relacionada con el espectáculo cinematográfico, es sólo una historia dedicada a aquellos a los que no les disgusta tener una visión global de un fenómeno del que generalmente sólo se extraen para nuestra contemplación las partes más ilusorias.

            



“ParaNorman” (El alucinante mundo de Norman) se inscribe en esa afortunada vertiente de cine animado de terror para niños al estilo de “Monster House” o “Coraline”. Sobre la cuestión de si este es precisamente un subgénero adecuado para niños no tengo nada que decir ya que mi única experiencia en el tema es la mía propia y mis recuerdos de cómo me apasionaban (y me traumatizaban) este tipo de filmes.
 Para que nadie se llame a engaño “ParaNorman” comienza con la imagen de un cerebro humano adornado con una esplendida mordedura. A partir de ahí aparecen fantasmas, muertos vivientes, brujas, maldiciones y demás temas escalofriantes, incluyendo esa recurrente descripción de un instituto norteamericano como el territorio más aterrador al que puede enfrentarse un chico considerado como diferente de la mayoría. De hecho la película abunda en juegos de palabras e ironías acerca de la vida en un típico pueblo de clase media e incluso contiene un comentario que muchos padres que han acudido al cine con sus hijos consideraran de lo más inapropiado para una película “infantil”. En definitiva un interesante entretenimiento para ver a cualquier edad, por lo menos no creo que resulte más traumático que ver “Los Tres Caballeros”.



Ensayo del escritor José Ovejero (para mí desconocido a excepción de algún vago recuerdo de “Un mal año para Miki”) con este paradójico título. Ovejero hace una distinción entre la crueldad puramente lúdica y la crueldad ética no referida a la vida real desde luego sino a la crueldad en el arte (sobre todo en la literatura) que el autor vindica como una forma de agredir al lector para poner en duda sus certidumbres y mostrarle una realidad ausente de referencias morales. Resulta un texto bastante interesante aunque quizás teñido de una cierta visión excesivamente pesimista de la vida o más bien demasiado tremendista. Pero bueno lo verdaderamente interesante de este ensayo (y de casi todos los ensayos) es la cantidad de material que sirve como referencia con lo que estos libros sirven generalmente como una lista de recomendaciones. En concreto Ovejero nos habla de “siete libros crueles” –a los que añado uno más también mencionado en otra parte del ensayo- que son:

1.              “El astillero” de Juan Carlos Onetti
2.              “Meridiano de sangre” de Cormac McCarthy
3.              “Auto de fe” de Elías Canetti
4.              “Historia del ojo” de Georges Bataille
5.              “Deseo” de Elfriede Jelinek
6.              “La pianista” de Elfriede Jelinek
7.              “Tiempo de Silencio” de Luis Martín-Santos
8.              “Represalia” Gert Ledig

No he leído ninguno aunque de todos tenía alguna clase de noticia o al menos de los autores que los escribieron (excepción hecha del último que es un total descubrimiento) pero tengo intención de hacerlo, eso sí, algo me dice que debería ir alternándolo con alguna otra cosilla más ligera. 



Tres maneras de acercarse a este filme.

  1. Como espectáculo cinematográfico.

Impecable, una gran película de acción firmada por una directora solvente conocida por títulos igualmente solventes, aunque no demasiado destacables por otras cualidades si exceptuamos la campanada que supuso “The hurt locker” (En tierra hostil). “Zero Dark Thirty” recorre el camino habitual de un thriller político que, partiendo de una situación inicial un tanto difusa, desarrolla una progresión “in crescendo” –casi siempre de tipo intelectual aunque reforzada puntualmente con escenas de acción- hasta culminar en un brillante final pleno de suspense (tanto más estimable por tratarse de una historia cuyo desenlace es sobradamente conocida por el espectador, un poco al estilo de lo que pasaba en la conclusión de “United 93”)  producto de un buen hacer en todas las artes que conlleva la dirección cinematográfica, en este aspecto no hay que ponerle ningún pero a la película.



2. Como dramatización de hechos reales.

Un acercamiento insoslayable puesto que, ya desde el comienzo de la película, se advierte de la presunta verosimilitud de todo lo que vamos a ver. Pero es quizás también el aspecto más criticable del filme, me refiero a hacer una declaración de principios que luego puede ser puesta en duda por una simple cuestión de lógica. Desde luego todo está apoyado en sucesos que tuvieron lugar entre 2001 y 2012 y que son perfectamente verificables pero está claro que para los autores del filme (pese a que ha habido acusaciones de que disfrutaron de información privilegiada) es imposible conocer con todo detalle cuales fueron las circunstancias que llevaron al descubrimiento y el posterior asesinato de Bin Laden, de manera que una dramatización de dichos hechos es también inevitable aunque no veo ético que no se advierta de ello.

No obstante la gran objeción tiene que ver con el personaje principal de la película, la agente de la CIA Maya (interpretada por Jessica Chastain) y que está basado, en algún grado poco posible de verificar, en un misterioso personaje real.  Precisamente la imposibilidad de hacer una biografía al uso (por lo visto Maya es más bien la síntesis de varios personajes) hace que los autores del filme inventen un carácter equivalente a un capitán Ahab moderno obsesionado con la captura de la ballena blanca barbuda hasta el punto de consagrar su vida a ello sin ninguna clase de alternativa. Se trata de un personaje rocoso, complicado de analizar desde un punto de vista psicológico, sin apenas aristas (excepto en el significativo plano final), omnipresente y casi omnipotente, difícil de encajar en una historia que se autocalifica de real y más parecido a una Erin Brokovich pelirroja.


3. Como cuestión moral.

Aquellos que se niegan a calificar moralmente un espectáculo cinematográfico (y entre los que generalmente me cuento) tendrán que elegir otro filme para mantener su postura porque en este el aspecto moral es ineludible.

Pasemos de largo por la gran cuestión acerca de si un estado tiene derecho a asesinar a un oponente que no puede (o no quiere) reducir de otra manera, porque es una cuestión lamentablemente superada para casi todo el mundo. La cuestión en lo que a “Zero Dark Thirty” se refiere es la de la tortura.  No es el primer filme que aborda un tema como este pero el punto es que no lo hace de forma subsidiaria sino de forma totalmente explícita, de hecho es casi la base del argumento durante los primeros quince o veinte minutos, es evidente la intención de los responsables de la película de poner el tema sobre la mesa.

Además esta característica de la película (aparte del asunto del uso de información privilegiada antes mencionado) ha sido con mucho la más polémica de su trayectoria, hasta el punto de que un miembro de la Academia ha reclamado de forma pública un boycot a la misma (si existe algún precedente de algo así yo desde luego lo desconozco)  por considerarlo "promoción que legitima la tortura como arma de la llamada guerra contra el terrorismo". Me parece una postura injusta porque no creo que la película legitime nada, es evidente que existe una causa efecto entre los interrogatorios extremos a los que son sometidos los sospechosos en cárceles secretas y el resultado final de la operación pero para mí la cuestión no sería si la tortura es o no una herramienta útil para luchar contra el terrorismo sino de si se debe emplear incluso cuando se haya demostrado su utilidad.

En el filme repito, no se hace apología de la tortura, más bien se muestra como un asunto sórdido, los que participan activamente de ella la asumen con desagrado e incluso con remordimiento y los que la sufren de forma pasiva son mostrados como seres humanos sin que se ejercite en este caso la imprescindible deshumanización de un contrario cuya destrucción se presenta como incuestionable. La película muestra la tortura como un hecho innegable y simplemente lo pone sobre la mesa como diciendo “esto es lo que hay, esto es lo que hacemos, ahora decide qué postura quieres adoptar con respecto a ello” y efectivamente es eso lo que cada espectador debe hacer si le parece bien.



Saturday, January 12, 2013

The song remains the same

Dejé pasar dos semanas desde el estreno de esta película con objeto de evitar las masas de espectadores que acuden al cine en época navideña, parte de las cuales por cierto recorrieron el camino inverso en cuanto cayeron en la cuenta de la clase de película en la que se habían metido.

Afortunadamente en mi caso me tocó una sesión en la que todos los espectadores sabían exactamente qué era lo que iban a ver, aunque por otro lado tuve que soportar el bochorno de ver una versión en la que se optó por doblar el escaso 10% de diálogo no cantado, una ridiculez digna de figurar en el ya muy voluminoso libro negro del doblaje en España (y eso dejando aparte el hecho de que, por lo que dicen, el doblaje se basó más en el libreto en castellano, que se hizo para la adaptación del musical en nuestro país, que en traducir directamente del inglés)

Pasando ya a hablar de la película lo primero que me gustaría decir es que mis conocimientos sobre “Los miserables” se reducen exclusivamente a la adaptación cinematográfica que se hizo en 1958 con Jean Gabin como protagonista, una película de 210 minutos que se tuvo que emitir en dos pases en la televisión y de la que guardaba pocos pero potentes recuerdos, entre ellos el sobrecogedor final del policía Javert. En definitiva que entré en la película sin haber visto previamente el musical y teniendo conocimiento únicamente el sorprendente culto del que ha sido objeto durante todos estos años, una disposición que me parece por cierto la mejor posible.

Entre las múltiples críticas que ha recibido “Los Miserables” se habla en primer lugar de su excesivo metraje de 157 minutos, algo que siempre se resalta cuando cualquier película sobrepasa la duración estándar de 90, yo hace tiempo que he llegado a la conclusión de que en el cine, al igual que en el Universo, el tiempo es relativo y a nivel particular yo no tuve nunca la sensación de que el tiempo que estaba dedicando a ver este drama fuera excesivo ni tampoco de que la eliminación de algunos números musicales hubieran contribuido a aligerar dicho metraje sin repercutir negativamente en la trama (algo que también se ha dicho). En cuanto al igualmente mencionado abuso de los primeros planos sólo lo noté en el célebre número “I dreamed a dream”. En cuanto a las habilidades vocales de los diferentes personajes, y aun reconociendo que Russell Crowe en las notas altas se transformaba en un irlandés borracho, no hay que olvidar que estamos ante actores que cantan ocasionalmente y no ante cantantes que ocasionalmente actúan, y este es un hecho que debe ser conocido y admitido a priori, al menos si se entra con la intención de que la película te guste (algo que por extraño que parezca no sucede en todas las ocasiones).

Sí estoy de acuerdo en cambio en que la película adolece de algunos errores de casting bastante molestos (pasando por alto algunas caras rarísimas que pone Hugh Jackman): en primer lugar el de Amanda Seyfried en el papel de Cosette, un papel para el que la actriz norteamericana está físicamente incapacitada, algo que queda subrayado cuando se la compara con la rozagante Samantha Barks (Eponine). Pero sin duda lo más disonante de todo es la interpretación de Eddie Redmayne, vale que Marius es un poco idiota pero ¡no hace falta que también el actor sea un idiota que además está fotografiado como un idiota!





Por lo demás ninguno de estos aparentes defectos disminuye la impresión de haber asistido a un extraordinario espectáculo cinematográfico con un argumento dramático sólido a la par que emocionante. Es cierto que la estructura de la película flaquea en lo que se refiere a la historia de amor entre Marius y Cosette (y no sólo por la razón que hemos mencionado antes) pero no lo hace en cuanto a la verdadera trama: la épica batalla moral entre Jean Valjean y Javert, esa oposición de caracteres psicológicamente complejos tan del gusto de la literatura decimonónica, el primero empeñado en una permanente lucha por escapar de la abyección que le rodea, y en la que estuvo a punto de caer al salir del presidio, convirtiéndose en una figura beatífica por más que dicha actitud le ponga continuamente en peligro, el segundo combate también contra su propio pasado refugiándose en un cumplimiento escrupuloso de la ley, una actitud que convierte en la única motivación de su existencia.         



No obstante, prescindiendo de las bondades artísticas de la obra, lo que más me ha chocado –y en cierto modo inquietado- es cómo el argumento de un libro de hace 150 años y el de un libreto de hace 32 pueden ser contemplados con la sensación de haber sido ideados en respuesta a un situación del presente: un presidiario destinado a vagar con el eterno estigma de su condena, un lamento coral sobre las penalidades del día a día de un trabajador, una mujer que se degrada hasta lo insoportable para mantener a su hija, un funcionario que persiste en una fantasía de ley y orden en un mundo corrompido y esos revolucionarios entusiastas que ocupan la calle esperando una reacción del pueblo que nunca se producirá…en definitiva la canción sigue siendo la misma.    

Monday, January 07, 2013

Estas navidades he leido...

Nunca había oído hablar de Thomas Berger, no parece uno de esos autores de culto desconocidos pero está claro que tampoco tiene la difusión que sí tienen otros escritores de su generación, de toda su obra el único título que destaca es “Little big man” (que sirvió de base para la película homónima).

“Meeting evil” (que en España ha recibido el título de” el rostro del mal”) es una novela negra que basa su argumento en la dualidad de dos personajes principales, por un lado John Felton, un padre de familia de clase media y persona respetable (algo que el hombre se empeñará en remarcar durante toda su ordalía), que se ve envuelto de forma casual en una aventura kafkiana con Richie, un maniaco de conducta aterradora e imprevisible.

La excelencia del argumento descansa en el conocido recurso de la transferencia que se produce entre dos personalidades antagonistas, por un lado Felton, pese al horror que le causa la compañía de Richie, no consigue zafarse de él, en parte por las ataduras de su auto asumida condición de ciudadano responsable (una condición que es también motivo de una profunda y escondida frustración) y en parte también por la inconfesable fascinación que siente por su forzado compañero de aventuras (un individuo poseedor de una libertad de acción feroz al que no detienen ningún tipo de barreras morales ni legales), una fascinación compartida por el lector y también por el propio autor que, años después de escribir la novela, se confesaba incapaz de rememorar el nombre de Felton pero seguía recordando perfectamente el de su némesis. Por otra parte Richie, a pesar del cariñoso desden que le producen las dudas y la inacción de Felton, siente tanta envidia por la estructurada vida de su compañero de viaje y por su tibia y mediocre felicidad que le resulta imposible separarse de él. De todas maneras Thomas Berger no lleva las cosas hasta un límite que permita olvidar quién es el verdadero villano que, por mucho que nos divierta, necesita ser destruido.

Esta sugerente interacción, acompañada de un estilo narrativo simple y ágil, hace de este relato una vertiginosa carrera de acontecimientos que convierte su lectura en un ejercicio imposible de abandonar. Hay que decir que el libro también dio paso a una película del mismo nombre estrenada (no en nuestro país al menos que yo sepa) en 2012 que parece haber pasado tan desapercibida para el gran público como el original literario, posiblemente la vea por curiosidad aunque en mi opinión la elección de Samuel L. Jackson para interpretar al loco de Richie es un claro error de casting.




Supe de esta novela a través de la adaptación cinematográfica que Michael Winterbottom hizo en el año 2010. La película en cuestión (retitulada en España “El demonio bajo la piel”) me resultó un fiasco en virtud de un argumento confuso, unas interpretaciones poco afortunadas y una complacencia por las escenas violentas verdaderamente desagradable.
Me quedé bastante chasqueado primero porque Winterbottom siempre me ha parecido uno de los grandes directores del cine moderno y segundo porque la película estaba basada en un libro de Jim Thompson, uno de los grandes escritores del género negro americano y autor de una novela (“Pop. 1280” llamada en España “1280 almas”) que me había entusiasmado.
Cuando por fin tuve ocasión de leer el original literario me dí cuenta de cual había sido el problema de Winterbottom. Para empezar nunca se debería transcribir literalmente una obra literaria a la pantalla, y mucho menos una obra literaria de género negro, lo que en el papel resulta complicado y enrevesado (típico de esta clase de literatura) en la pantalla resulta incomprensible (véase si no el ejemplo de “El sueño eterno” que a pesar de ello está considerada como un clásico del cine negro). En segundo lugar los monstruosos actos de violencia, descritos de forma cruda y detallada, que aparecen en el libro resultan insoportables cuando se tratan de llevar a la pantalla con igual minuciosidad, estamos sin duda ante un claro caso de transcripción errónea.
Centrándonos ya en el libro, decir que se trata de una nueva descripción pormenorizada acerca de la sociedad rural de la América de los años 40 en la que el narrador (y protagonista de los hechos) es un representante de la Ley que contempla con cinismo la clase social patriarcal y corrupta que domina el territorio y que para sobrevivir reacciona con las mismas armas por las que se mueve el grupo humano que le rodea, corrupto dentro de lo corrupto, si bien en el caso de esta novela dicho protagonista se halla aquejado de una larvada psicopatía, diríamos pues que Lou Ford es un reflejo deformado y extremo de la sociedad en la que vive. Precisamente las circunstancias de la locura de Ford y el incierto origen de dicho mal son la parte menos valiosa del relato aunque todo lo compensa esa magistral descripción de esa ciudad (a un tiempo imaginaria y real) llamada Central City donde el asesinato no es otra cosa que una cuestión de formas.        
 
 

Recuerdo que Carlos Boyero escribió en cierta ocasión (en una declaración terriblemente ingenua por parte de un hombre que ya de por sí, y pese a su auto cultivada aura de malditismo, siempre me ha parecido un gran ingenuo) que él sólo se había acostado con prostitutas a las que les gustaba su trabajo.
Recuerdo también un debate televisivo en el que una exasperada meretriz trataba de convencer (sin éxito) a Pilar Rahola de que ella ejercía  su profesión de forma voluntaria.
En un territorio intermedio entre estas dos posturas se encuentra el argumentario del cómic “Pagando por ello” del autor canadiense Chester Brown. La obra recoge las experiencias de Brown como usuario de los servicios de prostitución a domicilio después de que su último fracaso sentimental le haga renegar definitivamente del ideal de amor romántico y decida saciar sus impulsos sexuales mediante simples y rápidos intercambios comerciales.
“Pagando por ello” es primero una estremecedora biografía con un nivel de sinceridad y una ausencia de complejos que casi no tienen comparación en las manifestaciones artísticas de lo que llevamos de siglo. Pero sobre todo es una enconada defensa del sexo de pago, tanto desde el punto de vista del consumidor como del suministrador, Brown combate de forma implacable todos y cada uno de los argumentos contra la prostitución (especialmente los que se lanzan desde las filas progresistas) y aboga más por la simple descriminalización antes que por la regulación, una situación que curiosamente es la que se da en España aunque de forma involuntaria por supuesto.
Personalmente estoy de acuerdo con muchos de los argumentos de Brown, con otros estoy más en la duda y con algunos estoy radicalmente en contra aunque desde luego es de admirar alguien que defiende sus puntos de vista de un modo tan razonado, documentado y transigente.   


 

Wednesday, January 02, 2013

Follow the city lights





Segunda visita de este año a la Metrópoli justificada en esta ocasión por el empeño de realizar un deseo largamente aplazado, el de contemplar parte de la celebración que acaba de terminar en una gran ciudad que además tuviera el tiempo adecuado a esta época (y no como en Tenerife donde de hecho es precisamente en estas fechas donde tiene lugar la temporada alta). Como de costumbre dividiremos la visita en secciones.

MADRID ITSELF

Asumido ya que en la meseta central hace frío lo cierto es que éste nunca pasó de lo tolerable, esto es entre los 5 y los 10 grados, por desgracia apenas pude vislumbrar el bonito sol de invierno madrileño pero al menos, y a pesar de la abundante nubosidad, apenas llovió y cuando lo hizo no fue de modo intenso con lo que me doy por satisfecho.

En cuanto al ambiente navideño reiterar lo mucho que me agradó ver en la segunda semana de Diciembre a gente vestida con elegantes ropas de invierno (el conocido pijerio de parte de la población autóctona alcanza en estas fechas su momento de gloria suprema) en lugar de con camiseta imperio y bermudas. Encontré que había en la calle mucha menos gente de la que esperaba pero también es cierto que llegué a la ciudad justo al final del puente de la Constitución y por lo tanto las grandes masas provincianas ya se habían retirado a sus cuarteles de invierno.

Aparte de eso encontré la iluminación municipal efectiva aunque sobria por no mencionar el desagradable hecho de que dichas luces se apagaban a las 22.30, ignoro cuánto se puede ahorrar con esta medida pero considero que se pierde mucho más en cuanto al ánimo popular, como si nos quisieran recordar que la crisis no descansa nunca. Como me temo que ocurrirá en el futuro, las mejores luces callejeras fueron las auspiciadas por la iniciativa privada en forma de asociaciones de comerciantes resaltando a este respecto (noblesse oblige) las de la Calle Serrano y adyacentes, sobre todo unas en forma de araña (araña luminotécnica se entiende).

Por otro lado destacar el ambiente en Callao (para mí el auténtico centro de Madrid) con un árbol bastante molón y una pista de patinaje artificial para nenes. El árbol de la Puerta del Sol resulto algo menos molón pero al menos permitía la curiosa aventura de poder penetrar en su interior.    










Por último tengo que hablar de Cortylandia, una tradición por lo visto bastante antigua pero que yo desconocía por completo. Sinceramente lo encontré el típico ejemplo de función supuestamente para niños pero que en realidad disfrutan los padres pues no de otro modo se explica el grotesco espectáculo de papas y mamas cantando, bailando y en general haciendo el ganso a sus anchas mientras sus hijos les miraban con asombro en plan “¿pero qué le pasa a este tío”?




FAMOSOS VISTOS
 







COMER Y BEBER

Aparte de comprobar que los sitios comentados en anteriores ediciones (Nueva Galicia, Escalero,…) siguen gozando de buena salud añadir a la lista un par de descubrimientos recientes como la Cervecería-Restaurante Naviego en la Calle Mayor donde puede que el vino sea un poco más caro que en otros sitios aunque como compensación te sacuden una tapa de morcillas con papas fritas que te deja templado hasta la hora de comer (como buen aperitivo que se precie). También no lejos del centro está el Bar La Alegría en la Calle Las Veneras, un tascarro que parece salido de los años cincuenta (parroquianos incluidos) y que sobrevive orgullosamente (aunque me temo que no por mucho tiempo) entre las numerosas franquicias entre las que está encajado, vino a granel por un euro más tapa de tortilla casera, difundan el culto.







Ya algo más alejado del centro (Barrio de Carabanchel nada más salir de la parada del metro de Oporto) está el Yakarta donde por la primera caña te ponen un buen plato de paella y con la segunda otro de sardinas fritas ¿quién quiere ir a comer después de eso?

Para acabar con el tema gastronómico señalar el último grito a ese respecto en el “dowtown” madrileño. La séptima planta de El Corte Inglés de Callao ha pasado de ser una sección de oportunidades de medio pelo a un espacio denominado “Gourmet Experience” donde se pueden encontrar cosas como Coca Cola de Vainilla (sí, esa que bebía John Travolta hace 20 años en “Pulp Fiction”) o pan de centeno de molde con virutas de arándanos, asimismo la cafetería estilo 1975 desde la que se contemplaba (y todavía se contemplan) excepcionales vistas nocturnas y diurnas del centro de Madrid ahora es un conjunto de pequeños establecimientos de comida donde te cobran 5 euros  por sólo decirte “hola”. ¡Pero es que es un sitio tan mono!







MUSEOS Y TAL.

Como de costumbre visita al Caixa Forum, institución que casi siempre tiene alguna exposición interesante y además gratuita. En este caso había una de Cartografía, de la que especialmente me gustaría destacar el “Esbozo para mapamundi” de un tal Oyvind Fahlstrom, una obra que necesitaría por sí sola un par de horas de dedicación (y también una buena lupa).






En otra planta del mismo edificio una exposición llamada “Torres y rascacielos. De Babel a Dubai” que consiste en una serie de maquetas que hace un recorrido sobre los grandes rascacielos de la historia y no sé ustedes pero a mí me chiflan las maquetas.








Días más tarde visité la Fundación Juan March (situada en el barrio de Salamanca y también de entrada gratuita) para ver una muestra llamada “La isla del tesoro” dedicada a la pintura británica de entre los siglos XV y XX. Cuando se habla de pintura británica a mí sólo me salen los nombres de Turner, William Hogarth y Francis Bacon, del primero no recuerdo que hubiera ningún cuadro, del segundo se mostraba una de sus conocidas series morales (y de las que algunos dicen que fueron precursoras del cómic) pero  como suele ocurrir (al menos para los que no entendemos de arte) las cosas se empezaron a animar cuando llegamos al extravagante arte del Siglo XX del que destacaría este mapa de la Pérfida Albión hecho con basura.






Aparte de eso en los edificios de Telefónica (o de MoviStar que ahora mismo no me acuerdo) de la Gran Vía y aledaños hay una exposición bastante maja llena de autómatas que por desgracia a la hora en la que fuí estaban en su mayoría apagados.

TEATRO

A pesar de mi manifiesta aversión a las tablas en general (y a las comedias en particular) acudí invitado a una función en el bonito y viejo (y frío) Teatro Lara para ver una comedia llamada “Burundanga” que es el nombre vulgar que recibe la escopolamina, una especie de suero de la verdad, una sustancia que es precisamente la que desencadena esta comedia de enredos bastante graciosa de por sí (yo desde luego me he reído y es algo que no me pasa a menudo) y que además cuenta con un aliciente argumental del que no hablaremos pero que supone un agradable ejemplo de lo mucho que han cambiado los tiempos para hacer bromas con respecto a según qué asuntos.








CINE

Cinematográficamente la ciudad estaba siendo invadida por el huracán “hobbit” lo cual significaba que ningún otro estreno que tuviera intención de cubrir gastos se atrevería a competir con la nueva obra de Peter Jackson, y dado mi escaso interés por la película (dejando aparte el hecho de que hace falta tener cara dura para exprimir tres filmes de dos horas y pico cada uno a partir de un texto tan breve y simple) no había muchas otras alternativas de manera que no hubo más remedio que escudriñar en los bajos fondos del cine madrileño.





Acudir al “Pequeño Cine Estudio” no es tarea fácil, en primer lugar hay que superar el prejuicio que su petulante nombre produce, en segundo lugar no resulta fácil de encontrar (yo mismo no sabría cómo regresar allí así que no esperen que se los diga a ustedes) y en tercer lugar hay que pasar por la sórdida sensación de estar entrando en la parte de atrás de un restaurante chino de medio pelo. Pero al fin y al cabo de lo que se trata es de que estamos ante un establecimiento que estrena cosas que nadie más se digna a tener en cuenta y sólo por eso se justificaría su existencia, es por ejemplo uno de los pocas salas (creo que incluso la única) que exhibió “O Apóstolo” la película de animación española cuyos desgraciados avatares tuvimos ocasión de comentar hace algunas semanas. 

 

En este caso la película que fuimos a ver era “The Black Power mixtapes” un documental sobre el movimiento de liberación negro en Estados Unidos basado en la recopilación de una serie de reportajes de la televisión sueca entre 1967 y 1975. La película hace precisamente un recorrido del movimiento entre estas dos fechas, arrancando con la alternativa al movimiento pacifista de Martin Luther King que ofrecían los Panteras Negras y terminando con la degradación que la heroína causó en los barrios negros durante los años setenta. El documental tiene las mismas ventajas e inconvenientes que todos los filmes de este tipo, la ventaja es la pura exhibición en crudo del poderoso material histórico que la ilustra y el inconveniente es la falta de un hilo conductor (si exceptuamos una serie de voces en off de personalidades del movimiento que no aportan demasiado y que para el espectador casual son enteramente desconocidas) y la sensación de que se trata precisamente de un mero ejercicio de acumulación de imágenes.
 



Más que una sala de cine con tienda incorporada “Artistic Metropol” es una tienda con sala de cine incorporada en una de las distribuciones de interiores más peculiares que haya visto nunca. El establecimiento tiene una vocación “friki” un tanto irritante (recuerdo que el dependiente-taquillero me comunicó el hecho de que una de las películas que fui a ver sólo podía verse en versión doblada con algo de aprensión como si temiera que yo fuera a saltarle al cuello), de hecho se presenta a sí misma como una sala especializada en terror aunque tuve ocasión de comprobar que su programación amen de abundante era también bastante variada. La cosa está localizada en una oscura calle paralela al Paseo de las Acacias (metro homónimo) en la que comparte espacio urbano con establecimientos abandonados uno de los cuales estaba siendo saqueado por una familia de los Cárpatos el primer día que acudí a conocer el lugar. Allí vi dos películas.

 




No sabía nada de esta película y la verdad es que su visionado ha sido un verdadero descubrimiento. Filmada en 1962, y con una irremediable vocación de cine independiente, se trata de un filme que por temática (e incluso por estética) recuerda a una larga serie de títulos posteriores que no vamos a mencionar pero que un espectador veterano podrá ir identificando. Dado que no parece un material sencillo de conseguir pondremos un enlace a un vídeo de youtube donde se puede ver entera y verdadera.

                                   
 







Hace unos años se estrenó (es un decir) un documental sobre la vida de Joe Strummer, la verdad es que no recuerdo si en dicho documental se hacían demasiadas menciones a una parte de la vida del músico inglés que se desarrolló en nuestro país. “Quiero tener una ferretería en Andalucía” sí que hace referencia precisamente a ese período que se inició cuando la gran etapa de “The Clash” había ya finalizado. El experimento no tiene ninguna posibilidad de ser contemplado desde otra postura que no sea la simpatía o la comprensión, el material original es reducidísimo (no creo que ocupe más de un 5% del metraje) y casi toda la película se basa en testimonios de gente que conoció a Strummer en su época andaluza y nos narran las numerosas anécdotas que tuvieron lugar en dicho período, una forma de cine documental que por lo general suele resultar bastante pobre pero que en esta cinta resulta conmovedora, o al menos yo he tenido la sensación de conocer mucho más de la personalidad encantadora y excéntrica de este hombre de lo que nos narraba el académico documental mencionado anteriormente.
 



Y esto ha sido todo lo que ha dado de sí nueve días en la meseta. El año que viene más (o no).
Fuera ya de los establecimientos marginales donde vi las películas anteriormente comentadas (hablo de los multicines Golem, que están dentro de los circuitos cinéfilos aunque de una forma más establecida) tuve ocasión de ver “César debe morir” de los hermanos Taviani que narra la historia de una función del “Julio César” de Shakespeare actuada por reclusos de una cárcel de máxima seguridad italiana (con la excepción del hombre que da vida a Bruto que, aunque es un antiguo recluso, cuando se rodó el filme ya hacía tiempo que se había convertido en un actor profesional al que pudimos ver por ejemplo en “Gomorra”). Aunque un tanto difuso en sus intenciones es un filme interesante que se apoya sobre todo en la fuerza interpretativa de sus actores aunque el aspecto más interesante de la historia (es decir la influencia que la obra tiene en la vida real de sus interpretes) se queda en un mero esbozo cuyo ejemplo más ilustre es la devastadora frase con la que concluye la película.
 


Y esto ha sido todo lo que ha dado de sí nueve días en la meseta. El año que viene más (o no).