Saturday, May 25, 2013

Visiones

1. WITHIN YOU WITHOUT YOU

Película dirigida por Chan-Wook Park (aunque dudo mucho que alguien hubiera adivinado esto sin saberlo previamente) y que tiene un hándicap que para mí distorsiona el ejercicio de verla: “Stoker” es una película de intriga sin intriga, equivalente a ver un espectáculo de magia al que al prestidigitador se le ve el conejo asomando por el bolsillo nada más salir a escena.

No sé si estamos ante un fenómeno involuntario o ante un premeditado afán de prescindir de los elementos más tradicionales del thriller de misterio pero el efecto final resulta algo descafeinado. La película comienza con la muerte de un cabeza de familia y su sustitución por un personaje perturbador que trastorna la vida de los que le rodean, en especial la de la hija del fallecido, en un cúmulo de referencias que irían desde el “Teorema” de Passolini hasta las primeras obras (las que están más cerca del “giallo” que del puro cine de terror) de Darío Argento.

“Stoker” tiene múltiples elementos de interés que residen sobre todo en la composición de las numerosas y perturbadoras escenas de tensión (más no de suspense ya que este, como se ha señalado antes, ha sido borrado de la trama casi desde el principio) y la interpretación de sus protagonistas (sobre todo Mía Waskikowska y Matthew Goode, Nicole Kidman se limita a hacer de Charlotte Haze) pero el resultado, aludiendo una vez más al hándicap al que se ha hecho referencia al principio del comentario, carece de verdadero interés y resulta por lo tanto fácilmente olvidable. 

2. TODAS LAS FIESTAS DE MAÑANA

Después de una exitosa carrera en el mundo de la música (siempre dentro del “rock industrial” claro) Rob Zombie se lanzó al mundo de la realización cinematográfica en el año 2003 con “La casa de los mil cadáveres”. Sin ser ni mucho menos un experto en la materia, yo siempre he sostenido que esta película inició un movimiento de recuperación del cine más sangriento –y depravado- de los años setenta, un movimiento que se oponía de forma clara a las asépticas y poco arriesgadas películas de terror adolescente que habían dominado el género en los veinte años que siguieron al estreno de “Viernes 13” en 1980. “La casa de los mil cadáveres” huía de la asepsia antes mencionada y apostaba por una orientación más adulta del cine de terror con una labor de visualización de la violencia más explícita y al mismo tiempo más responsable. 


Lamentablemente esta reacción derivó en lo que hoy se conoce como “torture porn”, o lo que es lo mismo un simple ejercicio de casquería sin el menor contenido y dirigido a espectadores tan poco exigentes como los que acudían en los ochenta y noventa a ver la saga de “Pesadilla en Elm Street” o las muchas secuelas de “Scary Movie”. Por su parte Rob Zombie se alejó de dicha tendencia para ofrecer una secuela de su opera prima muy alejada de la misma en el aspecto estético pero mucho más discursiva en torno a las ideas sobre el ateísmo y el triunfo del mal que planeaban de forma algo más velada en “La Casa…”.  




El resto de la carrera de Rob Zombie, antes de la película que hoy nos ocupa, se reduce prácticamente a dos tributos a “La Noche de Halloween” a los que nunca tuve ganas de acercarme ya que opino que el original es una manifestación artística tan atemporal que no requiere de ninguna visión novedosa ni siquiera si proviene de un fan tan declarado como supongo que es Mister Zombie. 



Y con respecto a este último aspecto me parece reseñable el hecho de que Zombie dedicara un film a homenajear a uno de los grandes maestros del cine de terror de los setenta y ochenta cuando la película que nos ocupa hoy es en sí un gran homenaje a ese director en particular y a ese tipo de cine en general.

Se cuenta que “Lords of Salem” ocasionó una serie de reacciones en la audiencia del festival de Sitges que oscilaron entra la perplejidad y la más ruidosa hostilidad, posiblemente se trataba de fans todavía hechizados por el recuerdo de las dos primeras películas del director o bien de personas muy jóvenes y sobre todo desconocedoras de todo el cine de terror que se ha hecho con anterioridad a 1996, porque me resulta difícil creer que alguien que conozca y aprecia la historia del género no pueda sentir la agridulce sensación de calidez y nostalgia que emana de las imágenes de “Lords of Salem”.

La acción tiene lugar en esa célebre localidad de Massachusets (estado en el que nació Rob Zombie por cierto) y es una historia muy clásica de brujería y maldiciones que se prolongan a lo largo del tiempo. La protagonista es Heidi Hawthorne (Sheri Moon Zombie, esposa y musa del director) una locutora de radio que se va involucrando progresivamente en la maldición antes mencionada.




Y tan progresivamente. Es posible que una de las razones que desconcertaran a los espectadores de Sitges sea la lentitud (en el buen sentido de la palabra) y la elegancia con el que se va desgranando la acción que por otro lado está completamente ausente de la brusquedad y los golpes de efecto del cine moderno de terror (así como de los efectos especiales igualmente características del género) y apuesta, como se ha dicho, por un desarrollo pausado en el que el interés está centrado más en los personajes que en los avatares que les acontecen. En efecto la película engancha (a algunos desde luego que sí) por la descripción de la transformación vital de Heidi y de los personajes que la rodean, seres corrientes con vidas modestas y sin demasiadas expectativas (Heidi es una ex adicta que se limita a sobrevivir) que habitan en un entorno sombrío y ordinario.

Quizás la confusión que produce el visionado de “The Lords of Salem” resida en que su director sea capaz de orquestar una historia de una creciente e inmejorable tensión para concluir con un brusco cambio de estilo que aleja la película de los postulados estéticos ya descritos y la introduce en una suerte de pesadilla grotesca más cercana a los ambientes de David Lynch, el Darío Argento más desbocado, el Andrzej Żuławski de “Posesión” o incluso Ken Russell, el apóstol de lo grotesco por excelencia.

 

 


El problema sería así que la película emplea una gran parte de su metraje, y mucho de su talento artístico y técnico, en prepararnos para algo que muchos podrían considerar que nunca llega o que cuando llega resulta insatisfactorio o terriblemente incomprensible. No es un problema para mí, considero este uno de esos filmes que resultan más valiosos por el camino que nos hace recorrer que por el destino final al que nos conduce, esto es un factor que para mí no desmerece lo visionado hasta ese momento de confusión, un momento que incluso puedo apreciar desde un punto de vista exclusivamente estético y que de todos modos al final nos regala un epílogo que se encuentra entre los momentos más bucólicos que se hayan visto en pantalla en lo que llevamos de década.

 

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Thursday, May 16, 2013

La noche más mefien mabbebonita.


Allá por Noviembre del año 2009 despedíamos en estas mismas paginas a José Luís López Vázquez y comentábamos que dicho actor podría ser considerado la personificación del “español medio” al menos durante una época de nuestra historia. Pero añadíamos que ese “honor” quizás debía ser compartido con Alfredo Landa, otro emblema hispano de los años sesenta, hasta tal punto que es, que se sepa, el único actor español que ha dado nombre a un subgénero cinematográfico.

Si López Vázquez “daba vida a ese individuo poco agraciado, no demasiado inteligente y aquejado siempre de una imparable verborrea que tenía que servirse de todos los recursos del pícaro para poder sobrevivir en un mundo que le condenaba a un perpetuo estado de agobio” (cita textual del comentario del año 2009), Alfredo Landa ofrecía más la imagen de un individuo tosco, ingenuo, tampoco demasiado inteligente pero carente de la malicia y de la calculada sumisión de los personajes a los que interpretaba Vázquez. En definitiva, un tipo honesto pero capaz de arrebatos de mala leche de un carácter mucho más físico.

De todos modos, en el caso del comentario de hoy contamos, además de con la abundante filmografía que dejó el actor navarro, con el material añadido de una biografía del propio Landa publicada en 2008 y de una sinceridad posiblemente involuntaria (sobre todo porque el libro al final no le dejaba a él mismo demasiado bien que digamos), un arrebato del que Vázquez (un hombre de una sorprendente opacidad en cuanto a su vida fuera de las pantallas se refiere) no parecía capaz.


Alfredo Landa nació en Pamplona en 1933 hijo de un Guardia Civil y perteneciente por lo tanto a una clase social más castrense que civil, a pesar de ello Landa no dio nunca (a excepción de los últimos años de su vida en los que cayó en las redes de Federico Jiménez Losantos y compañía) muestras de tener ninguna clase de interés en los asuntos del tipo de país que le tocó en suerte  y durante toda su carrera se dedicó (al igual que la inmensa mayoría de españoles) a sobrevivir adaptándose a las penurias del régimen sin meterse nunca en nada que tuviera cariz político.

Pasando por alto sus años de formación en el teatro y yendo directamente, como siempre que hacemos cuando la palma un actor famoso o al menos conocido, a su lista de películas de la imdb la primera que descuella es “Atraco a las tres” la comedia de José María Forqué que constituye una de las cumbres del género en nuestro país por más que la interpretación de un Alfredo Landa de 29 años, y prácticamente bisoño en papeles de entidad en el séptimo arte, palidecería al lado de monstruos de la profesión como Gracita Morales, Manuel Alexandre, Cassens, Agustín González o el recurrente J.L. Vázquez 



Al año siguiente (tras otros trabajos entre ellos una participación que la verdad no recuerdo en la película “El Verdugo”) vino otro papel secundario en una película no demasiado celebrada pero por la que siento debilidad, se trata de la versión de “La Verbena de la Paloma” con Vicente Parra y Concha Velasco en los papeles principales y en la que Landa daba vida, con desternillante eficiencia, a un pobre hombre que le “prestaba” su novia a Julián para darle celos a la Susana.






La década prodigiosa siguió desgranándose entre más papeles de reparto entre los que destacaría el de “Ninette y un señor de Murcia” (un rol que repetiría veinte años más tarde para una serie de televisión), “La ciudad no es para mí” (hacía una simpática intervención en forma carnicero aficionado a recitar pasajes de “Don Juan Tenorio”) y “De cuerpo presente”, un insólito intento de hacer cine experimental del que el propio Landa renegaría en sus memorias.






Hasta ese momento la carrera de Landa, como se ha dicho antes, era la de un secundario resultón, un rostro bonachón y simpático que siempre resultaba agradable ver en pantalla, una de esas caras que siempre se recuerdan aunque lo que jamás recordemos es el nombre que se esconde detrás de ella. Y en eso llegó el “landismo”.

Estábamos a finales de los años sesenta y el cine popular respondía, como ha sucedido siempre aunque como siempre también de manera implícita, a los cambios sociales y políticos del país, la influencia del turismo masivo en las costas españoles, el intento de los gobernantes del país por integrarse en la realidad europea que nos rodeaba y la inevitable suavización de la férrea moral católica imperante, trajo consigo una relajación de las costumbres que dio como resultado el nacimiento del personaje que convertiría a Landa en uno de los rostros más populares del país, en su encarnación del español nacido en los linderos de la Guerra Civil y criado en medio de una extremada represión sexual que se mostraba confundido y a la vez excitado por el abanico de posibilidades que de improviso se le presentaban a él y a la nación entera. Quizás la imagen más emblemática de aquel tipo de cine, y del landismo en particular, sea la del comienzo de “Manolo la Nuite”, ilustración de las fantasías eróticas de una toda una generación.





¿Y con qué película empezó el landismo? Pues no lo sé, entre otras cosas porque no he visto la mayoría de ellas, ya cuando las pasaban con frecuencia por la televisión me parecían bastante malas (el propio Landa decía en su biografía que la mayor parte de ellas eran una mierda) y posteriormente no he sentido el más mínimo interés por recuperarlas (un interés que sí anima a un puñado de cinéfilos españoles empeñados en revivir una época de cutrez que la mayoría de ellos no tuvo ocasión de sufrir en sus propias carnes).   

De todas maneras sí que recuerdo haber visto algunos de los filmes de esa etapa, entre ellos por ejemplo, “No somos de piedra”, dirigido por Manuel Summers y con un historia en la que Landa interpretaba a un exasperado marido que montaba una pantomima en la que un falso obispo convencía a su mujer (la imprescindible Laly Soldevila) para que tomara anticonceptivos y así poder echarle un casquete que no concluyera inevitablemente en un nuevo hijo que engrosara su  ya numerosa prole. 


También está “No desearas al vecino del quinto” en el que el actor daba vida al propietario de una boutique que, gracias a su aspecto asarasado, conseguía vencer los recelos de los maridos y novios de sus clientas para así ponerse las botas con ellas sin miedo a un recibir un escopetazo. El filme encabezó durante muchos años la lista de los más taquilleros de nuestra industria.



Y también está por supuesto “Vente a Alemania Pepe” de Pedro Lazaga (uno de los sumos sacerdotes de la cochambre fílmica nacional) que por lo menos combinaba la astracanada habitual con una suerte de análisis social del fenómeno de la emigración e incluso del exilio político. Posiblemente uno de los pocos títulos de esta lista que da menos vergüenza ajena ver



Algunos nombres que destacan un poco entre una interminable relación de películas (en ocasiones incluso cuatro al año) que poblaron toda la etapa del tardofranquismo, la mayor parte de las cuales no valdría, repito, la pena revisar ni siquiera con intenciones antropológicas pero que fueron la mayoría grandes éxitos de público y que contribuyeron a que Landa adquiriera fama y fortuna mas no demasiado auto estima según, una vez más, sus propias palabras.

Pero así era la vida, Alfredo Landa era en el cine el equivalente a un trabajador de clase obrera, había que levantarse por la mañana y meterse en la mierda para mantener a la familia y pagar las facturas, no había tiempo (ni posiblemente intención) de pensar en lo que se estaba haciendo, había que trabajar lo más que se pudiera y aprovechar al máximo la época de vacas gordas en una profesión tan inestable como la de actor.

Pero de todos modos Landa tampoco era inmuneal anhelo de todo artista por, además de ganarse la vida, adquirir alguna clase de excelencia en su profesión, sabía lo que estaba haciendo y lo aceptaba pero tenía sus ilusiones de trascender un poco al tipo de películas que le había hecho célebre. El primer intento por diferenciarse un poco de tanta grima vino con “El puente” ya en 1977 y con nada menos que Javier Bardem a los mandos. En esta suerte de road movie a la española, Landa interpretaba a un obrero que trataba de llegar a la costa para darse un homenaje de sangría, marisco y suecas durante unos días de puente, en resumen un carácter emblemático de la filmografía del actor, en su recorrido el juerguista se tropezará con la realidad social y política de su país y acabará por adquirir conciencia de clase


De todas maneras este tipo de veleidades artísticas no hacía olvidar al actor qué era lo que pagaba las habichuelas y el mismo año que se estrenó el puente aparecía también en “Tío ¿de verdad vienen de París?”, escrita y dirigida por Mariano Ozores (ídem al comentario anterior entre paréntesis sobre Pedro Lazaga) con un argumento similar al de la comedia americana “Uncle Buck” aunque con unos niveles de rijosidad, comprensibles a principios de década pero inadmisibles en plena Transición, que culminaba en una delirante escena en la que Landa se “disfrazaba” de homosexual para infiltrarse en una fiesta gay y salvar a su sobrino de una pandilla de saturnianos que pretendían llevárselo al huerto. Estuve tan obsesionado con esa escena que conseguí bajar la película, editarla y ponerla en youtube para espanto de las generaciones futuras.



De hecho esta dualidad se reproduciría a lo largo de los años siguientes y Landa siempre combinó títulos con algo de prestigio con horrendas producciones como “Polvos mágicos” (que se convirtió en un inesperado éxito de público a pesar de los deseos expresos de Landa de que un rayo fulminara el negativo haciéndolo desaparecer por completo) o “Profesor eróticus” (a la que Landa dedicó idénticos deseos aunque esta al menos no la vio ni el Tato). En resumen un montón de porquería que ni siquiera tenía algo de la gracieta de las películas del landismo y que constituyen el punto más bajo de la filmografía patria y un tipo de cine que, para bien o para mal, terminaría por desaparecer en los años siguientes


Pero bueno, dejemos la caspa y volvamos al cine de verdad y a las muchas y buenas películas que Landa protagonizó en los años que siguieron a su redescubrimiento como actor. En 1979 se produjo el primer encuentro con un cineasta que resultaría fundamental en su nueva etapa, hablamos de José Luís Garci  y de “Las verdes praderas”, filme en el que Landa interpretaba a un ejecutivo de una compañía de seguros que manifestaba una creciente insatisfacción por el estilo de vida pequeño burguesa en el que se encontraba inmerso. La película era deudora de la inefable mitomanía de Garci y aspiraba a ser la versión española de todos esos títulos sobre ejecutivos estresados que protagonizara Jack Lemon, lo malo es que en ya en su día la cinta tenía un cierto aroma de ausencia de verosimilitud pues no respondía ni con mucho a la forma de vida de la mayoría de los españoles y vista hoy en día resulta tan floja y blanda como la mayor parte del cine del director asturiano.



Ese mismo año se estrenó “Paco el seguro”, una coproducción francesa la cual no sólo no he visto, sino que hasta que leí sobre ella en la biografía antes reseñada desconocía su existencia, aunque la descripción que de ella hace Landa (como una tragedia de ribetes sofoclianos)  consiguió captar mi interés y espero poder verla algún día.

Dos años más tarde llegó “El crack”, un nuevo homenaje de Garci al cine de su infancia, en esta ocasión centrado en el género negro. Landa interpretaba aquí a Germán Areta, un investigador privado con todos los tópicos de la profesión, quizás estemos ante posiblemente el mayor esfuerzo del actor por separarse de los papeles en los que se había encasillado, de hecho muchos opinan que tuvo que dejarse el bigote para conseguirlo. Dos años más tarde protagonizaría igualmente “El crack 2” con pretensiones y resultados semejantes.


Pero el gran momento de Alfredo Landa llegaría en 1984 cuando Mario Camus adaptó a la gran pantalla uno de los dramas rurales de Miguel Delibes. Estamos hablando por supuesto de “Los santos inocentes”, un gran éxito de crítica y público, una de las mejores y más laureadas cintas de nuestra filmografía más reciente y un filme en el que Landa tuvo que medirse con un impresionante elenco de actores entre los que estaban Francisco Rabal, Juan Diego (mi preferido), Agustín González, Terele Pavez, Mary Carillo, etc…. Landa consiguió hacerse un hueco con su interpretación de Paco “El bajo”, un campesino que vivía en estado de semi esclavitud al servicio de unos señores cuya actitud era en el mejor de los casos de un paternalismo nauseabundo (inolvidable la estremecedora imagen de Paco convertido en un hombre-perro olfateando la caza del amo). La interpretación del dúo protagonista (Landa y Rabal) mereció un premio en el festival de Cannes y de este modo se puede considerar esta película como el mejor momento de la carrera del actor que hoy homenajeamos


Pero la vida seguía y en España muy pocos actores pueden criar fama y echarse a dormir, incluso con un éxito como este a las espaldas. El landismo hacía tiempo que había terminado y Alfredo al menos podía permitirse el lujo de no poner su nombre a los bodrios en los que había tenido que trabajar en la década anterior, eso ya se había acabado. El mismo año en el que se estrenó “Los santos inocentes” Landa volvió a televisión para co-protagonizar una nueva versión de “Ninette y un señor de Murcia” y dos años más tarde volvió a repetir en “Tristeza de amor”, dos buenas y populares series de los tiempos anteriores a la privatización.

Pero también continuó su trabajo en el cine con mayor o menor suerte,  algunas veces mayor como en “El bosque animado” en la que interpretaba al bandido Fendetestas y en la que tenía una memorable escena con el bueno de Manuel Alexandre.




El resto de su filmografía fue una alternancia entre la televisión y el cine, en cuanto a este último buena parte de los filmes en los que intervino vinieron de la mano una vez más de José Luis Garci, cineasta con el que pondría punto y final a su carrera con la película “Luz de domingo”, lo malo es que también se puso punto y final a una relación personal y profesional de casi treinta años de duración sin que nunca se supieran con claridad las causas.

Al año siguiente Alfredo quiso poner punto y final a su carrera recibiendo el Goya homenaje a su trayectoria profesional, prometía ser una noche memorable pero nadie esperaba que lo fuese tanto, lo que ocurrió durante esa velada ya lo narramos en su momento  pero quedé tan fascinado por aquel espectáculo que no paré hasta conseguir una grabación en directo y sin editar (y por lo tanto sin censura al menos hasta su parte final) de la retransmisión radiofónica de aquella que me gustaría compartir con todos ustedes


 

Pero a nivel personal para mí el último acto de la vida de Alfredo Landa tuvo lugar con la lectura de esas memorias a las que se ha ido aludiendo a lo largo de todo el comentario, el libro se titula “Alfredo el Grande” y, lejos del tópico de que la vida personal de un actor no tiene nada que ver con los personajes que interpreta, el texto resulta una confirmación de la imagen que el público tenía del actor: un hombre vehemente, franco, muy poco dado a la sutileza, amigo de sus amigos e incapaz de guardar rencor a sus menos amigos (porque enemigos tampoco creo que tuviera) por más que no se privara de airear en público las vergüenzas de muchos de sus contemporáneos (motivo por el que el libro fue acogido con cierta polémica). Pero también revelaba, tal y como asimismo se ha dejado caer a lo largo del comentario, a un hombre que, sin dejar de recalcar que en la dura profesión de actor en la España de antes y ahora nunca se puede hacer ascos a ningún trabajo, siempre fue consciente de la cantidad de bodrios que se vio obligado a protagonizar y co-protagonizar y siempre tuvo el deseo íntimo de transcender un poco a toda esa mugre y lograr ganarse la vida de una manera más digna, algo que no logró hacer hasta el final de su vida.

Pero sobre todo el libro resulta un extraordinario documento acerca de toda una generación, los nacidos antes, durante o poco después de la guerra, obligados a vivir en una España terrible “de charanga y pandereta, cerrado y sacristía”, afrontando sin más armas que el tesón, el ingenio y la mala leche las innumerables cabronadas que tenían que sufrir los que tenían que ganare la vida día a día cualquiera que fuese su profesión, ya se tratase de un fontanero o de un actor (imprescindible el episodio que enfrento al bueno de Alfredo con el implacable vampiro de José Luís Dibildos) y que pasó de la postguerra, al desarrollo económico, el tardofranquismo, la transición y lo que quiera que sea el país en el que estamos ahora con la misma sensación de desconcierto. Hijos del agobio y del dolor.



Monday, May 06, 2013

Visto y a veces no oído.

1. LA PERDICIÓN DE LOS HOMBRES


Película turca de ciento cincuenta minutos de duración. Algunas personas podrían pasar lo primero pero no lo segundo, o viceversa, pero la idea de la combinación de ambas está claro que produce cierta aprensión incluso en cinéfilos curtidos como el que esto escribe.

Existe cierta tendencia a criticar la motivación de un metraje tan excesivo – puesto en relación con los noventa minutos que suele durar una producción media-, en ocasiones he compartido dicho criterio con según qué película pero en este caso no podría hacer tal, puede ser que “Érase una vez en Anatolia” dure mucho pero no hay en ella nada que sobre, todos y cada uno de esos ciento cincuenta minutos antes mencionados tiene su justificación a la hora de explicar la historia y el temperamento de los personajes que en ella intervienen.

En cuanto al carácter turquesco del filme, tampoco es algo que debiera influir en cualquier análisis del visionado de esta película, porque lo que se cuenta es algo que hemos visto en muchas otras: puede suceder en un campo nevado de Dakota del Norte (Fargo) o en un llano en llamas de México (La perdición de los hombres): es la historia de un crimen rural, un hecho vulgar, violento y grotesco, que sin embargo consigue retratar el ambiente en el que se desarrolla y provoca diversas reacciones entre los que asisten al pequeño drama haciendo que –algunos- se replanteen su lugar en un mundo en el que se puede desaparecer súbitamente en medio de un resplandor de mediocridad.

En este caso se narra cómo una comitiva de funcionarios judiciales, policías y soldados recorre las colinas de Anatolia en busca de la victima de un crimen cometido por oscuros motivos. El cortejo transita de forma estéril las desoladas regiones en busca del cadáver enterrado, un transito que produce diversas reacciones entre los protagonistas del monótono vagabundear aunque todas ellas giran principalmente en torno al cansancio, el  hastío y la exasperación por un crimen inescrutable y un procedimiento que parece no tener fin. Un inesperado arrebato lírico en medio de este sórdido ambiente marca un punto de inflexión en el desarrollo de la película que de la oscuridad (física y mental) de su primera hora de metraje pasa a un retrato algo más costumbrista sin dejar a un lado cierto tipo de reflexión filosófica que, por el contrario, podría aplicarse en cualquier lugar del mundo y en cualquier época de la historia.  

2. FENÓMENOS EXTRAÑOS

 


Los productores del “Calígula” de Tinto Brass decidieron añadir una serie de insertos pornográficos a lo largo de todo el metraje con el fin de estimular su visionado (era el año 1979, ustedes entenderán). Con la última película de Isabel Coixet ocurre algo parecido.

El filme se ha vendido como una especie de metáfora sobre la crisis en la que estamos inmersos desde hace siete años, sin embargo todo lo que en la película tiene que ver con esta cuestión (el ambiente político-social mostrado a través de noticieros y titulares de periódicos así como las referencias que al tema hacen los dos únicos personajes protagonistas) resulta obvio, forzado, desagradable y además da la sensación de ser un añadido al guión original con la idea (o al menos esa la impresión que se transmite) de dotar al filme de un valor añadido que en el fondo nada tiene que ver con lo que en realidad se quiere contar.

Lo curioso es que la película va ganando a medida que se despoja progresivamente de todo este  incomodo bagaje y se acerca a lo que posiblemente debió ser en su origen: la historia de una pareja que tras una prolongada separación (provocada por un trágico suceso) se reúne para ajustar una larga serie de cuentas pendientes, así pues podríamos resumir rápidamente esta película como una historia que fracasa en lo simbólico y triunfa en lo íntimo y personal. Bueno quizás la palabra “triunfar” sea un poco excesiva dado que el principal lastre que arrastra la película, aparte del ya mencionado, es la autoconsciente, teatral, excesiva y casi risible interpretación de Candela Peña, sobre todo si se la compara con la sobria y ajustada del siempre (desde los tiempos de “Ay Señor Señor” hasta nuestros días) de Javier Cámara. No sé si Candela Peña es buena o mala profesional, no he visto demasiadas películas de ella, pero desde luego en esta dan ganas de que parte del rocoso decorado del filme le caiga en la cabeza, pero hay que decir que también hay momentos en los que su trabajo resulta sobresaliente, son esos en los que la actriz se olvida de actuar y se pone a actuar (yo tampoco lo entiendo).


3. TATA GUGU




 

“Nana” es básicamente 60 minutos de una nena de 5 años haciendo sus monerías. Nada que objetar, la película al final resulta un ejercicio agradable de ver en sí misma, pero intentar encontrar algún sentido simbólico (como el que podría ser la repetición de los primitivos rituales campestres de los adultos) a esta versión ampliada y mejorada de un vídeo doméstico es un ejercicio destinado al fracaso. 


4. EL SÍNDROME DE ULISES

 



Entre “Malas Tierras” (su primer largometraje) y “Días de cielo” Terence Malick dejo pasar cinco años, su siguiente filme, “La delgada línea roja”, tardó diez años en estrenarse, luego pasaron otros siete años hasta que llegó “El nuevo mundo”, y más tarde  seis años más hasta que se presentó “El árbol de la vida”.

El hecho de que “sólo” un año después de su último estreno (y hay noticias de otros tres filmes en post producción lo que a lo mejor simplemente nos indica que el señor Malick ha caído en la cuenta de que la vida es muy corta) se haya presentado asimismo un nuevo proyecto, unido al hecho de que dicho nuevo proyecto “sólo” duraba 112 minutos (cuando la medía de sus tres últimas producciones era de 148) hizo que la comunidad cinéfila se amoscara un poco ante la llegada de “To the wonder”. 
 
Estaba claro que tras alcanzar la excelencia con “El árbol de la vida” (opinión que comparto con algunos matices) no era fácil que en tan poco tiempo los devotos de su cine soportaran una nueva obra maestra trascendental, porque precisamente las objeciones a “To the wonder” no han venido de los detractores de Malick (o más bien de los detractores del tipo de cine que Malick representa) sino precisamente de aquellos que habían caído subyugados por su anterior obra.

Antes que nada tengo que decir que mi opinión sobre la película está forzosamente alterada por el hecho de que tuve que verla en versión original y sin subtítulos, un esfuerzo inevitable si se tenía en cuenta que los diálogos son, además de en inglés, en francés, español e italiano. En cualquier otro filme esta circunstancia hubiese sido un serio hándicap pero lo cierto es que si existe un estilo fílmico en el que lo visual esté por encima de lo narrativo es precisamente el que practica Malick. Es posible que, precisamente por esta circunstancia, no haya prestado demasiada atención a los avatares sentimentales de los protagonistas de esta historia y sí más a un cúmulo de sensaciones (potenciadas por las habilidades estilísticas de Malick así como por su delicado uso de la banda sonora) que reflejan de un modo, que para mí no tiene precedentes, la sensación de desamparo y extrañamiento de dos personas forzadas a vivir en un ambiente que les es ajeno, incluso aunque el resto de la película careciera de valores artísticos (que tampoco es el caso) las imágenes de Marina (una joven francesa) y el padre Quintana (un sacerdote de origen español) recorriendo con desconcierto (que resulta doble en el caso del clérigo pues a la desazón del extranjero se une la progresiva pérdida de la fe cristina) el paisaje aséptico (un mundo según Marina “limpio, honesto y rico”) de las ciudades y praderas de Oklahoma harían que la experiencia de ver esta película valiera la pena.   


  

Wednesday, May 01, 2013

Señor, señor, las cosas que hemos visto.

1. LOS NIÑOS Y LOS BORRACHOS


Thomas Vinterberg tiene el dudoso honor de haber producido –y con sólo 29 años- el mejor filme de aquel movimiento conocido como “Dogma” (que terminó por ser más valioso por el debate que trajo consigo que por sus resultados puramente cinéfilos). Después de aquello el director danés encadenó una serie de películas con mayor o menor fortuna (más bien menor que mayor) de la que sólo recuerdo “Querida  Wendy”, una interesante metáfora sobre los Estados Unidos y su especial interpretación del concepto de defensa propia que sólo vimos algunos y que nos gusto todavía a menos.









Después de este estado de semioscuridad Vinterberg vuelve al candelero con una cinta que tiene muchos puntos en común con su obra más alabada. Si recordamos, “Celebración” contaba la historia de un hombre que aprovechaba una reunión familiar para echarle en cara a su padre haber abusado de él y sus hermanos cuando eran niños, en “La caza” se invierte el punto de vista y se aborda la cuestión de la pederastia desde la óptica del profesor de una guardería infantil que es acusado de abusos sexuales por parte de una alumna.

Lo primero que hay que decir es que no estamos ante un thriller de suspense que gire en torno a la culpabilidad o inocencia de un sospechoso, por las razones que sean el realizador danés deja esta cuestión totalmente clara desde el inicio de la película, como si quisiera precisamente que nadie se distrajera con esta circunstancia. Lo cierto es que a nivel personal me parece una orientación contraproducente desde un punto de vista estrictamente cinematográfico (el dejar a un lado la cuestión de la presunción de culpabilidad –o inocencia- en un asunto tan proclive a la ambigüedad como los abusos sexuales en la infancia me parece perder una baza importante para sostener el interés del argumento) y como mínimo inquietante desde un punto de vista moral porque pone en duda un principio casi inatacable en lo que a este tipo de delitos se refiere.

Sin embargo al margen de esta cuestión, que por sí sola ya daría para debatir bastante, lo más impactante de “La caza” es esa metódica descripción de la progresiva caída en el infierno de Lucas (el profesor en cuestión al que interpreta un Mads Mikelsen cada vez más en boga y al que acompañan en su trabajo algunos viejos rostros conocidos de los tiempos del “Dogma” ) que sentirá en sus propias carnes como la comunidad en la que había vivido, y en la que se creía integrado, se vuelve en su contra con un encarnizamiento sobrecogedor. El espectáculo de la caída en desgracia de Lucas –una desgracia amplificada por el hecho de estar acusado de un crimen del que es imposible defenderse- resulta verdaderamente doloroso y está muy cerca de ese extraño sentido del drama excesivo del que hacían gala los directores del movimiento cinematográfico antes mencionado e incluso recuerdan a las demoledoras tragedias del igualmente excesivo R.W. Fassbinder.

La película no obstante concluye con una suerte de redención no demasiado coherente (al menos desde el punto de vista de nuestra sociedad) o al menos no demasiado bien explicada y contiene una coda final sobre la que también se podría estar debatiendo largo y tendido.

En resumen quizás uno de los estrenos más interesantes en lo que llevamos de año y desde luego es una buena noticia que Vinterberg haya vuelto de nuevo a primera línea del cine europeo moderno (bueno ustedes ya me entienden).      


2. LA DOCTORA QUE SURGIÓ DEL FRIO.




Una nueva muestra de ese subgénero que podríamos denominar “drama comunista”  y que suele narrar, desde un punto de vista más social y humano que político, algún episodio ambientado en un país de la Europa del Este antes de la caída del telón de acero.

En el caso de “Bárbara” se cuenta la historia de una doctora degradada a un puesto en un hospital de provincias debido a algún oscuro episodio político del pasado. La recién llegada se muestra reticente a establecer lazos de amistad o simple camaradería con sus nuevos compañeros de trabajo aunque su reserva tendrá un motivo, al margen de la atávica frialdad alemana, que el argumento desarrollará más tarde.

Precisamente  uno de los méritos de la película es lograr sobreponerse a la sequedad del carácter de sus protagonistas y al sombrío ambiente en el que se desarrolla la acción y ofrecer una historia donde los sentimientos se transmiten en puros actos de sacrificio y amor (por la profesión médica y por la humanidad) más que en palabras y gestos fútiles. Aunque desde luego lo más interesante de “Bárbara” reside precisamente en la descripción de la vida cotidiana en una región olvidada de la RDA, una descripción que no carga las tintas en los aspectos más llamativos de dicha cotidianeidad sino que la revela a partir de innumerables pequeños detalles que conforman una visión perturbadora de un régimen burocratizado y paranoico en el que la represión resulta poco visible (aunque de forma muy contundente por más que la encarnación de dicha represión sufra más adelante una transformación peculiar) pero siempre manifiesta.