Abecedario del crimen. Capitulo XVI. Suffer Little Children
¿Es la maldad algo contagioso como la rabia? ¿Puede una persona en apariencia normal convertirse en un asesino despiadado simplemente por la influencia maléfica de otra? Si es difícil aceptar que una persona cometa un acto de violencia extremada e inmotivada más perturbador es admitir el hecho de que pueda contaminar a otra de tal manera que ésta decida libremente acompañarle en el descenso al infierno.
Tal es el caso de lo que en la historia criminal se conoce como “locura de dos” (folie a deux) de la que hay abundantes ejemplos, quizás el más conocido el de Bonnie y Clyde
que a pesar de su atractiva imagen cinematográfica eran un par de asesinos psicópatas odiados incluso por los otros gansters de la época. También es el caso, mucho menos célebre pero igualmente idealizado en la película “Malas tierras” de Terence Malick, de Charles Starkweather y Caril Ann Fugate pareja de asesinos adolescentes de los años cincuenta.
Un ejemplo más reciente es el de Paul Bernardo y Karla Homolka protagonistas de los hechos conocidos como “los asesinatos de Barbie y Ken” por el impecable aspecto de los dos criminales.
Pero todos estos horrores palidecen ante el caso que nos ocupa hoy. La historia de Ian Brady y Myra Hindley, los monstruos del pantano.
Myra Hindley era una agradable muchacha de Manchester, de clase obrera y católica conversa. Le encantaban los animales y los niños, trabajaba de canguro y a los dieciocho años todavía se sonrojaba al oír un taco.
El 16 de Junio de 1961 cuando contaba diecinueve años se inició como mecanógrafa en la empresa Millwards Merchandising, donde un apuesto y lánguido joven trajeado de veintitrés años le dictó su primera carta. El susodicho era el jefe de almacén, el escocés Ian Brady.
Brady era hijo ilegitimo de una camarera de Gorbals, un suburbio de Glasgow. Fue criado por padres adoptivos y una beca le permitió estudiar en un colegio para familias más prósperas donde se ganó fama de ladrón y de abusar de los niños más pequeños. A los trece años le condenaron a dos de libertad vigilada, durante los cuales reincidió diez veces ganándose dos años más. Después de dar un par de tumbos por el Reino Unido por fin fue a parar a Manchester y a la fábrica de Millwards.
Pero todo este turbulento pasado era desconocido para Myra que cayó rendida de amor. Empezó a escribir un diario: “Hoy Ian me ha mirado. Ojala me quiera y un día nos casemos”. Durante todo 1961 el diario de la muchacha fue un registro de la indiferencia de su ídolo, un individuo huraño siempre vestido de negro o gris. El 25 de julio Myra apuntó “Todavía no le he hablado”. El 18 de octubre “Ian sigue sin reparar en mí”. Y el 2 de diciembre “Le odio, ha matado todo el amor que sentía por él”. Por fin el 22 de diciembre, triunfal, Myra escribió “¡Hoy he salido con Ian!”. La relación empezó y el día de año nuevo la muchacha apuntó en su diario “Papá e Ian estuvieron hablando como si se conocieran desde hace años. Ian es tan bueno que me dan ganas de llorar”.
Hasta ese momento Myra no había tenido noticias del verdadero carácter de Brady debido al hermetismo del joven pero más tarde la muchacha empezó a notar que a Brady le disgustaban los judíos, prefería las cosas alemanas y era versado en la filosofía del marqués de Sade y el pensamiento nazi. Tenía grabaciones de discursos de Hitler y pronto bajo la influencia de su novio Myra empezó a leer libros como “Mi lucha” “Seis millones de muertos” y “Eichman”. Como observó la bibliotecaria del barrio, Barbara Hughes: “Ian siempre iba derecho al estante de crímenes verídicos”. En especial le interesaba la historia de los asesinos Leopold y Loeb. También acumuló una buena colección de libros sobre el fetichismo del cuero, el sadismo sexual y el bondage en tiempos en que no era fácil acceder a esos temas.
Al mismo tiempo la vida sexual de la pareja entró en una cierta deriva. Después de hacer el amor unas pocas veces Brady se cansó del acoplamiento vaginal y empezó a buscar alternativas (omitiremos detalles) tras lo cual pasaron a una siguiente fase en la que ella quedó casi omitida; su participación se limitaba a estimular las masturbaciones de Brady de las formas más extravagantes. Al menos en una oportunidad –se sabe porque se fotografiaron- hicieron el amor encapuchados; en las nalgas de ella se aprecian marcas de látigo. En otra ocasión Ian se fotografió orinando contra una cortina.
Al mismo tiempo Brady seguía adoctrinando a Myra en su peculiar forma de ver la vida; le enseñó, por ejemplo, que todo el mundo es corrupto. Dios, le dijo, había muerto; de hecho, Dios no era más que una superstición, un cáncer inoculado en la sociedad. Al igual que Sade pensaba que la violación no era un delito sino un estado de ánimo. Según el marqués, matar no tenía gran cosa de malo: “Lo cierto es que esta clase de destrucción es beneficiosa. ¿Qué le importa a la naturaleza que cierta masa de carne que hoy es un bípedo vivo sea destruida por obra de otro bípedo?”
Eran ideas exóticas para el Manchester de los años sesenta; y Hindley se dejó fascinar. Asimilaba ávidamente todo lo que Brady decía. Se alimentaban el uno del otro. Myra no tardó en odiar a los niños, abjurar de su religión, rechazar el matrimonio y despreciar cualquier evento social, los bailes por ejemplo. Se decoloró el pelo y posó en botas de caña alta a la manera de Irma Grese, la Fiera de Belsén. Aislada de su medio original fundió su carácter con el de su amante.
Brady se solazaba en esa admiración y hacia 1963 la folie a deux amenazaba con pasar de las fantasías a la realidad. Brady se fue a vivir con Myra a la casa de la abuela de ella, en Bannock Street, y la convenció de que se inscribiera en un club de tiro, donde la muchacha compró una Webley 45 y un Smith & Wesson del 38. En un principio Brady concibió un plan para robar el dinero de unas nóminas pero luego cambiaron de opinión porque Brady había ideado un plan más audaz: cometer el asesinato perfecto. Su mayor ambición ahora era matar niños.
Las razones de esta obsesión por el infanticidio podrían achacarse al manifiesto desprecio que la pareja sentía por la humanidad. Si había que exterminarlos a todos ¿por qué no empezar desde el principio? Sin embargo posiblemente toda esta parafernalia filo nazi y anti social no respondía más que a una justificación para la morbosa atracción sexual de Brady por la tortura y el asesinato de niños.
Lo cierto es que Hindley y Brady acordaron recorrer las calles secundarias del Manchester residencial buscando a alguien a quien secuestrar. Myra iría al volante de la furgoneta que habían adquirido hace tiempo cuando sus planes aún no pasaban del robo. Cuando Brady divisará una víctima prometedora le haría señas con las luces de su moto y entonces ella se detendría y convencería al niño de que subiese con cualquier pretexto. Era el mes de julio de 1963.
La primera víctima elegida por Brady fue Pauline Reade de 16 años.
Como Hindley hablaba de vez en cuando con la madre de la chica, todo resultó más sencillo de lo esperado. Myra le pidió a Pauline que la ayudara a encontrar un guante perdido en los brezales durante un picnic. La niña fue llevada a un hermoso paraje de Hollin Brow Hill y presentada a Brady. Myra los dejó solos “buscando el guante” mientras ella iba a aparcar la furgoneta. Cuando regresó Pauline yacía en el suelo desangrándose.
El 23 de noviembre le tocó el turno a John Kilbride de doce años que fue “levantado” cuando había salido a comprar seis peniques de galletas.
Siete meses más tarde fue asesinado Keith Bennet también de doce años
, seis meses después murió Lesley Ann Downey de diez años
y por último el 6 de octubre de 1965 Edward Evans de diecisiete años.
Para el último asesinato montaron un espectáculo: invitaron a David Smith, cuñado de Myra, con la esperanza de convertirlo en discípulo. Smith debía más de catorce libras en alquileres atrasados y se puso de acuerdo con su cuñada y su novio para explorar por la ciudad buscando a alguien a quien desplumar. Pero en lugar de eso Ian y Myra volvieron con Eddie Evans, un joven homosexual, a quien habían invitado a tomar una copa.
Avanzada la noche, Myra fue a ver a Smith y le pidió que le acompañara hasta un callejón a la vuelta de la esquina. En principio Smith estaba de acuerdo con Brady y su maestro Sade en que “los hombres son como gusanos pequeños, ciegos e inservibles”. En la práctica quedo atónito por el espectáculo de Brady destrozando a Evans a hachazos. Aun así ayudó a subir el cadáver a la habitación de Myra e, hipnotizado, se quedó a ver cómo la pareja comentaba los sucesos de aquella noche mientras tomaba vino y té frente al calor de la chimenea. Brady decía: “Este fue el que más ensució”. Myra contestaba: “¿Has visto la cara de asombro que puso al primer golpe?” y luego “¿Te acuerdas Ian cuando fuimos a los brezales con un cadáver en el asiento de atrás?”.
Smith se marchó a las tres de la mañana pero, en absoluto convertido, corrió a su casa ciego de terror, vomitó y a las seis llamó a la policía desde una cabina, armado con un destornillador por si Brady andaba merodeando.
La policía descubrió el cadáver de Evans en una habitación cerrada y detuvo a Brady aunque nadie se ocupó de Myra hasta cinco días más tarde. Ninguno de los dos confesó.
Es normal que los asesinos en pareja se culpen mutuamente, pero Brady intentó exonerar a Hindley. Nueve horas de careo no fueron suficientes para que reconociera su culpa ni la de ella. Ambos acusaron a Smith. Pero al poco tiempo la pareja quedó separada y, lejos del hechizo de Brady, Myra se vio por fin con lo mismos ojos con los que la veía el resto de la nación: no como una pionera social sino como un monstruo. Empezó a declararse ella misma víctima de la nefasta influencia de Brady y éste se sintió traicionado y comenzó por fin a hablar aunque sólo admitió parte de los crímenes.
La ciudad entera quedó conmocionada. En el tribunal Patrick Downey, padre de una de las víctima,s trató de matar a Brady con una pistola. La pareja tuvo que ser juzgada protegida por una mampara de cristal antibalas.
Pero lo peor vino en otro punto del proceso cuando salió a la luz la grabación de dieciséis minutos que hicieron los asesinos de los últimos momentos de Lesley Ann Downey. Lesley había sido raptada el 26 de diciembre de 1964, cuando volvía a su hogar desde una feria montada en el parque de atracciones local. Hindley dejó caer aparatosamente unos paquetes y le pidió a la niña que la ayudara, primero a llevar las compras al coche y luego a entrarlas en su casa. Alli les esperaba Brady en una habitación preparada con focos, cámara y magnetófono. Tenía la absurda idea de ganar dinero vendiendo las imágenes a pervertidos, aunque probablemente esta motivación fuera la menos importante. El fin principal era obtener un recuerdo duradero de aquella jornada. Después de quitarle la ropa a Lesley y fotografiarla desnuda, Brady la violó y la mató. En las fotos no se ve mucho: apenas una niña desnuda en una secuencia de poses semiobscenas, amordazada con una bufanda de hombre, levantando una pierna o abriendo los brazos como en un ejercicio infantil de danza. La cinta es más explicita y contiene gritos y lloros de la niña y por encima de eso se escucha la voz de Myra a veces conciliadora, a veces amenazante. La cinta termina con la música de fondo de “El tamborcillo”. La grabación jamás ha sido escuchada después de aquel día en el tribunal. Una de los fotos de la agonía de Lesley en cambio se mostró (convenientemente censurada) en un programa de la televisión británica algunos años más tarde. He tenido acceso a una copia pero no he creído necesario mostrarla aquí aunque dado que no es un material fácil de encontrar si alguien está especialmente interesado en verla puede ponerse en contacto conmigo de forma privada.
Las pruebas de los asesinatos de Lesley y de Evans eran evidentes y también se encontraron indicios del asesinato de John Kilbride. Fueron estos tres los asesinatos que Brady admitió y por los que, el 6 de mayo de 1966, fue sentenciado tres veces a perpetuidad. La pena de muerte se había abolido en Inglaterra hacía muy poco. Hindley recibió la misma condena de por vida por su complicidad en dos de las muertes. Ella no admitió nada hasta muchos años más tarde.
En 1985 Brady confesó los crímenes de Pauline Reade y Keith Benneth. La policía barrió los brezales de Saddlworth sin resultado. En julio de 1987, en una tumba a 150 metros de la carretera de los brezales se encontró el cadáver de Pauline. Los restos de Keith nunca aparecieron. Brady aportó además vagas historias sobre otros cinco crímenes cometidos en su juventud.
Por encima de la rabia y el dolor quedaba una vez más la perplejidad. Estaba claro que Brady se hubiera convertido en un asesino bajo cualquier circunstancia pero ¿Y Myra? Es lógico pensar que de no haberse producido el fatal encuentro con Brady se hubiera convertido con el tiempo en una apacible ama de casa de clase trabajadora que mataría el tiempo viendo series de Granada TV y consideraría un verano en Mallorca como la mayor aventura de su vida. Pero por otro lado ¿Basta una simple influencia externa para convertir a una persona normal en un monstruo? ¿Sacó Brady algo que ya estaba en el interior de Hindley?.
Myra no parecía ser de esa opinión y en el transcurso de los años que vinieron siguió insistiendo en su inocencia. En 1979 sometió al Ministro del Interior a un documento de 60 páginas donde pedía la libertad bajo palabra alegando que era una muchacha impresionable condenada por unos crímenes con los que prácticamente no había tenido que ver. De hecho es cierto que en cuatro de los cinco homicidios no estuvo presente, durante el estrangulamiento de Lesley se retiró al cuarto de baño de la segunda planta y en otros casos fue a aparcar el coche mientras su novio, a través de los brezales, llevaba a los niños a su destino. Pero también es cierto que su complicidad fue lo que se califica en derecho como “necesaria” lo que se traduce en que algunos de los crímenes no podrían haberse desarrollado sin su participación. Aparte de todo eso la mujer no tenía ninguna posibilidad de redención. Nunca como en este caso la libertad de acción del Ministerio del Interior estuvo tan limitada por la opinión pública. Tras cumplir una de las condenas más duras desde la abolición de la pena de muerte en su país Myra Hindley falleció el 15 de Noviembre del año 2002 como una de las mujeres más odiadas de la historia de Inglaterra.
Si en el caso de Myra podían suscitarse algunas dudas sobre su posible puesta en libertad no podía decirse lo mismo de Ian Brady. Para él cadena perpetua significaba exactamente cadena perpetua.
En la jerga de las cárceles británicas, se utiliza el termino “nonce” para indicar lo peor de lo peor: los culpables de delitos sexuales. Nonce significa un sinsentido, un absurdo, un don nadie, alguien que no es ni siquiera una cosa. Los nonce viven en un constante temor, son insultados continuamente y a la menor ocasión empujados, zancadilleados, golpeados, quemados o apuñalados. Suelen estar segregados en la sección 43, una cárcel dentro de la cárcel; se les mantiene aparte por su propia seguridad. Hasta entre los nonce existe una jerarquía: los culpables de delitos sexuales escupen sobre los que abusan de niños, que a su vez son un poco mejores que los asesinos de niños. En el fondo del montón estaba Ian. Pero incluso él encontró a alguien inferior. En 1967 Raymond Morris, miserable individuo, fue condenado por el asesinato de Christine Darby de siete años. Brady empezó a ir a por Morris a la menor ocasión, le vertió té hirviendo encima y le arrojó por las escaleras. “Años más tarde-dijo Brady- me di cuenta de que en cierto modo me estaba atacando a mí mismo”.
Poco después de su última confesión Brady cayó en la locura y fue transferido a un psiquiátrico penitenciario. Por entonces Brady sólo pesaba 56 kg; era un hato de piel y huesos, con mejillas hundidas y manos descarnadas, que sufría delirios, alucinaciones y paranoia. trasladado a un hospital psiquiátrico, en un intervalo de lucidez trazó un paralelo entre su historia y Crimen y Castigo, la novela de Dostoievski: “vivía una de esas vidas que la gente apenas concibe. En otras palabras, la situación de Raskolnikov era una sinopsis de la mía. eso creía yo entonces”. Aun sigue con vida.
Los crímenes de los monstruos del pantano causarían conmoción incluso en nuestros días pero en la Inglaterra de 1966 supusieron un cataclismo. En especial la historia de Lesley. El hecho de que la grabación de su agonía tuviese lugar durante un homicidio deliberado en un sala de estar suburbana ensució todas las nociones que los británicos tenían de su sociedad tanto como un siglo atrás los crímenes del Destripador habían manchado las de los victorianos. Entre los más afectados por aquellos sucesos estaban, como es lógico, los habitantes de Manchester y de entre ellos los niños de la ciudad. Uno de esos niños se llamaba Steven Patrick Morrisey y tenía entonces siete años. Algún tiempo más tarde escribió la canción que da título a esta historia.
SUFFER LITTLE CHILDREN
Más allá de los páramos, llévame a los páramos
cava una tumba poco profunda y me tumbaré
Leslie Ann, con tus preciosos abalorios blancos
Oh John, ya nunca serás un hombre
y nunca volverás a ver tu casa
Oh Manchester, tanto de lo que responder
Edward, ¿ves aquellas cautivadoras luces?
esta noche será tu última noche
Una mujer dijo: "sé que mi hijo está muerto,
que nunca más apoyaré mis manos sobre su divina
cabeza"
Hindley se despierta y Hindley dice:
"donde quiera que haya ido, yo ya he ido"
Pero los campos de los páramos cubiertos de lilas
frescas no pueden esconder el impasible hedor de la muerte
Hindley se despierta y Hindley dice:
cualquier cosa que haya hecho yo ya la he hecho"
Pero ese no es consuelo para el lamento de un niño,
"Encontradme... encontradme, tan solo eso.
estamos en un lúgubre páramo brumoso.
puede que hayamos muerto y puede que nos hayamos
ido pero estaremos justo a tu lado
hasta el día en el que mueras
no puedes hacer nada.
nos apareceremos cuando rías.
sí, se podría decir que somos un equipo.
Puede que duermas
¡Pero nunca soñarás!"
Oh, Manchester, tanto de lo que responder
Oh Manchester, tanto de lo que responder
más allá de los páramos, estoy en el páramo
el niño está en el páramo
Labels: Ian Brady Myra Hindley
11 Comments:
Juer, y yo que pensaba que ninguna historia podía superar la anterior... qué fuerte.
Sí, esto es el top del Abecedario, no puedo ofrecer nada peor.
Desde luego, nada peor. No seré yo quien se ponga en contacto contigo para aumentar la información. Pensaba que habías hecho un hombre de mí, pero he vuelto a las palpitaciones, al sudor frío y al revoltijo en el estómago.
No dejaré salir a los críos solos a la calle hasta que cumplan los cuarenta.
Qué HORROR.
Vaya, confieso que ésta es una de las historias que había decidido dejar aparcada por su sordidez y no me equivocaba.
Sister, si el Brady ése era un hombre apuesto, entonces es que su fotógrafo no tiene perdón... :P
Ya ves, me he saltado mi principio básico de no leer las entradas del abecedario del crimen justo en la peor.
:(
Verdaderamente las fotos de los criminales que suelen acompañar este tipo de crónicas no hacen más que causar aun mayor horror a la historia. Siniestras, macrabras, rostros enajenados y miradas perturbadoras... un horror, ya te digo. Quizás bajo la influencia del texto, las imágenes hacen cobrar mayor agudez a ese sentido.
Ni hablar de las imágenes que omites publicar, lo cual ya te dije en una ocasión agradezco, porque si así fuera, dejaría directamente de acceder.
Aunque, siempre pienso después de leer una de las historias que nos explicas del abecedario del crímen, que no deja de ser morboso mostrar interés. Un interés por mi parte reconozco masoquista, porque me parecen relatos espantosos, incrementados por el hecho de ser verídicos... pero los acabo leyendo. Y eso me preocupa, porque, ¿Hasta donde puede llegar el morbo? Lo paso francamente mal, me produce ansiedad y aumenta el pánico que siento desde que soy madre por los posibles peligros que acechan sobre mi hijo.
Definitivamente creo que los monstruos existen (aunque curiosamente parece ser que dejamos de ser críos cuando ya no creemos en ellos...) Y son infinitamente más perversos que los que desde la cama y la oscuridad podía imaginar de niña.
Respecto a tu pregunta, mi opinión es que debe tratarse de alguien sumamente débil, inseguro, carente de personalidad e influenciable como para dejarse arrastrar ante los delirios de otra mente psicópata. Y es que tan peligroso es el que manifiesta absoluta y rotunda seguridad de sí mismo como el que la ausencia de esta brilla por completo.
Por cierto, que gran película Malas tierras. La misma canción que años más tarde usaron para Amor a quemarropa. Aunque me quedo con la original.
No me gusta agredir a mis lectores aunque si me gusta dejar la puerta abierta para que accedan a lo impublicable por la puerta secundaria.
En cuanto al carácter de Myra podría ser una certeza lo de su falta de carácter pero eso no deja de ser una condición necesaria aunque insuficiente. El misterio continua.
Y respecto al aspecto físico hay que decir que aún así que a los fantasmas del pantano no les han faltado admiradores entonces y ahora. De hecho buena parte del material gráfico que ilustra esta historia está sacado de grupos de fans de la pareja.
buaaaaaaaa
esta vez me asustaste de verdad sisterboy
La condicion del Hombre que no teme a Dios es muy fragil, desde el nacer en el seno en familia disfuncional, pertenecer a una secta secreta y hasta psicodepender de una relacion sentimental enfermisa, puede criar simplemente monstruos porque el pecado esta en el corazon humano.
Si Dios ha muerto entonces todo está permitido, Nietzsche dixit
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