BOYZ IN THE HOOD
A quién esta experiencia cinematográfica (filmar una
historia de ficción acerca de la evolución de un niño entre los 6 y los 17 años
empleando para ello al mismo actor en un total de 39 días de rodaje repartidos
en ese lapso de tiempo) le resulta única en la historia del séptimo arte
debería repasar el artículo dedicado al estreno del filme publicado en el
número de este mes de la revista “Dirigido”, donde se encontrará un cuidadosa
antología de otras experiencia semejantes, muchas de las cuales por cierto
totalmente desconocidas para mí.
Yo desde que tuve noticia del estreno del proyecto me acordé
de la sorprendente saga de Antoine Doinel, el personaje ficticio interpretado
durante veinte años también por el mismo actor (Jean Pierre Léaud) en una serie
de películas filmadas por Francois Truffaut
En algunas entrevistas el director de “Boyhood”, Richard
Linklater, reclama la independencia de su proyecto con respecto a estos
antecedentes más o menos ilustres (incluyendo su propia serie de películas “Before…”),
puede que tenga derecho a hacerlo pero es inevitable contemplar ciertos
paralelismos entre la forma de hacer cine de la generación de la Nouvelle Vague
y la de otros directores que como Linklater (un nombre que yo uniría los de Wes
Anderson o Quentin Tarantino y sólo porque son los primeros que me vienen a la
cabeza) nacieron en la década de los sesenta y cuyas obras se caracterizan
también por una marcada cinefilia y un fuerte carácter autobiográfico, dos
circunstancias a las que los nuevos directores añaden un gran influencia de la
cultura popular americana.
En el caso de la película que nos ocupa Linklater coincide
con otros directores (como el ya mencionado Truffaut y el ejemplo aún más
evidente de Eric Rohmer) en que la descripción de la existencia cotidiana de
unos personajes puede ser a la vez una experiencia ordinaria y trascendental.
En efecto en “Boyhood” se narra como hemos dicho once años de la existencia de
un chico llamado Mason, una existencia no carente de avatares (es hijo de una
madre empeñada en liarse con los tipos más impresentables que se echa a la cara
y de uno de esos individuos que resultan encantadores siempre y cuando no
resulten ser tu padre) pero ausente de cualquiera de esos dramas que justifican
el argumento de una película comercial.
Incluso aunque estuviéramos viendo simplemente un metraje de
dos horas y cuarenta y cinco minutos que narrara la evolución vital de un chico
cualquiera (por más que no hay que olvidar que los otros dos personajes
secundarios mencionadas así como la hermana del protagonista resultan tan
apasionantes como Mason) ya me parecería una película notable por la forma en
la que está guionizada, dirigida y montada y por el inestimable esfuerzo de
perseverancia de su autor y de sus interpretes.
Pero “Boyhood” es muchas cosas más, como todas las películas sublimes
contiene en su argumento principal una serie de referencias implícitas que
aumentan su valor como es el hecho de ser (quizás de forma involuntaria lo que
para mí resultaría incluso más meritorio) una pequeño resumen de la historia de
la primera década del siglo XXI a través de numerosas referencias políticas,
sociales, culturales e incluso musicales, es también una análisis del estilo de
vida americano (y más concretamente texano) que podría resultar vindicatorio de
no ser porque contiene también elementos que, sobre todo para el espectador
europeo y latino, pueden resultar aterradores (la inestabilidad económica
permanente que sitúa a la clase media trabajadora siempre a un paso del abismo,
la neurosis, las relaciones sentimentales conflictivas, la agotadora e
inacabable competitividad).
Pero por encima de todo “Boyhood” tiene la capacidad de
atrapar sentimentalmente al espectador (más bien a algunos espectadores, otros
sentirán que están ante una tomadura de pelo, una postura que respeto y
entiendo pero que desde luego no comparto) mediante una serie de referencias,
en este caso atemporales y no adscritas a ninguna sociedad en particular, que
apelan a la experiencia más íntima del ser humano (del mismo modo que lo hacía,
aunque en un tono bien diferente, la también esencial “El árbol de la vida”).
Cada espectador puede descubrir en esta película el momento que puede tocarle
el corazón (en mi caso fue esa escena en la que la familia elimina las huellas
de su paso por uno de los muchos hogares que tiene que abandonar a lo largo de
los años), pero no creo que nadie pueda evitar sentirse conmovido por ese
momento que casi cierra el filme en el que la madre de Mason ejercita un
monólogo sobre el paso del tiempo que ríete tú de la magdalena de Proust y del
plano que cierra “Toy Story 3”.
En resumen una experiencia cinematográfica que nadie debería
perderse.
-
9 Comments:
Muy de acuerdo con la definición del padre. Aparte de lo doloroso que es ver la evolución de Ethan Hawke.
(No así la de Patricia Arquette, con la que gocé mucho reconociendo el corte de pelo de Medium).
Precisamente una de las cosas que me han gustado de la película es haber podido sacar a Patricia del infierno en el que la había colocado debido a "Medium", una serie que odiaba por su forma y fondo, aquí esta de Oscar y espero que la nominen (aunque me da a mí que no habrá tal y que la película será ignorada por la academia)
que ganas tengo de verla! y después de leerte más.
ale pues ya la he visto! y me ha emocionado sobremanera. Es increible lo larga que es y lo corta que se me ha hecho. De los 4 personajes casi me quedo con la madre, y ese monólogo final respecto a la crisis de la edad madura que me hizo casi llorar. Aunque el padre me encanta! y menudo cambio que hace, de tarambana a casi-fanatico religioso y amigo del rifle!! mama mia! Los chicos están muy bien. y la peli, es como ver pasar la vida. de una manera extraordinariamente bien contada.
Ya te digo el padre es un tipo genial siempre que no sea tu padre (o marido) :)
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