ABECEDARIO DEL CRIMEN. CAPÍTULO XXII Y ÚLTIMO. OH YOU, HANDSOME DEVIL
El 6 de agosto del año 2006 (es decir hace más o menos siete
años) se publicó en este blog una entrada que sería la primera de una larga
lista que tendría como eje central el insólito mundo del crimen. La principal
fuente (aunque no la única, de hecho en ocasiones se han contado historias que
no tenían nada que ver con el contenido del libro) de toda este río de sangre
residía en el “Diccionario del Crimen”, una antología en formato de abecedario donde
desfilaban toda clase de truculentas historias del pasado y el presente. El
autor del original literario era Oliver Cyriax y su mayor virtud (al margen de su
labor recopilatoria) residía en el inconfundible humor negro inglés con el que
se trataban temas tan morbosos.
A partir de ese día, como dije antes, se vinieron repitiendo
las entradas de una saga a la que intenté poner fin en varias ocasiones y que por
último, como suele ocurrir en estos casos, la propia decadencia de la
blogosfera obliga liquidar al igual que una forma de expresión que hace tiempo que
ya ha sido sustituida por otras más en boga. Y qué mejor manera de terminar una
de las secciones más apreciadas por los cada vez más escasos lectores de esta bitácora,
que haciendo coincidir dicha conclusión con el séptimo aniversario (número
cabalístico donde los haya) de la primera entrada y además hablando del mismo
personaje que protagonizó aquella historia primigenia, un individuo que de
todos modos tiene “méritos” más que sobrados para ocupar un lugar destacado en
la Biblia del Mal.
La primera vez que oí hablar de Ted Bundy fue en un
Selecciones del Reader´s Digest publicado en España en Julio de 1983, es decir
hace más de 30 años. Una de las fotos que encabezaba el reportaje era
precisamente la inquietante instantánea que ilustra el principio de este
comentario, resultaba difícil no seguir leyendo el artículo después de ver esta
cautivadora imagen, tan simbólica de la personalidad de unos de los más
celebres criminales de la segunda mitad del siglo pasado.
Todo comenzó en el año 1974 cuando empezaron a desaparecer
mujeres jóvenes, la primera de ellas en el mes de enero. A partir de entonces
la ciudad de Seattle vio aterrada cómo iban desapareciendo otras jóvenes a
razón de una cada mes hasta un total de cinco, todas tenían entre dieciocho y
veintidós años y todas menos una eran estudiantes universitarias. Aquellas
similitudes eran las únicas pistas con las que contaba la policía.
Algo más tarde, el día 15 de julio, seis meses después de
que empezara todo, Robert Keppel, detective de la brigada de homicidios del
condado de King, veía la televisión en su casa cuando escuchó la noticia de la
desaparición, el día anterior domingo, de dos muchachas en el Parque del Lago
Sammamish, dieciséis kilómetros al oeste de Seattle. Aunque había oído hablar
de las anteriores desapariciones aquella en concreto le concernía directamente
pues había tenido lugar en su jurisdicción.
Al día siguiente Keppel y su colega Robert Dunn se pusieron
a trabajar. El caso en un principio no parecía tener mucho sentido: dos
muchachas, sin relación alguna entre ellas, habían desaparecido del mismo
lugar, el mismo día, ante los ojos de cuarenta mil persona que merendaban y
tomaban el sol en el parque. La primera joven era Janice Ott de veintitrés años
cuya desaparición fue denunciada por su compañera de piso al día siguiente, la
segunda era Denise Naslund de dieciocho que se había ausentado un momento de la
compañía de su novio y unos amigos para ir al servicio.
El caso atrajo gran atención y la policía recibió numerosas
llamadas de todas las cuales, como suele ser habitual, sólo algunas eran
verdaderamente valiosas: Janice Ott había sido vista saliendo del parque
acompañada de un hombre delgado, de mediana estatura, que llevaba un brazo en
cabestrillo. Según uno de los testigos el hombre había pedido a la joven que le
ayudara a colocar una barca en el techo de su automóvil. El hombre decía
llamarse Ted. Otra testigo declaró que un hombre de similares características
(brazo en cabestrillo incluido) se le había acercado con la misma solicitud,
sin embargo la mujer se había excusado, algo que el individuo no se tomó a mal.
Quince minutos más tarde la testigo afirmó haber visto al mismo hombre en
compañía de otra chica con la misma descripción que Janice Ott.
Días más tarde Keppel interrogó a otra mujer que contó la
misma historia pero con un protagonista aparentemente distinto: iba vestido de
forma diferente y su aspecto no era pulcro como el del otro individuo descrito,
este iba despeinado y tenía los ojos desencajados y ante la negativa de la
joven había insistido con rudeza llegando incluso a aferrarla de un brazo, el
incidente había tenido lugar a pocos metros del lavabo donde Denisse Naslund
fue vista por última vez.
Dunn convocó entonces a todas las personas que hubieran
visto al sospechoso en el parque a reunirse con un dibujante de la policía para
elaborar un retrato robot del individuo.
Poco después de que la radio, la televisión y los periódicos
solicitaran información al público, la policía del condado de King empezó a
recibir un promedio de quinientas llamadas al día afirmando haber visto a Ted y
su brazo en cabestrillo en diversos lugares. Siempre la misma historia, un
hombre que solicitaba ayuda para llevar o traer alguna clase de objeto a un
Volkswagen marrón metalizado. Algunos de esos avistamientos habían tenido lugar
en sitios donde se habían tenido lugar más desapariciones de mujeres jóvenes.
En total se habían producido ocho desapariciones en diversas
localidades del noroeste de Estados Unidos. Al comparar las fotos de ellas los
investigadores encontraron un sorprendente parecido entre todas ellas: pelo
largo y peinado con raya en medio.
La investigación se extendió hasta incluir la zona
fronteriza de Canadá por el norte y los límites con Arizona por el sur. Se
descubrieron más desapariciones inexplicables de mujeres con idénticas
características físicas pero todavía no se había hallado ningún cadáver y sin
cadáver ni siquiera se podía demostrar que había existido alguna clase de
crimen. Pero los cuerpos no tardaron en empezar a aparecer.
En concreto el sábado
7 de septiembre un cazador informó haber encontrado un esqueleto humano en las
colinas de Issaquah, a poco más de seis kilómetros del Parque Estatal del Lago
Sammamish. A la mañana siguiente un equipo de más de cien personas iniciaron
una minuciosa búsqueda en los terrenos circundantes a dónde había aparecido el
esqueleto, al atardecer habían aparecido más de veinte fragmentos de huesos
humanos, en total las huellas correspondían a tres cuerpos distintos, dos de
ellos fueron más tarde identificados como los de Denise Naslund y Janice Ott.
Junto a los restos no se hallaron huellas de pisadas o de neumáticos ni ninguna
clase de arma, el estado de los cadáveres hacía imposible determinar incluso si
se había cometido un homicidio pero la cosa estaba lejos de haber terminado. El
15 de octubre se halló otro cadáver en una localidad remota del estado de
Washington que fue identificado como el de Carol Valenzuela, aficionada a hacer
autostop y cuya desaparición había sido denunciada el 4 de agosto anterior, tal
y como había ocurrido en los hallazgos previos a pocos metros del lugar se
hallaron restos de un segundo cadáver. El 1 de marzo del año siguiente se
encontró un nuevo osario en las laderas de la montaña Taylor, allí aparecieron
los restos de Susan Elaine Rancourt, Brenda Ball, Roberta Kathleen Parks, y
Lynda Ann Healy.
Tras estos últimos descubrimientos se organizó una reunión a
la que asistieron representantes de de veinte organismos policíacos de la
región noroccidental y de la Policía Montada del Canadá para coordinar sus
esfuerzos, sin embargo, y aparte de la periódica aparición de cuerpos en las
montañas de Washington, los días pasaban y apenas si se conseguía avanzar. Los
detectives encargados del caso tenían la sensación de que el misterioso Ted ya
había sido interrogado y dejado escapar de entre la lista de 2.552 sospechosos
y del millar de vehículos Volkswagen investigados. Durante casi un año, la
policía del condado dedicó todos sus recursos al caso, con el fin de poner en
orden aquel cúmulo de datos se utilizó una computadora alimentándole con
cuarenta mil elementos de información pero la maquina electrónica no logró
proporcionar un sospechoso concreto. De este modo y tras más de cien mil horas
de trabajo era imposible hacer más, a partir del 1 de junio de aquel año la
búsqueda de Ted fue sólo responsabilidad de Keppel y Dunn.
Los dos detectives se aplicaron una vez más a la lista de
2.500 sospechosos y tras un mes de trabajo lograron reducirla a cien dedicando
después alrededor de una semana a cada
uno de ellos. La mañana del 19 de agosto cuando habían eliminado ya a seis y se
disponían a investigar al séptimo Keppel recibió una llamada telefónica de Salt
Lake City (Utah), el que hablaba era Jerry Thompson, detective de la oficina
del Sheriff de dicha ciudad que quería preguntarles por un tal Theodore Robert
Bundy, un nombre que había estado entrando y saliendo de la lista de
sospechosos continuamente. Thompson informaba de que el tal Bundy vivía en Utah
desde hacía un año y que había sido arrestado por intentar escapar de un agente
de la ley a bordo de un Volkswagen donde se hallaron herramientas de ladrón.
También informó de que, coincidiendo con la llegada de Bundy a la zona, se
habían producido varios asesinatos de jóvenes. Casi un año después de comenzada
la investigación los detectives de Washington tenían al fin un nombre.
Para Jerry Thompson y los habitantes de Salt Lake City el
terror había empezado el 28 de octubre de 1974, justo cuando cesaron las
desapariciones mensuales de muchachas en Seattle, aquél día se había hallado el
cadáver de Melissa Smith de diecisiete años, un mes más tarde se encontró
asimismo el cadáver de Laura Aime. Ambos cuerpos habían aparecido con una media
atada al cuello. La siguiente víctima fue Debra Kent también de diecisiete años
que desapareció cuando iba a recoger su coche de un aparcamiento. El
secuestrador, sin embargo, había dejado una pista: una llave de esposas.
La llave pertenecía a un par de grilletes empleados en un
fallido intento de secuestro del que, pocas horas antes de la desaparición de
Debra Kent, estuvo a punto de ser víctima otra muchacha, Carol DaRonch, que se
convirtió en un testigo vital al ser la persona que más cerca estuvo de pasar a
formar parte de la lista macabra y que finalmente consiguió salvarse.
El hecho había ocurrido en una zona comercial cuando la
joven había sido abordada por un hombre bien parecido, de entre veinticinco y
treinta años, que se identificó como un policía y comunicó a Carol que debía
acompañarla a la comisaría pues habían arrestado a un hombre que intentaba
robar su automóvil. Tras un corto recorrido, el individuo detuvo el coche e
intentó esposarla, Carol logró huir del vehículo, pero el desconocido la
persiguió, amenazándola con una barra de hierro. La joven se salvó gracias a la
aparición de un automovilista, en el forcejeo el presunto secuestrador había
dejado caer las esposas.
Como se ha dicho todos estos sucesos habían coincidido con
la llegada de Bundy a Salt Lake City donde había sido detenido en el interior
de un coche a las tres de la madrugada en un barrio residencial. A Thompson le
extrañó que un estudiante de Derecho de veintiocho años fuera detenido en tales
circunstancias y entonces recordó haber oído ese nombre incluido en una lista
de personas de interés relacionadas con los asesinatos de los alrededores de
Seattle. Tras hablar con Keppel, Thompson decidió arrestar a Bundy bajo la
acusación de poseer herramientas para robar. Poco después se registró su
apartamento con la esperanza de encontrar alguna pista que le relacionara con
los asesinatos y desapariciones pero no se halló absolutamente nada sospechoso
a excepción de varios mapas de carreteras de Colorado y folletos de centros de
esquí del mismo estado. Lo que sí pareció sospechoso fue la inalterable actitud
de Bundy que ni siquiera preguntó a los policías qué estaban buscando, pero más
sospechoso aún fue el saber que Bundy había contratado un abogado que llamó a
la policía para preguntar si estaban investigando a su cliente en relación con
los asesinatos cuando los detectives jamás habían mencionado el tema al
detenido.
Mientras tanto Thompson se había puesto en contacto con la
policía de Colorado enterándose de que el rastro de facturas de gasolina y
marcas en el mapa de carreteras de dicho estado hallado en el apartamento de
Bundy conducían a tres desapariciones sin esclarecer. Los indicios se
acumulaban pero se trataba de pruebas circunstanciales, para poder obtener una
orden de detención Bundy debía ser identificado por Carol Daronch, hasta ahora
la única superviviente conocida del asesino que por el momento había
identificado el coche de Bundy como el mismo en el que se había producido el
ataque.
El 1 de octubre tuvo lugar la sesión de identificación de
Carol DaRonch, cuando Thomson vio llegar a Bundy, entre otros seis individuos,
se quedó estupefacto: tenía la impresión de encontrarse ante otra persona, a
diferencia del día anterior, Bundy llevaba el pelo muy corto y se había peinado
con raya a un lado, fue una muestra más de cómo la facilidad de Bundy de
cambiar de aspecto había confundido tanto a la policía en el pasado.
No obstante el subterfugio no le sirvió de nada, DaRonch y
otros testigos identificaron sin lugar a dudas a Bundy, posteriormente un
concienzudo registro del Volkswagen permitió hallar cabellos que pertenecían a
dos de las víctimas. Por fin había terminado el misterio del crimen, pero, como
de costumbre también, en ese mismo momento comenzaba el misterio del hombre.
Theodore Robert Cowell Bundy nació el 24 de noviembre de
1946 en Vermont, fue el hijo natural de una secretaria respetable, la identidad
del padre siempre fue un secreto y en un
primer momento Bundy pensaba que su madre era en realidad su hermana. El chico
vivió en Filadelfia hasta los cuatro años con su hermana-madre y sus abuelos
maternos, luego su madre se trasladó a Tacoma (Washington) donde Bundy creció y
se educó. Los informes del archivo del instituto señalaban una capacidad
intelectual por encima del promedio, pero también un carácter introvertido.
Después de terminar el bachillerato en 1965, ingresó en la Universidad de Puget
Sound, en Tacoma; de allí se trasladó a la Universidad de Washington. En el año
1966 se enamoró de la sofisticada, bella y rica Stephanie Brooks pero ella le
dio calabazas.
En 1972, se licenció
en Psicología y posteriormente trabajó en una institución para enfermos
mentales y en un centro psicológico. Más tarde obtuvo un puesto en el Comité
Asesor para la Prevención del Delito en Seattle, allí Bundy hizo gala de su
proverbial encanto, todo el que le conocía se quedaba prendado de él y muchas
personas estaban convencidas de que podía llegar muy lejos.
Sin embargo desde hacía mucho tiempo atrás las cosas habían
empezado ya a torcerse, desde muy joven Bundy se dedicó con ahínco a la masturbación
y se convirtió en un fantaseador y ladrón compulsivo; ya adulto en una ocasión
robó de un invernadero un árbol de dos metros y se lo llevó en el coche,
asomando por el techo. Más tarde el dolor producido por su ruptura con
Stephanie le produjo un recrudecimiento del hábito de robar.
Bundy quería impresionar a su amada mejorando su expediente
académico pero sacaba notas bajas y no podía competir con sus propios patrones
de triunfo, reducido a trabajar como vendedor de unos grandes almacenes, robaba
por diversión y empezó a interesarse por la pornografía violenta. El día en
que, por casualidad, atisbó a una mujer desvistiéndose en una habitación
iluminada, se inició su carrera “universitaria” de mirón; gradualmente, con
interludios de repugnancia por sí mismo, empezó a buscar formas más activas de
recompensa; primero seguía a las chicas, luego les averiaba los coches para
incapacitarlas y más adelante se dio a acecharlas armas en mano. El primer
ataque lo consumó con un palo cuando la víctima buscaba las llaves frente a la
puerta de su casa. El paso siguiente fue violentar la entrada de una residencia
y esperar a una estudiante en su habitación.
En la misma época en la que se producía esta progresiva
inmersión de Bundy en el mundo del crimen, el recién licenciado joven
disfrutaba de un fulgor pasajero. El ingreso en la carrera de abogacía y el
trabajo en el Comité Asesor le conferían un aura espúrea de madurez y seguridad
que le sirvió para reconquistar el corazón de Stephanie Brooks quien,
deslumbrada por la nueva exquisitez de Bundy, accedió a casarse con el en la
Navidad de 1973, que pasaron juntos en una urbanización privada de Alpental.
Pero el 2 de enero Stephanie volvió a California, confusa y lastimada porque
algo en la actitud de su prometido había cambiado; más tarde concluiría que la
había seducido para darse el gustazo de rechazarla.
Posiblemente este incidente marcara el punto de ruptura
total de Bundy con cualquier posibilidad de mantener una relación sentimental
ortodoxa, ¿para qué quedar expuesto a un nuevo rechazo cuando en su vida
alterativa podía eliminar dicha posibilidad? Como quiera que fuese lo cierto es
que tres días más tarde de la nueva ruptura (en esta ocasión provocada por él)
Bundy cometió su primera violación, y antes de que terminara el mes de enero
mataría por primera vez. Al igual que muchas de sus víctimas posteriores esta
primera chica, Lynda Ann Healey de 22 años, era un clon de Stephanie, de
cabello largo con raya al medio y rasgos agradables y equilibrados.
Ya entregado a su vorágine asesina Bundy no podía evitar que
su vida de ciudadano respetable y promisorio siguiera mezclándose con su alter
ego criminal. La amiga regular de Bundy durante este período, Megan Roberts,
contó a la policía cómo en sus relaciones íntimas habían pasado con
desasosegante rapidez del sexo convencional al bondage y al estrangulamiento simulado. El sexo se había convertido
en arena para la cólera, y Bundy estaba furioso con todo el mundo: sus amigos,
su familia y sus compañeros.
Después de este primer crimen y antes del doble asesinato
del lago Sammamish, Ted Bundy dejó otra muestra de su carácter bipolar protagonizando
un ensayo general que estuvo a un paso del desenlace mortal. Salvo la muerte,
todos los demás ingredientes estuvieron presentes y bien delineados, lo cual
quizá nos aproxime un poco a las raíces del placer de Bundy. Aunque este
incidente fue ya relatado en la entrada inaugural de la serie que hoy termina
vale la pena reproducirlo ahora de nuevo.
En Junio de 1974, Bundy organizó un descenso en balsa por el
río Yakima en el estado de Washington en compañía de Larry Voshall un conocido
de la administración judicial donde ambos trabajaban. Los jóvenes invitaron a
dos mujeres, Becky y Susan, para quienes adquirieron chalecos salvavidas ya que
no eran expertas nadadoras. De los cuatro, tres iban por turnos en una balsa
que arrastraba al cuarto, metido en un tubo de goma.
Al llegar a los rápidos, el humor de Ted cambió súbitamente. Según afirma Voshall: “De repente Ted, que estaba detrás de Becky, le desata el cordón superior del bikini, dejando sus pechos al descubierto. Todos, salvo él, nos sentimos atónitos e incómodos. La verdad es que apenas nos conocíamos. Ted parecía disfrutar de ello. Más tarde, bajábamos por un tramo particularmente movido y Becky estaba en el tubo de goma. Ted cogió la cuerda que la sujetaba y dijo: ¿Qué harías si desatase esta cuerda? Becky se puso a gritar, claro. Tenía un susto de muerte. Yo miré a Ted y no pude creer lo que veía. Estaba gozando con el terror que le producía a Becky, que gritaba desesperadamente. Había desatado la cuerda y amenazaba con soltarla. Me enfadé mucho”.
Al llegar a los rápidos, el humor de Ted cambió súbitamente. Según afirma Voshall: “De repente Ted, que estaba detrás de Becky, le desata el cordón superior del bikini, dejando sus pechos al descubierto. Todos, salvo él, nos sentimos atónitos e incómodos. La verdad es que apenas nos conocíamos. Ted parecía disfrutar de ello. Más tarde, bajábamos por un tramo particularmente movido y Becky estaba en el tubo de goma. Ted cogió la cuerda que la sujetaba y dijo: ¿Qué harías si desatase esta cuerda? Becky se puso a gritar, claro. Tenía un susto de muerte. Yo miré a Ted y no pude creer lo que veía. Estaba gozando con el terror que le producía a Becky, que gritaba desesperadamente. Había desatado la cuerda y amenazaba con soltarla. Me enfadé mucho”.
Bundy suspendió su tanteo en la balsa en las escenas
preliminares. Ya había logrado la humillación sexual que buscaba al dejar a
Becky semidesnuda, y estaba adentrándose en una fase de terror inducido por la
dominación. El paralelismo con una
versión exagerada del acto sexual es evidente. En el crimen sexual aparecen
muchos de los elementos motivadores del ritual galanteo, si bien espantosamente
deformados: a pesar de que el asesino adapta cada fase a sus necesidades, los
objetivos no varían.
No es infrecuente que la gente normal experimente fantasías
sádicas, perfectamente controlables, mientras hace el amor. Para un asesino sexual,
ambos componentes (sexo y sadismo) resultan divergentes, de modo que su esfera
perversa (sadismo) desplaza progresivamente el perfil tradicional (sexo) hasta
establecer una existencia independiente y ajena a la conducta sexual,
sustituyéndola.
Una vez arrestado, Bundy siempre mantuvo bajo su hechizo al
menos a una mujer que vivía para visitarlo, hacerle recados y proclamar su
inocencia. Cuando una se alejaba, enseguida la reemplazaba otra.
El primer asesinato de Bundy fue supuestamente provocado por
la pérdida de apoyo financiero que le permitía acudir a la facultad de Derecho.
Algunos han argumentado que si Bundy no hubiese sufrido algunas tensiones
previas a este primer crimen, hubiera terminado sus estudios y conocido a una
mujer que satisficiera muchas de sus necesidades, quizás no habría llegado a
asesinar nunca; podría haberse convertido en un agresivo abogado, alguien que
frecuentara prostitutas, buscara relaciones sadomasoquistas y tratará como
fuera de liberarse de su cólera, en resumen su conducta desviada podría haber
sido más socialmente aceptable y tal vez nunca habría llegado a cruzar
completamente la línea. No hay forma de saberlo pero, a juzgar por su posterior
comportamiento, parece probable que más tarde o más temprano de todos modos Bundy
terminará por traspasar la línea.
El juicio contra Ted Bundy por el intento de secuestro de
Carol DaRonch comenzó en Salt Lake City el 23 de febrero de 1976. El acusado
optó por ser juzgado por el juez, sin la ayuda de un jurado. Desde un principio
Jerry Thompson presintió que iba a tener dificultades. Aun cuando Carol se
mantuvo firme en su identificación, el abogado defensor destacó el hecho de que
la rueda de reconocimiento se había producido casi un año después de que se
produjera el ataque y que, por tanto, podía tratarse de un mero parecido.
Más tarde el acusado subió al estrado para defenderse.
Hablaba con gran seguridad y aplomo pero cuando el fiscal contrastó su
testimonio con el rastro que habían dejado su tarjeta de crédito y los recibos
de gasolina Bundy tartamudeó y fue incapaz de dar una explicación.
El 30 de junio el juez dictó una sentencia mínima de un año
y máxima de quince, no era un veredicto muy espectacular pero los
investigadores del caso recibieron la noticia con alivio, al menos se
aseguraban de que Bundy estaba a buen recaudo mientras trataban de que las
débiles pruebas de que disponían para los demás crímenes se tornaran en algo
más sólido.
La investigación profundizó en el análisis de los cabellos
encontrados en el Volkswagen y por fin a finales de octubre un juez del condado
de Pitkin (Colorado) expidió una orden de arresto contra Bundy, acusándole del
asesinato de Caryn Campbell, una de las víctimas halladas en ese estado.
Los trámites preliminares de este juicio se prolongaron
durante la primavera, el verano y el otoño del siguiente año a medida que Bundy
lograba retrasar el proceso con toda clase de triquiñuelas pero, a finales de
Diciembre, una resolución del tribunal transfirió el proceso a Colorado
Springs, parecía que se acercaba por fin el final de la carrera de Bundy pero
el escurridizo criminal se guardaba un último y espectacular as en la manga.
Los funcionarios de prisión que custodiaban a Bundy habían
notado que el prisionero estaba adelgazando de forma notoria, algo que
achacaron al stress que le provocaba el complicado proceso en el que estaba
involucrado, pero la razón era otra bien distinta. La noche del 30 de diciembre
de 1977, Bundy desprendió del cielo raso de su celda un plafón de iluminación
de gran tamaño. Gracias a su recientemente adquirida delgadez pudo pasar por la
angosta abertura hasta el espacio vano, entre el techo verdadero y el falso,
donde se alojan cables y tuberías. Seguidamente se arrastró hasta que estuvo
encima de la vivienda del carcelero y esperó hasta que le oyó salir. Entonces,
abrió a golpes un agujero, bajó a la vivienda y salió a la calle. Antes, en la
celda, se había preocupado de formar un bulto bajo la manta del catre. La vieja
artimaña dio resultado y la huida no se descubrió hasta las diez de la mañana
del día siguiente provocando una frenética actividad policial a nivel nacional
y federal.
Bundy fue incluido en la lista de los diez más buscados por
el FBI, además se dio protección a los testigos de la acusación, asimismo se
localizó e instruyó convenientemente a parientes y conocidos del fugitivo en
todo el país, pero estas medidas sonaban un tanto rutinarias ya que la lógica
indicaba que el evadido buscaría algún agujero donde esconderse y esperar a que
disminuyera la atención, pero Bundy y la lógica nunca se habían llevado muy
bien, y los policías que conocían a fondo las manifestaciones más macabras de
su personalidad tenían la sensación de que más tarde o más temprano volverían a
saber de él.
A 2.400 kilómetros Colorado Springs se encuentra Tallahasse,
capital de Florida y sede de la Universidad de ese estado. En realidad se trata
más de un pueblo que de una ciudad, sus calles soñolientas están bordeadas de
grandes árboles y repletas de estudiantes que, a pie o en bicicleta, van y
vienen de sus clases. Apenas se registran delitos graves pero todo eso cambió
durante las primeras horas del 15 de enero de 1978.
Ese día a las 03.22 de la madrugada, la policía recibió una
llamada de la residencia universitaria femenina Phi Omega. A su llegada, los
agentes encontraron un caos indescriptible: cuatro muchachas habían sido
golpeadas, y una de ellas violada, otras dos estaban muertas. A seis manzanas
de distancia otra estudiante había sido atacada pero, pese a sus graves
lesiones, logró sobrevivir y recuperarse. Para Keppel estaba claro que Ted
Bundy había salido a la superficie.
Veinticinco días más tarde y a ciento sesenta kilómetros al
este, en Lake City, se denunció la desaparición de Kimberley Leach de doce años
que, a pesar de estar bastante lejos del perfil de mujer que interesaba a
Bundy, tuvo el dudoso honor de ser la última víctima del monstruo.
Por fin, seis días más tarde y por increíble que parezca,
Bundy fue detectado merodeando por las calles de Pensacola al volante de un
Volkswagen, exactamente igual que tres años antes cuando fue arrestado por
primera vez. Tras una breve persecución y tras resistirse con violencia a su
detención por fin Ted Bundy volvía a estar bajo custodia.
Los detectives de Pensacola comenzaron el interrogatorio en
ese mismo momento y en esta ocasión Bundy, que tenía un semblante y una actitud
de abatimiento, se mostró algo más comunicativo que en las largas interpelaciones
a las que había sido sometido en el pasado. Bundy habló de oscuras fantasías e
impulsos que le asaltaban al principio de año en año, luego se hizo más
frecuente: mensual, anual, diario, cuando llegó a Florida las fantasías le
asaltaban a cada hora. Seguidamente añadió con voz glacial “Soy el tipo más frío
que jamás hayan conocido”.
Cuando se le preguntó por Kimberly Leach, Bundy negó
conocerla pero cuando los agentes presionaron propuso un trato: si le recluían
en una institución psiquiátrica, cerca de su familia, lo confesaría todo.
Semejante arreglo ya no era posible y así se lo hicieron saber los policías
aunque los detectives siempre se preguntaron cuántos casos se habrían resuelto
de haber aceptado el trato, sobre todo cuando Bundy les comunicó que la cifra
total de sus crímenes, aunque nunca dio un numero exacto, tenía tres dígitos.
De regreso a Tallahassee, Bundy recuperó su aplomo y volvió
a negar con vehemencia cualquier relación con crímenes recientes o pretéritos. Pero
esta vez Bundy había sido mucho más descuidado que en los asesinatos del
noroeste con los que se había dado a conocer, esto incluía marcas de dientes
que había dejado en algunas de sus últimas víctimas. De esta manera el 20 de
julio el sospechoso fue formalmente acusado del asesinato de Kimberly Leach y
del doble homicidio de la residencia estudiantil de Tallahassee.
El 25 de julio de 1979 y tras sólo seis horas y media de
duración Bundy fue sentenciado a muerte más dos condenas de noventa y nueve
años cada una por los asesinatos de la residencia. Más tarde, el 7 de enero de 1980 recibió otra
sentencia de muerte por el asesinato de Kimberly Leach. Tras esto Bundy fue
transferido a una celda de máxima seguridad en la Prisión Estatal de Starke, Florida.
En una de estas sentencias se produjo uno de esos momentos
tan características de la imagen que al exterior se da de la justicia
norteamericana y que tanto nos llama la atención en esta parte del mundo.
Después de condenarle a muerte el juez dijo: “Cuídese joven, se lo digo
sinceramente. Es una tragedia para este tribunal ver a un ser humano tan
desperdiciado. Es usted un hombre brillante. Habría sido un buen abogado. Me
hubiera gustado tenerlo ejerciendo ante mí. No siento hacia usted ningún
rencor, créame. Tomó usted el camino equivocado, socio. Cuídese”
Quizás esta sorprendente coda sea una muestra del impacto
que este caso provocó en la sociedad estadounidense aquellos años, Ted Bundy
terminó por convertirse en el asesino más famoso de su época. Al contrario que
muchos de sus colegas en el crimen, Bundy era un individuo tan fotogénico y se
expresaba de forma tan precisa y elegante que muchas personas llegaron a la
conclusión de que no podía haber cometido los crímenes de los que se le
acusaba, una reflexión lógica en un mundo en el que la imagen lo es todo. Así
pues la razón por la que este caso fue tan perturbador reside no tanto en la
brutalidad de los crímenes sino en el carácter de la persona que los cometió,
Bundy era un chico de clase media con estudios, casi un prototipo del buen hijo
americano, no era un marginado producto de la basura blanca pobre como muchos
otros asesinos en serie, para la sociedad mayoritaria era uno de los suyos y
pese a que en su infancia se habían producido algunos trastornos aquello no
bastaba para justificar todo aquel horror.
¿Era Bundy un perturbado?. Tras su primera condena el doctor
Carlisle, de la penitenciaria estatal de Utah, escribió “En general, los
resultados de las pruebas objetivas corresponden a una persona feliz, segura de
sí misma y equilibrada […]. Para concluir, pienso que el señor Bundy es un
hombre sin problemas, o bien es lo bastante listo e ingenioso como para
demostrar que raya el límite de lo normal.” Quizás en este comentario final se
encuentre la clave de todo (dejando al margen el hecho de que cualquiera que
deba ser lo bastante “ingenioso” como para demostrar que “raya” el límite de la
normalidad ha de estar como una cabra), durante gran parte de su vida Bundy fue
capaz de mantener su locura controlada o al menos de ocultarla hasta que esta
se hizo tan imperiosa que terminó por devorarle, aunque en este caso no se
puede hablar de un Doctor Jeckill que ocasionalmente se convirtiera en Mister
Hyde sino de un Mister Hyde que se
disfrazaba bajo la piel de un Doctor Jeckill
De todas formas, aunque no creo que exista nadie que se
atreva a calificarlo de persona normal, a efectos legales Bundy era responsable
de sus actos ya que distinguía el bien del mal en el momento de cometerlos y
también conocía las consecuencias que dichos actos pudieran acarrearle, pero
está claro que debía existir alguna clase de trastorno que explicara su
monstruosa conducta así como el hecho de que combinara características de un
asesino escurridizo e inteligente con comportamientos increíblemente
descuidados como el hecho de usar su verdadero nombre de pila o el de volver a
emplear un vehículo Volkswagen tras su fuga de prisión, a pesar de que sabía de
sobra que ese detalle era uno de los más característicos de su carrera
criminal.
Algunos años más tarde el agente del F.B.I. Robert K.
Ressler (cuya presencia en este serial ha sido constante de forma directa e
indirecta) tuvo ocasión de entrevistarle a petición del propio Bundy, que se
confesó admirador de su trabajo. Siguiendo su estilo habitual Bundy siguió
adulando a Ressler tratando así de controlarle, se negó a hablar de sus
crímenes de forma directa y se pasó horas dando rodeos sobre cómo pudo haber
hecho esto o aquello. A Bundy le era imposible reconocer directamente sus
crímenes; lo que hacía era especular sobre lo sucedido, ocultándose en una
ficción de inocencia mientras ayudaba a los investigadores a trazar el
“retrato” del asesino probable. De esta manera Bundy no sólo despersonalizaba a
sus víctimas a las que calificaba de “mercadería” o “desechos” sino que,
despersonalizándose él mismo, relataba sus crímenes en tercera persona.
El fastidioso vocabulario de Bundy, su terca búsqueda de eufemismos
inofensivos, planteó a los interrogadores delicados problemas lingüísticos. El
uso de la palabra “carga” en lugar de “persona” o “víctima” daba origen a
diálogos como el que sigue:
-Cuando la sube al vehículo ¿la carga está viva o muerta?
-No me gusta usar esos términos
-Cuando la sube, ¿la carga está estropeada?
- A veces está estropeada y a veces no.
Tres o cuatro días antes de su ejecución Bundy anunció que
lo contaría todo, y una docena de funcionarios de todo el país acudió a entrevistarle.
Uno de ellos era Robert Keppel, Bundy volvió a sus rodeos y fintas verbales
sobre el primer asesinato sin tocar para nada los demás. Luego informó al
policía que esta tarea le iba a llevar mucho tiempo, y que, si los policías se
reunían y hacían una petición para que se le concedieran a Bundy otros seis u
ocho meses de vida, podrían llegar al fondo de muchas cosas. Una vez más
resultaba una propuesta atractiva, por los muchos casos que habían quedado sin
resolver, pero imposible de cumplir además de que los investigadores, que ya
conocían a Bundy en profundidad, estaban convencidos de que el asesino se
dedicaría a prorrogar indefinidamente ese plazo y que jamás contaría toda la
verdad.
Al final Bundy confesó un total de 23 asesinatos. Por fin fue
electrocutado el 25 de enero de 1989 a las siete horas y dieciséis minutos. Su
última y espectacular aparición pública consistió en una entrevista concedida
al psicólogo y cristiano conservador James Dobson (que se puede encontrar tanto
en su versión original como doblada al español en youtube) donde sermoneó sobre los males de la
pornografía que, adujo, había sido la causa de sus crímenes; de aquí que el
Decreto de Compensación a Víctimas de la Pornografía se conozca actualmente
como Ley Bundy.
La ejecución fue un acontecimiento público digno de uno de
los asesinos más jaleados por los medios de comunicación, hubo más de mil
solicitudes para presenciarla; a las puertas de la penitenciaría de Florida se
agolpó una multitud con camisetas que rezaban “Arde, Bundy” y se encendieron
fuegos artificiales mientras la emisora de radio local pedía a los oyentes que
apagaran todos los electrodomesticos para que “allá en la cárcel tengan más
combustible”.
Se cuenta además que en Tallahasse y Jacksonville (las localidades
en las que cometió los crímenes por los que a la postre fue ejecutado) los
habitantes se levantaron de la cama a la hora de la ejecución para prender sus
encendedores y celebrar así, en común, esta muerte merecida.
A nivel personal recuerdo
claramente ver en nuestras noticias nacionales las imágenes de todo es jolgorio
popular, y aunque no tengo nada en contra del legítimo sentimiento de venganza,
se me ocurre que esa auto degradación pública fue a la postre la última
victoria de Bundy sobre la humanidad racional.
El legado de Bundy no se extinguió con su muerte, su figura
ha continuando siendo analizada y “homenajeada” durante todos estos años, el
poder de fascinación de un aparente hijo predilecto de la sociedad dominante en
Norteamérica, devenido en bestia insaciable, sigue estando intacto. La figura
de este asesino ha servido como modelo para innumerables películas y series de
televisión ya sea de forma explícita o sugerida aunque sus sangrientas hazañas
han sido llevadas a imágenes que yo sepa tan sólo en dos ocasiones.
La primera de ellas bajo el formato de un telefilme titulado
“The deliberate stranger” estrenado en 1986 (es decir cuando el asesino aún no
había sido ejecutado) y protagonizado por Mark Harmon en el papel de Bundy y
Frederic Forrest en el de Robert Keppel. No se trata de un documento demasiado
valioso debido al carácter tradicionalmente descriptivo y poco analítico de
esta clase de producciones y debido también a las escasas dotes dramáticas de
Harmon, un atildado actor de televisión que ya en su madurez ha disfrutado de
una sorprendente e inmerecida fama al protagonizar esa pegajosa serie llamada
“Navy: investigación criminal”.
En el año 2002 se estrenó, ya en cines, otra
película biográfica titulada “Ted Bundy”, un tipo de filme perteneciente a una
nueva tendencia a la hora de abordar esta clase de crímenes y que se apoya en
un naturalismo estricto que huye de cualquier clase de tesis psicológica o
social, en esta ocasión el monstruo era interpretado con escalofriante
elocuencia por el actor Michael Reilly Burke
Personalmente repito que no conozco ningún otro biopic que
narre de forma directa la biografía de Bundy aunque guardo un recuerdo especial
de “The Riverman”, una película para
televisión que narra los crímenes de otro célebre asesino del estado de
Washington: el conocido como “The Green River killer”. En esta película Bundy
aparece como personaje secundario y en un determinado momento se le muestra
narrando, en la peculiar manera ya mencionada, uno de sus asesinatos: una
escena que recuerdo como una las más crueles y desesperanzadoras de las que
tenga memoria (y no por la crudeza de las imágenes precisamente) y verdadera
medida del autentico significado del comportamiento criminal de Bundy.
Pero nada de lo que se haya escrito o filmado nos puede
siquiera acercar a los límites de la comprensión de una mente como la de Bundy,
ante su historia y la de otras gentes como él no puedo evitar pensar en ese
cuadro de El Bosco de nombre “Extracción de la piedra de la locura”. Más de
quinientos años después no parece que estemos más cerca de desentrañar el
misterio de la mente perturbada de lo
que se estaba entonces.
11 Comments:
Todo ciclo tiene su fin, ya sabes, el abecedario del crimen, el barça... jeje... ops! acabo de darte la opción de hacer un nuevo capítulo para esta sección que hoy termina...
Bueno, diría que ha sido un placer acudir a las citas de estas entregas, pero sería decir mucho, porqué placer, lo que se dice placer, no. Pero ha sido instructivo y muy interesante.
Aunque instructivo tampoco, pues si uno quiere convertirse en un serial killer, con esta recopilación, a la conclusión que podemos llegar es que terminan por pillarte, y no mola, si no, más de uno no se lo pensaba dos veces. Y si tomas nota para qué hacer por evitar ser la víctima, es trabajo perdido, pues el azar y el infortunio son los que juegan baza, y poco se puede hacer para esquivar la mala suerte de toparte con un ser indeseado en el lugar inadecuado en el momento inoportuno.
E interesante... pues para saciar ese morbo tan fastidiosamente humano que todos poseemos y para horrorizarnos un poco más de las atrocidades de las que algunos pueden llegar a ser capaces de cometer.
Una cosa más, aunque la blogosfera marche a la deriva, no eches el cierre a este espacio. Forma parte de mis webs referenciales de las que siempre extraigo algo interesante.
Bueno existe la teoría de que en realidad lo que quieren es que les pillen aunque de forma inconsciente pero nunca he estado muy seguro de eso.
De momento esta sección en particular sí ha echado el cierre que no el blog aunque reconoce que blogger ha vivido mejores tiempos.
Blogger vivió tiempos más multitudinarios, que no sé si mejores. Pensemos que se fue la paja y nos quedamos el grano. Ya sé que es un tanto presuntuoso, pero que nadie nos toque nuestra autoestima.
Aunque esta entrada tenga sabor a despedida, he de decir que pensé que jamás volverías a escribir otra entrega del "Abecedario del crimen", por lo que más que como la última yo me la he tomado como un regalo inesperado.
Respecto a Ted Bundy y al historia que has escrito, sigues siendo un maestro. Y la mente conoce razones que la razón ignora.
Y siendo como es una despedida, gracias por las veintidós entregas del Abecedario. Y gracias por seguir manteniendo el blog abierto.
De nada amigos, mientras haya gente que lea (y comente) este blog seguirá vivo aunque de forma más discontinua. ¡Todo por mi público!
Qué desdicha finalizar el abecedario del crimen, que tantos momentos de solaz y fotos horribles para nuestras pesadillas nos ha dado (mi favorita, la de Polanski en shock al lado de la puerta todavía manchada con la sangre de su esposa). Gracias.
Gracias querida, si finalmente cierro la tienda y la traslado a facebook no olvidaré avisarte.
Oh que pena, me encantaban estas historias truculentas aunque como a Ra también me provocaban pesadillas.
Eso de escribir a los presos, les pasa sólo a las locas americanas? ayer estuve viendo una peli -the paperboy, que creo que a ti no te gustó- en que nicole kidman haciendo de loca se escribia con un bicho (y ese si que era basura blanca). Te juro que no lo entiendo.
Digamos que les pasa principalmente a las locas americanas, recuerda que de hecho hablamos de eso en una entrada de esta sección recientemente fenecida.
http://sisterboydrama.blogspot.com.es/search?q=novia+de+la+muerte
ah sisterboy es verdad!! en la peli que vi el asesino salía de la cárcel y se llevaba a Nicole a vivir con el a los pantanos..aunque ella no acaba muy bien que digamos.
Dime la verdad, la Gloria esa..te ha escrito algún privado? mira que no es americana!!
Pues no, y siguiendo el enlace hasta su blog la verdad es que prefiero que no lo haya hecho.
jajaja hay gente rara rara por ahí
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