Monday, August 12, 2013

ABECEDARIO DEL CRIMEN. CAPÍTULO XXII Y ÚLTIMO. OH YOU, HANDSOME DEVIL



El 6 de agosto del año 2006 (es decir hace más o menos siete años) se publicó en este blog una entrada que sería la primera de una larga lista que tendría como eje central el insólito mundo del crimen. La principal fuente (aunque no la única, de hecho en ocasiones se han contado historias que no tenían nada que ver con el contenido del libro) de toda este río de sangre residía en el “Diccionario del Crimen”, una antología en formato de abecedario donde desfilaban toda clase de truculentas historias del pasado y el presente. El autor del original literario era Oliver Cyriax y su mayor virtud (al margen de su labor recopilatoria) residía en el inconfundible humor negro inglés con el que se trataban temas tan morbosos. 



A partir de ese día, como dije antes, se vinieron repitiendo las entradas de una saga a la que intenté poner fin en varias ocasiones y que por último, como suele ocurrir en estos casos, la propia decadencia de la blogosfera obliga liquidar al igual que una forma de expresión que hace tiempo que ya ha sido sustituida por otras más en boga. Y qué mejor manera de terminar una de las secciones más apreciadas por los cada vez más escasos lectores de esta bitácora, que haciendo coincidir dicha conclusión con el séptimo aniversario (número cabalístico donde los haya) de la primera entrada y además hablando del mismo personaje que protagonizó aquella historia primigenia, un individuo que de todos modos tiene “méritos” más que sobrados para ocupar un lugar destacado en la Biblia del Mal.

Sin más preámbulos pasamos a narrar el último episodio del Abecedario del Crimen agradeciendo de paso la atención prestada durante todo este tiempo.   


La primera vez que oí hablar de Ted Bundy fue en un Selecciones del Reader´s Digest publicado en España en Julio de 1983, es decir hace más de 30 años. Una de las fotos que encabezaba el reportaje era precisamente la inquietante instantánea que ilustra el principio de este comentario, resultaba difícil no seguir leyendo el artículo después de ver esta cautivadora imagen, tan simbólica de la personalidad de unos de los más celebres criminales de la segunda mitad del siglo pasado.

Todo comenzó en el año 1974 cuando empezaron a desaparecer mujeres jóvenes, la primera de ellas en el mes de enero. A partir de entonces la ciudad de Seattle vio aterrada cómo iban desapareciendo otras jóvenes a razón de una cada mes hasta un total de cinco, todas tenían entre dieciocho y veintidós años y todas menos una eran estudiantes universitarias. Aquellas similitudes eran las únicas pistas con las que contaba la policía.    

Algo más tarde, el día 15 de julio, seis meses después de que empezara todo, Robert Keppel, detective de la brigada de homicidios del condado de King, veía la televisión en su casa cuando escuchó la noticia de la desaparición, el día anterior domingo, de dos muchachas en el Parque del Lago Sammamish, dieciséis kilómetros al oeste de Seattle. Aunque había oído hablar de las anteriores desapariciones aquella en concreto le concernía directamente pues había tenido lugar en su jurisdicción.

Al día siguiente Keppel y su colega Robert Dunn se pusieron a trabajar. El caso en un principio no parecía tener mucho sentido: dos muchachas, sin relación alguna entre ellas, habían desaparecido del mismo lugar, el mismo día, ante los ojos de cuarenta mil persona que merendaban y tomaban el sol en el parque. La primera joven era Janice Ott de veintitrés años cuya desaparición fue denunciada por su compañera de piso al día siguiente, la segunda era Denise Naslund de dieciocho que se había ausentado un momento de la compañía de su novio y unos amigos para ir al servicio.

El caso atrajo gran atención y la policía recibió numerosas llamadas de todas las cuales, como suele ser habitual, sólo algunas eran verdaderamente valiosas: Janice Ott había sido vista saliendo del parque acompañada de un hombre delgado, de mediana estatura, que llevaba un brazo en cabestrillo. Según uno de los testigos el hombre había pedido a la joven que le ayudara a colocar una barca en el techo de su automóvil. El hombre decía llamarse Ted. Otra testigo declaró que un hombre de similares características (brazo en cabestrillo incluido) se le había acercado con la misma solicitud, sin embargo la mujer se había excusado, algo que el individuo no se tomó a mal. Quince minutos más tarde la testigo afirmó haber visto al mismo hombre en compañía de otra chica con la misma descripción que Janice Ott.


Días más tarde Keppel interrogó a otra mujer que contó la misma historia pero con un protagonista aparentemente distinto: iba vestido de forma diferente y su aspecto no era pulcro como el del otro individuo descrito, este iba despeinado y tenía los ojos desencajados y ante la negativa de la joven había insistido con rudeza llegando incluso a aferrarla de un brazo, el incidente había tenido lugar a pocos metros del lavabo donde Denisse Naslund fue vista por última vez.




Dunn convocó entonces a todas las personas que hubieran visto al sospechoso en el parque a reunirse con un dibujante de la policía para elaborar un retrato robot del individuo.





Poco después de que la radio, la televisión y los periódicos solicitaran información al público, la policía del condado de King empezó a recibir un promedio de quinientas llamadas al día afirmando haber visto a Ted y su brazo en cabestrillo en diversos lugares. Siempre la misma historia, un hombre que solicitaba ayuda para llevar o traer alguna clase de objeto a un Volkswagen marrón metalizado. Algunos de esos avistamientos habían tenido lugar en sitios donde se habían tenido lugar más desapariciones de mujeres jóvenes.

En total se habían producido ocho desapariciones en diversas localidades del noroeste de Estados Unidos. Al comparar las fotos de ellas los investigadores encontraron un sorprendente parecido entre todas ellas: pelo largo y peinado con raya en medio.





La investigación se extendió hasta incluir la zona fronteriza de Canadá por el norte y los límites con Arizona por el sur. Se descubrieron más desapariciones inexplicables de mujeres con idénticas características físicas pero todavía no se había hallado ningún cadáver y sin cadáver ni siquiera se podía demostrar que había existido alguna clase de crimen. Pero los cuerpos no tardaron en empezar a aparecer.   


 En concreto el sábado 7 de septiembre un cazador informó haber encontrado un esqueleto humano en las colinas de Issaquah, a poco más de seis kilómetros del Parque Estatal del Lago Sammamish. A la mañana siguiente un equipo de más de cien personas iniciaron una minuciosa búsqueda en los terrenos circundantes a dónde había aparecido el esqueleto, al atardecer habían aparecido más de veinte fragmentos de huesos humanos, en total las huellas correspondían a tres cuerpos distintos, dos de ellos fueron más tarde identificados como los de Denise Naslund y Janice Ott. Junto a los restos no se hallaron huellas de pisadas o de neumáticos ni ninguna clase de arma, el estado de los cadáveres hacía imposible determinar incluso si se había cometido un homicidio pero la cosa estaba lejos de haber terminado. El 15 de octubre se halló otro cadáver en una localidad remota del estado de Washington que fue identificado como el de Carol Valenzuela, aficionada a hacer autostop y cuya desaparición había sido denunciada el 4 de agosto anterior, tal y como había ocurrido en los hallazgos previos a pocos metros del lugar se hallaron restos de un segundo cadáver. El 1 de marzo del año siguiente se encontró un nuevo osario en las laderas de la montaña Taylor, allí aparecieron los restos de Susan Elaine Rancourt, Brenda Ball, Roberta Kathleen Parks, y Lynda Ann Healy.

Tras estos últimos descubrimientos se organizó una reunión a la que asistieron representantes de de veinte organismos policíacos de la región noroccidental y de la Policía Montada del Canadá para coordinar sus esfuerzos, sin embargo, y aparte de la periódica aparición de cuerpos en las montañas de Washington, los días pasaban y apenas si se conseguía avanzar. Los detectives encargados del caso tenían la sensación de que el misterioso Ted ya había sido interrogado y dejado escapar de entre la lista de 2.552 sospechosos y del millar de vehículos Volkswagen investigados. Durante casi un año, la policía del condado dedicó todos sus recursos al caso, con el fin de poner en orden aquel cúmulo de datos se utilizó una computadora alimentándole con cuarenta mil elementos de información pero la maquina electrónica no logró proporcionar un sospechoso concreto. De este modo y tras más de cien mil horas de trabajo era imposible hacer más, a partir del 1 de junio de aquel año la búsqueda de Ted fue sólo responsabilidad de Keppel y Dunn.

Los dos detectives se aplicaron una vez más a la lista de 2.500 sospechosos y tras un mes de trabajo lograron reducirla a cien dedicando después  alrededor de una semana a cada uno de ellos. La mañana del 19 de agosto cuando habían eliminado ya a seis y se disponían a investigar al séptimo Keppel recibió una llamada telefónica de Salt Lake City (Utah), el que hablaba era Jerry Thompson, detective de la oficina del Sheriff de dicha ciudad que quería preguntarles por un tal Theodore Robert Bundy, un nombre que había estado entrando y saliendo de la lista de sospechosos continuamente. Thompson informaba de que el tal Bundy vivía en Utah desde hacía un año y que había sido arrestado por intentar escapar de un agente de la ley a bordo de un Volkswagen donde se hallaron herramientas de ladrón. También informó de que, coincidiendo con la llegada de Bundy a la zona, se habían producido varios asesinatos de jóvenes. Casi un año después de comenzada la investigación los detectives de Washington tenían al fin un nombre.



Para Jerry Thompson y los habitantes de Salt Lake City el terror había empezado el 28 de octubre de 1974, justo cuando cesaron las desapariciones mensuales de muchachas en Seattle, aquél día se había hallado el cadáver de Melissa Smith de diecisiete años, un mes más tarde se encontró asimismo el cadáver de Laura Aime. Ambos cuerpos habían aparecido con una media atada al cuello. La siguiente víctima fue Debra Kent también de diecisiete años que desapareció cuando iba a recoger su coche de un aparcamiento. El secuestrador, sin embargo, había dejado una pista: una llave de esposas.

La llave pertenecía a un par de grilletes empleados en un fallido intento de secuestro del que, pocas horas antes de la desaparición de Debra Kent, estuvo a punto de ser víctima otra muchacha, Carol DaRonch, que se convirtió en un testigo vital al ser la persona que más cerca estuvo de pasar a formar parte de la lista macabra y que finalmente consiguió salvarse.



El hecho había ocurrido en una zona comercial cuando la joven había sido abordada por un hombre bien parecido, de entre veinticinco y treinta años, que se identificó como un policía y comunicó a Carol que debía acompañarla a la comisaría pues habían arrestado a un hombre que intentaba robar su automóvil. Tras un corto recorrido, el individuo detuvo el coche e intentó esposarla, Carol logró huir del vehículo, pero el desconocido la persiguió, amenazándola con una barra de hierro. La joven se salvó gracias a la aparición de un automovilista, en el forcejeo el presunto secuestrador había dejado caer las esposas.

Como se ha dicho todos estos sucesos habían coincidido con la llegada de Bundy a Salt Lake City donde había sido detenido en el interior de un coche a las tres de la madrugada en un barrio residencial. A Thompson le extrañó que un estudiante de Derecho de veintiocho años fuera detenido en tales circunstancias y entonces recordó haber oído ese nombre incluido en una lista de personas de interés relacionadas con los asesinatos de los alrededores de Seattle. Tras hablar con Keppel, Thompson decidió arrestar a Bundy bajo la acusación de poseer herramientas para robar. Poco después se registró su apartamento con la esperanza de encontrar alguna pista que le relacionara con los asesinatos y desapariciones pero no se halló absolutamente nada sospechoso a excepción de varios mapas de carreteras de Colorado y folletos de centros de esquí del mismo estado. Lo que sí pareció sospechoso fue la inalterable actitud de Bundy que ni siquiera preguntó a los policías qué estaban buscando, pero más sospechoso aún fue el saber que Bundy había contratado un abogado que llamó a la policía para preguntar si estaban investigando a su cliente en relación con los asesinatos cuando los detectives jamás habían mencionado el tema al detenido.

Mientras tanto Thompson se había puesto en contacto con la policía de Colorado enterándose de que el rastro de facturas de gasolina y marcas en el mapa de carreteras de dicho estado hallado en el apartamento de Bundy conducían a tres desapariciones sin esclarecer. Los indicios se acumulaban pero se trataba de pruebas circunstanciales, para poder obtener una orden de detención Bundy debía ser identificado por Carol Daronch, hasta ahora la única superviviente conocida del asesino que por el momento había identificado el coche de Bundy como el mismo en el que se había producido el ataque.



El 1 de octubre tuvo lugar la sesión de identificación de Carol DaRonch, cuando Thomson vio llegar a Bundy, entre otros seis individuos, se quedó estupefacto: tenía la impresión de encontrarse ante otra persona, a diferencia del día anterior, Bundy llevaba el pelo muy corto y se había peinado con raya a un lado, fue una muestra más de cómo la facilidad de Bundy de cambiar de aspecto había confundido tanto a la policía en el pasado.



No obstante el subterfugio no le sirvió de nada, DaRonch y otros testigos identificaron sin lugar a dudas a Bundy, posteriormente un concienzudo registro del Volkswagen permitió hallar cabellos que pertenecían a dos de las víctimas. Por fin había terminado el misterio del crimen, pero, como de costumbre también, en ese mismo momento comenzaba el misterio del hombre.



Theodore Robert Cowell Bundy nació el 24 de noviembre de 1946 en Vermont, fue el hijo natural de una secretaria respetable, la identidad del padre siempre fue un secreto y  en un primer momento Bundy pensaba que su madre era en realidad su hermana. El chico vivió en Filadelfia hasta los cuatro años con su hermana-madre y sus abuelos maternos, luego su madre se trasladó a Tacoma (Washington) donde Bundy creció y se educó. Los informes del archivo del instituto señalaban una capacidad intelectual por encima del promedio, pero también un carácter introvertido. Después de terminar el bachillerato en 1965, ingresó en la Universidad de Puget Sound, en Tacoma; de allí se trasladó a la Universidad de Washington. En el año 1966 se enamoró de la sofisticada, bella y rica Stephanie Brooks pero ella le dio calabazas. 


 En 1972, se licenció en Psicología y posteriormente trabajó en una institución para enfermos mentales y en un centro psicológico. Más tarde obtuvo un puesto en el Comité Asesor para la Prevención del Delito en Seattle, allí Bundy hizo gala de su proverbial encanto, todo el que le conocía se quedaba prendado de él y muchas personas estaban convencidas de que podía llegar muy lejos.

Sin embargo desde hacía mucho tiempo atrás las cosas habían empezado ya a torcerse, desde muy joven Bundy se dedicó con ahínco a la masturbación y se convirtió en un fantaseador y ladrón compulsivo; ya adulto en una ocasión robó de un invernadero un árbol de dos metros y se lo llevó en el coche, asomando por el techo. Más tarde el dolor producido por su ruptura con Stephanie le produjo un recrudecimiento del hábito de robar.

Bundy quería impresionar a su amada mejorando su expediente académico pero sacaba notas bajas y no podía competir con sus propios patrones de triunfo, reducido a trabajar como vendedor de unos grandes almacenes, robaba por diversión y empezó a interesarse por la pornografía violenta. El día en que, por casualidad, atisbó a una mujer desvistiéndose en una habitación iluminada, se inició su carrera “universitaria” de mirón; gradualmente, con interludios de repugnancia por sí mismo, empezó a buscar formas más activas de recompensa; primero seguía a las chicas, luego les averiaba los coches para incapacitarlas y más adelante se dio a acecharlas armas en mano. El primer ataque lo consumó con un palo cuando la víctima buscaba las llaves frente a la puerta de su casa. El paso siguiente fue violentar la entrada de una residencia y esperar a una estudiante en su habitación.

En la misma época en la que se producía esta progresiva inmersión de Bundy en el mundo del crimen, el recién licenciado joven disfrutaba de un fulgor pasajero. El ingreso en la carrera de abogacía y el trabajo en el Comité Asesor le conferían un aura espúrea de madurez y seguridad que le sirvió para reconquistar el corazón de Stephanie Brooks quien, deslumbrada por la nueva exquisitez de Bundy, accedió a casarse con el en la Navidad de 1973, que pasaron juntos en una urbanización privada de Alpental. Pero el 2 de enero Stephanie volvió a California, confusa y lastimada porque algo en la actitud de su prometido había cambiado; más tarde concluiría que la había seducido para darse el gustazo de rechazarla.

Posiblemente este incidente marcara el punto de ruptura total de Bundy con cualquier posibilidad de mantener una relación sentimental ortodoxa, ¿para qué quedar expuesto a un nuevo rechazo cuando en su vida alterativa podía eliminar dicha posibilidad? Como quiera que fuese lo cierto es que tres días más tarde de la nueva ruptura (en esta ocasión provocada por él) Bundy cometió su primera violación, y antes de que terminara el mes de enero mataría por primera vez. Al igual que muchas de sus víctimas posteriores esta primera chica, Lynda Ann Healey de 22 años, era un clon de Stephanie, de cabello largo con raya al medio y rasgos agradables y equilibrados.



Ya entregado a su vorágine asesina Bundy no podía evitar que su vida de ciudadano respetable y promisorio siguiera mezclándose con su alter ego criminal. La amiga regular de Bundy durante este período, Megan Roberts, contó a la policía cómo en sus relaciones íntimas habían pasado con desasosegante rapidez del sexo convencional al bondage y al estrangulamiento simulado. El sexo se había convertido en arena para la cólera, y Bundy estaba furioso con todo el mundo: sus amigos, su familia y sus compañeros.

Después de este primer crimen y antes del doble asesinato del lago Sammamish, Ted Bundy dejó otra muestra de su carácter bipolar protagonizando un ensayo general que estuvo a un paso del desenlace mortal. Salvo la muerte, todos los demás ingredientes estuvieron presentes y bien delineados, lo cual quizá nos aproxime un poco a las raíces del placer de Bundy. Aunque este incidente fue ya relatado en la entrada inaugural de la serie que hoy termina vale la pena reproducirlo ahora de nuevo.

En Junio de 1974, Bundy organizó un descenso en balsa por el río Yakima en el estado de Washington en compañía de Larry Voshall un conocido de la administración judicial donde ambos trabajaban. Los jóvenes invitaron a dos mujeres, Becky y Susan, para quienes adquirieron chalecos salvavidas ya que no eran expertas nadadoras. De los cuatro, tres iban por turnos en una balsa que arrastraba al cuarto, metido en un tubo de goma.

Al llegar a los rápidos, el humor de Ted cambió súbitamente. Según afirma Voshall: “De repente Ted, que estaba detrás de Becky, le desata el cordón superior del bikini, dejando sus pechos al descubierto. Todos, salvo él, nos sentimos atónitos e incómodos. La verdad es que apenas nos conocíamos. Ted parecía disfrutar de ello. Más tarde, bajábamos por un tramo particularmente movido y Becky estaba en el tubo de goma. Ted cogió la cuerda que la sujetaba y dijo: ¿Qué harías si desatase esta cuerda? Becky se puso a gritar, claro. Tenía un susto de muerte. Yo miré a Ted y no pude creer lo que veía. Estaba gozando con el terror que le producía a Becky, que gritaba desesperadamente. Había desatado la cuerda y amenazaba con soltarla. Me enfadé mucho”.

Bundy suspendió su tanteo en la balsa en las escenas preliminares. Ya había logrado la humillación sexual que buscaba al dejar a Becky semidesnuda, y estaba adentrándose en una fase de terror inducido por la dominación.  El paralelismo con una versión exagerada del acto sexual es evidente. En el crimen sexual aparecen muchos de los elementos motivadores del ritual galanteo, si bien espantosamente deformados: a pesar de que el asesino adapta cada fase a sus necesidades, los objetivos no varían.

No es infrecuente que la gente normal experimente fantasías sádicas, perfectamente controlables, mientras hace el amor. Para un asesino sexual, ambos componentes (sexo y sadismo) resultan divergentes, de modo que su esfera perversa (sadismo) desplaza progresivamente el perfil tradicional (sexo) hasta establecer una existencia independiente y ajena a la conducta sexual, sustituyéndola.   

Una vez arrestado, Bundy siempre mantuvo bajo su hechizo al menos a una mujer que vivía para visitarlo, hacerle recados y proclamar su inocencia. Cuando una se alejaba, enseguida la reemplazaba otra.  

  

El primer asesinato de Bundy fue supuestamente provocado por la pérdida de apoyo financiero que le permitía acudir a la facultad de Derecho. Algunos han argumentado que si Bundy no hubiese sufrido algunas tensiones previas a este primer crimen, hubiera terminado sus estudios y conocido a una mujer que satisficiera muchas de sus necesidades, quizás no habría llegado a asesinar nunca; podría haberse convertido en un agresivo abogado, alguien que frecuentara prostitutas, buscara relaciones sadomasoquistas y tratará como fuera de liberarse de su cólera, en resumen su conducta desviada podría haber sido más socialmente aceptable y tal vez nunca habría llegado a cruzar completamente la línea. No hay forma de saberlo pero, a juzgar por su posterior comportamiento, parece probable que más tarde o más temprano de todos modos Bundy terminará por traspasar la línea. 



El juicio contra Ted Bundy por el intento de secuestro de Carol DaRonch comenzó en Salt Lake City el 23 de febrero de 1976. El acusado optó por ser juzgado por el juez, sin la ayuda de un jurado. Desde un principio Jerry Thompson presintió que iba a tener dificultades. Aun cuando Carol se mantuvo firme en su identificación, el abogado defensor destacó el hecho de que la rueda de reconocimiento se había producido casi un año después de que se produjera el ataque y que, por tanto, podía tratarse de un mero parecido.

Más tarde el acusado subió al estrado para defenderse. Hablaba con gran seguridad y aplomo pero cuando el fiscal contrastó su testimonio con el rastro que habían dejado su tarjeta de crédito y los recibos de gasolina Bundy tartamudeó y fue incapaz de dar una explicación.


El 30 de junio el juez dictó una sentencia mínima de un año y máxima de quince, no era un veredicto muy espectacular pero los investigadores del caso recibieron la noticia con alivio, al menos se aseguraban de que Bundy estaba a buen recaudo mientras trataban de que las débiles pruebas de que disponían para los demás crímenes se tornaran en algo más sólido.

La investigación profundizó en el análisis de los cabellos encontrados en el Volkswagen y por fin a finales de octubre un juez del condado de Pitkin (Colorado) expidió una orden de arresto contra Bundy, acusándole del asesinato de Caryn Campbell, una de las víctimas halladas en ese estado.


Los trámites preliminares de este juicio se prolongaron durante la primavera, el verano y el otoño del siguiente año a medida que Bundy lograba retrasar el proceso con toda clase de triquiñuelas pero, a finales de Diciembre, una resolución del tribunal transfirió el proceso a Colorado Springs, parecía que se acercaba por fin el final de la carrera de Bundy pero el escurridizo criminal se guardaba un último y espectacular as en la manga. 




Los funcionarios de prisión que custodiaban a Bundy habían notado que el prisionero estaba adelgazando de forma notoria, algo que achacaron al stress que le provocaba el complicado proceso en el que estaba involucrado, pero la razón era otra bien distinta. La noche del 30 de diciembre de 1977, Bundy desprendió del cielo raso de su celda un plafón de iluminación de gran tamaño. Gracias a su recientemente adquirida delgadez pudo pasar por la angosta abertura hasta el espacio vano, entre el techo verdadero y el falso, donde se alojan cables y tuberías. Seguidamente se arrastró hasta que estuvo encima de la vivienda del carcelero y esperó hasta que le oyó salir. Entonces, abrió a golpes un agujero, bajó a la vivienda y salió a la calle. Antes, en la celda, se había preocupado de formar un bulto bajo la manta del catre. La vieja artimaña dio resultado y la huida no se descubrió hasta las diez de la mañana del día siguiente provocando una frenética actividad policial a nivel nacional y federal.



Bundy fue incluido en la lista de los diez más buscados por el FBI, además se dio protección a los testigos de la acusación, asimismo se localizó e instruyó convenientemente a parientes y conocidos del fugitivo en todo el país, pero estas medidas sonaban un tanto rutinarias ya que la lógica indicaba que el evadido buscaría algún agujero donde esconderse y esperar a que disminuyera la atención, pero Bundy y la lógica nunca se habían llevado muy bien, y los policías que conocían a fondo las manifestaciones más macabras de su personalidad tenían la sensación de que más tarde o más temprano volverían a saber de él.



A 2.400 kilómetros Colorado Springs se encuentra Tallahasse, capital de Florida y sede de la Universidad de ese estado. En realidad se trata más de un pueblo que de una ciudad, sus calles soñolientas están bordeadas de grandes árboles y repletas de estudiantes que, a pie o en bicicleta, van y vienen de sus clases. Apenas se registran delitos graves pero todo eso cambió durante las primeras horas del 15 de enero de 1978.

Ese día a las 03.22 de la madrugada, la policía recibió una llamada de la residencia universitaria femenina Phi Omega. A su llegada, los agentes encontraron un caos indescriptible: cuatro muchachas habían sido golpeadas, y una de ellas violada, otras dos estaban muertas. A seis manzanas de distancia otra estudiante había sido atacada pero, pese a sus graves lesiones, logró sobrevivir y recuperarse. Para Keppel estaba claro que Ted Bundy había salido a la superficie. 



Veinticinco días más tarde y a ciento sesenta kilómetros al este, en Lake City, se denunció la desaparición de Kimberley Leach de doce años que, a pesar de estar bastante lejos del perfil de mujer que interesaba a Bundy, tuvo el dudoso honor de ser la última víctima del monstruo.


Por fin, seis días más tarde y por increíble que parezca, Bundy fue detectado merodeando por las calles de Pensacola al volante de un Volkswagen, exactamente igual que tres años antes cuando fue arrestado por primera vez. Tras una breve persecución y tras resistirse con violencia a su detención por fin Ted Bundy volvía a estar bajo custodia.

Los detectives de Pensacola comenzaron el interrogatorio en ese mismo momento y en esta ocasión Bundy, que tenía un semblante y una actitud de abatimiento, se mostró algo más comunicativo que en las largas interpelaciones a las que había sido sometido en el pasado. Bundy habló de oscuras fantasías e impulsos que le asaltaban al principio de año en año, luego se hizo más frecuente: mensual, anual, diario, cuando llegó a Florida las fantasías le asaltaban a cada hora. Seguidamente añadió con voz glacial “Soy el tipo más frío que jamás hayan conocido”.





Cuando se le preguntó por Kimberly Leach, Bundy negó conocerla pero cuando los agentes presionaron propuso un trato: si le recluían en una institución psiquiátrica, cerca de su familia, lo confesaría todo. Semejante arreglo ya no era posible y así se lo hicieron saber los policías aunque los detectives siempre se preguntaron cuántos casos se habrían resuelto de haber aceptado el trato, sobre todo cuando Bundy les comunicó que la cifra total de sus crímenes, aunque nunca dio un numero exacto, tenía tres dígitos.   

De regreso a Tallahassee, Bundy recuperó su aplomo y volvió a negar con vehemencia cualquier relación con crímenes recientes o pretéritos. Pero esta vez Bundy había sido mucho más descuidado que en los asesinatos del noroeste con los que se había dado a conocer, esto incluía marcas de dientes que había dejado en algunas de sus últimas víctimas. De esta manera el 20 de julio el sospechoso fue formalmente acusado del asesinato de Kimberly Leach y del doble homicidio de la residencia estudiantil de Tallahassee.

El 25 de julio de 1979 y tras sólo seis horas y media de duración Bundy fue sentenciado a muerte más dos condenas de noventa y nueve años cada una por los asesinatos de la residencia.  Más tarde, el 7 de enero de 1980 recibió otra sentencia de muerte por el asesinato de Kimberly Leach. Tras esto Bundy fue transferido a una celda de máxima seguridad en la Prisión Estatal de Starke, Florida.

En una de estas sentencias se produjo uno de esos momentos tan características de la imagen que al exterior se da de la justicia norteamericana y que tanto nos llama la atención en esta parte del mundo. Después de condenarle a muerte el juez dijo: “Cuídese joven, se lo digo sinceramente. Es una tragedia para este tribunal ver a un ser humano tan desperdiciado. Es usted un hombre brillante. Habría sido un buen abogado. Me hubiera gustado tenerlo ejerciendo ante mí. No siento hacia usted ningún rencor, créame. Tomó usted el camino equivocado, socio. Cuídese”    


Quizás esta sorprendente coda sea una muestra del impacto que este caso provocó en la sociedad estadounidense aquellos años, Ted Bundy terminó por convertirse en el asesino más famoso de su época. Al contrario que muchos de sus colegas en el crimen, Bundy era un individuo tan fotogénico y se expresaba de forma tan precisa y elegante que muchas personas llegaron a la conclusión de que no podía haber cometido los crímenes de los que se le acusaba, una reflexión lógica en un mundo en el que la imagen lo es todo. Así pues la razón por la que este caso fue tan perturbador reside no tanto en la brutalidad de los crímenes sino en el carácter de la persona que los cometió, Bundy era un chico de clase media con estudios, casi un prototipo del buen hijo americano, no era un marginado producto de la basura blanca pobre como muchos otros asesinos en serie, para la sociedad mayoritaria era uno de los suyos y pese a que en su infancia se habían producido algunos trastornos aquello no bastaba para justificar todo aquel horror.

¿Era Bundy un perturbado?. Tras su primera condena el doctor Carlisle, de la penitenciaria estatal de Utah, escribió “En general, los resultados de las pruebas objetivas corresponden a una persona feliz, segura de sí misma y equilibrada […]. Para concluir, pienso que el señor Bundy es un hombre sin problemas, o bien es lo bastante listo e ingenioso como para demostrar que raya el límite de lo normal.” Quizás en este comentario final se encuentre la clave de todo (dejando al margen el hecho de que cualquiera que deba ser lo bastante “ingenioso” como para demostrar que “raya” el límite de la normalidad ha de estar como una cabra), durante gran parte de su vida Bundy fue capaz de mantener su locura controlada o al menos de ocultarla hasta que esta se hizo tan imperiosa que terminó por devorarle, aunque en este caso no se puede hablar de un Doctor Jeckill que ocasionalmente se convirtiera en Mister Hyde sino de un  Mister Hyde que se disfrazaba bajo la piel de un Doctor Jeckill   

De todas formas, aunque no creo que exista nadie que se atreva a calificarlo de persona normal, a efectos legales Bundy era responsable de sus actos ya que distinguía el bien del mal en el momento de cometerlos y también conocía las consecuencias que dichos actos pudieran acarrearle, pero está claro que debía existir alguna clase de trastorno que explicara su monstruosa conducta así como el hecho de que combinara características de un asesino escurridizo e inteligente con comportamientos increíblemente descuidados como el hecho de usar su verdadero nombre de pila o el de volver a emplear un vehículo Volkswagen tras su fuga de prisión, a pesar de que sabía de sobra que ese detalle era uno de los más característicos de su carrera criminal. 

Algunos años más tarde el agente del F.B.I. Robert K. Ressler (cuya presencia en este serial ha sido constante de forma directa e indirecta) tuvo ocasión de entrevistarle a petición del propio Bundy, que se confesó admirador de su trabajo. Siguiendo su estilo habitual Bundy siguió adulando a Ressler tratando así de controlarle, se negó a hablar de sus crímenes de forma directa y se pasó horas dando rodeos sobre cómo pudo haber hecho esto o aquello. A Bundy le era imposible reconocer directamente sus crímenes; lo que hacía era especular sobre lo sucedido, ocultándose en una ficción de inocencia mientras ayudaba a los investigadores a trazar el “retrato” del asesino probable. De esta manera Bundy no sólo despersonalizaba a sus víctimas a las que calificaba de “mercadería” o “desechos” sino que, despersonalizándose él mismo, relataba sus crímenes en tercera persona.

El fastidioso vocabulario de Bundy, su terca búsqueda de eufemismos inofensivos, planteó a los interrogadores delicados problemas lingüísticos. El uso de la palabra “carga” en lugar de “persona” o “víctima” daba origen a diálogos como el que sigue:

-Cuando la sube al vehículo ¿la carga está viva o muerta?
-No me gusta usar esos términos
-Cuando la sube, ¿la carga está estropeada?     
- A veces está estropeada y a veces no. 

Tres o cuatro días antes de su ejecución Bundy anunció que lo contaría todo, y una docena de funcionarios de todo el país acudió a entrevistarle. Uno de ellos era Robert Keppel, Bundy volvió a sus rodeos y fintas verbales sobre el primer asesinato sin tocar para nada los demás. Luego informó al policía que esta tarea le iba a llevar mucho tiempo, y que, si los policías se reunían y hacían una petición para que se le concedieran a Bundy otros seis u ocho meses de vida, podrían llegar al fondo de muchas cosas. Una vez más resultaba una propuesta atractiva, por los muchos casos que habían quedado sin resolver, pero imposible de cumplir además de que los investigadores, que ya conocían a Bundy en profundidad, estaban convencidos de que el asesino se dedicaría a prorrogar indefinidamente ese plazo y que jamás contaría toda la verdad.    

Al final Bundy confesó un total de 23 asesinatos. Por fin fue electrocutado el 25 de enero de 1989 a las siete horas y dieciséis minutos. Su última y espectacular aparición pública consistió en una entrevista concedida al psicólogo y cristiano conservador James Dobson (que se puede encontrar tanto en su versión original como doblada al español en youtube)  donde sermoneó sobre los males de la pornografía que, adujo, había sido la causa de sus crímenes; de aquí que el Decreto de Compensación a Víctimas de la Pornografía se conozca actualmente como Ley Bundy.




La ejecución fue un acontecimiento público digno de uno de los asesinos más jaleados por los medios de comunicación, hubo más de mil solicitudes para presenciarla; a las puertas de la penitenciaría de Florida se agolpó una multitud con camisetas que rezaban “Arde, Bundy” y se encendieron fuegos artificiales mientras la emisora de radio local pedía a los oyentes que apagaran todos los electrodomesticos para que “allá en la cárcel tengan más combustible”. 

Se cuenta además que en Tallahasse y Jacksonville (las localidades en las que cometió los crímenes por los que a la postre fue ejecutado) los habitantes se levantaron de la cama a la hora de la ejecución para prender sus encendedores y celebrar así, en común, esta muerte merecida.



  A nivel personal recuerdo claramente ver en nuestras noticias nacionales las imágenes de todo es jolgorio popular, y aunque no tengo nada en contra del legítimo sentimiento de venganza, se me ocurre que esa auto degradación pública fue a la postre la última victoria de Bundy sobre la humanidad racional.

          

El legado de Bundy no se extinguió con su muerte, su figura ha continuando siendo analizada y “homenajeada” durante todos estos años, el poder de fascinación de un aparente hijo predilecto de la sociedad dominante en Norteamérica, devenido en bestia insaciable, sigue estando intacto. La figura de este asesino ha servido como modelo para innumerables películas y series de televisión ya sea de forma explícita o sugerida aunque sus sangrientas hazañas han sido llevadas a imágenes que yo sepa tan sólo en dos ocasiones.

La primera de ellas bajo el formato de un telefilme titulado “The deliberate stranger” estrenado en 1986 (es decir cuando el asesino aún no había sido ejecutado) y protagonizado por Mark Harmon en el papel de Bundy y Frederic Forrest en el de Robert Keppel. No se trata de un documento demasiado valioso debido al carácter tradicionalmente descriptivo y poco analítico de esta clase de producciones y debido también a las escasas dotes dramáticas de Harmon, un atildado actor de televisión que ya en su madurez ha disfrutado de una sorprendente e inmerecida fama al protagonizar esa pegajosa serie llamada “Navy: investigación criminal”.



En el año 2002 se estrenó, ya en cines, otra película biográfica titulada “Ted Bundy”, un tipo de filme perteneciente a una nueva tendencia a la hora de abordar esta clase de crímenes y que se apoya en un naturalismo estricto que huye de cualquier clase de tesis psicológica o social, en esta ocasión el monstruo era interpretado con escalofriante elocuencia por el actor Michael Reilly Burke

Personalmente repito que no conozco ningún otro biopic que narre de forma directa la biografía de Bundy aunque guardo un recuerdo especial de “The Riverman”,  una película para televisión que narra los crímenes de otro célebre asesino del estado de Washington: el conocido como “The Green River killer”. En esta película Bundy aparece como personaje secundario y en un determinado momento se le muestra narrando, en la peculiar manera ya mencionada, uno de sus asesinatos: una escena que recuerdo como una las más crueles y desesperanzadoras de las que tenga memoria (y no por la crudeza de las imágenes precisamente) y verdadera medida del autentico significado del comportamiento criminal de Bundy.



Pero nada de lo que se haya escrito o filmado nos puede siquiera acercar a los límites de la comprensión de una mente como la de Bundy, ante su historia y la de otras gentes como él no puedo evitar pensar en ese cuadro de El Bosco de nombre “Extracción de la piedra de la locura”. Más de quinientos años después no parece que estemos más cerca de desentrañar el misterio de la mente perturbada  de lo que se estaba entonces.  



11 Comments:

Blogger 3'14 said...

Todo ciclo tiene su fin, ya sabes, el abecedario del crimen, el barça... jeje... ops! acabo de darte la opción de hacer un nuevo capítulo para esta sección que hoy termina...

Bueno, diría que ha sido un placer acudir a las citas de estas entregas, pero sería decir mucho, porqué placer, lo que se dice placer, no. Pero ha sido instructivo y muy interesante.
Aunque instructivo tampoco, pues si uno quiere convertirse en un serial killer, con esta recopilación, a la conclusión que podemos llegar es que terminan por pillarte, y no mola, si no, más de uno no se lo pensaba dos veces. Y si tomas nota para qué hacer por evitar ser la víctima, es trabajo perdido, pues el azar y el infortunio son los que juegan baza, y poco se puede hacer para esquivar la mala suerte de toparte con un ser indeseado en el lugar inadecuado en el momento inoportuno.
E interesante... pues para saciar ese morbo tan fastidiosamente humano que todos poseemos y para horrorizarnos un poco más de las atrocidades de las que algunos pueden llegar a ser capaces de cometer.

Una cosa más, aunque la blogosfera marche a la deriva, no eches el cierre a este espacio. Forma parte de mis webs referenciales de las que siempre extraigo algo interesante.

11:07 PM  
Blogger SisterBoy said...

Bueno existe la teoría de que en realidad lo que quieren es que les pillen aunque de forma inconsciente pero nunca he estado muy seguro de eso.

De momento esta sección en particular sí ha echado el cierre que no el blog aunque reconoce que blogger ha vivido mejores tiempos.

3:26 AM  
Blogger El Impenitente said...

Blogger vivió tiempos más multitudinarios, que no sé si mejores. Pensemos que se fue la paja y nos quedamos el grano. Ya sé que es un tanto presuntuoso, pero que nadie nos toque nuestra autoestima.

Aunque esta entrada tenga sabor a despedida, he de decir que pensé que jamás volverías a escribir otra entrega del "Abecedario del crimen", por lo que más que como la última yo me la he tomado como un regalo inesperado.

Respecto a Ted Bundy y al historia que has escrito, sigues siendo un maestro. Y la mente conoce razones que la razón ignora.

Y siendo como es una despedida, gracias por las veintidós entregas del Abecedario. Y gracias por seguir manteniendo el blog abierto.

4:59 AM  
Blogger SisterBoy said...

De nada amigos, mientras haya gente que lea (y comente) este blog seguirá vivo aunque de forma más discontinua. ¡Todo por mi público!

8:30 AM  
Blogger Ra está en la aldea said...

Qué desdicha finalizar el abecedario del crimen, que tantos momentos de solaz y fotos horribles para nuestras pesadillas nos ha dado (mi favorita, la de Polanski en shock al lado de la puerta todavía manchada con la sangre de su esposa). Gracias.

2:40 AM  
Blogger SisterBoy said...

Gracias querida, si finalmente cierro la tienda y la traslado a facebook no olvidaré avisarte.

5:41 AM  
Blogger Slim said...

Oh que pena, me encantaban estas historias truculentas aunque como a Ra también me provocaban pesadillas.

Eso de escribir a los presos, les pasa sólo a las locas americanas? ayer estuve viendo una peli -the paperboy, que creo que a ti no te gustó- en que nicole kidman haciendo de loca se escribia con un bicho (y ese si que era basura blanca). Te juro que no lo entiendo.

11:41 AM  
Blogger SisterBoy said...

Digamos que les pasa principalmente a las locas americanas, recuerda que de hecho hablamos de eso en una entrada de esta sección recientemente fenecida.

http://sisterboydrama.blogspot.com.es/search?q=novia+de+la+muerte

12:50 PM  
Blogger Slim said...

ah sisterboy es verdad!! en la peli que vi el asesino salía de la cárcel y se llevaba a Nicole a vivir con el a los pantanos..aunque ella no acaba muy bien que digamos.

Dime la verdad, la Gloria esa..te ha escrito algún privado? mira que no es americana!!

9:46 AM  
Blogger SisterBoy said...

Pues no, y siguiendo el enlace hasta su blog la verdad es que prefiero que no lo haya hecho.

10:06 AM  
Blogger Slim said...

jajaja hay gente rara rara por ahí

12:27 AM  

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