Personal Christmas. ¿Qué has cantado aquí niña?
Este año me temo que el serial sobre Navidad será tan reducido como el año pasado. En primer lugar porque tengo el ordenador jodido y durante estas últimas semanas he estado gorroneando de aquí y de allí (trabajos, academias, bibliotecas públicas y ordenadores de familiares como en el que ahora mismo escribo estas palabras) el aparato y la conexión. Así que a la pereza y la ansiedad se une también una insoslayable deficiencia de hardware.
Aun así no me gustaría dejar pasar otro año sin hablar de una de las costumbres de nuestras fiestas que, pese al arrollador avance de la técnica, el progreso y la gilipollez, han permanecido casi inalterables. Me refiero al sorteo de la Lotería Nacional del 22 de Diciembre conocido como “El gordo”.
Yo no soy una persona muy jugadora, ni a la lotería ni a ninguna otra cosa. Las maquinas tragaperras por ejemplo nunca las he entendido y sólo recuerdo haber jugado en un casino de Portugal porque la maquinita era de las antiguas, esas que sólo hay que echar la moneda, jalar de la palanca y esperar a que salga el número sin tener que darle a “avance” o a algún otro de esos botones raros. Al bingo (sin contar los clandestinos de barrio y pueblo y aquel jueguito de mesa que muchos tuvimos en su época) sólo jugué una vez y además gané (30.000 pesetas de 1987 que no era poco entonces) así que decidí no volver a echarme un cartón, primero por no tentar la suerte y segundo porque, como decía Pepe da Rosa, “hay que ver lo tonto que es el juego”.
Quizás esta segunda causa sea la explicación de mi desapego por la ludopatía porque efectivamente la mayor parte de los juegos de azar me parecen un aburrimiento más grande que ir a comer con un celíaco, no le veo ninguna diversión a dedicar tanto tiempo y dinero a loterías nacionales, primitivas, bonolotos, sorteos de discapacitados varios o cualquier otra clase de forma fácil de hacerse rico.
Pero El Gordo es otra cosa, no tiene tanto que ver con la posibilidad de ganar una elevada cantidad de dinero (un décimo del gordo suponen unos 300.000 euros que, sinceramente y por muy bien venidos que sean, no garantizan la felicidad eterna como sí lo hacen otros premios más sustanciosos) sino por la forma en la que se desarrolla el sorteo. Como dijo una vez Almudena Grandes, “ganar la primitiva no tiene ningún glamour al contrario que ganar el gordo de navidad”. Tengo un amigo por ejemplo que es un consumado ludópata (desde el casino virtual hasta la bolsa) pero que no muestra ningún entusiasmo por la lotería navideña señal de que en este juego hay algo más que el simple cómputo de posibilidades de ganar. Es como las quinielas, la gracia estaba (en la época en la que participaba de ellas) en pasarse el domingo escuchando la radio, con el lápiz en una mano y el boleto en la otra, cagándote en Hugo Sánchez por joderte el trece porque, a pesar de que en teoría se trata de poner el resultado más favorable para tus intereses monetarios, te niegas a ponerle ganador al Real Madrid.
Y sí, lo cierto es que desde que era niño, es decir desde antes de empezar a jugar, siempre he procurado no perderme el sorteo, aparte del significado simbólico de una ceremonia que, hace un millón de años, estaba considerada como el pistoletazo de salida de las Navidades. Y como ya adelantaba antes también resulta digno de agradecer que sea una de las pocas cosas inmunes a los cambios que ha experimentado la forma de celebrar las fiestas. Los avances técnicos a este respecto se reducen a averiguar en cuestión de segundos donde ha caído tal y cual número y en cuanto a los avances sociales han consistido también en cambios en el sexo (que por cierto fueron considerados en su día por El Alcázar como la principal causa de los errores que hubieron en el sorteo de ese año) y en la pigmentación de la piel de los niños cantores de San Ildefonso o en el tipo de moneda que los cantarines usan como muletilla. Pero en lo básico todo sigue igual, bolas que caen en los bombos, bombos que dan vueltas y escupen el número en un recipiente con forma de copa chata de Champagne para a continuación proceder a insertarlo en un alambre como si fuera un pincho moruno.
Otro de los aspectos que hacen destacable esta forma de jugar a la lotería es la sorprendente cantidad de leyendas extravagantes que, ciertas o no, se dan a conocer todos los años. En el pasado he oído historias como la de una cabra que se comió un décimo premiado que, aun así, pudo ser recuperado o incluso la de un célebre literato español de los años veinte que utilizó otro papelito ganador para limpiarse el culo cuando no tenía nada más a mano. Y si no hay anécdotas se inventan o se fabrican como en el caso del sorteo del 2008 en el que un programa de televisión engañó al país con la falsa historia de una señora que había metido el billete en la lavadora inadvertidamente.
O aquella otra ocasión en la que, tras darse a conocer el premio mayor, “El Pulpo” (posiblemente el cómico menos gracioso de la historia de España y a quien sin duda habrán olvidado ya si es que tuvieron la poca fortuna de conocerle) comenzó a dar botes en la sala donde se celebraba el sorteo como si le hubiera tocado a él, algo que más tarde le ocasionó algún que otro cogotazo por parte de los fotógrafos burlados por el falso ganador.
O lo que sucedió el año pasado con aquella camarera gallega de cachetes colorados que manifestó que le habían mangado el décimo premiado mientras en el bar se celebraba el acontecimiento, algo a lo que tampoco otorgaría yo mucha credibilidad puesto que la mayor parte de la gente suele guardarse el papelito en salva sea la parte, especialmente si ha resultado agraciado.
Lo cierto es que es precisamente en estas cosas donde está la gracia de todo, la infinidad de supersticiones, manías y costumbres absurdas que acompañan a cualquier clase de juego. Que si tal o cual terminación es la que más sale, que si este número coincide con la fecha de cierto acontecimiento cuyo aniversario se celebra este año, que si hay que comprar en tal sitio porque hace cinco meses hubo una inundación o alguna otra desgracia, que si hay que hacer una cola de cinco horas en Doña Manolita o en Sort porque allí siempre cae algo (quizás por el hecho de que es de los sitios donde más lotería se compra), etc… No voy a reírme de todas estas supersticiones porque este tipo de juegos no se pueden analizar de forma racional, esto no es la ruleta ni el poker, si nos fiáramos de las probabilidades nadie jugaría a la lotería, la gracia esta en implicarse de forma voluntaria o involuntaria en toda esta mitología.
Yo por ejemplo sigo varias normas personales a este respecto, en primer lugar jamás admito un décimo o una participación regalada, siempre tengo que dar dinero o una participación propia a cambio, y hablando de participaciones sólo las acepto de la familia pues también son legendarias las historias de intermediarios que reparten más participaciones de las que admiten los décimos, un buen negocio que suele irse al carajo si se tiene la mala suerte de que el número trampeado sea el elegido por la fortuna. En segundo lugar también procuro siempre jugar el décimo del trabajo (y todavía no he estado en ninguno donde no se juegue) por aquello de “no le vaya a tocar a estos cabrones y a mi no”.
En cuanto al número en sí también existen reglas. Mis preferidos son los que acaban en 1,3 ó 7 y siempre que el asunto está en mi mano son alguno de estos tres los elegidos, de resto, es decir de los que no tiene uno más remedio que coger al hacer los cambios de participaciones, se pueden admitir el 5, el 9, el 0 e incluso el 4. Pero el 8 y sobre todo el 6 están vetados de forma terminante.
Llegado el día y siempre que el calendario o el desempleo me lo permiten (este año no podrá ser) como digo me gusta ver el asunto desde primera hora de la mañana, algo que suele ser bastante fácil pues a esas alturas de Diciembre los presentadores de los programas matinales han volado ya hacia sus vacaciones en el verano austral y suele ser muy agradecido para las cadenas tener algo con lo que rellenar un par de horas por la mañana. En los días previos quizás se haya calentado un poco el ambiente hablando de lo que se ha vendido este año y se habrá hecho algún anuncio televisivo del sorteo aunque hace tiempo que perdimos la imagen del cabeza huevo que tradicionalmente se convertía en el heraldo nacional de la Navidad. Creo que el hombre era un actor extranjero por cierto, mejor para él porque de vivir en Madrid tendría que pasarse medio año soportando que la gente le frotara su décimo contra la cocorota para darse suerte.
Hablando de la ceremonia en sí, la mecánica de los programas que retransmiten el evento suele ser la misma: breve historia del sorteo, repaso de las imágenes del año anterior, estadísticas sobre números y provincias más premiadas, la gran caída de las bolitas de madera de boj sobre los bombos metálicos, etc... Como digo rara vez sucede algo fuera de lo normal aunque dentro de la rutina hay preferencia porque tengan lugar ciertas cosas, por ejemplo es descorazonador que salga el gordo a las primeras de cambio, en un sorteo manipulado, tras un par de tablas en blanco para ir creando ambiente, irían saliendo los números premiados en el orden inverso a su cuantía hasta llegar al último alambre y con todo el país conteniendo el aliento, pero a veces sucede lo contrario y en esos casos resulta difícil seguir mirando el televisor.
También son de agradecer algunos pequeños acontecimientos como que se caiga alguna bolita o que se atasque algún bombo o que alguno de los cantores se quede afónico y se tenga que retirar entre lagrimas o que los chicos que canten el premio sean guapos y salados y no feos y sosainas. Claro que alguno de esas anécdotas no resultan tan simpáticas como en aquella ocasión (he buscado algún archivo en imágenes sin resultado) en que una de las nenas dejó pasar el gordo como si fuera un “cientoveinticincomilpesetas” de nada. El fallo lo detectó “el de en medio del sorteo” con una frase muy conocida en su día que es además la que da título a esta entrada. El aspecto de aquel señor y el tono con el que se denuncio la pifia, propio de la añeja época funcionarial de la librea y el macero, fue muy criticado aunque yo siempre defendí a este caballero representante de una forma de hacer el trabajo quizás demasiado áspera pero definitivamente más marcial.
Lo que tampoco ha cambiado (excepción hecha de los progresos tecnológicos ya reseñados) es el mecanismo de caza de ganadores que sigue a la concesión de los diferentes premios. Aquí también habría que echar mano de un sorteo manipulado por algún Dios de la suerte. Porque está claro que un premio en la Administración de Lotería número uno de Madrid, Barcelona, Bilbao, Valencia, Sevilla o Coruña es otra decepción. Lo bonito es que caiga en Torralba de los Cizones o Alcira o como mucho en alguna pequeña capital de provincias, es decir en la clase de sitio en la que los paisanos acuden prestos a la Administración con el décimo en una mano (más bien una fotocopia del mismo o como mucho el original bien agarrado no vaya a pasar lo mismo que supuestamente le pasó a la mofletuda camarera galaica) y la botella de sidra en otra mientras son entrevistados por los reporteros y narran las anécdotas sobre motivo que les llevó a comprar tal o cual número, o cómo han mandado una serie al primo Emilio de Venezuela o lo que van a hacer con la pasta. A este respecto hay que decir que, según lo que cuentan los afortunados, todo el dinero tendrá un destino honrado como hipotecas, letras o, como se suele decir en una frase que se ha hecho muy popular estos últimos años, estará dedicado a “tapar huecos”. Vamos que nadie afirma que se lo va a gastar en putas lo que se traduce en que siempre hay algo de mala conciencia en haberse llevado todo ese dinero sin más esfuerzo que comprar una participación en el Bar El Pollito.
En estas celebraciones suelen haber también algunas estampas clásicas, la primera es la de lotero que coloca ese cartelito tan simpático de “Gordo 2009 vendido aquí” hecho con rotulador y cartulina de última hora. En líneas generales esta gente nunca se lleva nada y siempre he pensado que tras esas sonrisas y reparto de sidra o cava barato hay algo de amargura, como la que sentiría un jinete que ve como el premio por ganar la carrera se lo lleva el caballo. El consuelo está en pronunciar algunos tópicos como “ha caído en un barrio de gente trabajadora” o “está muy repartido” como si eso en el fondo le importara algo a los millones de perdedores que contemplan el jolgorio con envidia desde su televisor.
Otra estampa clásica es (o era) la de los mercados populares, Durante una época daba la impresión de no podía tocar el premio en ningún lugar que no tuviera un mercado a menos de cien metros donde los maestros carniceros darían saltos de jubilo meneando con donaire sus mandiles de cuero manchados de sangre de pollo.
Un par de horas más tarde y por muchos asesinatos de niños o mujeres que haya habido ese día todos los telediarios abrirán sus ediciones con las mismas imágenes de todos los 22 de diciembre de cada año y repetirán hasta la nausea las pequeñas historias de ese día.
Y aquí acaba un poco todo, si ya ha salido el Gordo los espectadores de la sala de sorteos (que todos los años hacen virguerías para estar presentes y algunos de los cuales se dedican a animar el cotarro vistiendo de la forma más extravagante posible) empiezan a abandonar la sala y los que están en sus casas cambian de cadena murmurando las conocidas expresiones de consuelo y esperando que al menos les haya tocado la pedrea (que miraran en las listas fotográficas del día siguiente) con ánimo de gastarse esos cuartos en el repugnante Sorteo del Niño.. Pero bueno, en el fondo todos saben o deberían saber que lo gracioso es formar parte de esta tradición colectiva (de la que muy pocos se salvan por cierto) a la que volverán puntualmente el año que viene.
Mí número este año es el 76023 y no, jamas me ha tocado nada. Suerte para todos.
4 Comments:
a mi tampoco me gusta mucho la loteria, asi que juego tres chavos (medio decimo del trabajo y las papeletas de las compañeras de las fallas, el equipo de futbol de los niños, el AMPA del cole y esas cosillas porque me sabe mal decirles que no). con este panorama aunque me toque no me hare rica...eso si TAPARE ALGUN HUECO jajaja
la loteria es una tradicion como cualquier otra, por eso se juega tanto. en cualquier caso que tengas suerte con tu numero.
Yo soy de las que me quejo de que nunca me toca pero es que nunca juego. Y es que ni lo sigo. Nunca me he acabo de enterar cómo funciona el asunto, claro que tampoco le he prestado especial atención. Recuerdo a mi padre al día siguiente en un auténtico ritual: comprando el periódico (no lo solía hacer todo los días...) y desplegándolo sobre la mesa del comedor por las páginas en las que estaba el mogollón de números premiados, que, joder, para ser tantos, ya es mala suerte que no nos(les, en realidad) tocase nunca nada... Y extendiendo los números recolectados los días previos al sorteo, que si en la carnicería, los clásicos, etc... Luego está la lotería del día del niño, que siempre la he considerado algo así como la repesca, o la 2ª oportunidad, pero creo que no tiene tanto peso como la del 22.
Por cierto, que este día, para mí, la tradición que recuerdo es celebrar el aniversario de bodas de mis padres y la frase año tras año, era la pronunciada por mi madre: A mí si que me tocó el gordo hace x años
Bueno pues, como es costumbre también, no me ha tocado ni para chochos (nombre que se le da en Canarias a los altramuces, por si no lo sabían)a falta de ver la pedrea.
El niño como digo es una consolación miserable y además el sorteo es muy sosainas. Bonita frase la de tu madre salvo que fuera con segundas :)
Yo siempre le ponía al Atleti que ganaba cuando hacía quinielas. Estaría bueno que se me fastidiase una quiniela porque el Atleti había ganado un partido.
Tampoco soy jugador. Realmente mi única oportunidad de pillar algo en todo el año es el 22 de diciembre y sólo juego tres décimos: el de los amigos, el del trabajo y el familiar. Pocas probabilidades tengo, aunque también podría hacer las cuentas de lo que me ahorro no jugando.
Sigo siendo pobre como las ratas. La vida es así.
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