Desde una tierra sin caridad.
En un reciente reportaje de la revista dominical de “El País” un grupo de actores y directores españoles votaba cuales eran, según su criterio, las cien mejores películas de la historia del séptimo arte.
Algunas semanas más tarde el columnista de la misma publicación Javier Marías se quejaba del ombligismo de la industria nacional que había aupado a posiciones muy destacadas de dicha lista a películas y cineastas muy apreciados en nuestro país pero escasamente conocidos fuera de él. Por más que Marías sea un personaje decididamente antipático en esta ocasión no había más remedio que reconocer que decía la verdad.
De todos los hombres y mujeres que han forjado la historia de nuestra cinematografía sólo podemos contar con uno que es universalmente reconocido como un genio del cine, me refiero por supuesto a Luis Buñuel.
Por debajo de este icono gigantesco es cierto que únicamente podemos hablar de artistas más o menos celebrados en nuestro país pero con escasa influencia fuera de él. Es cierto que Almodóvar o Amenábar son directores conocidos en todo el mundo pero resulta muy dudoso que el trabajo de ambos (sobre todo el del segundo) consiga sobrevivir al paso del tiempo como sí lo ha hecho la obra del estrábico aragonés. Lo más probable es que dentro de treinta o cuarenta años la doble A sea recordada sólo en la piel de toro tal y como sucede con otros nombres que dieron mucho que hablar hace años fuera de nuestras fronteras como Carlos Saura, Javier Bardem y sobre todo el del que ha fallecido hoy.
Luis García Berlanga nació en una época en la que todavía era posible que la biografía personal de un director de cine fuera tan o incluso más apasionante que su carrera profesional. Tal es el caso de don Luís que incluso llegó a participar en la Segunda Guerra Mundial como voluntario de la División Azul (voluntario a medias ya que se alistó para evitar que su padre, Gobernador Civil en Valencia durante la Segunda República, fuera represaliado).
De vuelta a casa, y por fortuna de una pieza, Berlanga inició su carrera con “Esa pareja feliz” una película que nunca he tenido ocasión de ver porque no recuerdo que la hayan pasado nunca por televisión y porque sinceramente tampoco me he preocupado mucho por buscarla. Como anécdota decir que este fue también el debut cinematográfico de José Luís López Vázquez.
Pero el verdadero descubrimiento de Berlanga para España y un poco también para el resto del mundo fue “Bienvenido Mister Marshall”.
Cuenta la leyenda que en un principio esta película tenía que ser un vehículo para la promoción de la cantaora adolescente Lolita Sevilla y aunque la chica tenía un papel de lo más simpático lo cierto es que Berlanga (ayudado por sus coguionistas que eran nada menso que Carlos Bardem y Miguel Mihura y también por un grupo irrepetible de actores en los que destacaba el gran José Isbert) transformó el argumento en algo muy diferente.
La película podría considerarse como la primera de una nueva etapa en el cine español que se liberaba definitivamente de las miserias de la postguerra y comenzaba una ingeniosa y a menudo victoriosa lucha contra la censura todavía imperante. Este tipo de cine bebía de las influencias del neorrealismo italiano pero despojándolo de su desgarrador pesimismo y vistiéndolo con los ropajes del sainete y la ironía crítica como es el caso del argumento de este filme, en el que un pueblo castellano arroja al arroyo sus señas de identidad para transformarse en un patio andaluz y congraciarse así con un estereotipo que resulte agradable al ilustre visitante que puede sacarles de la miseria. A pesar del tono jocoso era evidente, incluso para el espectador menos avispado, el doloroso drama que subyacía debajo de este argumento, un drama simbolizado en esa terrible escena final en la que la modernidad pasa de largo por una España que todavía estaba muy lejos de reclamar su lugar en el mundo civilizado.
Inesperadamente “Bienvenido Mister Marshall” triunfó en el Festival de Cannes y fue un éxito internacional que no se repetiría en toda la carrera del director valenciano. Tras este título vinieron otros de calado mucho menor. Primero fue “Novio a la vista” con guión de Edgar Neville y que era lo que en aquella época podía hacerse en nuestro país en materia de cine sobre adolescentes (en USA tenían “Rebelde sin causa” y nosotros teníamos esto).
Luego vino “Calabuch, un filme donde se narraba la historia de un científico atómico que, horrorizado por las derivaciones bélicas de su trabajo, huye a un pueblecito de la costa mediterránea. “Calabuch” resultó ser una enternecedora película que tenía más que ver con el cine de Frank Capra que con el neorrealismo italiano pero no contribuyó precisamente a reverdecer los laureles que el director había recibido con su debút internacional. De hecho el propio Berlanga contaba, sin demasiada amargura, que en la crítica que hizo en su día Francois Truffaut afirmaba que la bomba atómica sobre la que trataba parte del argumento de la película debía ser arrojada más bien sobre la cabeza del autor de la historia.
El estilo de Calabuch no se diferenciaba demasiado del de “Los jueves milagro”, la siguiente película de Berlanga, que narraba la historia de otro pequeño pueblo que vende su alma al diablo para librarse de la pobreza. En esta ocasión las fuerzas vivas de la localidad deciden inventarse una aparición divina (la de San Dimas el buen ladrón) para reactivar la decaída economía local. Narrada a modo de cuento moral con trasfondo religioso la historia salía adelante gracias al buen hacer de su realizador y al de un puñado de actores entre los que destacaban (una vez más) José Isbert y el también recientemente fallecido Manuel Alexandre (sirva la presente entrada igualmente de homenaje a este hombre entrañable). Como anécdota contar que en este filme tuvo Berlanga uno de sus encontronazos con la censura que le obligó a cambiar el poderoso plano final de la película que el director había ideado por otro bastante menos llamativo e incluso incomprensible (no diremos en qué consistió dicho cambio para los lectores que no conozcan esta obra).
Así acabaron los cincuenta y vinieron los sesenta en cuya primera mitad alcanzó Berlanga la cúspide de su talento. Y en mi humilde opinión dicha cúspide alcanzó su cota más alta con la película que considero no sólo la mejor de Berlanga sino posiblemente una de las mejores del cine español.
Fue con este título con el que Berlanga inició su poderosa colaboración con Rafael Azcona, otro símbolo inmortal del cine de los años del desarrollismo y posiblemente el único guionista patrio cuyo nombre es capaz de recordar el público. “Plácido” es junto con “El apartamento” de Billy Wilder mi ejemplo favorito de cómo el espectador puede cambiar su percepción sobre el significado de una película a medida que aumenta su propia percepción sobre el mundo. Lo que en un primigenio e ingenuo visionado puede ser una comedia se transforma con los años en una tragedia insoportable.
Con el argumento de hacer burla de una de esas cursis campañas nacional-católicas (“Siente un pobre a su mesa estas Navidades”) tan habituales en aquellos años, “Placido” narra la angustiosa historia de un hombre por conseguir pagar la letra mensual del motocarro que constituye su único medio de vida. Para ello Plácido tendrá que recorrer un Madrid azotado por un frío aterrador mezclándose con todo tipo de cantamañanas, medradores y burgueses hipócritas. Y todo esto contado mediante un ejercicio de virtuosismo en la dirección de escenas como pocas veces se ha visto dentro y fuera de nuestra industria (para que luego hablen de Kubrick y sus planos secuencia) que concluye con una desesperanzadora coda que resume en una sola frase (“y el mes que viene otra vez lo mismo”) la inacabable lucha por la supervivencia en un mundo implacable.
Es no obstante, y muy por encima de la que le precedió, “El verdugo” la que está considerada como la obra maestra definitiva de Berlanga. Para realizarla el director valenciano se sirvió de las mismas armas que había usado en “Plácido” para contar la historia de un hombre que, para optar a un piso de protección oficial, debe adoptar la misma profesión que su suegro. Película dominada, más incluso que las anteriores, por la colosal figura de José Isbert cuyo personaje despierta sentimientos que oscilan entre la ternura y el escalofrío, sobre todo en esa escena en la que el anciano explica con una lógica terrible pero también irrefutable el significado de su profesión: aunque la gente reclame la pena de muerte nadie quiere tener nada que ver con el verdugo.
La película comienza por los vericuetos del sainete y la comedia negra, avanza luego por terrenos que rozan lo kafkiano (sobre todo en la figura del infortunado personaje al que da vida Nino Manfredi) y termina transformada en un autentico relato de horror.
Sobre el asunto de si esta obra maestra fue el canto del gallo de la carrera de Berlanga podría haber debate, debate en el que no podré participar porque de los aproximadamente diez títulos que siguieron a “El verdugo” yo tan solo he visto “¡Vivan los novios!”. Y para hablar de ella permítanme que haga un corta pega del comentario que sobre dicha película hice en febrero de este mismo año cuando nos llegaba la noticia del fallecimiento de José Luís López Vázquez.
Ya era 1970 y no estamos ante uno de esos sutiles ejercicios de autocrítica de la idiosincrasia nacional suavizados por los encantos del sainete que el director y el actor habían practicado a principios de los sesenta. En esta película no hay ninguna distracción cómica y el patetismo y la miseria moral de este novio cuarentón que trata de correrse la última (y quizás también la primera) gran juerga de su vida antes de caer en los ponzoñosos brazos de Laly Soldevila no produce otra cosa que un rictus amargo. Como ejemplo ese plano zenital con el que se cierra la película y que (disculpando el efectismo propio de la época) es de los que perduran en la memoria para siempre.
Y hasta aquí puedo hablar de mi experiencia como espectador de películas de Berlanga, el resto ni las he visto ni tampoco he sentido nunca grandes deseos de hacerlo. De “Tamaño natural” –película en la que Berlanga daba rienda suelta a su condición confesa de consumado erotómano- ni siquiera el propio director habla bien. De la trilogía nacional he oído hablar grandes cosas a propósito de “La escopeta nacional” pero lo cierto es que tampoco me he matado por verla, lo mismo cabría decir de todos sus películas que vinieron a continuación (incluida “La vaquilla” que tengo entendido que fue su mayor éxito comercial).
Pero repito que aunque se hubiese retirado a la vida contemplativa tras el estreno de “El verdugo” (algo que seguramente a él le hubiera encantado hacer pues también se confesaba un gandul recalcitrante, declaración por cierto que siempre hizo que mi admiración por él subiera varias puntos, no por que fuera un sino por decir que lo era) ya por aquel entonces había hecho lo suficiente como para regalar a nuestra industria al menos dos obras maestras y aportar a nuestra conciencia de sociedad una visión pesimista y desencantada pero tampoco ausente de ternura por aquella España que pasó y no ha sido.
In pace requiescant.
Algunas semanas más tarde el columnista de la misma publicación Javier Marías se quejaba del ombligismo de la industria nacional que había aupado a posiciones muy destacadas de dicha lista a películas y cineastas muy apreciados en nuestro país pero escasamente conocidos fuera de él. Por más que Marías sea un personaje decididamente antipático en esta ocasión no había más remedio que reconocer que decía la verdad.
De todos los hombres y mujeres que han forjado la historia de nuestra cinematografía sólo podemos contar con uno que es universalmente reconocido como un genio del cine, me refiero por supuesto a Luis Buñuel.
Por debajo de este icono gigantesco es cierto que únicamente podemos hablar de artistas más o menos celebrados en nuestro país pero con escasa influencia fuera de él. Es cierto que Almodóvar o Amenábar son directores conocidos en todo el mundo pero resulta muy dudoso que el trabajo de ambos (sobre todo el del segundo) consiga sobrevivir al paso del tiempo como sí lo ha hecho la obra del estrábico aragonés. Lo más probable es que dentro de treinta o cuarenta años la doble A sea recordada sólo en la piel de toro tal y como sucede con otros nombres que dieron mucho que hablar hace años fuera de nuestras fronteras como Carlos Saura, Javier Bardem y sobre todo el del que ha fallecido hoy.
Luis García Berlanga nació en una época en la que todavía era posible que la biografía personal de un director de cine fuera tan o incluso más apasionante que su carrera profesional. Tal es el caso de don Luís que incluso llegó a participar en la Segunda Guerra Mundial como voluntario de la División Azul (voluntario a medias ya que se alistó para evitar que su padre, Gobernador Civil en Valencia durante la Segunda República, fuera represaliado).
De vuelta a casa, y por fortuna de una pieza, Berlanga inició su carrera con “Esa pareja feliz” una película que nunca he tenido ocasión de ver porque no recuerdo que la hayan pasado nunca por televisión y porque sinceramente tampoco me he preocupado mucho por buscarla. Como anécdota decir que este fue también el debut cinematográfico de José Luís López Vázquez.
Pero el verdadero descubrimiento de Berlanga para España y un poco también para el resto del mundo fue “Bienvenido Mister Marshall”.
Cuenta la leyenda que en un principio esta película tenía que ser un vehículo para la promoción de la cantaora adolescente Lolita Sevilla y aunque la chica tenía un papel de lo más simpático lo cierto es que Berlanga (ayudado por sus coguionistas que eran nada menso que Carlos Bardem y Miguel Mihura y también por un grupo irrepetible de actores en los que destacaba el gran José Isbert) transformó el argumento en algo muy diferente.
La película podría considerarse como la primera de una nueva etapa en el cine español que se liberaba definitivamente de las miserias de la postguerra y comenzaba una ingeniosa y a menudo victoriosa lucha contra la censura todavía imperante. Este tipo de cine bebía de las influencias del neorrealismo italiano pero despojándolo de su desgarrador pesimismo y vistiéndolo con los ropajes del sainete y la ironía crítica como es el caso del argumento de este filme, en el que un pueblo castellano arroja al arroyo sus señas de identidad para transformarse en un patio andaluz y congraciarse así con un estereotipo que resulte agradable al ilustre visitante que puede sacarles de la miseria. A pesar del tono jocoso era evidente, incluso para el espectador menos avispado, el doloroso drama que subyacía debajo de este argumento, un drama simbolizado en esa terrible escena final en la que la modernidad pasa de largo por una España que todavía estaba muy lejos de reclamar su lugar en el mundo civilizado.
Inesperadamente “Bienvenido Mister Marshall” triunfó en el Festival de Cannes y fue un éxito internacional que no se repetiría en toda la carrera del director valenciano. Tras este título vinieron otros de calado mucho menor. Primero fue “Novio a la vista” con guión de Edgar Neville y que era lo que en aquella época podía hacerse en nuestro país en materia de cine sobre adolescentes (en USA tenían “Rebelde sin causa” y nosotros teníamos esto).
Luego vino “Calabuch, un filme donde se narraba la historia de un científico atómico que, horrorizado por las derivaciones bélicas de su trabajo, huye a un pueblecito de la costa mediterránea. “Calabuch” resultó ser una enternecedora película que tenía más que ver con el cine de Frank Capra que con el neorrealismo italiano pero no contribuyó precisamente a reverdecer los laureles que el director había recibido con su debút internacional. De hecho el propio Berlanga contaba, sin demasiada amargura, que en la crítica que hizo en su día Francois Truffaut afirmaba que la bomba atómica sobre la que trataba parte del argumento de la película debía ser arrojada más bien sobre la cabeza del autor de la historia.
El estilo de Calabuch no se diferenciaba demasiado del de “Los jueves milagro”, la siguiente película de Berlanga, que narraba la historia de otro pequeño pueblo que vende su alma al diablo para librarse de la pobreza. En esta ocasión las fuerzas vivas de la localidad deciden inventarse una aparición divina (la de San Dimas el buen ladrón) para reactivar la decaída economía local. Narrada a modo de cuento moral con trasfondo religioso la historia salía adelante gracias al buen hacer de su realizador y al de un puñado de actores entre los que destacaban (una vez más) José Isbert y el también recientemente fallecido Manuel Alexandre (sirva la presente entrada igualmente de homenaje a este hombre entrañable). Como anécdota contar que en este filme tuvo Berlanga uno de sus encontronazos con la censura que le obligó a cambiar el poderoso plano final de la película que el director había ideado por otro bastante menos llamativo e incluso incomprensible (no diremos en qué consistió dicho cambio para los lectores que no conozcan esta obra).
Así acabaron los cincuenta y vinieron los sesenta en cuya primera mitad alcanzó Berlanga la cúspide de su talento. Y en mi humilde opinión dicha cúspide alcanzó su cota más alta con la película que considero no sólo la mejor de Berlanga sino posiblemente una de las mejores del cine español.
Fue con este título con el que Berlanga inició su poderosa colaboración con Rafael Azcona, otro símbolo inmortal del cine de los años del desarrollismo y posiblemente el único guionista patrio cuyo nombre es capaz de recordar el público. “Plácido” es junto con “El apartamento” de Billy Wilder mi ejemplo favorito de cómo el espectador puede cambiar su percepción sobre el significado de una película a medida que aumenta su propia percepción sobre el mundo. Lo que en un primigenio e ingenuo visionado puede ser una comedia se transforma con los años en una tragedia insoportable.
Con el argumento de hacer burla de una de esas cursis campañas nacional-católicas (“Siente un pobre a su mesa estas Navidades”) tan habituales en aquellos años, “Placido” narra la angustiosa historia de un hombre por conseguir pagar la letra mensual del motocarro que constituye su único medio de vida. Para ello Plácido tendrá que recorrer un Madrid azotado por un frío aterrador mezclándose con todo tipo de cantamañanas, medradores y burgueses hipócritas. Y todo esto contado mediante un ejercicio de virtuosismo en la dirección de escenas como pocas veces se ha visto dentro y fuera de nuestra industria (para que luego hablen de Kubrick y sus planos secuencia) que concluye con una desesperanzadora coda que resume en una sola frase (“y el mes que viene otra vez lo mismo”) la inacabable lucha por la supervivencia en un mundo implacable.
Es no obstante, y muy por encima de la que le precedió, “El verdugo” la que está considerada como la obra maestra definitiva de Berlanga. Para realizarla el director valenciano se sirvió de las mismas armas que había usado en “Plácido” para contar la historia de un hombre que, para optar a un piso de protección oficial, debe adoptar la misma profesión que su suegro. Película dominada, más incluso que las anteriores, por la colosal figura de José Isbert cuyo personaje despierta sentimientos que oscilan entre la ternura y el escalofrío, sobre todo en esa escena en la que el anciano explica con una lógica terrible pero también irrefutable el significado de su profesión: aunque la gente reclame la pena de muerte nadie quiere tener nada que ver con el verdugo.
La película comienza por los vericuetos del sainete y la comedia negra, avanza luego por terrenos que rozan lo kafkiano (sobre todo en la figura del infortunado personaje al que da vida Nino Manfredi) y termina transformada en un autentico relato de horror.
Sobre el asunto de si esta obra maestra fue el canto del gallo de la carrera de Berlanga podría haber debate, debate en el que no podré participar porque de los aproximadamente diez títulos que siguieron a “El verdugo” yo tan solo he visto “¡Vivan los novios!”. Y para hablar de ella permítanme que haga un corta pega del comentario que sobre dicha película hice en febrero de este mismo año cuando nos llegaba la noticia del fallecimiento de José Luís López Vázquez.
Ya era 1970 y no estamos ante uno de esos sutiles ejercicios de autocrítica de la idiosincrasia nacional suavizados por los encantos del sainete que el director y el actor habían practicado a principios de los sesenta. En esta película no hay ninguna distracción cómica y el patetismo y la miseria moral de este novio cuarentón que trata de correrse la última (y quizás también la primera) gran juerga de su vida antes de caer en los ponzoñosos brazos de Laly Soldevila no produce otra cosa que un rictus amargo. Como ejemplo ese plano zenital con el que se cierra la película y que (disculpando el efectismo propio de la época) es de los que perduran en la memoria para siempre.
Y hasta aquí puedo hablar de mi experiencia como espectador de películas de Berlanga, el resto ni las he visto ni tampoco he sentido nunca grandes deseos de hacerlo. De “Tamaño natural” –película en la que Berlanga daba rienda suelta a su condición confesa de consumado erotómano- ni siquiera el propio director habla bien. De la trilogía nacional he oído hablar grandes cosas a propósito de “La escopeta nacional” pero lo cierto es que tampoco me he matado por verla, lo mismo cabría decir de todos sus películas que vinieron a continuación (incluida “La vaquilla” que tengo entendido que fue su mayor éxito comercial).
Pero repito que aunque se hubiese retirado a la vida contemplativa tras el estreno de “El verdugo” (algo que seguramente a él le hubiera encantado hacer pues también se confesaba un gandul recalcitrante, declaración por cierto que siempre hizo que mi admiración por él subiera varias puntos, no por que fuera un sino por decir que lo era) ya por aquel entonces había hecho lo suficiente como para regalar a nuestra industria al menos dos obras maestras y aportar a nuestra conciencia de sociedad una visión pesimista y desencantada pero tampoco ausente de ternura por aquella España que pasó y no ha sido.
In pace requiescant.
12 Comments:
Se muere Berlanga y yo pienso en tu blog :D
Yo creo que tampoco he visto ninguna, o casi ninguna, peli de Berlanga posterior a 'El verdugo' por motivos similares a los tuyos: falta de interés suficiente.
Me repasaré las que sí he visto para hacerle un homenaje, que hay algunas (como Calabuch) que hace un milenio que las vi.
Besitos.
Pues cuando la palme Saura (dentro de muchos años espero) no pases porque no creo que diga ni mu :)
Yo me estoy "comprando" Esa pareja feliz y quizas también lo haga con La escopeta, hasta ahí llegaré.
Pues yo recomiendo La vaquilla. Fue la primera que vi de Berlanga y a mí me sirvió para engancharme. A partir de ahí tiré de filmografía y creo que las he visto casi todas. Tuve la suerte de poder ver Plácido en cine (sin duda su obra maestra), en la primera edición del festival de cine español de Málaga.
Pues yo estuve en el estreno de "La vaquilla" en Valencia con Berlanga rondando por ahí. No me invitó por nuestra gran amistad sino porque me llamó un amigo que tenía entradas. Me gustó. También me gusto "La escopeta nacional" e, incluso, "Patrimonio nacional".
Y siempre he pensado que si Pepe Isbert hubiese nacido en los Estados Unidos habría algún estado con su nombre.
Sólo tienes que (sí SÓLO con tilde en la Ó) entrar en youtube y mira cuantas visitas tiene algunas de las películas consideradas como las más representativas de nuestra filmografía. El youtube es la medida de la cultura de un país.
Una pérdida que me apena mucho de verdad. Berlanga forma parte de una época en que el cine español brilló como nunca y que, por lo que se ve, es y será irrepetible.
Abrazos austrohúngaros.
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Hoy me he tropezado con esto en el ABC, y la verdad es que lo he leído hasta el final. Está bien.
http://www.abc.es/20101116/latercera/clasico-contemporaneo-20101116.html
P.D. Si quieres leerlo, mete el link el google, no directamente en la barra del navegador, que por lo visto ABC se ha inventado algo para que no le enlacen los artículos de opinión.
Pues sí que está bien el artículo, no me esperaba algo así del subdirector de ABC, claro que hace mucho que no les leo y no sé que onda llevan ahora.
De todos modos el ABC debe ser el único periódico virtual que no quiere que se enlacen sus artículos de opinión, raro, raro.
No, de onda no creo que hayan cambiado. Aunque yo tampoco lo esperaba: hace dos o tres referencias al franquismo que parece el subdirector de Público, en lugar del de ABC :D
De todos modos, mi amigo más anarco del mundo mundial, 'intelectual' e izquierdista radical él, siempre ha defendido que el nivel promedio de la plantilla de 'periodistas culturales' del ABC es muy superior al de cualquier otro periódico español.
Sobre todo después de que "El mundo" y "La razón" les quitaran todas las impurezas
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