Versión española
DIBUJOS A LAS OCHO DE LA MAÑANA
No tengo una gran experiencia que contar sobre el 23-F, aquella tarde recibí las primeras noticias de lo que estaba ocurriendo en la farmacia del barrio a donde me habían mandado a comprar una caja de Magnesium Pyre (buen remedio para el estreñimiento por lo visto, el hecho de que recuerde esta gilipollez después de tanto tiempo es otro indicador de la inutilidad de la memoria, al menos de la mía, únicamente capaz de rememorar detalles absolutamente inútiles). Al volver a casa mi madre me confirmó que la Guardia Civil había entrado en el Congreso de los Diputados. No guardo un recuerdo especial de mi propia reacción ante esa noticia (suponiendo que la tuviera) o de cómo se tomó mi familia, en especial mi padre, lo que estaba sucediendo (quizás es que eso sí he querido olvidarlo por motivos que explicaremos más tarde) lo que sí recuerdo en cambio es que a la mañana siguiente cuando me desperté me encontré con la sorpresa de que estaban dando dibujos animados por la televisión. Este hecho, habitual en nuestros días, era algo totalmente extraordinario entonces, y además . ¡qué dibujos!, unas adaptaciones de relatos cortos de Julio Verne de lo más chulas.
Horas más tarde en el colegio las conversaciones se dividían entre lo sucedido en Madrid (de toda la clase sólo recuerdo a un compañero que estuviera sinceramente conmovido por lo que estaba pasando) y lo mucho que nos habían gustado aquellos dibujos emitidos a horas tan insólitas.
Aunque “El 23-F” fuera una mala película (que no lo es), sería una película ante todo necesaria. El hecho de que se haya tardado 30 años en hacerla (hace algún tiempo se hizo una serie de televisión pero no es lo mismo) dice bastante de la categoría que tienen el género histórico en nuestra industria, no me refiero por supuesto a la etapa de la Guerra Civil y la post Guerra (estaremos todos de acuerdo que dicha etapa ha sido suficientemente tratada, algunos incluso añadirían que de modo excesivo) sino a la más reciente, la que abarca precisamente todo lo sucedido durante el tardo franquismo y la Transición, una etapa cargada de acontecimientos que sin embargo ha sido muy poco tratada en el cine si exceptuamos el cine guerrillero desarrollado casi en el mismo instante en que estaban sucediendo los hechos (como en el caso de “Siete días de enero”).
¿A qué se debe esta omisión? ¿Falta de interés? ¿Presunción de falta de interés por parte del público? ¿Pudor a la hora de abordar una época en la que todavía permanecen vivos muchos de sus protagonistas reales? Con respecto a esto resulta inevitable volver a las comparaciones entre nuestro cine y el del extranjero. No es sólo el hecho de que algo como el 23-F posiblemente hubiera sido multi representado innumerables veces en todos los medios posibles si hubiese sucedido en E.E.U.U, Francia o Reino Unido, es el hecho de cómo se hubiera llevado a cabo. Hay algo en la realidad dramatizada que se hace en España que suena inevitablemente falso y forzado. Por eso siempre he sentido envidia al contemplar como otros países se enfrentan a sus propios fantasmas, incluidos los que tuvieron lugar en épocas muy próximas a las que se narran en la película que nos ocupa hoy: es el caso de Das Baader-Meinhoff Komplex (Alemania), “Bloody Sunday “ (UK-Irlanda) o “La mejor juventud” (Italia).
No creo que 23-F se baste por sí sola para terminar con tantos años de desidia pero es un comienzo. La película tiene varias circunstancias a su favor, en primer lugar ataca directamente al centro del conflicto iniciando la acción pocas horas antes de que comience el drama y terminándola justo 24 horas después, la explicación sobre las circunstancias que condujeron a lo que tuvo lugar aquel día se dejan al conocimiento previo del espectador. Y hay que añadir que, aunque dicho conocimiento no resulta imprescindible para apreciar el excelente trabajo de guión y dirección de esta primera fase del film, sí que supone una excitación especial para los que vivimos aquellas horas (por más que fuera de un modo tan despreocupado como el que se describe a la entrada de este comentario). En concreto el montaje de las escenas de la invasión del hemiciclo ponen literalmente la piel de gallina.
A partir de ese prematuro clímax la película prosigue por el buen camino limitándose a una narración precisa y sincopada de los hechos y consiguiendo que las interpretaciones sean razonablemente contenidas (excepto en el caso de personajes como el de Tejero donde dicha contención es imposible desde cualquier punto de vista).
La cosa empieza a flojear un poco cuando la cinta abandona la narración meramente descriptiva y entra en terrenos más floridos pero menos convincentes, tal cosa sucede cuando comienza la célebre intervención del Rey Juan Carlos en la trama. Aunque estoy muy lejos de ser uno de esos friki-conspiranóicos que ponen en duda el papel del monarca en todo lo que tuvo lugar aquel día, es difícil no sentir cierto desagrado ante la imagen eternamente edulcorada del Jefe del Estado, algo a lo que contribuye este filme con imágenes como la de esos contraplanos de la esposa y el heredero del gran hombre, o escenas como las de las conversaciones entre el Rey y Sabino Fernández Campos. Decía Carlos Pumares hace mucho tiempo que en España la democracia estaría consolidada cuando se pudiera hacer algo como “Loca Academia de Policía”, dado que esto ya se ha hecho hasta la saciedad yo propondría ahora que tal cosa sucederá cuando se puedan hacer películas como “The Queen” o “El discurso del Rey”.
De todas maneras hay que decir que la película no decae del todo al abandonar el tono documentalista por uno más dramático, y ello sucede gracias a los personajes, sobre todo a dos, uno de ellos el propio Tejero. Hubiera sido muy sencillo, e incluso disculpable, trazar esta figura histórica de forma grosera o caricaturesca, pero lejos de presentarle simplemente como un facha estúpido (como sí se hace con otros caracteres de la historia como Milans del Bosch o el comandante Pardo Zancada), y aunque la película no rehúye en ningún modo las cualidades más desagradables del golpista (si les parecen grotescas las escenas del diálogo telefónico entre Tejero y el ultra derechista García Carres deberían oír las cintas originales), prefiere mostrarle más bien como un hombre consumido por el odio y la confusión ante el desmoronamiento del mundo en el que había vivido y se sentía seguro.
El otro personaje a tener en cuenta es el shakesperiano (calificativo empleado por el propio director de la película) Alfonso Armada, al que da vida -de forma tan solvente como de costumbre- Juan Diego (qué bien hace de fascista este señor), un individuo de comportamiento y moral ambiguas que trata de asegurar para sí mismo una posición de privilegio sea cual sea el resultado de la asonada, mientras que Tejero y los demás son simples reliquias del pasado Armada se presenta como alguien capaz de apreciar el cambio de los tiempos a la vez que es consciente que sólo logrará sobrevivir a dicho cambio mediante una adaptación casi animal.
Es, repito, todo lo que tiene que ver con estos dos personajes lo que sostiene el segmento más especulativo de la película, y compensa así la falta de rigor histórico de dicho segmento, algo inevitable si se tiene en cuenta que todavía no se conocen muchas de las conversaciones, alianzas, desacuerdos y otras interacciones que tuvieron lugar entre todos los implicados en la conjura, y que posiblemente nunca se conocerán.
Del resto de personajes únicamente señalar el regocijo que causa ver tantos rostros conocidos del pasado trasladados a la ficción, algunos de forma correcta (tal y como sucede con los golpistas, el Rey o Adolfo Suárez) y otros de forma lamentable (Felipe González y Alfonso Guerra parecen el dúo sacapuntas) aunque hay que hacer mención especial a la escalofriante caracterización de Santiago Carrillo, pareciera que alguien simplemente hubiera metido al viejo en una máquina del tiempo para ahorrarse el salario de un actor
Para terminar me gustaría añadir que los responsables de “El 23-F” tienen para mí la virtud (desconozco si involuntaria) de no concluir la película con la gran manifestación de apoyo a la Democracia que tuvo lugar días después en las calles de Madrid, porque de haberlo hecho así es posible que algún integrante que pertenezca a las nuevas generaciones se pregunte dónde estaba toda esa gente durante las 24 horas que duró el intento, y entonces habría que explicarles que la mayor parte de los españoles aquel día y aquella noche no hicieron N-A-D-A y las únicas reacciones oscilaron entre el pasmo y el canguelo. Las anécdotas son múltiples: matrimonios de progres que se pasaron la noche quemando libros, un sindicalista de C.C.O.O. al que un compañero de trabajo le susurró “si esto sigue así será mejo que no me deje ver hablando contigo”, un olvidado presidente autonómico que tuvo por lo visto un comportamiento próximo a la histeria, un militante de Herri Batasuna que se echó al mar en una motora tratando de ganar la costa francesa y que, tras quedarse sin gasolina, tuvo que ser remolcado por la Guardia Civil del mar para mayor befa…Los héroes de aquel día, si los hubo, fueron los que ya conocemos y también un grupo de individuos anónimos como ese fotógrafo que guardó el carrete de fotos en los calcetines o ese otro periodista que rasgó el forro de un sillón para esconder la cintad de vídeo gracias a la cual pudimos tener testimonio histórico del día que terminó la Transición.
EL PAÍS DEL MIEDO
No es “Secuestrados” la clase de películas por las que me siento atraído a ir al cine, pero tras su pase en el Festival de Sitges algunas comentarios elogiosos de gente cuyo criterio estimo (y que pienso seguir estimando aunque un poco menos que antes) me convencieron de comprar la entrada (y digo la entrada en singular porque durante la sesión estuve más solo que un ocho).
No hay para tanto ni mucho menos, en primer lugar la película es un grosero ejercicio de sadismo cinematográfico sin fundamento y sin objetivo que algunos han asimilado al estilo de “Funny Games”, una comparación que me asombra y que no tengo modo ni intención de combatir, sería como explicar cual es la diferencia entre un elefante y un clip sujetapapeles.
En segundo lugar el tan apreciado, para algunos, modo de filmar la trama mediante el empleo de largos planos-secuencia resulta de un efectismo no sólo molesto e innecesario, sino incluso perjudicial en un género –el de acción- en el que el uso del montaje lo es todo.
En tercer lugar, y en contraposición con lo que se dijo sobre la otra película comentada en esta entrada, “Secuestrados” parece adolecer de todos los males tradicionales del cine nacional, sobre todo en lo referente a la absoluta falta de contención en las actuaciones de los protagonistas, la película es en el fondo una narración absolutamente convencional -con la excepción de una absurda y tramposa variación final-, y en la forma un verdadero guirigay, un pandemónium, una orgía sónica de gritos y alaridos que transforma su visión en una experiencia decididamente desagradable, pero no en el sentido que pretenden sus autores, sino en el sentido de estar sentado escuchando a un tipo rascar un plato con un tenedor durante 86 minutos.
No tengo una gran experiencia que contar sobre el 23-F, aquella tarde recibí las primeras noticias de lo que estaba ocurriendo en la farmacia del barrio a donde me habían mandado a comprar una caja de Magnesium Pyre (buen remedio para el estreñimiento por lo visto, el hecho de que recuerde esta gilipollez después de tanto tiempo es otro indicador de la inutilidad de la memoria, al menos de la mía, únicamente capaz de rememorar detalles absolutamente inútiles). Al volver a casa mi madre me confirmó que la Guardia Civil había entrado en el Congreso de los Diputados. No guardo un recuerdo especial de mi propia reacción ante esa noticia (suponiendo que la tuviera) o de cómo se tomó mi familia, en especial mi padre, lo que estaba sucediendo (quizás es que eso sí he querido olvidarlo por motivos que explicaremos más tarde) lo que sí recuerdo en cambio es que a la mañana siguiente cuando me desperté me encontré con la sorpresa de que estaban dando dibujos animados por la televisión. Este hecho, habitual en nuestros días, era algo totalmente extraordinario entonces, y además . ¡qué dibujos!, unas adaptaciones de relatos cortos de Julio Verne de lo más chulas.
Horas más tarde en el colegio las conversaciones se dividían entre lo sucedido en Madrid (de toda la clase sólo recuerdo a un compañero que estuviera sinceramente conmovido por lo que estaba pasando) y lo mucho que nos habían gustado aquellos dibujos emitidos a horas tan insólitas.
Aunque “El 23-F” fuera una mala película (que no lo es), sería una película ante todo necesaria. El hecho de que se haya tardado 30 años en hacerla (hace algún tiempo se hizo una serie de televisión pero no es lo mismo) dice bastante de la categoría que tienen el género histórico en nuestra industria, no me refiero por supuesto a la etapa de la Guerra Civil y la post Guerra (estaremos todos de acuerdo que dicha etapa ha sido suficientemente tratada, algunos incluso añadirían que de modo excesivo) sino a la más reciente, la que abarca precisamente todo lo sucedido durante el tardo franquismo y la Transición, una etapa cargada de acontecimientos que sin embargo ha sido muy poco tratada en el cine si exceptuamos el cine guerrillero desarrollado casi en el mismo instante en que estaban sucediendo los hechos (como en el caso de “Siete días de enero”).
¿A qué se debe esta omisión? ¿Falta de interés? ¿Presunción de falta de interés por parte del público? ¿Pudor a la hora de abordar una época en la que todavía permanecen vivos muchos de sus protagonistas reales? Con respecto a esto resulta inevitable volver a las comparaciones entre nuestro cine y el del extranjero. No es sólo el hecho de que algo como el 23-F posiblemente hubiera sido multi representado innumerables veces en todos los medios posibles si hubiese sucedido en E.E.U.U, Francia o Reino Unido, es el hecho de cómo se hubiera llevado a cabo. Hay algo en la realidad dramatizada que se hace en España que suena inevitablemente falso y forzado. Por eso siempre he sentido envidia al contemplar como otros países se enfrentan a sus propios fantasmas, incluidos los que tuvieron lugar en épocas muy próximas a las que se narran en la película que nos ocupa hoy: es el caso de Das Baader-Meinhoff Komplex (Alemania), “Bloody Sunday “ (UK-Irlanda) o “La mejor juventud” (Italia).
No creo que 23-F se baste por sí sola para terminar con tantos años de desidia pero es un comienzo. La película tiene varias circunstancias a su favor, en primer lugar ataca directamente al centro del conflicto iniciando la acción pocas horas antes de que comience el drama y terminándola justo 24 horas después, la explicación sobre las circunstancias que condujeron a lo que tuvo lugar aquel día se dejan al conocimiento previo del espectador. Y hay que añadir que, aunque dicho conocimiento no resulta imprescindible para apreciar el excelente trabajo de guión y dirección de esta primera fase del film, sí que supone una excitación especial para los que vivimos aquellas horas (por más que fuera de un modo tan despreocupado como el que se describe a la entrada de este comentario). En concreto el montaje de las escenas de la invasión del hemiciclo ponen literalmente la piel de gallina.
A partir de ese prematuro clímax la película prosigue por el buen camino limitándose a una narración precisa y sincopada de los hechos y consiguiendo que las interpretaciones sean razonablemente contenidas (excepto en el caso de personajes como el de Tejero donde dicha contención es imposible desde cualquier punto de vista).
La cosa empieza a flojear un poco cuando la cinta abandona la narración meramente descriptiva y entra en terrenos más floridos pero menos convincentes, tal cosa sucede cuando comienza la célebre intervención del Rey Juan Carlos en la trama. Aunque estoy muy lejos de ser uno de esos friki-conspiranóicos que ponen en duda el papel del monarca en todo lo que tuvo lugar aquel día, es difícil no sentir cierto desagrado ante la imagen eternamente edulcorada del Jefe del Estado, algo a lo que contribuye este filme con imágenes como la de esos contraplanos de la esposa y el heredero del gran hombre, o escenas como las de las conversaciones entre el Rey y Sabino Fernández Campos. Decía Carlos Pumares hace mucho tiempo que en España la democracia estaría consolidada cuando se pudiera hacer algo como “Loca Academia de Policía”, dado que esto ya se ha hecho hasta la saciedad yo propondría ahora que tal cosa sucederá cuando se puedan hacer películas como “The Queen” o “El discurso del Rey”.
De todas maneras hay que decir que la película no decae del todo al abandonar el tono documentalista por uno más dramático, y ello sucede gracias a los personajes, sobre todo a dos, uno de ellos el propio Tejero. Hubiera sido muy sencillo, e incluso disculpable, trazar esta figura histórica de forma grosera o caricaturesca, pero lejos de presentarle simplemente como un facha estúpido (como sí se hace con otros caracteres de la historia como Milans del Bosch o el comandante Pardo Zancada), y aunque la película no rehúye en ningún modo las cualidades más desagradables del golpista (si les parecen grotescas las escenas del diálogo telefónico entre Tejero y el ultra derechista García Carres deberían oír las cintas originales), prefiere mostrarle más bien como un hombre consumido por el odio y la confusión ante el desmoronamiento del mundo en el que había vivido y se sentía seguro.
El otro personaje a tener en cuenta es el shakesperiano (calificativo empleado por el propio director de la película) Alfonso Armada, al que da vida -de forma tan solvente como de costumbre- Juan Diego (qué bien hace de fascista este señor), un individuo de comportamiento y moral ambiguas que trata de asegurar para sí mismo una posición de privilegio sea cual sea el resultado de la asonada, mientras que Tejero y los demás son simples reliquias del pasado Armada se presenta como alguien capaz de apreciar el cambio de los tiempos a la vez que es consciente que sólo logrará sobrevivir a dicho cambio mediante una adaptación casi animal.
Es, repito, todo lo que tiene que ver con estos dos personajes lo que sostiene el segmento más especulativo de la película, y compensa así la falta de rigor histórico de dicho segmento, algo inevitable si se tiene en cuenta que todavía no se conocen muchas de las conversaciones, alianzas, desacuerdos y otras interacciones que tuvieron lugar entre todos los implicados en la conjura, y que posiblemente nunca se conocerán.
Del resto de personajes únicamente señalar el regocijo que causa ver tantos rostros conocidos del pasado trasladados a la ficción, algunos de forma correcta (tal y como sucede con los golpistas, el Rey o Adolfo Suárez) y otros de forma lamentable (Felipe González y Alfonso Guerra parecen el dúo sacapuntas) aunque hay que hacer mención especial a la escalofriante caracterización de Santiago Carrillo, pareciera que alguien simplemente hubiera metido al viejo en una máquina del tiempo para ahorrarse el salario de un actor
Para terminar me gustaría añadir que los responsables de “El 23-F” tienen para mí la virtud (desconozco si involuntaria) de no concluir la película con la gran manifestación de apoyo a la Democracia que tuvo lugar días después en las calles de Madrid, porque de haberlo hecho así es posible que algún integrante que pertenezca a las nuevas generaciones se pregunte dónde estaba toda esa gente durante las 24 horas que duró el intento, y entonces habría que explicarles que la mayor parte de los españoles aquel día y aquella noche no hicieron N-A-D-A y las únicas reacciones oscilaron entre el pasmo y el canguelo. Las anécdotas son múltiples: matrimonios de progres que se pasaron la noche quemando libros, un sindicalista de C.C.O.O. al que un compañero de trabajo le susurró “si esto sigue así será mejo que no me deje ver hablando contigo”, un olvidado presidente autonómico que tuvo por lo visto un comportamiento próximo a la histeria, un militante de Herri Batasuna que se echó al mar en una motora tratando de ganar la costa francesa y que, tras quedarse sin gasolina, tuvo que ser remolcado por la Guardia Civil del mar para mayor befa…Los héroes de aquel día, si los hubo, fueron los que ya conocemos y también un grupo de individuos anónimos como ese fotógrafo que guardó el carrete de fotos en los calcetines o ese otro periodista que rasgó el forro de un sillón para esconder la cintad de vídeo gracias a la cual pudimos tener testimonio histórico del día que terminó la Transición.
EL PAÍS DEL MIEDO
No es “Secuestrados” la clase de películas por las que me siento atraído a ir al cine, pero tras su pase en el Festival de Sitges algunas comentarios elogiosos de gente cuyo criterio estimo (y que pienso seguir estimando aunque un poco menos que antes) me convencieron de comprar la entrada (y digo la entrada en singular porque durante la sesión estuve más solo que un ocho).
No hay para tanto ni mucho menos, en primer lugar la película es un grosero ejercicio de sadismo cinematográfico sin fundamento y sin objetivo que algunos han asimilado al estilo de “Funny Games”, una comparación que me asombra y que no tengo modo ni intención de combatir, sería como explicar cual es la diferencia entre un elefante y un clip sujetapapeles.
En segundo lugar el tan apreciado, para algunos, modo de filmar la trama mediante el empleo de largos planos-secuencia resulta de un efectismo no sólo molesto e innecesario, sino incluso perjudicial en un género –el de acción- en el que el uso del montaje lo es todo.
En tercer lugar, y en contraposición con lo que se dijo sobre la otra película comentada en esta entrada, “Secuestrados” parece adolecer de todos los males tradicionales del cine nacional, sobre todo en lo referente a la absoluta falta de contención en las actuaciones de los protagonistas, la película es en el fondo una narración absolutamente convencional -con la excepción de una absurda y tramposa variación final-, y en la forma un verdadero guirigay, un pandemónium, una orgía sónica de gritos y alaridos que transforma su visión en una experiencia decididamente desagradable, pero no en el sentido que pretenden sus autores, sino en el sentido de estar sentado escuchando a un tipo rascar un plato con un tenedor durante 86 minutos.
4 Comments:
Pues si no te ha gustado Secuestrados ni me acerco, la de Haneke ya me parece un mojón bien gordo.
Hombre no digo yo que no haya que verla, digo que hay que llevar tapones para los oídos y algún entretenimiento como videojuegos y cosas por el estilo.
Yo conspiranoico no soy pues eso sería suponer que el Servicio de Inteligencia español es inteligente, y eso sería mucho suponer, pero hay que reconocer que la jugada del 23-F al rey le salió redonda.
A mí me pilló en Madrid, en clase de inglés. Vino mi padre a por mi hermano y a por mí. No vivía demasiado lejos del Congreso. Dormí bien y, al día siguiente, en clase, los profesores llevaban la radio pegada a la oreja. Todos hablábamos del tema pero pocos se significaban. Y tienes razón. Cuando fracasó el intento todos fueron demócratas de toda la vida, pero durante el golpe allí nadie sabía dónde meterse.
No es que yo no hubiera metido la cabeza en un agujero de tener diez años más de los que tenía pero estoy seguro de que al menos luego no hubiera sacado pecho, verguenza no me falta.
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