Thursday, May 16, 2013

La noche más mefien mabbebonita.


Allá por Noviembre del año 2009 despedíamos en estas mismas paginas a José Luís López Vázquez y comentábamos que dicho actor podría ser considerado la personificación del “español medio” al menos durante una época de nuestra historia. Pero añadíamos que ese “honor” quizás debía ser compartido con Alfredo Landa, otro emblema hispano de los años sesenta, hasta tal punto que es, que se sepa, el único actor español que ha dado nombre a un subgénero cinematográfico.

Si López Vázquez “daba vida a ese individuo poco agraciado, no demasiado inteligente y aquejado siempre de una imparable verborrea que tenía que servirse de todos los recursos del pícaro para poder sobrevivir en un mundo que le condenaba a un perpetuo estado de agobio” (cita textual del comentario del año 2009), Alfredo Landa ofrecía más la imagen de un individuo tosco, ingenuo, tampoco demasiado inteligente pero carente de la malicia y de la calculada sumisión de los personajes a los que interpretaba Vázquez. En definitiva, un tipo honesto pero capaz de arrebatos de mala leche de un carácter mucho más físico.

De todos modos, en el caso del comentario de hoy contamos, además de con la abundante filmografía que dejó el actor navarro, con el material añadido de una biografía del propio Landa publicada en 2008 y de una sinceridad posiblemente involuntaria (sobre todo porque el libro al final no le dejaba a él mismo demasiado bien que digamos), un arrebato del que Vázquez (un hombre de una sorprendente opacidad en cuanto a su vida fuera de las pantallas se refiere) no parecía capaz.


Alfredo Landa nació en Pamplona en 1933 hijo de un Guardia Civil y perteneciente por lo tanto a una clase social más castrense que civil, a pesar de ello Landa no dio nunca (a excepción de los últimos años de su vida en los que cayó en las redes de Federico Jiménez Losantos y compañía) muestras de tener ninguna clase de interés en los asuntos del tipo de país que le tocó en suerte  y durante toda su carrera se dedicó (al igual que la inmensa mayoría de españoles) a sobrevivir adaptándose a las penurias del régimen sin meterse nunca en nada que tuviera cariz político.

Pasando por alto sus años de formación en el teatro y yendo directamente, como siempre que hacemos cuando la palma un actor famoso o al menos conocido, a su lista de películas de la imdb la primera que descuella es “Atraco a las tres” la comedia de José María Forqué que constituye una de las cumbres del género en nuestro país por más que la interpretación de un Alfredo Landa de 29 años, y prácticamente bisoño en papeles de entidad en el séptimo arte, palidecería al lado de monstruos de la profesión como Gracita Morales, Manuel Alexandre, Cassens, Agustín González o el recurrente J.L. Vázquez 



Al año siguiente (tras otros trabajos entre ellos una participación que la verdad no recuerdo en la película “El Verdugo”) vino otro papel secundario en una película no demasiado celebrada pero por la que siento debilidad, se trata de la versión de “La Verbena de la Paloma” con Vicente Parra y Concha Velasco en los papeles principales y en la que Landa daba vida, con desternillante eficiencia, a un pobre hombre que le “prestaba” su novia a Julián para darle celos a la Susana.






La década prodigiosa siguió desgranándose entre más papeles de reparto entre los que destacaría el de “Ninette y un señor de Murcia” (un rol que repetiría veinte años más tarde para una serie de televisión), “La ciudad no es para mí” (hacía una simpática intervención en forma carnicero aficionado a recitar pasajes de “Don Juan Tenorio”) y “De cuerpo presente”, un insólito intento de hacer cine experimental del que el propio Landa renegaría en sus memorias.






Hasta ese momento la carrera de Landa, como se ha dicho antes, era la de un secundario resultón, un rostro bonachón y simpático que siempre resultaba agradable ver en pantalla, una de esas caras que siempre se recuerdan aunque lo que jamás recordemos es el nombre que se esconde detrás de ella. Y en eso llegó el “landismo”.

Estábamos a finales de los años sesenta y el cine popular respondía, como ha sucedido siempre aunque como siempre también de manera implícita, a los cambios sociales y políticos del país, la influencia del turismo masivo en las costas españoles, el intento de los gobernantes del país por integrarse en la realidad europea que nos rodeaba y la inevitable suavización de la férrea moral católica imperante, trajo consigo una relajación de las costumbres que dio como resultado el nacimiento del personaje que convertiría a Landa en uno de los rostros más populares del país, en su encarnación del español nacido en los linderos de la Guerra Civil y criado en medio de una extremada represión sexual que se mostraba confundido y a la vez excitado por el abanico de posibilidades que de improviso se le presentaban a él y a la nación entera. Quizás la imagen más emblemática de aquel tipo de cine, y del landismo en particular, sea la del comienzo de “Manolo la Nuite”, ilustración de las fantasías eróticas de una toda una generación.





¿Y con qué película empezó el landismo? Pues no lo sé, entre otras cosas porque no he visto la mayoría de ellas, ya cuando las pasaban con frecuencia por la televisión me parecían bastante malas (el propio Landa decía en su biografía que la mayor parte de ellas eran una mierda) y posteriormente no he sentido el más mínimo interés por recuperarlas (un interés que sí anima a un puñado de cinéfilos españoles empeñados en revivir una época de cutrez que la mayoría de ellos no tuvo ocasión de sufrir en sus propias carnes).   

De todas maneras sí que recuerdo haber visto algunos de los filmes de esa etapa, entre ellos por ejemplo, “No somos de piedra”, dirigido por Manuel Summers y con un historia en la que Landa interpretaba a un exasperado marido que montaba una pantomima en la que un falso obispo convencía a su mujer (la imprescindible Laly Soldevila) para que tomara anticonceptivos y así poder echarle un casquete que no concluyera inevitablemente en un nuevo hijo que engrosara su  ya numerosa prole. 


También está “No desearas al vecino del quinto” en el que el actor daba vida al propietario de una boutique que, gracias a su aspecto asarasado, conseguía vencer los recelos de los maridos y novios de sus clientas para así ponerse las botas con ellas sin miedo a un recibir un escopetazo. El filme encabezó durante muchos años la lista de los más taquilleros de nuestra industria.



Y también está por supuesto “Vente a Alemania Pepe” de Pedro Lazaga (uno de los sumos sacerdotes de la cochambre fílmica nacional) que por lo menos combinaba la astracanada habitual con una suerte de análisis social del fenómeno de la emigración e incluso del exilio político. Posiblemente uno de los pocos títulos de esta lista que da menos vergüenza ajena ver



Algunos nombres que destacan un poco entre una interminable relación de películas (en ocasiones incluso cuatro al año) que poblaron toda la etapa del tardofranquismo, la mayor parte de las cuales no valdría, repito, la pena revisar ni siquiera con intenciones antropológicas pero que fueron la mayoría grandes éxitos de público y que contribuyeron a que Landa adquiriera fama y fortuna mas no demasiado auto estima según, una vez más, sus propias palabras.

Pero así era la vida, Alfredo Landa era en el cine el equivalente a un trabajador de clase obrera, había que levantarse por la mañana y meterse en la mierda para mantener a la familia y pagar las facturas, no había tiempo (ni posiblemente intención) de pensar en lo que se estaba haciendo, había que trabajar lo más que se pudiera y aprovechar al máximo la época de vacas gordas en una profesión tan inestable como la de actor.

Pero de todos modos Landa tampoco era inmuneal anhelo de todo artista por, además de ganarse la vida, adquirir alguna clase de excelencia en su profesión, sabía lo que estaba haciendo y lo aceptaba pero tenía sus ilusiones de trascender un poco al tipo de películas que le había hecho célebre. El primer intento por diferenciarse un poco de tanta grima vino con “El puente” ya en 1977 y con nada menos que Javier Bardem a los mandos. En esta suerte de road movie a la española, Landa interpretaba a un obrero que trataba de llegar a la costa para darse un homenaje de sangría, marisco y suecas durante unos días de puente, en resumen un carácter emblemático de la filmografía del actor, en su recorrido el juerguista se tropezará con la realidad social y política de su país y acabará por adquirir conciencia de clase


De todas maneras este tipo de veleidades artísticas no hacía olvidar al actor qué era lo que pagaba las habichuelas y el mismo año que se estrenó el puente aparecía también en “Tío ¿de verdad vienen de París?”, escrita y dirigida por Mariano Ozores (ídem al comentario anterior entre paréntesis sobre Pedro Lazaga) con un argumento similar al de la comedia americana “Uncle Buck” aunque con unos niveles de rijosidad, comprensibles a principios de década pero inadmisibles en plena Transición, que culminaba en una delirante escena en la que Landa se “disfrazaba” de homosexual para infiltrarse en una fiesta gay y salvar a su sobrino de una pandilla de saturnianos que pretendían llevárselo al huerto. Estuve tan obsesionado con esa escena que conseguí bajar la película, editarla y ponerla en youtube para espanto de las generaciones futuras.



De hecho esta dualidad se reproduciría a lo largo de los años siguientes y Landa siempre combinó títulos con algo de prestigio con horrendas producciones como “Polvos mágicos” (que se convirtió en un inesperado éxito de público a pesar de los deseos expresos de Landa de que un rayo fulminara el negativo haciéndolo desaparecer por completo) o “Profesor eróticus” (a la que Landa dedicó idénticos deseos aunque esta al menos no la vio ni el Tato). En resumen un montón de porquería que ni siquiera tenía algo de la gracieta de las películas del landismo y que constituyen el punto más bajo de la filmografía patria y un tipo de cine que, para bien o para mal, terminaría por desaparecer en los años siguientes


Pero bueno, dejemos la caspa y volvamos al cine de verdad y a las muchas y buenas películas que Landa protagonizó en los años que siguieron a su redescubrimiento como actor. En 1979 se produjo el primer encuentro con un cineasta que resultaría fundamental en su nueva etapa, hablamos de José Luís Garci  y de “Las verdes praderas”, filme en el que Landa interpretaba a un ejecutivo de una compañía de seguros que manifestaba una creciente insatisfacción por el estilo de vida pequeño burguesa en el que se encontraba inmerso. La película era deudora de la inefable mitomanía de Garci y aspiraba a ser la versión española de todos esos títulos sobre ejecutivos estresados que protagonizara Jack Lemon, lo malo es que en ya en su día la cinta tenía un cierto aroma de ausencia de verosimilitud pues no respondía ni con mucho a la forma de vida de la mayoría de los españoles y vista hoy en día resulta tan floja y blanda como la mayor parte del cine del director asturiano.



Ese mismo año se estrenó “Paco el seguro”, una coproducción francesa la cual no sólo no he visto, sino que hasta que leí sobre ella en la biografía antes reseñada desconocía su existencia, aunque la descripción que de ella hace Landa (como una tragedia de ribetes sofoclianos)  consiguió captar mi interés y espero poder verla algún día.

Dos años más tarde llegó “El crack”, un nuevo homenaje de Garci al cine de su infancia, en esta ocasión centrado en el género negro. Landa interpretaba aquí a Germán Areta, un investigador privado con todos los tópicos de la profesión, quizás estemos ante posiblemente el mayor esfuerzo del actor por separarse de los papeles en los que se había encasillado, de hecho muchos opinan que tuvo que dejarse el bigote para conseguirlo. Dos años más tarde protagonizaría igualmente “El crack 2” con pretensiones y resultados semejantes.


Pero el gran momento de Alfredo Landa llegaría en 1984 cuando Mario Camus adaptó a la gran pantalla uno de los dramas rurales de Miguel Delibes. Estamos hablando por supuesto de “Los santos inocentes”, un gran éxito de crítica y público, una de las mejores y más laureadas cintas de nuestra filmografía más reciente y un filme en el que Landa tuvo que medirse con un impresionante elenco de actores entre los que estaban Francisco Rabal, Juan Diego (mi preferido), Agustín González, Terele Pavez, Mary Carillo, etc…. Landa consiguió hacerse un hueco con su interpretación de Paco “El bajo”, un campesino que vivía en estado de semi esclavitud al servicio de unos señores cuya actitud era en el mejor de los casos de un paternalismo nauseabundo (inolvidable la estremecedora imagen de Paco convertido en un hombre-perro olfateando la caza del amo). La interpretación del dúo protagonista (Landa y Rabal) mereció un premio en el festival de Cannes y de este modo se puede considerar esta película como el mejor momento de la carrera del actor que hoy homenajeamos


Pero la vida seguía y en España muy pocos actores pueden criar fama y echarse a dormir, incluso con un éxito como este a las espaldas. El landismo hacía tiempo que había terminado y Alfredo al menos podía permitirse el lujo de no poner su nombre a los bodrios en los que había tenido que trabajar en la década anterior, eso ya se había acabado. El mismo año en el que se estrenó “Los santos inocentes” Landa volvió a televisión para co-protagonizar una nueva versión de “Ninette y un señor de Murcia” y dos años más tarde volvió a repetir en “Tristeza de amor”, dos buenas y populares series de los tiempos anteriores a la privatización.

Pero también continuó su trabajo en el cine con mayor o menor suerte,  algunas veces mayor como en “El bosque animado” en la que interpretaba al bandido Fendetestas y en la que tenía una memorable escena con el bueno de Manuel Alexandre.




El resto de su filmografía fue una alternancia entre la televisión y el cine, en cuanto a este último buena parte de los filmes en los que intervino vinieron de la mano una vez más de José Luis Garci, cineasta con el que pondría punto y final a su carrera con la película “Luz de domingo”, lo malo es que también se puso punto y final a una relación personal y profesional de casi treinta años de duración sin que nunca se supieran con claridad las causas.

Al año siguiente Alfredo quiso poner punto y final a su carrera recibiendo el Goya homenaje a su trayectoria profesional, prometía ser una noche memorable pero nadie esperaba que lo fuese tanto, lo que ocurrió durante esa velada ya lo narramos en su momento  pero quedé tan fascinado por aquel espectáculo que no paré hasta conseguir una grabación en directo y sin editar (y por lo tanto sin censura al menos hasta su parte final) de la retransmisión radiofónica de aquella que me gustaría compartir con todos ustedes


 

Pero a nivel personal para mí el último acto de la vida de Alfredo Landa tuvo lugar con la lectura de esas memorias a las que se ha ido aludiendo a lo largo de todo el comentario, el libro se titula “Alfredo el Grande” y, lejos del tópico de que la vida personal de un actor no tiene nada que ver con los personajes que interpreta, el texto resulta una confirmación de la imagen que el público tenía del actor: un hombre vehemente, franco, muy poco dado a la sutileza, amigo de sus amigos e incapaz de guardar rencor a sus menos amigos (porque enemigos tampoco creo que tuviera) por más que no se privara de airear en público las vergüenzas de muchos de sus contemporáneos (motivo por el que el libro fue acogido con cierta polémica). Pero también revelaba, tal y como asimismo se ha dejado caer a lo largo del comentario, a un hombre que, sin dejar de recalcar que en la dura profesión de actor en la España de antes y ahora nunca se puede hacer ascos a ningún trabajo, siempre fue consciente de la cantidad de bodrios que se vio obligado a protagonizar y co-protagonizar y siempre tuvo el deseo íntimo de transcender un poco a toda esa mugre y lograr ganarse la vida de una manera más digna, algo que no logró hacer hasta el final de su vida.

Pero sobre todo el libro resulta un extraordinario documento acerca de toda una generación, los nacidos antes, durante o poco después de la guerra, obligados a vivir en una España terrible “de charanga y pandereta, cerrado y sacristía”, afrontando sin más armas que el tesón, el ingenio y la mala leche las innumerables cabronadas que tenían que sufrir los que tenían que ganare la vida día a día cualquiera que fuese su profesión, ya se tratase de un fontanero o de un actor (imprescindible el episodio que enfrento al bueno de Alfredo con el implacable vampiro de José Luís Dibildos) y que pasó de la postguerra, al desarrollo económico, el tardofranquismo, la transición y lo que quiera que sea el país en el que estamos ahora con la misma sensación de desconcierto. Hijos del agobio y del dolor.



8 Comments:

Blogger El Impenitente said...

En "Las verdes praderas" Landa pronuncia una de esas frases que se te quedan y siempre te acompañan: Where is my beautiful bocata without chorizo?

Me alegra haber visto a Laly Soldevila.

Leyéndote me he dado cuenta que, salvo "La vaquilla" todas las películas que he visto de Landa son de Garci. A mí las películas de Garci (hasta "Canción de cuna". No he visto más. Hasta entonces, todas. Me faltaba "El crack 2", pero la vi el martes pasado) sí que me gustan, pero no porque sean mejores ni peores, sino porque su mitomanía, siempre protagonista, me embelesa.

Y creo que buscaré el libro de sus memorias. Me apetece.

8:29 AM  
Blogger SisterBoy said...

¿En serio no has visto nunca una del landismo? ¿Ni siquiera en nuestra infancilescencia cuando la ponían un día sí y otro también? Pues lo considero una hazaña. Yo de niño era muy de Garci pero luego le perdí la pista y sinceramente su última película la fuí a ver por el pitorreo que generó.

Yo también debería buscar la biografía de Landa porque no sé donde rayos la metí :( quizás se reedite ahora. Si la encuentras agenciate también las memorias de Alfonso Santisteban, ambas constituyen un testimonio de la segunda mitad del siglo XX en España mucho más revelador que cualquier sesudo tomo de Historia.

10:08 AM  
Blogger El Impenitente said...

Pues vi cachos, pero entera ninguna. Siempre tuve un sentido del ridículo muy acusado y estas películas me producían vergüenza ajena.

Tomo nota de lo de Alfonso Santisteban, todo un personaje. Y, como músico, desconocido. No es que haya escuchado mucho suyo (apenas nada) pero, lo que oí, me gustó.

http://www.youtube.com/watch?v=cMuxMSBiCyQ

10:25 AM  
Blogger Slim said...

Yo como veo muchas veces cine de barrio (si, es una debilidad que tengo) me llama mucho la atencion la cantidad de papeles pequeños que hizo este hombre en tantas películas, y siempre bien, como en ¿que hacemos con los hijos? , por ejemplo.

ninguna impenitente? ni Cateto a babor?

yo tengo ganas de ver El rio que nos lleva, que me lei este verano el libro y me gustó mucho, y se que hay una peli y me apetece mucho verla.

5:13 AM  
Blogger SisterBoy said...

Ya digo que por lo menos hay que ver "Vente a Alemania Pepe" que es casi un deber patrio.

5:20 AM  
Blogger El Impenitente said...

"Recluta con niño" sí que es un peliculón.

Por tu culpa, estoy escuchando el disco "Café Ipanema" de Alfonso Santisteban. Te retrotrae, no sé exactamente a dónde, pero te retrotrae.

8:57 AM  
Blogger Ra está en la aldea said...

Ay, ay, siento una atracción irrefrenable por escuchar el audio entero de la nochecita de los Goya pero a la vez sé que voy a tener que taparme las orejas con unos cojines del disgusto y la vergüenza ajena y propia por estar escuchando eso. Pero vamos, que muy bien por haberla encontrado.

11:12 AM  
Blogger SisterBoy said...

Harás ambas cosas, lo sé.

11:13 AM  

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