La noche más mefien mabbebonita.
Allá por Noviembre del año 2009 despedíamos en estas mismas
paginas a José Luís López Vázquez y comentábamos que dicho actor podría ser considerado
la personificación del “español medio” al menos durante una época de nuestra
historia. Pero añadíamos que ese “honor” quizás debía ser compartido con
Alfredo Landa, otro emblema hispano de los años sesenta, hasta tal punto que
es, que se sepa, el único actor español que ha dado nombre a un subgénero
cinematográfico.
Si López Vázquez “daba vida a ese individuo poco agraciado,
no demasiado inteligente y aquejado siempre de una imparable verborrea que
tenía que servirse de todos los recursos del pícaro para poder sobrevivir en un
mundo que le condenaba a un perpetuo estado de agobio” (cita textual del
comentario del año 2009), Alfredo Landa ofrecía más la imagen de un individuo
tosco, ingenuo, tampoco demasiado inteligente pero carente de la malicia y de
la calculada sumisión de los personajes a los que interpretaba Vázquez. En
definitiva, un tipo honesto pero capaz de arrebatos de mala leche de un
carácter mucho más físico.
De todos modos, en el caso del comentario de hoy contamos,
además de con la abundante filmografía que dejó el actor navarro, con el
material añadido de una biografía del propio Landa publicada en 2008 y de una sinceridad
posiblemente involuntaria (sobre todo porque el libro al final no le dejaba a
él mismo demasiado bien que digamos), un arrebato del que Vázquez (un hombre de
una sorprendente opacidad en cuanto a su vida fuera de las pantallas se
refiere) no parecía capaz.
Alfredo Landa nació en Pamplona en 1933 hijo de un Guardia
Civil y perteneciente por lo tanto a una clase social más castrense que civil,
a pesar de ello Landa no dio nunca (a excepción de los últimos años de su vida
en los que cayó en las redes de Federico Jiménez Losantos y compañía) muestras
de tener ninguna clase de interés en los asuntos del tipo de país que le tocó
en suerte y durante toda su carrera se
dedicó (al igual que la inmensa mayoría de españoles) a sobrevivir adaptándose
a las penurias del régimen sin meterse nunca en nada que tuviera cariz
político.
Pasando por alto sus años de formación en el teatro y yendo
directamente, como siempre que hacemos cuando la palma un actor famoso o al
menos conocido, a su lista de películas de la imdb la primera que descuella es
“Atraco a las tres” la comedia de José María Forqué que constituye una de las
cumbres del género en nuestro país por más que la interpretación de un Alfredo
Landa de 29 años, y prácticamente bisoño en papeles de entidad en el séptimo
arte, palidecería al lado de monstruos de la profesión como Gracita Morales,
Manuel Alexandre, Cassens, Agustín González o el recurrente J.L. Vázquez
Al año siguiente (tras otros trabajos entre ellos una
participación que la verdad no recuerdo en la película “El Verdugo”) vino otro
papel secundario en una película no demasiado celebrada pero por la que siento
debilidad, se trata de la versión de “La Verbena de la Paloma” con Vicente
Parra y Concha Velasco en los papeles principales y en la que Landa daba vida,
con desternillante eficiencia, a un pobre hombre que le “prestaba” su novia a
Julián para darle celos a la Susana.
La década prodigiosa siguió desgranándose entre más papeles
de reparto entre los que destacaría el de “Ninette y un señor de Murcia” (un rol
que repetiría veinte años más tarde para una serie de televisión), “La ciudad
no es para mí” (hacía una simpática intervención en forma carnicero aficionado
a recitar pasajes de “Don Juan Tenorio”) y “De cuerpo presente”, un insólito
intento de hacer cine experimental del que el propio Landa renegaría en sus
memorias.
Hasta ese momento la carrera de Landa, como se ha dicho
antes, era la de un secundario resultón, un rostro bonachón y simpático que
siempre resultaba agradable ver en pantalla, una de esas caras que siempre se
recuerdan aunque lo que jamás recordemos es el nombre que se esconde detrás de
ella. Y en eso llegó el “landismo”.
Estábamos a finales de los años sesenta y el cine popular respondía,
como ha sucedido siempre aunque como siempre también de manera implícita, a los
cambios sociales y políticos del país, la influencia del turismo masivo en las
costas españoles, el intento de los gobernantes del país por integrarse en la
realidad europea que nos rodeaba y la inevitable suavización de la férrea moral
católica imperante, trajo consigo una relajación de las costumbres que dio como
resultado el nacimiento del personaje que convertiría a Landa en uno de los
rostros más populares del país, en su encarnación del español nacido en los linderos
de la Guerra Civil y criado en medio de una extremada represión sexual que se
mostraba confundido y a la vez excitado por el abanico de posibilidades que de
improviso se le presentaban a él y a la nación entera. Quizás la imagen más
emblemática de aquel tipo de cine, y del landismo en particular, sea la del
comienzo de “Manolo la Nuite”, ilustración de las fantasías eróticas de una
toda una generación.
¿Y con qué película empezó el landismo? Pues no lo sé, entre
otras cosas porque no he visto la mayoría de ellas, ya cuando las pasaban con
frecuencia por la televisión me parecían bastante malas (el propio Landa decía
en su biografía que la mayor parte de ellas eran una mierda) y posteriormente
no he sentido el más mínimo interés por recuperarlas (un interés que sí anima a
un puñado de cinéfilos españoles empeñados en revivir una época de cutrez que
la mayoría de ellos no tuvo ocasión de sufrir en sus propias carnes).
De todas maneras sí que recuerdo haber visto algunos de los
filmes de esa etapa, entre ellos por ejemplo, “No somos de piedra”, dirigido
por Manuel Summers y con un historia en la que Landa interpretaba a un
exasperado marido que montaba una pantomima en la que un falso obispo convencía
a su mujer (la imprescindible Laly Soldevila) para que tomara anticonceptivos y
así poder echarle un casquete que no concluyera inevitablemente en un nuevo
hijo que engrosara su ya numerosa prole.
También está “No desearas al vecino del quinto” en el que el
actor daba vida al propietario de una boutique que, gracias a su aspecto
asarasado, conseguía vencer los recelos de los maridos y novios de sus clientas
para así ponerse las botas con ellas sin miedo a un recibir un escopetazo. El
filme encabezó durante muchos años la lista de los más taquilleros de nuestra
industria.
Y también está por supuesto “Vente a Alemania Pepe”
de Pedro Lazaga (uno de los sumos sacerdotes de la cochambre fílmica nacional) que
por lo menos combinaba la astracanada habitual con una suerte de análisis
social del fenómeno de la emigración e incluso del exilio político.
Posiblemente uno de los pocos títulos de esta lista que da menos vergüenza
ajena ver
Algunos nombres que destacan un poco entre una interminable
relación de películas (en ocasiones incluso cuatro al año) que poblaron toda la
etapa del tardofranquismo, la mayor parte de las cuales no valdría, repito, la
pena revisar ni siquiera con intenciones antropológicas pero que fueron la
mayoría grandes éxitos de público y que contribuyeron a que Landa adquiriera
fama y fortuna mas no demasiado auto estima según, una vez más, sus propias
palabras.
Pero así era la vida, Alfredo Landa era en el cine el
equivalente a un trabajador de clase obrera, había que levantarse por la mañana
y meterse en la mierda para mantener a la familia y pagar las facturas, no
había tiempo (ni posiblemente intención) de pensar en lo que se estaba
haciendo, había que trabajar lo más que se pudiera y aprovechar al máximo la
época de vacas gordas en una profesión tan inestable como la de actor.
De todas maneras este tipo de veleidades artísticas no hacía
olvidar al actor qué era lo que pagaba las habichuelas y el mismo año que se
estrenó el puente aparecía también en “Tío ¿de verdad vienen de París?”,
escrita y dirigida por Mariano Ozores (ídem al comentario anterior entre
paréntesis sobre Pedro Lazaga) con un argumento similar al de la comedia
americana “Uncle Buck” aunque con unos niveles de rijosidad, comprensibles a
principios de década pero inadmisibles en plena Transición, que culminaba en
una delirante escena en la que Landa se “disfrazaba” de homosexual para infiltrarse
en una fiesta gay y salvar a su sobrino de una pandilla de saturnianos que
pretendían llevárselo al huerto. Estuve tan obsesionado con esa escena que
conseguí bajar la película, editarla y ponerla en youtube para espanto de las
generaciones futuras.
Pero bueno, dejemos la caspa y volvamos al cine de verdad y
a las muchas y buenas películas que Landa protagonizó en los años que siguieron
a su redescubrimiento como actor. En 1979 se produjo el primer encuentro con un
cineasta que resultaría fundamental en su nueva etapa, hablamos de José Luís
Garci y de “Las verdes praderas”, filme
en el que Landa interpretaba a un ejecutivo de una compañía de seguros que
manifestaba una creciente insatisfacción por el estilo de vida pequeño burguesa
en el que se encontraba inmerso. La película era deudora de la inefable
mitomanía de Garci y aspiraba a ser la versión española de todos esos títulos
sobre ejecutivos estresados que protagonizara Jack Lemon, lo malo es que en ya
en su día la cinta tenía un cierto aroma de ausencia de verosimilitud pues no
respondía ni con mucho a la forma de vida de la mayoría de los españoles y
vista hoy en día resulta tan floja y blanda como la mayor parte del cine del
director asturiano.
Ese mismo año se estrenó “Paco el seguro”, una coproducción
francesa la cual no sólo no he visto, sino que hasta que leí sobre ella en la biografía
antes reseñada desconocía su existencia, aunque la descripción que de ella hace
Landa (como una tragedia de ribetes sofoclianos) consiguió captar mi interés y espero poder
verla algún día.
Dos años más tarde llegó “El crack”, un nuevo homenaje de
Garci al cine de su infancia, en esta ocasión centrado en el género negro. Landa
interpretaba aquí a Germán Areta, un investigador privado con todos los tópicos
de la profesión, quizás estemos ante posiblemente el mayor esfuerzo del actor
por separarse de los papeles en los que se había encasillado, de hecho muchos
opinan que tuvo que dejarse el bigote para conseguirlo. Dos años más tarde
protagonizaría igualmente “El crack 2” con pretensiones y resultados
semejantes.
Pero la vida seguía y en España muy pocos actores pueden
criar fama y echarse a dormir, incluso con un éxito como este a las espaldas. El
landismo hacía tiempo que había terminado y Alfredo al menos podía permitirse
el lujo de no poner su nombre a los bodrios en los que había tenido que
trabajar en la década anterior, eso ya se había acabado. El mismo año en el que
se estrenó “Los santos inocentes” Landa volvió a televisión para
co-protagonizar una nueva versión de “Ninette y un señor de Murcia” y dos años
más tarde volvió a repetir en “Tristeza de amor”, dos buenas y populares series
de los tiempos anteriores a la privatización.
Pero también continuó su trabajo en el cine con mayor o
menor suerte, algunas veces mayor como
en “El bosque animado” en la que interpretaba al bandido Fendetestas y en la
que tenía una memorable escena con el bueno de Manuel Alexandre.
El resto de su filmografía fue una alternancia entre la
televisión y el cine, en cuanto a este último buena parte de los filmes en los
que intervino vinieron de la mano una vez más de José Luis Garci, cineasta con
el que pondría punto y final a su carrera con la película “Luz de domingo”, lo
malo es que también se puso punto y final a una relación personal y profesional
de casi treinta años de duración sin que nunca se supieran con claridad las
causas.
Pero a nivel personal para mí el último acto de la vida de
Alfredo Landa tuvo lugar con la lectura de esas memorias a las que se ha ido
aludiendo a lo largo de todo el comentario, el libro se titula “Alfredo el
Grande” y, lejos del tópico de que la vida personal de un actor no tiene nada
que ver con los personajes que interpreta, el texto resulta una confirmación de
la imagen que el público tenía del actor: un hombre vehemente, franco, muy poco
dado a la sutileza, amigo de sus amigos e incapaz de guardar rencor a sus menos
amigos (porque enemigos tampoco creo que tuviera) por más que no se privara de
airear en público las vergüenzas de muchos de sus contemporáneos (motivo por el
que el libro fue acogido con cierta polémica). Pero también revelaba, tal y
como asimismo se ha dejado caer a lo largo del comentario, a un hombre que, sin
dejar de recalcar que en la dura profesión de actor en la España de antes y
ahora nunca se puede hacer ascos a ningún trabajo, siempre fue consciente de la
cantidad de bodrios que se vio obligado a protagonizar y co-protagonizar y
siempre tuvo el deseo íntimo de transcender un poco a toda esa mugre y lograr
ganarse la vida de una manera más digna, algo que no logró hacer hasta el final
de su vida.
Pero sobre todo el libro resulta un extraordinario documento
acerca de toda una generación, los nacidos antes, durante o poco después de la
guerra, obligados a vivir en una España terrible “de charanga y
pandereta, cerrado y sacristía”, afrontando sin más armas que el tesón, el
ingenio y la mala leche las innumerables cabronadas que tenían que sufrir los
que tenían que ganare la vida día a día cualquiera que fuese su profesión, ya se
tratase de un fontanero o de un actor (imprescindible el episodio que enfrento
al bueno de Alfredo con el implacable vampiro de José Luís Dibildos) y que pasó
de la postguerra, al desarrollo económico, el tardofranquismo, la transición y
lo que quiera que sea el país en el que estamos ahora con la misma sensación de
desconcierto. Hijos del agobio y del dolor.
8 Comments:
En "Las verdes praderas" Landa pronuncia una de esas frases que se te quedan y siempre te acompañan: Where is my beautiful bocata without chorizo?
Me alegra haber visto a Laly Soldevila.
Leyéndote me he dado cuenta que, salvo "La vaquilla" todas las películas que he visto de Landa son de Garci. A mí las películas de Garci (hasta "Canción de cuna". No he visto más. Hasta entonces, todas. Me faltaba "El crack 2", pero la vi el martes pasado) sí que me gustan, pero no porque sean mejores ni peores, sino porque su mitomanía, siempre protagonista, me embelesa.
Y creo que buscaré el libro de sus memorias. Me apetece.
¿En serio no has visto nunca una del landismo? ¿Ni siquiera en nuestra infancilescencia cuando la ponían un día sí y otro también? Pues lo considero una hazaña. Yo de niño era muy de Garci pero luego le perdí la pista y sinceramente su última película la fuí a ver por el pitorreo que generó.
Yo también debería buscar la biografía de Landa porque no sé donde rayos la metí :( quizás se reedite ahora. Si la encuentras agenciate también las memorias de Alfonso Santisteban, ambas constituyen un testimonio de la segunda mitad del siglo XX en España mucho más revelador que cualquier sesudo tomo de Historia.
Pues vi cachos, pero entera ninguna. Siempre tuve un sentido del ridículo muy acusado y estas películas me producían vergüenza ajena.
Tomo nota de lo de Alfonso Santisteban, todo un personaje. Y, como músico, desconocido. No es que haya escuchado mucho suyo (apenas nada) pero, lo que oí, me gustó.
http://www.youtube.com/watch?v=cMuxMSBiCyQ
Yo como veo muchas veces cine de barrio (si, es una debilidad que tengo) me llama mucho la atencion la cantidad de papeles pequeños que hizo este hombre en tantas películas, y siempre bien, como en ¿que hacemos con los hijos? , por ejemplo.
ninguna impenitente? ni Cateto a babor?
yo tengo ganas de ver El rio que nos lleva, que me lei este verano el libro y me gustó mucho, y se que hay una peli y me apetece mucho verla.
Ya digo que por lo menos hay que ver "Vente a Alemania Pepe" que es casi un deber patrio.
"Recluta con niño" sí que es un peliculón.
Por tu culpa, estoy escuchando el disco "Café Ipanema" de Alfonso Santisteban. Te retrotrae, no sé exactamente a dónde, pero te retrotrae.
Ay, ay, siento una atracción irrefrenable por escuchar el audio entero de la nochecita de los Goya pero a la vez sé que voy a tener que taparme las orejas con unos cojines del disgusto y la vergüenza ajena y propia por estar escuchando eso. Pero vamos, que muy bien por haberla encontrado.
Harás ambas cosas, lo sé.
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