Thursday, October 30, 2008

ABECEDARIO DEL CRIMEN ESPECIAL HALLOWEEN. MILWAUKEE BAJO EL TERROR DE LOS ZOMBIES



Jeffrey Dahmer es uno de los asesinos en serie más jaleados por los medios de comunicación. En el año 1991 su captura y sus posteriores confesiones fueron noticia en todo el mundo y eso no era algo habitual (aunque sí lo ha sido con posterioridad). En Estados Unidos este tipo de noticias siempre han tenido una gran difusión pero en el resto del mundo (al menos en España) era necesario escudriñar en las cloacas de los periódicos y revistas para poder encontrar historias verdaderamente truculentas.

No puede decirse que toda esa atención fuese provocada por la personalidad del asesino, un individuo impasible, poco comunicativo –al menos cuando no estaba matando- y carente del más mínimo encanto (pese a lo cual fue y sigue siendo objeto de encendidas declaraciones de admiración). Lo verdaderamente llamativo fue su manera de proceder con los cadáveres de sus diecisiete victimas y la manera en la que transformó su apartamento en un improvisado museo de ciencia natural.




Dahmer nació el 21 de mayo de 1960 en el Hospital Evangélico de la Diaconisa en West Allis, Milwaukee. Sus padres eran Lionel Dahmer, por aquel entonces estudiante de química, y Joyce Flint. La carrera de Lionel llevó a la familia a una vida de continuos cambios de domicilio hasta que por fin en 1968 se instalaron en West Bath, Ohio donde Jeffrey pasó el resto de su infancia y su adolescencia.

Allí fue donde Dahmer comenzó a aficionarse al alcohol, a experimentar con cadáveres de animales y donde mató a un hombre por primera vez. Durante esa época comenzaron las peleas entre los padres del chico que terminaron por divorciarse en 1978. Ya desde 1966, año en el que nació su hermano pequeño tras un embarazo muy difícil, un profesor había anotado en su cuaderno escolar que el chico se sentía “desatendido”. Era un chico tímido que desde muy temprano pasaba la mayor parte del tiempo escondido en un cobertizo de la madera cazando insectos en frascos y conservándolos en formaldehído. En una imparable ascensión por el reino animal, paso de los insectos a las ardillas y mapaches y luego a piezas más grandes, transportando los cuerpos hasta el bosque, donde los dejaba pudrirse. Luego sumergía los restos en lejía para limpiar los huesos y empalaba los cráneos de los animales muertos sobre cruces formando una especie de cementerio de mascotas. Al preguntársele por qué hacia aquello él respondía “Quiero ver como son por dentro, me gusta ver como son las cosas”. Hay que destacar que no se trataba de crueldad ya que nunca mató a aquellas pequeñas bestias. Simplemente recogía sus cadáveres, en su mayor parte victimas de la carretera, y experimentaba con ellos.



El chico no lo estaba pasando bien con el mal ambiente familiar pero eso no es suficiente motivo para explicar ese extravagante comportamiento y todos los horrores que vinieron después. Algo más debió ocurrir pero, como otros episodios en la vida de aquel hombre, no está del todo claro.

Como quiera que fuese lo cierto es que el chico se había iniciado en el alcohol a la edad de once años como una forma de contrarrestar la desagradable experiencia de estar consciente. A los dieciséis años se había convertido en un solitario que iba a clase frecuentemente borracho lo que le permitía desinhibirse lo suficiente como para convertirse en una especie de bufón de la clase que practicaba toda suerte de bromas pesadas. De hecho en el instituto cuando alguien gastaba una broma se solía decir que había hecho “un Dahmer”. En general le consideraban un tipo raro que sólo llamaba la atención por sus extravagantes ocurrencias y por su afición a la bebida.




Al finalizar su etapa escolar en el Instituto Jeffrey acudió al baile de su promoción con la amiga de un amigo que había sido persuadida para que le hiciera ese favor. Ella recuerda que el chico estaba tan nervioso que ni siquiera pudo hacerse el lazo de la corbata, así que tuvo que hacérselo la madre de ella. Dahmer no bailó ni una sola vez con ella y apenas le dirigió la palabra. Cuando se despidieron él se limitó a estrecharle la mano. Dos semanas más tarde Dahmer la invitó a una fiesta en su casa. En la fiesta no había comida ni música, todo lo más cinco personas que trataban de hacer espiritismo y contactar con Lucifer. La chica pensó que ya era suficiente y se alejó de la vida del chico raro para siempre. A la reunión de los diez años de la clase de 1978, los antiguos compañeros se vieron de nuevo para recordar viejos tiempos. Dahmer no acudió, pero alguien preguntó qué había sido de él. “Oh probablemente es un asesino de masas en alguna parte” respondió algún otro. Todos rieron. En aquel tiempo Dahmer había matado ya cuatro veces.

Como resumen de su etapa escolar queda esta inquietante foto que el chico se hizo con el equipo del periódico del colegio. Sus compañeros miran a la cámara pero Dahmer, situado en el centro mismo del grupo mira a la derecha hacía un punto en el infinito como un hombre ensimismado con algo invisible….o como un detenido poniéndose de perfil para que la policía le fotografíe.



Dos semanas después de su graduación Jeffrey Dahmer cometió su primer asesinato a la edad de 18 años. Aquel día recogió a Stephen Hicks, un joven de su misma edad, que hacia autostop después de acudir a un concierto. Hicks aceptó la oferta de Dahmer de tomar unas cervezas en casa de éste. Una vez allí Hicks quizás se dio cuenta de que el chico de ojos hundidos y voz monocorde no era precisamente una compañía muy agradable o puede que Dahmer tratara de intimar con él. Lo cierto es que el chico cada vez más inquieto manifestó su deseo de marcharse. En un acceso de furia Dahmer le golpeó la cabeza con una barra de levantar pesas y luego lo estranguló con ella. “El tipo quería marcharse y yo no quería que se fuera” fue lo que manifestó a la policía durante su confesión años más tarde. Tras el asesinato Dahmer arrastró el cuerpo de Hicks hasta una cueva donde lo cortó en pedazos y durante las dos semanas siguientes se dedicó a disolverlo con los mismos productos químicos que había usado antes para experimentar con la carne de los animales muertos. Los huesos que quedaban fueron pulverizados con una almádena y esparcidos por los alrededores de la casa. Así fue como un chico llamado Stephen Hicks fue borrado de la faz de la tierra.



La pesadilla había comenzado pero durante algunos años se produjo una gran pausa en la carrera criminal de Jeffrey. Durante ella su padre lo envió a la Universidad de Ohio, pero él jamás asistía a clase, se bebía un par de botellas de whisky por día (vendía su plasma a un banco de sangre para pagarse la bebida) y se enemistaba con sus compañeros de cuarto, pues le gustaba amontonar los muebles en un rincón y lanzar pizzas contra las paredes. Al cabo de un semestre la carrera universitaria de Dahmer terminó con gran alivio de sus compañeros de estudio.

El siguiente paso fue alistarse en el ejercito donde firmó por tres años. Tras su periodo de instrucción fue destinado a Alemania. Su padre tenia esperanzas de que en el Ejercito su hijo se enderezara pero resulto que en el Ejercito la bebida estaba a mitad de precio. Sus compañeros recuerdan como pasaba los fines de semana sentado en una silla sin moverse para nada oyendo sus cintas de Black Sabbath con los auriculares y bebiendo hasta perder el conocimiento. En una ocasión mientras estaba inconsciente sus compañeros de cuarto pusieron una botella vacía de vino “Thunderbird” a su lado y tomaron una foto.




Aparte de eso Dahmer nunca se distinguió en nada. Con el tiempo sus borracheras empezaron a afectar al servicio diario y cuando faltaban nueve meses para terminar su contrato fue licenciado según el capítulo 9 del Código de Justicia Militar, la sección que se ocupa del abuso del alcohol y las drogas.

Dahmer regresó a los Estados Unidos y tras un par de tumbos más su padre le envió a vivir con su abuela a West Allis, el sitio donde había nacido. Allí encontró trabajo en una fábrica de chocolate. A sus 21 años Dahmer era un completo fracasado en todos los aspectos de la vida. Su perfil psicológico era prototípico del hombre carente de todo aquello que hace tolerable la existencia. La actitud negativa de Dahmer le impedía tener amantes, amigos, relaciones, trabajos, intereses, conversaciones, aficiones, deportes, ocupaciones, dinero, esperanzas o un lugar donde vivir. De modo que nunca llegó a socializarse, y su cavernoso interior emocional se fue degradando mientras llenaba el vacío de fantasmas. La madrastra de Dahmer, Shari, fue testigo de una vida que se había hecho jirones. “Era incapaz de abrazar. Era incapaz de hacer caricias. Sus ojos estaban muertos. No le quedaba corazón dentro de su cuerpo. Era un zombi andante”. Pero pronto encontraría algo para lo que demostró verdadero talento.

Durante su estancia en el domicilio de su abuela Dahmer volvió a meterse en problemas debido a su consumo excesivo de alcohol y empezó también a frecuentar bares de ambiente homosexual. El 8 de agosto de 1982 fue arrestado en un parque público por bajarse los pantalones delante de unas veinticinco personas, incluidas mujeres y niños. El 18 de agosto de 1986 fue detenido de nuevo por masturbarse en presencia de dos niños. Lo sentenciaron a un año de liberad vigilada. Aquel mismo verano fue expulsado del “Club Baths”, una casa de baños y lugar de reunión gay en Milwaukee. Los propietarios dijeron que dio bebidas drogadas al menos a cuatro clientes de allí aunque nadie presentó cargos.

El 20 de noviembre de 1987, nueve años y cinco meses después de su encuentro con Stephen Hicks, Dahmer mató por segunda vez. La victima era Steven Tuomi de 24 años al que Dahmer conoció en un club y al que invitó a ir con él a un hotel. Según Dahmer ambos bebieron hasta perder el conocimiento y al día siguiente se levantó junto al cadáver ensangrentado de Tuomi. Dahmer metió el cadáver en una gran maleta y lo llevó hasta el sótano de la casa de su abuela donde los desmembró y se deshizo de lo que quedaba. Tuomi desapareció sin dejar rastro, y jamás se encontraron sus restos. Sólo hay el testimonio de Dahmer de que el episodio ocurrió realmente. Es el único crimen por el que no fue acusado.



Estos dos primeros asesinatos tuvieron un componente espontáneo pero a partir de ese momento Dahmer se volvería metódico, la técnica apenas variaba: primero el flirteo en los clubs –en ocasiones simplemente ofrecía dinero a cambio de sexo- luego la bebida drogada, el estrangulamiento, la necrofilia y el desmembramiento de la victima. En ocasiones conservaba un tiempo las cabezas tras hervirlas para desprender la carne y pintarlas con un aerosol. En los siguientes años en el sótano de casa de su abuela otros dos hombres y un chico de catorce años fueron asesinados siguiendo el ritual.

El 25 de septiembre de 1988 abordó a un chico de 13 años de origen laosiano y le convenció para que le acompañara a su nueva casa ofreciéndole dinero para una sesión de fotos. Allí le dio un café donde había disuelto varias pastillas de “Halción” pero esta vez de algún modo el muchacho logró huir tambaleándose y acabó en un hospital. Dahmer fue acusado de una agresión sexual en segundo grado. El fiscal que llevo el caso se sintió especialmente alarmado por la forma de actuar de Dahmer en aquel delito. “La gente que comete agresiones sexuales contra niños casi nunca usa drogas. Los chicos son crédulos. Hacen lo que les dices” Aquella forma de comportarse era una clara señal de que había algo muy perturbado en el cerebro de Dahmer.

Pese a esta opinión el juez encargado del caso decidió no mandar a prisión a Dahmer y permitirle cumplir su condena parcialmente en libertad (se le permitía acudir a su trabajo diariamente) aunque recibiendo tratamiento.

Jeffrey Dahmer estaba de nuevo en la calle. El 13 de mayo de 1990 se mudó a los Apartamentos Oxford el último y el más sangriento de los escenarios de esta tragedia.



En los catorce meses que siguieron otros doce hombres jóvenes (casi todos homosexuales o buscavidas de raza negra) fueron asesinados de forma similar. Captados en clubs de ambiente la ciudad, o en lugares públicos, seducidos con ofertas de sexo o dinero, drogados, estrangulados, sometidos a actos de necrofilia y descuartizados. Dahmer se había comprado un larga mesa negra y dos grifos de plástico para practicar sus disecciones de las que dejaba constancia con una cámara Polaroid después de disponer los trozos de los cadáveres en forma de altar. Generalmente congelaba la cabeza y en ocasiones algunos otros órganos y hervía el resto en una enorme olla de 120 litros de capacidad. Luego echaba los restos en un gran contenedor de basura preparado con ácido. Los cráneos eran también hervidos posteriormente y las calaveras pintadas de gris.

Al igual que con los cadáveres de animales atropellados que había recolectado de niño Dahmer sentía interés por sus amantes una vez que estaban muertos, vivos no podía comunicarse bien con ellos. Matarles no era un acto de crueldad ni le proporcionaba placer, simplemente era algo que tenía que hacer para poder apoderarse de sus cadáveres. Posteriormente Dahmer degeneró hacia el canibalismo. Confesó que había comido partes de los cuerpos de sus victimas tras freírlas en aceite vegetal. A pesar de que sería conocido como “El caníbal de Milwaukee” Dahmer sólo comió cinco veces de la carne de los hombres a los que mató. “De un modo extraño es como si los hiciera parte de mí”

Mientras todo esto sucedía la ciudad de Milwaukee proseguía su actividad sin percatarse de nada. La desaparición de un elevado número de hombres jóvenes podía haber sido bastante llamativa en circunstancias normales pero , como se ha dicho, en su mayoría se trataba de gente marginal y los que no lo eran no recibían demasiada atención cuando su desaparición era denunciada. Ser negro y homosexual no garantizaba en absoluto que te pusieran el primero de la lista en el departamento de búsqueda de personas desaparecidas. Algunas denuncias acababan directamente en el cesto de los papeles o al menos jamás quedó constancia de que habían sido hechas.




Con la victima numero trece ocurrió algo distinto y casi imposible de creer por varios motivos. El 26 de mayo Dahmer se tropezó en un centro comercial con un muchacho de 14 años. A pesar de que las condiciones de su libertad vigilada le prohibían entablar cualquier contacto con un menor de 18 años Dahmer trabó conversación con el muchacho y le convenció de que fuera a su apartamento y posara para él. El chico aceptó. Se llamaba Konerak Sinthasomhone y era el hermano pequeño de aquel otro adolescente al que Dahmer había atacado tres años atrás.

Ya en el apartamento Dahmer siguió el procedimiento habitual pero cuando Konerak estaba ya inconsciente se dio cuenta de que se había quedado sin cerveza así que fue a la tienda a comprar. Entretanto Konerak recobro el conocimiento y se encontró en un piso que rezumaba muerte. A pesar del somnífero el muchacho consiguió arrastrarse hasta la calle donde cayó desmayado de nuevo. A su alrededor se formo un corrillo de curioso a los que se unió el propio Dahmer. Una vecina llamó a la policía pero cuando los agentes llegaron se limitaron a preguntar a Dahmer si conocía al chico. Éste respondió que era su amante de 19 años que había bebido demasiado. Uno de los agentes llevó al chico hasta el apartamento de Dahmer y lo dejó allí con la siguiente recomendación: “Ocúpese de él”. Y vaya si lo hizo.

Lo que ocurrió sacudiría más tarde al Departamento de Policía y por añadidura a toda la ciudad. Tres agentes fueron suspendidos y dos despedidos aunque no se presentaron cargos criminales y los implicados negaron haber actuado mal. Pero algunos grupos de la comunidad dijeron que lo ocurrido era una indicación de la insensibilidad de la Policía hacia la gente de color y los gays. Lo cierto es que los agentes desoyeron a alguno de los vecinos que no estaban de acuerdo con que devolvieran al chico al apartamento. Posteriormente una mujer que también había presenciado la escena llamó a la policía para interesarse por el muchacho manifestando su convencimiento de que era menor pero le respondieron con evasivas. Lo mismo ocurrió cuando la mujer se enteró de que un chico laosiano había sido dado por desaparecido. Los agentes ni siquiera redactaron un informe sobre lo ocurrido, algo que hubiera provocado que los antecedentes de Dahmer salieran a relucir. Cuando los policías dejaron al chico con Dahmer la anterior victima del asesino estaba en la habitación contigua descomponiéndose. Y tras ese incidente otros cuatro hombres más fueron asesinados.

Esa victima en particular sería por añadidura la primera en sufrir un tratamiento aún más extraño y aterrador que las otras. Según todos los expertos Dahmer pertenecía a esa categoría de asesinos denominada “killers for company”. Individuos que carecían de la habilidad para trabar relación con los vivos y preferían por tanto la compañía de los muertos. Sin embargo, los cadáveres no ofrecen una amistad duradera porque se descomponen. Ya metido en pleno frenesí asesino Dahmer no se sentía complacido con matar gente para quedarse con su cabeza y decidió probar otra cosa.

Entre los escasos recursos materiales que tenía en su piso existía un taladro eléctrico. Más tarde compró una jeringa de marinar y tras drogar a Konerak le practicó una perforación en el cráneo dirigiendo el taladro hacia sus lóbulos frontales. Seguidamente le introdujo la jeringuilla unos 5 cm e inyectó ácido muriático en la cavidad craneal. Después del intento de fuga Dahmer dedujo que, puesto que Sinthasmophone conservaba aún bastante motivación y voluntad como para largarse, la primera dosis había sido insuficiente. Sin embargo la nueva inyección que le administró resultó mortal.



El siguiente experimento lo practicó con Jeremiah Weinberger. Dahmer explicó que para dejar de matar necesitaba una relación duradera y quería encontrar la manera de que el hombre se quedara con él sin tener que matarle. Esta vez cambió el acido por agua hirviendo que inyectó en el cerebro de Weinberger quien despertó más tarde en estado semifuncional, podía hablar pero parecía aturdido, también caminaba e iba al baño. Esa tarde, antes de ir a trabajar, Dahmer suministró a Weinberger otra dosis de píldoras y un nuevo toque de agua hirviendo en el mismo agujero. Pero cuando regresó a casa esa noche encontró que el hombre también había muerto. A partir de ese momento renunció a su sueño de tener a su propio zombie aunque confesó que había pensado en insertar un cable electrico en el cráneo trepanado de alguna de sus victimas y provocarle descargas a ver que ocurría. En el juicio un psiquiatra dijo que no había precedentes en la historia criminal mundial de una lobotomía casera.

El 9 de julio de 1991 Dahmer fue despedido del trabajo por absentismo. Por entonces su degradación ya tocaba fondo. En aquella época se lavaba en la bañera en compañía de dos cadáveres; en la nevera había corazones, en el congelador cabezas, en el fichero cráneos y en la cama un cuerpo lleno de gusanos. La tarde del 22 de julio de 1991, Tracy Edwards, de treinta y dos años, charlaba con dos amigos en el centro comercial Grand Avenue de Milwaukee cuando Jeffrey Dahmer se acercó a ellos y les ofreció cien dólares a cada uno si le acompañaban a casa y se quedaban un rato. Edwards fue el único que aceptó.


Al llegar al lugar a Edwards le sorprendió el insoportable hedor que había allí pero para entonces Dahmer ya le había suministrado la bebida “cargada”, le había esposado y había sacado un cuchillo.

Reducido de esta manera Dahmer condujo al hombre hasta la cama, cubierta de sangre seca, donde se sentaron y miraron un vídeo de “El exorcista ”. En las paredes, Edwards observó fotos de hombres desnudos, mutilados o desfigurados con ácido. Luego Dahmer sacó una cabeza humana de un archivador y se la mostró. “Así es como consigo que la gente se quede a hacerme compañía” dijo. También le enseñó un estante del armario donde había varias manos cortadas. A continuación se sentó encima de Edwards apuntándole al pecho con el cuchillo y anunciándole que pensaba arrancarle el corazón y comérselo. Luego entró en una especie de delirio mientras murmuraba “Es la hora, es la hora”. Edwards decidió que ya era cuestión de vida o muerte así que apartó a Dahmer de una patada, corrió hacia la puerta y luchó con la cerradura mientas Dahmer manoteaba desde atrás. Finalmente consiguió salir y voló hacia la calle dando alaridos en medio de la noche hasta cruzarse con un coche patrulla.

Eran las 11.25 de la noche cuando dos policías, acompañados por el aturdido Edwards, tocaron a la puerta del apartamento 213. Dahmer les dejó entrar sin ningún problema y entonces un extraño olor estrujó de inmediato sus estómagos y alertó su curiosidad. Otro detalle que les llamó la atención es que la puerta del apartamento estaba protegida por un sistema electrónico de seguridad, un dispositivo de alta tecnología para un vecindario de rentas bajas. Los agentes hicieron dos cosas que no hicieron los policías que habían tenido una actuación tan desafortunada en el caso de Konerak: en primer lugar pidieron por radio que se comprobaran los antecedentes de Dahmer. En segundo lugar hicieron una inspección más detallada del extraño apartamento. Fue entonces cuando el agente Rolf Mueller abrió el frigorifico y se encontro con la cabeza de Oliver Lacy mirándole desde allí.



Todo había terminado. Dahmer fue esposado y derribado en el suelo donde comenzó a aullar como un animal. Luego un vecino llamó al Canal 12 de la WISN-TV y les dijo que quizás estuviera ocurriendo algo que desearan ver.

El edificio de apartamentos fue pronto invadido por la policía y el departamento de investigación forense que realizaron un concienzudo análisis de la casa de los horrores. Dentro del congelador había otras tres cabezas, también el corazón de Oliver Lacy, que Dahmer dijo a la policía que reservaba para comer más tarde, y otros restos humanos.

Se hallaron también dos cráneos humanos en el estante superior de un armario, dos más en una caja de ordenador, y otros tres en el cajón de arriba de un archivador. Tres habían sido pintados de gris y se parecían a los modelos de plástico utilizados en los laboratorios de ciencia. Contra la pared había un bidón de 200 litros, dentro había tres torsos sin cabeza. Se hallaron manos y genitales descompuestos en una olla en el armario. En una caja de cartón junto con dos cráneos más fueron halladas varias fotos instantáneas que mostraban cuerpos masculinos en diferentes grados de escisión quirúrgica. Desgraciadamente esas fotos terminaron por hacerse públicas, no son difíciles de encontrar en el Google pero no seré yo el que las muestre aquí.

Pronto llegó la prensa y el vulgar edificio de apartamentos de aquel barrio deprimido se convirtió en el castillo de Drácula. La prensa y la policía interrogaron a los vecinos que afirmaron que solían escuchar el ruido de una sierra mecánica pero lo atribuían a alguna afición al bricolaje. El ruido era molesto, pero el hedor era casi insoportable. La vecina del piso de arriba comentó “El olor era horrible, se metía en la ropa y no se iba ni lavándola”. Según otro vecino “Era terrible. Casi me hacía vomitar”. El olor llegaba hasta los edificios contiguos. Los vecinos protestaron numerosas veces pero Dahmer atribuía la peste –que provocaban los restos de los doce cadáveres que tenía en el piso- a la gran cantidad de pescado y carne estropeada por una nevera poco fiable. Nadie pensó que pudiera tratarse de otra cosa.



Los habitantes del edificio no podían saber el infierno que se les avecinaba. Durante los día siguientes los chicos del vecindario empezaron a acudir a tocar la puerta 213 y recorrer el pasillo tratando de captar el olor.




Más tarde la gente empezó a acudir de toda la ciudad para tomar fotos o simplemente contemplar el edificio. Algunos se aventuraban por los callejones laterales para coger tierra u otros recuerdos del lugar. La prensa estaba allí día y noche y numerosos ministros religiosos acudieron a rezar frente a la estructura y a bendecirla para alejar el mal de ella. Más tarde la gente empezó a acudir desde fuera de la ciudad, venían familias completas con niños que querían palpar la puerta y ver si podían oler algo. Luego empezaron los insultos y los ataques contra el edificio y sus residentes que fueron culpados por no haberse dado cuenta de lo que ocurría. La gente necesitaba algo sólido y real contra lo que volcar su ira. El edificio fue tiroteado en varias ocasiones. Pero lo peor para los residentes eran las familias de las victimas que visitaban la casa. Días más tarde de estallar la noticia la madre de una de ellas se acercó a un residente que estaba sentado por fuera y dijo “Mi hijo fue asesinado en este edificio ¿puede dejarme pasar?” Luego se sentó frente a la puerta 213 apoyó la cabeza en ella y lloró. Quizás fuera una de esas madres que no tenía nada que poner bajo la lápida porque el cuerpo de su hijo había desaparecido por completo. Un mes después del descubrimiento, sólo tres unidades del edifico seguían ocupadas. Algún tiempo más tarde las autoridades pensaron que era mejor derribar el edificio y así lo hicieron.





La locura se extendió más tarde a toda la ciudad de Milwaukee que paso del estado de shock a la indignación por la desidia con la que la policía había tratado las desapariciones y especialmente por el desgraciado caso del chico laosiano que había sido echado en brazos del lobo. Los asesinatos de Dahmer se consideraban crímenes raciales. A excepción de la dos primeras sus victimas eran todas negras, hispanas o asiáticas. Las familias de muchos de los chicos muertos presentaron demandas millonarias contra las autoridades. La rabia y la confusión se manifestaron a veces de formas incomprensibles. Los clubs gays donde Dahmer solía ir de caza recibieron un aluvión de amenazas de bomba, la gente pasaba por delante de esos bares en coches e insultaban y lanzaban huevos contra los que salían de allí. Lo ocurrido pareció desencadenar una histeria general. Milwaukee fue considerada entonces –y quizás lo sea ya para siempre- la decimoctava victima de Jeffrey Dahmer.

El juicio de Dahmer no fue muy largo. Las pruebas en su contra eran irrebatibles y además había hecho una confesión completa de todos sus crímenes a lo largo de 60 horas de interrogatorio. En la vista celebrada el 13 de enero de 1992, Dahmer argumentó culpabilidad pero demencia con respecto a los quince asesinatos por los que se le juzgaba en el estado de Wisconsin. Durante la sesión su abogado puso su empeño en destacar el miedo del acusado a los mensajes desconcertantes del “otro lado”. “¿Qué harían si a los quince años despertaran con la fantasía de hacer el amor con un cadáver? –preguntó al jurado-. ¿Qué clase de persona le desearía algo así a un semejante? ¿A quien se lo confesarían? ¿A sus madres? ¿A sus mejores amigos? Ninguno de nosotros es capaz de imaginar siquiera el nivel de fantasía que ya experimentaba este muchacho a sus tempranos catorce o quince años. Yo no desearía ser Dahmer ni siquiera por un día”

A pesar de que la única controversia que quedaba ya por dilucidar era si Dahmer iba a pasar el resto de su vida en prisión o en una institución mental el juicio no estuvo ausente de momentos de tensión provocada por los familiares de las victimas.




Por fin el juez del circuito Laurence C. Gram Jr sentenció a Dahmer a 15 cadenas perpetuas consecutivas con un mínimo de 936 años de cumplimiento de condena antes de poder solicitar la libertad bajo palabra. El primer día de prisión las autoridades recibieron una lluvia de 200 solicitudes de entrevistas y expresiones de buenos deseos llegadas de todo el mundo. Pero no fueron buenos deseos lo que encontró Dahmer entre sus compañeros de reclusión. Dos años después de su ingreso un interno llamado Chistopher Scarver puso fin a su miserable vida golpeándole hasta la muerte con una barra de levantar pesas, paradójicamente el mismo instrumento que el propio Dahmer utilizó para matar la primera vez. Scarver manifestó que Dios le había ordenado hacer justicia, también se habló de una venganza racial (Scarver era negro) aunque posiblemente de lo que se trataba era de adquirir notoriedad matando a un preso famoso.

16 Comments:

Blogger Mery said...

Joder, me he quedado a cuadros. Cuando oía hablar del carnicero de Milwaukee no imaginaba todo esto... la necrofilia, el hervir los cuerpos... qué fuerte. Y sobre todo he flipado con lo del pobre chico que le devuelven diciéndole "ocúpese de él", llega a ser ficción y te dicen "es inverosímil". Si es que la realidad no deja de sorprendernos.

12:00 AM  
Blogger Slim said...

despues de leerlo todo lo del canibalismo casi es lo de menos...jooo como esta noche tenga pesadillas voy a buscarte.

feliz halloween

12:19 AM  
Blogger SisterBoy said...

Mery pues me he autocensurado bastante (aunque Marina me eche la bronca). Slim espero que tengasp pesadillas, si no ¿de qué sirve todo esto? :)

12:34 AM  
Anonymous Anonymous said...

Conocía ya la historia por el libro de Jesús Palacios, pero no sabía lo de que el "chico laosiano" era hermano de uno al que el carnicero había atacado ya una vez. Si es que Milwaukee es un pañuelo.

4:10 AM  
Blogger SisterBoy said...

En aquella época Milwaukee tenía unos 600.000 habitantes así que se puede decir que fue un caso de verdadera fatalidad

6:45 AM  
Blogger 3'14 said...

Se agradece la sensibilidad de no buscar, o por lo menos publicar, esas fotos de cuerpos desmembrados. Una cosa es ver algo que se sabe que es ficción y otra muy distinta es saber que esas imágenes son de víctimas reales. Por otra parte, eres bueno sembrando el terror sin tener que mostrar ni una gota de sangre, terminar el post con esa macabra orla mortal me ha provocado escalofríos...

Lo que también me ha llamado la atención es la reacción de la gente visitando el edificio como si se tratase de un destino turístico más de la ciudad, familias enteras con hijos y todo!!! el morbo parece no tener límites...
Es espeluznante comprobar como hay gente que da tan poco (o ningún) valor por la vida de otros seres.

Si te fijas en el origen de la historia del carnicero se trata una vez más de un nuevo capítulo de como ser padres de un psícopata y no morir en el intento, o bien, un nuevo fascículo de: convierta a su hijo en un psícokiller en 40 semanas. O es una manera de dar explicación a lo inexplicable...

11:09 AM  
Blogger SisterBoy said...

No creo que sea suficiente para explicar toda esa carniceria pero tampoco vale la pena pensar mucho en eso. Robert Ressler (del que ya hablamos aqui cuando contamos las aventuras de Ed Kemper) dijo que cualquiera que afirme que puede introducirse en la cabeza de alguien como Dhamer y saber lo que siente está mintiendo.

1:06 PM  
Blogger JRB said...

Lo del chaval de 14 años de Laos es de traca. Pobre.

Me pregunto cuántos de mis antiguos compañeros del insti se habrán convertido en asesinos de masas a día de hoy. Pondría la mano en el fuego por alguno que otro...

10:00 PM  
Blogger El Impenitente said...

Sí que son raritos estos americanos. Todo esto pasa porque allí no tienen un programa titulado "Milwaukee directo". Saldrían todos los vecinos denunciando el hedor por la tele. Denunciar en la policía igual la gente se retiene, pero denunciar por la tele, vamos, no se resiste ninguno.

Lo que no sé si serán sólo cañí o exportables son los dos tipos de personas que siempre aparecen: unos, los que pase lo que pase ellos ya se lo olían o lo sabían o se imaginaban que algo turbio estaba ocurriendo. Dos, los que siempre dicen: pues que raro, si era un chiquito muy educado y muy majo, si nunca fue motivo de queja.

El caso es que estás haciendo de mí un hombre. Antes leía el Abecedario con el corazón encogido y el estómago dando saltos. Ahora me impresiona, sí, pero no me revuelve las tripas.

9:31 AM  
Blogger SisterBoy said...

Entonces tendremos que buscar algo que lo consiga. Me pongo a ello

1:05 PM  
Blogger Enet said...

Antes que nada hola xD espero no te moleste que te ponga un comentario, soy valdiviani jeje...

Bueno, ya habia leido algo acerca del caso pero sin duda tu lo has descrito con mas detalles, me entere de varias cosas que desconocia y la verdad creo que tienen razon en decir que nadie podria saber que rayos es lo que pensaba y sentia Dhamer, esto supera por mucho cualquier historia de terror que lleguen a poner en el foro.

saludos!

7:33 PM  
Blogger SisterBoy said...

Sergio-Valdiviani bienvenido aquí también, efectivamente esta sería una historia que rechazarian las productoras de cine por demasiado increible

12:04 AM  
Anonymous Anonymous said...

muy sympatico

4:12 AM  
Blogger SisterBoy said...

Espero que encuentres igual de simpático el resto de capítulos del serial :)

1:15 PM  
Anonymous Anonymous said...

Oh my God! Hace apenas supe acerca de este tipo y de toda la crueldad que hizo. No había nacido cuendo pasó todo esto, pero quedé impactada al ver como un ser humano (si es que a esa bestia se le puede llamar así) mata y descuartiza a otros sin ningún remordimiento ;( y esto de simpático no tiene nada! No pude dormir ese día que ví ese documental tanto que hasta comer me provoca náuseas al recordar lo que ví :S

9:39 AM  
Blogger SisterBoy said...

¿Has visto la película?

11:01 AM  

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