Army of me

¿Recuerda la película “Demolition man”? fue estrenada en 1993 y, aparte de ser un notable ejemplo del buen cine de acción de la época, tenía una trama bastante curiosa. Si lo recuerdan la acción giraba en torno a un criminal que despertaba en un bucólico mundo del futuro en el que la sociedad no sólo no practica la violencia sino que no puede concebir su existencia. En un entorno como este (el que además, y según sus propias palabras, “la policía se ha vuelto gilipollas”) el asesino parece haber encontrado el paraíso.

Cuando se revelaron las circunstancias del asesinato del Primer Ministro Olof Palme en 1986 el mundo entero quedó asombrado (incluyendo la ensangrentada España de entonces). El político sueco había sido tiroteado cuando salía del cine en compañía de su mujer sin más escolta que sus propias sombra, algo impensable en prácticamente el resto de sociedades del mundo….con una o dos excepciones.
Noruega era evidentemente una de ellas, y no parece que el haber visto pelar las barbas de su vecino (y en ocasiones históricas también enemigo) le haya afectado mucho pues de otro modo no se entiende la facilidad con la que alguien puede colarse con un camión lleno de explosivos en el centro político de la capital del país y hacerlo volar por los aires, como tampoco se entiende (aunque en un grado menor) cómo se puede celebrar un evento como el de la isla de Utoya (convertida ya para siempre en un punto de referencia en la geografía del horror, me pregunto qué harán con ella las autoridades) sin que al parecer hubiera un mínimo de seguridad. Como decíamos antes, un paraíso de los chicos malos.

Otro aspecto destacable de lo sucedido el pasado viernes tiene que ver con la confusión que tiene lugar en los momentos posteriores a este tipo de atentados, es una confusión lógica y por lo visto inevitable: cuando oía el metrónomo, el perro de Pavlov se ponía a salivar, cuando estalla una bomba todo el mundo piensa en el terrorismo islámico. Y esto suele ocurrir casi siempre, excepto en España durante los atentados del 11-M en los que todo el mundo, yo incluido pensó en E.T.A. (aunque yo y el resto de personas no perteneciente a la extrema derecha sólo pensó eso durante como mucho el primer día).
De hecho lo sucedido en Oslo tiene grandes semejanzas con otro espectacular atentado que tuvo lugar hace quince años, la bomba de Oklahoma, un suceso que, tal y como ha ocurrido ahora, fue achacado al terrorismo yihadista hasta que poco tiempo después se desveló que el autentico culpable fue un fanático que actuó por su cuenta.

Y esto nos conduce a otro asunto de extremo interés en este caso. Efectivamente, en cuando se difundió el apincelado aspecto del presunto responsable de las masacres en Oslo quedó bastante claro que era el individuo con menos pinta de terrorista islámico que se pueda imaginar. Pronto se supo que en realidad se trataba de un noruego de pura raza que se autocalificaba como cristiano y anti musulmán (pese a lo cual es dudoso que nadie se refiera a él en el futuro como “terrorista cristiano” y eso estará muy bien porque es un término tan erróneo como el otro). Pero quizás lo que más perturbador resulta es la certeza de que Anders Behring Breivik, al igual que en su día Timothy McVeigh, actuó prácticamente en solitario.
El hecho de que tras un acto de terrorismo como este se encuentre alguna gran organización terrorista a la que acusar, perseguir y desarticular parece resultar una suerte de alivio a la tragedia, ya que supone igualmente alguna clase de restitución del ideal de justicia del que la sociedad se ve incapaz de prescindir. Algunas de esas sociedades van incluso más allá en su deseo de globalizar la respuesta al terror y no se sienten satisfechas hasta que un ejercito ha sido derrotado, un país invadido y un pendón ha sido plantado en las filas enemigas.

Pero el que un solo hombre haya conseguido organizar una masacre de estas proporciones resulta una amenaza mucho más letal por ser casi imposible de controlar. Es esta una figura que en realidad ha existido siempre pero que ahora se conoce como el “terrorista solitario”, un sociópata que efectivamente actúa por sí mismo porque le resulta imposible adaptarse a ninguna organización por marginal o bizarra que sea, un individuo que no busca adscribirse a una confesión en particular sino que construye su propia confesión en base a un batiburrillo de ideologías extremistas y paranoias personales. El daño que puede causar cada uno de estos ejércitos de un solo hombre es proporcional al grado de fertilizante químico con el que puedan hacerse.
En el caso de Breivik además se produce un hecho aun más particular, no contento con la voladura del centro político de su ciudad el asesino se trasladó hasta un lugar en el que pudo llevar a cabo una matanza mucho menos impersonal que la que produce un coche bomba. El hecho de elegir para su venganza particular a un grupo social tan alejado de lo que en teoría debería ser el objetivo de un fanático anti islamista ofrece un cuadro aun más sórdido de la personalidad del criminal y le retrata aun más como un verdadero psicópata y quién sabe si como un pederasta. Lo cierto es que al margen de esto lo sucedido no formara parte de la crónica de sucesos sino de la crónica política. Y Breivik pasará a la historia por ser posiblemente el hombre que haya batido una marca personal en cuanto al asesinato en masa se refiere por más que disparar contra civiles desarmados (adolescentes y noruegos por añadidura) durante una hora y media larga en el interior de un islote un poco más grande que un campo de fútbol no necesita de habilidades especiales para el crimen.

En fin el resultado de todo esto es que ha caído uno de los pocos mitos que quedaban en lo que a paraísos terrenales se refiere. Noruega, ese país pequeño, prospero y socialdemócrata, siempre a la cabeza de todos los ratios de bienestar, sanidad, paridad sexual y días de permiso por maternidad. Una sociedad que incluso (tal y como se señalaba en un reciente artículo en El País) había logrado sobrevivir al hallazgo de grandes yacimientos de petróleo, una circunstancia que ha hundido a otras naciones en la corrupción. Un país además epítome de la seguridad en el que prácticamente no había sucedido nada hasta hoy (si exceptuamos las chifladuras del Inner Circle hace algunos años). Sí, es cierto que una muchedumbre de novelistas pelmazos de la tendencia denominada “novela negra nórdica” había tratado de convencernos de lo contrario pero sinceramente nunca terminábamos de creérnoslo. Ahora todo se ha ido al garete, podemos tachar a Noruega de la lista de espejos deformantes en el que mirarnos aquí en el sur de Europa. A ellos los días extraños también les han alcanzado.