La frase de la semana
No hay vuelta atrás. Hay un momento en la vida que hay que elegir entre el culo y la cara.
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No hay vuelta atrás. Hay un momento en la vida que hay que elegir entre el culo y la cara.
Pero que duda cabe de que a partir de su trabajo en esta película las cosas empezaron a animarse y el rostro alopécico y bigotudo de Vázquez empezó a hacerse tan habitual para los españoles como el del vecino de enfrente.
De este modo llegaron (como de costumbre entre un sinfín de títulos mucho menos conocidos como “Usted puede ser un asesino” en el que volvía a hacer de escudero de Alberto Closas) algunos papeles tan épicos como el del incansable bocazas Gabino Quintanilla, la quintaesencia del rastrero medrador tan servil con los poderosos como condescendiente con los subordinados y pieza fundamental de esa obra maestra de la orfebrería cinematográfica que es “Placido” una de las mejores películas del cine español.
En esos años vinieron también otros recordados papeles como el “Atraco a las tres”, historia de un empleadillo de banca que trata de salir del arroyo atracando su propia sucursal y en la que nuestro héroe compartía pantalla con Cassen, Gracita Morales, Manuel Alexandre, Agustín González, Alfredo Landa y Rafaela Aparicio. Casi nada.
De 1962 es también “La Gran Familia” una película mucho menos estimable en términos cinéfilos pero igual de entrañable que las anteriores en la que volvía a hacer pareja con Closas dando vida esta vez al inolvidable “padrino búfalo”.Esos años dorados terminaron con un breve papel en “El verdugo” otra de las obras maestras de Berlanga.
En lo que resta de década prodigiosa no hubo títulos tan memorables como los que acabamos de mencionar aunque desde luego López Vázquez jamás dejó de trabajar. Como todos los de su generación, fue un actor terriblemente prolífico. Guardo no obstante un agradable recuerdo de algunos de sus trabajos posteriores como el que realizó en “Un vampiro para dos” una verdadera locura que concluía con una delirante escena en la que Fernando Fernán Gómez transfigurado en Conde Drácula castizo volaba por los aires persiguiendo a nuestro héroe y a su desgraciada esposa Gracita Morales. Lo mismo cabe decir de “Los chicos del Preu” comedia juvenil en el que Vázquez interpretaba al histriónico padre de Camilo Sexto, no es la mejor película de Vázquez por supuesto pero posiblemente es la película en la que más me ha hecho reír.
Fue quizás en ese mismo año (1967) la primera vez que Vázquez trató de huir del personaje que le había hecho célebre y que parecía repetirse una y otra vez sin escapatoria posible. Lastima que eligiera para ello “Peppermint Frappe” uno de esos insondable coñazos que solía dirigir de vez en cuando Carlos Saura (es una manía personal, ustedes me disculparan).
La década terminó con “Vivan los novios” otra película de Berlanga. Ya era 1970 y no estamos ante uno de esos sutiles ejercicios de autocrítica de la idiosincrasia nacional suavizados por los encantos del sainete que el director y el actor habían practicado a principios de los sesenta. En esta película no hay ninguna distracción cómica y el patetismo y la miseria moral de este novio cuarentón que trata de correrse la última (y quizás también la primera) gran juerga de su vida antes de caer en los ponzoñosos brazos de Laly Soldevila no produce otra cosa que un rictus amargo. Como ejemplo ese plano zenital con el que se cierra la película y que (disculpando el efectismo propio de la época) es de los que perduran en la memoria para siempre. Para mí es la primera gran película dramática de Vázquez.
Termina la década prodigiosa y comienza la década pegajosa, un insondable agujero negro cinematográfico que se tragó, masticó y luego escupió a prácticamente todos los actores de nuestra industria. Sin embargo Vázquez fue capaz de transitar por este mar de caspa alternando bodrios que no merecen ser nombrados con películas de un gran valor artístico. Tal es el caso de “El bosque del lobo”, un filme adscrito a la reducida lista de títulos pertenecientes al género de terror patrio con cierto prestigio en el que Vázquez interpretaba a Benito Freire, un buhonero gallego transmutado en hombre lobo. Posiblemente el gran papel de su vida en el caso de que la película hubiera recibido el reconocimiento que merece.
De esta época es también “Mi querida señorita” dónde el actor conseguía la asombrosa hazaña de interpretar a un travestido sin despertar la hilaridad del público.
Una hazaña que volvería a repetir pocos años más tarde en “Una pareja distinta” un filme injustamente olvidado que narraba las vicisitudes de la insólita relación sentimental entre dos artistas de circo, un payaso travesti y la mujer barbuda (a la que interpretaba Lina Morgan).
Poco tiempo después vino “La cabina” mítico y multipremiado cortometraje para televisión en el que Vázquez regalaba a la memoria colectiva de un país la absurda aventura de un hombre que simplemente era incapaz de salir de una cabina de teléfonos. Se dice que después de “Psicosis” entrar en una ducha nunca fue lo mismo. Si todavía existieran las cabinas otro tanto podría decirse de esta delicatessen cruel obra de Antonio Mercero y José Luís Garci.
Entre estos trabajos de mérito se cuenta también cosas como “Habla mudita”, “La prima Angélica” , “La escopeta nacional”, “Mamá cumple cien años” y “La verdad sobre el caso Savolta”, títulos en los que no entraré porque no los conozco aunque sí que eché un vistazo no demasiado interesado a esa adaptación de la novela de “Eduardo Mendoza” y la verdad es que sí me quedó en la memoria el patético discurso final de Pajarito de Soto (papel que interpretaba Vázquez) antes de ser asesinado.
Terminaron los setenta y vinieron los ochenta. Nuestro hombre no dejó de trabajar pero lo cierto es que del resto de su filmografía no encuentro nada especialmente destacable con la excepción de “La colmena” en la que el personaje del simpático buscavidas Leonardo Meléndez se convirtió, a título personal, en su último gran papel.
José Luís López Vázquez murió el pasado día 2 de Noviembre. Algunos de sus personajes quedarán en nuestra memoria hasta que nosotros mismos desaparezcamos. Como se ha visto hizo mucho y muy variado. No conozco demasiado de su personalidad, no daba la impresión de ser una figura pública muy destacada y no se le veía muy cómodo fuera de la pantalla, es posible que su genio se redujera exclusivamente al mundo de la interpretación. No puedo afirmar por lo tanto si su encorsetamiento en eso que hemos definido como “el español medio” era algo de su gusto o si sus intentos de escapar de ese personaje eterno fueron un acto de voluntad o un simple avatar más de su carrera profesional. Posiblemente siempre que se le mencione en el futuro lo primero que me venga a la memoria sean las imágenes de Gabino Quintanilla, Fernando Galindo o el padrino búfalo pero cuando me pare un poco a pensar surgirán también Benito Freire, Adela Castro o el hombre de la cabina. Y nunca viene mal pararse a pensar un poco.
Este hombre no es de ayer ni es de mañana,
sino de nunca; de la cepa hispana
no es el fruto maduro ni podrido,
es una fruta vana
de aquella España que pasó y no ha sido,
esa que hoy tiene la cabeza cana.