Wednesday, January 28, 2009

Elogio de la locura




Cuarta película de Sam Mendes, en esta ocasión basada en una novela del escritor Richard Yates que no he leído ni tengo pensado leer próximamente de manera que cualquier cuestión sobre el parecido de la película con el original debe quedar fuera de este comentario, como por otro lado debería suceder siempre.

A mí no me gusta la forma que tiene Sam Mendes de hacer cine, sus películas suelen estar muy cuidadas tanto en el plano técnico como en el artístico , pero su grosero (por poco sutil) uso de los recursos dramáticos y la búsqueda igualmente grosera de la connivencia del espectador siempre me han resultado de lo más desagradable. Así pasó con “American Beauty” y “Road to Perdition” aunque no con “Jarhead” donde por lo menos el tema (la paradoja de un ejercito que tras seis meses de escrupulosa preparación no llegó jamás a disparar un tiro) era algo más interesante.

El comentario general sobre la nueva entrega de Mendes es que parece haber vuelto a los postulados de su opera prima: estamos una vez más en una barrio residencial de clase media donde una familia vive una vida aparentemente ideal con la que, no obstante, uno de sus componentes no parece tan satisfecho. En ambas películas el intento de “fuga” de la pesadilla suburbana termina violentamente.

El primer problema de “Revolutionary Road” es que casi todo lo que tiene que contar lo hace en los cinco primeros minutos de la película y en sólo dos escenas. En la primera de las cuales se produce el encuentro entre los dos actores protagonistas que en un breve diálogo definen perfectamente a sus personajes. En la segunda se asiste a una fracasada función de teatro que termina con las modestas esperanzas artísticas de April (Kate Winslet). Tras la función el matrimonio camina en silencio por el largo pasillo de un Instituto de enseñanza media . Se trataba simplemente de una representación de aficionados.

Como se ha señalado, estas dos escenas contienen una admirable ejercicio de síntesis pero dejan bastante poco interés por lo que vendrá a continuación. Sobre todo si la tópica y rutinaria forma de narrar esos acontecimientos hace que el espectador anticipe ya mucho de lo que va a pasar: April quiere cambiar de vida, sabemos que no lo conseguirá; a Frank (Leonardo DiCaprio), justo antes de anunciar que deja el empleo, le ofrecen un ascenso, sabemos que no lo rechazará; tras anunciar a sus amistades sus intenciones de marcharse a Europa el matrimonio tiene un aquí te pillo aquí te mato en la cocina mientras la mujer murmura una aprensiva negación, sabemos que Frank acaba de preñar de nuevo a April. La sutileza se queda para cuestiones menores como las aventurillas extramatrimoniales de la pareja. El romance fugaz y el sexo sin trascendencia como la única aventura posible en los tiempos de la sociedad del bienestar.

Todo lo demás esta muy bien rodado pero resulta previsible y cansino. A la película la salva en parte varias cosas, entre ellas las actuaciones de Winslet (en un papel muy agradecido) y Di Caprio (en un papel mucho menos agradecido, o dicho de otro modo, directamente antipático lo que le hace más meritorio aún) y sobre todo la introducción en la trama del personaje de John Givings, el lunático hijo de los vecinos, que ejerce el papel de orate encargado de escupir en la cara de todos los demás personajes las verdades del barquero. Algo que se le tolera por su condición de enajenado, John puede decir la verdad sin miedo a perder nada porque ya está todo perdido para él. El personaje más libre de Revolutionary Road lo es a costa de su propia miseria. April sabe que tiene razón pero no puede gritar sus propias verdades porque se lo impiden los últimos restos de convencionalismo que le quedan, su propia catarsis deberá esperar a la privacidad del diálogo conyugal.

De todos modos la mejoría que ofrecen estas escenas vuelve a echarse a perder cuando Mendes prolonga un final bastante conveniente (el brusco giro que April quería dar a su vida acabó convirtiéndose en uno de 360 grados que, por consiguiente, la deja exactamente donde estaba) y lo convierte en un largo y efectista poema trágico que parece no terminar nunca (y en el que el director da un recital de sus trucos habituales) con el que parece manifestar su ansia por dar de nuevo el “americanbeautyazo” y que le den el Oscar a su mujer de una puta vez. Parece que no sucederá ninguna de esas dos cosas. Lo que sí sería deseable es que la película sirviera para reivindicar el trabajo de Michael Shannon, que en la película interpreta el papel de John Givings. Un secundario de lujo al que, sin irse muy atrás en el tiempo, quizás recuerden como el amenazador cuñado justiciero de “Antes que el diablo sepa que has muerto”

Thursday, January 22, 2009

La pelicula recuperada. Intersection.




Al igual que sucedía con la primera entrega de esta sección tampoco recuerdo si “Intersection” (Llamada en España “Entre dos mujeres”, folletinesco título que además estropeaba el juego de palabras del original) fue un éxito de público en su día pero sí que podemos decir igualmente que hoy por hoy se trata de un filme olvidado.

Para demostrarlo volvamos a usar los indicadores de los que nos servimos en el caso de “Fearless”. Así veremos como en la Imdb “Intersection” sólo cuenta con 2.904 votos (que además arrojan una nota media de 4,8 sobre 10), en Film affinity sólo dos personas se han ocupado de comentarla y en cuanto al Youtube los únicos videos que existen sobre ella están enteramente dedicados a mostrar el debut en pantalla de una jovencísima Jennifer Morrison (muy popular años más tarde por su papel en la serie House).



¿Por qué ha pasado esto?. Intentaremos averiguarlo a continuación tras advertir, como de costumbre, que la película se describe en su integridad incluyendo el final por lo que si alguien está interesado en verla, cosa que por otro lado no le va a resultar demasiado fácil, debería dejar de leer en este momento.

“Intersection” no parecía en principio una película destinada a ser tan poco popular, se trataba de una producción bien cuidada y el trío protagonista (Richard Gere, Sharon Stone y Lolita Davidovitch) estaban en la cresta de su carrera (bueno, en el caso de Lolita hablar de la “cresta de su carrera” es excesivo). Habría que concluir que quizás ese olvido se deba al hecho de que se trataba de un drama amoroso con un final que más que triste era bastante pesimista (no por la tragedia con la que termina sino por que la conclusión a la que se llega tras dicho final algo de lo que hablaremos más tarde) y que además es un remake de una antigua película francesa, “Les Choses de la vie” que recuerdo vagamente haber visto hace muchísimos años.



Richard Gere interpreta a Vincent Eastman un hombre que parece tenerlo todo en la vida: arquitecto de éxito, casado con la bella Sally (Sharon Stone)



que es además su socia y padre de una hija (la anteriormente mencionada Jenny Morrison).

Durante una subasta y en medio de la puja por un bonito reloj con mecanismo de bolas conoce a una periodista llamada Olivia (Lolita Davidovitch).



El mencionado reloj, más que la anécdota que provoca el encuentro de los dos futuros amantes, aparece como el cronómetro que marca el tempo de la película y la inexorable caída de las bolas adquiere desde el principio la lúgubre dinámica de una cuenta atrás.






El argumento esta estructurado a modo de flashbacks tomando como punto de partida el momento en el que Vincent se ve abocado a tomar una decisión entre continuar con la seguridad de su matrimonio con la sofisticada Sally o iniciar una nueva vida con la extrovertida y vital Olivia.

Durante esos flashbacks asistimos al inicio de la relación con la joven periodista en la que Vincent encuentra alivio al stress que le provoca su estirada vida de arquitecto de clase alta y el progresivo deterioro de su convencional matrimonio. El problema es que, al mismo tiempo, el alocado carácter de Olivia alimenta sus dudas. Por otro lado, y tras la primera separación, Vincent no parece tenerlas todas consigo respecto a su ex mujer o así parece demostrarlo cuando reacciona con rencor al tener noticia de que Sally ha iniciado a su vez una nueva relación sentimental con un destacado miembro de la alta sociedad (un personaje interpretado por David Selby el mítico Richard Channing de Falcon Crest)




Como símbolo de este conflicto, el tenso momento en el que Olivia se cuela, algo achispada, en una fiesta en la que Vincent debe pronunciar una alocución. Se produce el primer encuentro entre las dos mujeres y, en una significativa escena, Vincent se ve más que nunca en una encrucijada entre las incógnitas que plantea su futuro proyecto de vida y la reveladora imagen de la serenidad y el comfort que ofrecen su ex mujer y su hija.



Tras muchos avatares, y mientras vagabundea en su coche por el campo, Vincent parece llegar por fin a una decisión y escribe una carta en la que se despide de Olivia al tiempo que le anuncia su intención de volver con su familia. Pero antes de que reúna el valor de echar la carta al correo tiene lugar un breve incidente, apenas una simple conversación casual con un anciano y su angelical nieta que hace que Vincent cambie una vez más su decisión a favor de Olivia, algo que comunica a la muchacha en un mensaje en su contestador telefónico.

Ya convencido de cual será su futuro el hombre corre a encontrarse con Olivia y en ese momento el destino juega también sus cartas. En su precipitada carrera Vincent tiene un grave accidente, es hospitalizado y en el momento en el que los médicos luchan por su vida, Vincent tiene una alucinación premortem en el que se ve a sí mismo durante la celebración de su boda con Olivia a la que asisten como felices invitados su hija y su ex mujer con su nuevo amante aunque, en la bucólica ensoñación irrumpe la inexorable realidad al aparecer, también como invitados a la boda, los otros conductores implicados en su accidente.








Esta última ilusión en las puertas de la muerte podría interpretarse como una alegoría del sentido de la película que se resume en que, a pesar de todos nuestros patéticos esfuerzos, los seres humanos no somos más que marionetas del azar. La intersección sentimental en la que la voluntad de Vincent tenía algo que decir queda vencida ante la intersección de carreteras que sólo obedece a las leyes de la física. O como señala el título de la película francesa que dio origen a esta versión, son “las cosas de la vida”.

La ultima jugarreta del destino aparece en el momento en que a Sally le son entregados los efectos personales de su ex marido entre lo cuales se encuentra la carta en la que Vincent anunciaba a Olivia su intención de volver al domicilio conyugal con lo que las dos mujeres tendrán para siempre la certeza de que cada una de ellas fue finalmente la elegida. Y así es como cae la última bola del reloj.

“Intersection” no es ninguna obra maestra pero sí es un drama sólido, bien interpretado (incluso por Richard Gere que ya es decir) y con una final muy poco complaciente y creo que merece ser recordada por algo más que por ser la primera película de la futura doctora Cameron.

Thursday, January 15, 2009

Abecedario del crimen. Capitulo XVI. Suffer Little Children





¿Es la maldad algo contagioso como la rabia? ¿Puede una persona en apariencia normal convertirse en un asesino despiadado simplemente por la influencia maléfica de otra? Si es difícil aceptar que una persona cometa un acto de violencia extremada e inmotivada más perturbador es admitir el hecho de que pueda contaminar a otra de tal manera que ésta decida libremente acompañarle en el descenso al infierno.

Tal es el caso de lo que en la historia criminal se conoce como “locura de dos” (folie a deux) de la que hay abundantes ejemplos, quizás el más conocido el de Bonnie y Clyde



que a pesar de su atractiva imagen cinematográfica eran un par de asesinos psicópatas odiados incluso por los otros gansters de la época. También es el caso, mucho menos célebre pero igualmente idealizado en la película “Malas tierras” de Terence Malick, de Charles Starkweather y Caril Ann Fugate pareja de asesinos adolescentes de los años cincuenta.



Un ejemplo más reciente es el de Paul Bernardo y Karla Homolka protagonistas de los hechos conocidos como “los asesinatos de Barbie y Ken” por el impecable aspecto de los dos criminales.



Pero todos estos horrores palidecen ante el caso que nos ocupa hoy. La historia de Ian Brady y Myra Hindley, los monstruos del pantano.



Myra Hindley era una agradable muchacha de Manchester, de clase obrera y católica conversa. Le encantaban los animales y los niños, trabajaba de canguro y a los dieciocho años todavía se sonrojaba al oír un taco.

El 16 de Junio de 1961 cuando contaba diecinueve años se inició como mecanógrafa en la empresa Millwards Merchandising, donde un apuesto y lánguido joven trajeado de veintitrés años le dictó su primera carta. El susodicho era el jefe de almacén, el escocés Ian Brady.



Brady era hijo ilegitimo de una camarera de Gorbals, un suburbio de Glasgow. Fue criado por padres adoptivos y una beca le permitió estudiar en un colegio para familias más prósperas donde se ganó fama de ladrón y de abusar de los niños más pequeños. A los trece años le condenaron a dos de libertad vigilada, durante los cuales reincidió diez veces ganándose dos años más. Después de dar un par de tumbos por el Reino Unido por fin fue a parar a Manchester y a la fábrica de Millwards.

Pero todo este turbulento pasado era desconocido para Myra que cayó rendida de amor. Empezó a escribir un diario: “Hoy Ian me ha mirado. Ojala me quiera y un día nos casemos”. Durante todo 1961 el diario de la muchacha fue un registro de la indiferencia de su ídolo, un individuo huraño siempre vestido de negro o gris. El 25 de julio Myra apuntó “Todavía no le he hablado”. El 18 de octubre “Ian sigue sin reparar en mí”. Y el 2 de diciembre “Le odio, ha matado todo el amor que sentía por él”. Por fin el 22 de diciembre, triunfal, Myra escribió “¡Hoy he salido con Ian!”. La relación empezó y el día de año nuevo la muchacha apuntó en su diario “Papá e Ian estuvieron hablando como si se conocieran desde hace años. Ian es tan bueno que me dan ganas de llorar”.



Hasta ese momento Myra no había tenido noticias del verdadero carácter de Brady debido al hermetismo del joven pero más tarde la muchacha empezó a notar que a Brady le disgustaban los judíos, prefería las cosas alemanas y era versado en la filosofía del marqués de Sade y el pensamiento nazi. Tenía grabaciones de discursos de Hitler y pronto bajo la influencia de su novio Myra empezó a leer libros como “Mi lucha” “Seis millones de muertos” y “Eichman”. Como observó la bibliotecaria del barrio, Barbara Hughes: “Ian siempre iba derecho al estante de crímenes verídicos”. En especial le interesaba la historia de los asesinos Leopold y Loeb. También acumuló una buena colección de libros sobre el fetichismo del cuero, el sadismo sexual y el bondage en tiempos en que no era fácil acceder a esos temas.

Al mismo tiempo la vida sexual de la pareja entró en una cierta deriva. Después de hacer el amor unas pocas veces Brady se cansó del acoplamiento vaginal y empezó a buscar alternativas (omitiremos detalles) tras lo cual pasaron a una siguiente fase en la que ella quedó casi omitida; su participación se limitaba a estimular las masturbaciones de Brady de las formas más extravagantes. Al menos en una oportunidad –se sabe porque se fotografiaron- hicieron el amor encapuchados; en las nalgas de ella se aprecian marcas de látigo. En otra ocasión Ian se fotografió orinando contra una cortina.

Al mismo tiempo Brady seguía adoctrinando a Myra en su peculiar forma de ver la vida; le enseñó, por ejemplo, que todo el mundo es corrupto. Dios, le dijo, había muerto; de hecho, Dios no era más que una superstición, un cáncer inoculado en la sociedad. Al igual que Sade pensaba que la violación no era un delito sino un estado de ánimo. Según el marqués, matar no tenía gran cosa de malo: “Lo cierto es que esta clase de destrucción es beneficiosa. ¿Qué le importa a la naturaleza que cierta masa de carne que hoy es un bípedo vivo sea destruida por obra de otro bípedo?”

Eran ideas exóticas para el Manchester de los años sesenta; y Hindley se dejó fascinar. Asimilaba ávidamente todo lo que Brady decía. Se alimentaban el uno del otro. Myra no tardó en odiar a los niños, abjurar de su religión, rechazar el matrimonio y despreciar cualquier evento social, los bailes por ejemplo. Se decoloró el pelo y posó en botas de caña alta a la manera de Irma Grese, la Fiera de Belsén. Aislada de su medio original fundió su carácter con el de su amante.




Brady se solazaba en esa admiración y hacia 1963 la folie a deux amenazaba con pasar de las fantasías a la realidad. Brady se fue a vivir con Myra a la casa de la abuela de ella, en Bannock Street, y la convenció de que se inscribiera en un club de tiro, donde la muchacha compró una Webley 45 y un Smith & Wesson del 38. En un principio Brady concibió un plan para robar el dinero de unas nóminas pero luego cambiaron de opinión porque Brady había ideado un plan más audaz: cometer el asesinato perfecto. Su mayor ambición ahora era matar niños.

Las razones de esta obsesión por el infanticidio podrían achacarse al manifiesto desprecio que la pareja sentía por la humanidad. Si había que exterminarlos a todos ¿por qué no empezar desde el principio? Sin embargo posiblemente toda esta parafernalia filo nazi y anti social no respondía más que a una justificación para la morbosa atracción sexual de Brady por la tortura y el asesinato de niños.

Lo cierto es que Hindley y Brady acordaron recorrer las calles secundarias del Manchester residencial buscando a alguien a quien secuestrar. Myra iría al volante de la furgoneta que habían adquirido hace tiempo cuando sus planes aún no pasaban del robo. Cuando Brady divisará una víctima prometedora le haría señas con las luces de su moto y entonces ella se detendría y convencería al niño de que subiese con cualquier pretexto. Era el mes de julio de 1963.

La primera víctima elegida por Brady fue Pauline Reade de 16 años.



Como Hindley hablaba de vez en cuando con la madre de la chica, todo resultó más sencillo de lo esperado. Myra le pidió a Pauline que la ayudara a encontrar un guante perdido en los brezales durante un picnic. La niña fue llevada a un hermoso paraje de Hollin Brow Hill y presentada a Brady. Myra los dejó solos “buscando el guante” mientras ella iba a aparcar la furgoneta. Cuando regresó Pauline yacía en el suelo desangrándose.

El 23 de noviembre le tocó el turno a John Kilbride de doce años que fue “levantado” cuando había salido a comprar seis peniques de galletas.



Siete meses más tarde fue asesinado Keith Bennet también de doce años




, seis meses después murió Lesley Ann Downey de diez años




y por último el 6 de octubre de 1965 Edward Evans de diecisiete años.




Para el último asesinato montaron un espectáculo: invitaron a David Smith, cuñado de Myra, con la esperanza de convertirlo en discípulo. Smith debía más de catorce libras en alquileres atrasados y se puso de acuerdo con su cuñada y su novio para explorar por la ciudad buscando a alguien a quien desplumar. Pero en lugar de eso Ian y Myra volvieron con Eddie Evans, un joven homosexual, a quien habían invitado a tomar una copa.

Avanzada la noche, Myra fue a ver a Smith y le pidió que le acompañara hasta un callejón a la vuelta de la esquina. En principio Smith estaba de acuerdo con Brady y su maestro Sade en que “los hombres son como gusanos pequeños, ciegos e inservibles”. En la práctica quedo atónito por el espectáculo de Brady destrozando a Evans a hachazos. Aun así ayudó a subir el cadáver a la habitación de Myra e, hipnotizado, se quedó a ver cómo la pareja comentaba los sucesos de aquella noche mientras tomaba vino y té frente al calor de la chimenea. Brady decía: “Este fue el que más ensució”. Myra contestaba: “¿Has visto la cara de asombro que puso al primer golpe?” y luego “¿Te acuerdas Ian cuando fuimos a los brezales con un cadáver en el asiento de atrás?”.

Smith se marchó a las tres de la mañana pero, en absoluto convertido, corrió a su casa ciego de terror, vomitó y a las seis llamó a la policía desde una cabina, armado con un destornillador por si Brady andaba merodeando.

La policía descubrió el cadáver de Evans en una habitación cerrada y detuvo a Brady aunque nadie se ocupó de Myra hasta cinco días más tarde. Ninguno de los dos confesó.




Es normal que los asesinos en pareja se culpen mutuamente, pero Brady intentó exonerar a Hindley. Nueve horas de careo no fueron suficientes para que reconociera su culpa ni la de ella. Ambos acusaron a Smith. Pero al poco tiempo la pareja quedó separada y, lejos del hechizo de Brady, Myra se vio por fin con lo mismos ojos con los que la veía el resto de la nación: no como una pionera social sino como un monstruo. Empezó a declararse ella misma víctima de la nefasta influencia de Brady y éste se sintió traicionado y comenzó por fin a hablar aunque sólo admitió parte de los crímenes.

La ciudad entera quedó conmocionada. En el tribunal Patrick Downey, padre de una de las víctima,s trató de matar a Brady con una pistola. La pareja tuvo que ser juzgada protegida por una mampara de cristal antibalas.




Pero lo peor vino en otro punto del proceso cuando salió a la luz la grabación de dieciséis minutos que hicieron los asesinos de los últimos momentos de Lesley Ann Downey. Lesley había sido raptada el 26 de diciembre de 1964, cuando volvía a su hogar desde una feria montada en el parque de atracciones local. Hindley dejó caer aparatosamente unos paquetes y le pidió a la niña que la ayudara, primero a llevar las compras al coche y luego a entrarlas en su casa. Alli les esperaba Brady en una habitación preparada con focos, cámara y magnetófono. Tenía la absurda idea de ganar dinero vendiendo las imágenes a pervertidos, aunque probablemente esta motivación fuera la menos importante. El fin principal era obtener un recuerdo duradero de aquella jornada. Después de quitarle la ropa a Lesley y fotografiarla desnuda, Brady la violó y la mató. En las fotos no se ve mucho: apenas una niña desnuda en una secuencia de poses semiobscenas, amordazada con una bufanda de hombre, levantando una pierna o abriendo los brazos como en un ejercicio infantil de danza. La cinta es más explicita y contiene gritos y lloros de la niña y por encima de eso se escucha la voz de Myra a veces conciliadora, a veces amenazante. La cinta termina con la música de fondo de “El tamborcillo”. La grabación jamás ha sido escuchada después de aquel día en el tribunal. Una de los fotos de la agonía de Lesley en cambio se mostró (convenientemente censurada) en un programa de la televisión británica algunos años más tarde. He tenido acceso a una copia pero no he creído necesario mostrarla aquí aunque dado que no es un material fácil de encontrar si alguien está especialmente interesado en verla puede ponerse en contacto conmigo de forma privada.

Las pruebas de los asesinatos de Lesley y de Evans eran evidentes y también se encontraron indicios del asesinato de John Kilbride. Fueron estos tres los asesinatos que Brady admitió y por los que, el 6 de mayo de 1966, fue sentenciado tres veces a perpetuidad. La pena de muerte se había abolido en Inglaterra hacía muy poco. Hindley recibió la misma condena de por vida por su complicidad en dos de las muertes. Ella no admitió nada hasta muchos años más tarde.

En 1985 Brady confesó los crímenes de Pauline Reade y Keith Benneth. La policía barrió los brezales de Saddlworth sin resultado. En julio de 1987, en una tumba a 150 metros de la carretera de los brezales se encontró el cadáver de Pauline. Los restos de Keith nunca aparecieron. Brady aportó además vagas historias sobre otros cinco crímenes cometidos en su juventud.

Por encima de la rabia y el dolor quedaba una vez más la perplejidad. Estaba claro que Brady se hubiera convertido en un asesino bajo cualquier circunstancia pero ¿Y Myra? Es lógico pensar que de no haberse producido el fatal encuentro con Brady se hubiera convertido con el tiempo en una apacible ama de casa de clase trabajadora que mataría el tiempo viendo series de Granada TV y consideraría un verano en Mallorca como la mayor aventura de su vida. Pero por otro lado ¿Basta una simple influencia externa para convertir a una persona normal en un monstruo? ¿Sacó Brady algo que ya estaba en el interior de Hindley?.

Myra no parecía ser de esa opinión y en el transcurso de los años que vinieron siguió insistiendo en su inocencia. En 1979 sometió al Ministro del Interior a un documento de 60 páginas donde pedía la libertad bajo palabra alegando que era una muchacha impresionable condenada por unos crímenes con los que prácticamente no había tenido que ver. De hecho es cierto que en cuatro de los cinco homicidios no estuvo presente, durante el estrangulamiento de Lesley se retiró al cuarto de baño de la segunda planta y en otros casos fue a aparcar el coche mientras su novio, a través de los brezales, llevaba a los niños a su destino. Pero también es cierto que su complicidad fue lo que se califica en derecho como “necesaria” lo que se traduce en que algunos de los crímenes no podrían haberse desarrollado sin su participación. Aparte de todo eso la mujer no tenía ninguna posibilidad de redención. Nunca como en este caso la libertad de acción del Ministerio del Interior estuvo tan limitada por la opinión pública. Tras cumplir una de las condenas más duras desde la abolición de la pena de muerte en su país Myra Hindley falleció el 15 de Noviembre del año 2002 como una de las mujeres más odiadas de la historia de Inglaterra.



Si en el caso de Myra podían suscitarse algunas dudas sobre su posible puesta en libertad no podía decirse lo mismo de Ian Brady. Para él cadena perpetua significaba exactamente cadena perpetua.

En la jerga de las cárceles británicas, se utiliza el termino “nonce” para indicar lo peor de lo peor: los culpables de delitos sexuales. Nonce significa un sinsentido, un absurdo, un don nadie, alguien que no es ni siquiera una cosa. Los nonce viven en un constante temor, son insultados continuamente y a la menor ocasión empujados, zancadilleados, golpeados, quemados o apuñalados. Suelen estar segregados en la sección 43, una cárcel dentro de la cárcel; se les mantiene aparte por su propia seguridad. Hasta entre los nonce existe una jerarquía: los culpables de delitos sexuales escupen sobre los que abusan de niños, que a su vez son un poco mejores que los asesinos de niños. En el fondo del montón estaba Ian. Pero incluso él encontró a alguien inferior. En 1967 Raymond Morris, miserable individuo, fue condenado por el asesinato de Christine Darby de siete años. Brady empezó a ir a por Morris a la menor ocasión, le vertió té hirviendo encima y le arrojó por las escaleras. “Años más tarde-dijo Brady- me di cuenta de que en cierto modo me estaba atacando a mí mismo”.

Poco después de su última confesión Brady cayó en la locura y fue transferido a un psiquiátrico penitenciario. Por entonces Brady sólo pesaba 56 kg; era un hato de piel y huesos, con mejillas hundidas y manos descarnadas, que sufría delirios, alucinaciones y paranoia. trasladado a un hospital psiquiátrico, en un intervalo de lucidez trazó un paralelo entre su historia y Crimen y Castigo, la novela de Dostoievski: “vivía una de esas vidas que la gente apenas concibe. En otras palabras, la situación de Raskolnikov era una sinopsis de la mía. eso creía yo entonces”. Aun sigue con vida.



Los crímenes de los monstruos del pantano causarían conmoción incluso en nuestros días pero en la Inglaterra de 1966 supusieron un cataclismo. En especial la historia de Lesley. El hecho de que la grabación de su agonía tuviese lugar durante un homicidio deliberado en un sala de estar suburbana ensució todas las nociones que los británicos tenían de su sociedad tanto como un siglo atrás los crímenes del Destripador habían manchado las de los victorianos. Entre los más afectados por aquellos sucesos estaban, como es lógico, los habitantes de Manchester y de entre ellos los niños de la ciudad. Uno de esos niños se llamaba Steven Patrick Morrisey y tenía entonces siete años. Algún tiempo más tarde escribió la canción que da título a esta historia.



SUFFER LITTLE CHILDREN


Más allá de los páramos, llévame a los páramos
cava una tumba poco profunda y me tumbaré

Leslie Ann, con tus preciosos abalorios blancos
Oh John, ya nunca serás un hombre
y nunca volverás a ver tu casa

Oh Manchester, tanto de lo que responder

Edward, ¿ves aquellas cautivadoras luces?
esta noche será tu última noche

Una mujer dijo: "sé que mi hijo está muerto,
que nunca más apoyaré mis manos sobre su divina
cabeza"

Hindley se despierta y Hindley dice:
"donde quiera que haya ido, yo ya he ido"
Pero los campos de los páramos cubiertos de lilas
frescas no pueden esconder el impasible hedor de la muerte

Hindley se despierta y Hindley dice:
cualquier cosa que haya hecho yo ya la he hecho"
Pero ese no es consuelo para el lamento de un niño,

"Encontradme... encontradme, tan solo eso.
estamos en un lúgubre páramo brumoso.
puede que hayamos muerto y puede que nos hayamos
ido pero estaremos justo a tu lado
hasta el día en el que mueras
no puedes hacer nada.
nos apareceremos cuando rías.
sí, se podría decir que somos un equipo.
Puede que duermas
¡Pero nunca soñarás!"

Oh, Manchester, tanto de lo que responder
Oh Manchester, tanto de lo que responder
más allá de los páramos, estoy en el páramo
el niño está en el páramo

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Sunday, January 11, 2009

El visible Harvey



Supongo que a cualquiera que conozca un poco la historia de Harvey Milk no le hará falta ningún aviso de spoilers. El resto será mejor que aguarde a ver la película antes de leer lo que sigue .

Mi primer contacto con esta figura histórica de la política americana del siglo XX fue a través del oscarizado documental “The times of Harvey Milk” que les recomiendo que vean antes o después ver la película de Gus Van Sant. De hecho casi les diría que vieran el documental (que de hecho es el origen del guión de “Mi nombre es Harvey Milk” y una referencia constante en el desarrollo del film) en lugar de la película –en el caso de que no dispusieran de tiempo para hacer ambas cosas- si lo que quieren de verdad es tener una visión más completa de lo que significó a nivel político y social la revolución alentada por Harvey Milk.

Si lo que quieren ver en cambio es la típica bio{hagio}grafia escrita y realizada por sendos rendidos admiradores del personaje protagonista “Mi nombre es Harvey Milk” es sin duda la película perfecta. A mí antes esto era algo que me cabreaba pero visto que es casi imposible hacer un biopic que escape de estas formas narrativas (salvando algunas honrosas excepciones como “Patton” o “Nixon” quizás porque ambas películas trataban sobre la vida de dos personas no demasiado recomendables) tendré que concluir que el biográfico no es un género de mi gusto como tampoco lo es la comedia romántica.

La película narra los últimos ocho años de la vida del político norteamericano tras un breve prólogo en el que se muestran imágenes reales de los noticiarios que daban cuenta de su muerte (un recurso por cierto usado continuamente durante todo el metraje) y adopta la forma de un largo flashback en el que Harvey Milk dicta en una cinta magnetofónica una suerte de testamento vocal ante la sospecha de que puede ser asesinado en cualquier momento, algo que dota a toda la narración del mismo tono trágico que tenía otro claro ejemplo de biopic clásico como era “Malcom X”.

El principal problema de “Mi nombre es Harvey Milk” es que, prescindiendo de sus buenas intenciones, no consigue dar una imagen compacta de la figura pública de Milk ni de los turbulentos años en los que desarrolló su labor política. Pero tampoco he tenido la sensación de que se haya conseguido describir con eficacia la historia de Milk como ser humano, la de sus motivaciones particulares ni la de sus relaciones con las personas que le conocieron. Pero lo peor es que también se malogra lo que, para mí, podía haber sido el aspecto más interesante de esta historia, esto es la confrontación entre Milk y su rival Dan White (Josh Brolin). Una confrontación que no sólo tenía lugar entre dos personas sino entre dos estilos de vida totalmente opuestos: el judío liberal neoyorquino y gay contra el buen chico católico ex policía y ex bombero. Precisamente el tipo de confrontación entre las dos formas de ver el mundo que tenía lugar en ese mismo momento en todo el país.

Pero como digo nada de esto se aprovecha y lo que queda es una visión difusa y fragmentada de la vida y tiempos de Milk. El crítico Jordi Costa escribía el pasado viernes en El País, a propósito de esta película, que el –durante buena parte de su carrera- poco convencional Gus Van Sant se había doblegado a una forma más clásica de narración para logra un propósito más didáctico que artístico. Posiblemente sea esa la razón de que el tono de la película sea tan digamos….documental. Pero claro, como se ha señalado, para documental ya teníamos uno muy bueno sobre el mismo asunto.
En el aspecto de las interpretaciones destacar en lo bueno el soberbio trabajo de James Franco que casi diríamos que sigue los pasos de Heath Ledger a la hora de esforzarse en romper su imagen de chico guapo o al menos a mí su trabajo me ha recordado bastante al del infortunado actor australiano.



En lo malo mencionar a Diego Luna aunque en su defensa hay que decir que estaba doblado de una manera tan horrible que este hecho justificaría por sí solo la eliminación de esa detestable lacra que sigue azotando la exhibición cinematográfica en nuestro país.



Como curiosidad la de ver al ídolo adolescente Lucas Grabeel interpretar a una locaza de cuidado.



Sean Penn en su línea. Quiero decir que tanto sus fans como sus detractores (entre los que me cuento) no encontraran en esta película ningún motivo que les haga cambiar de opinión.

Sunday, January 04, 2009

Chad gadyo





Un cabrito, un cabrito que por dos monedas*
mi padre había comprado
Un cabrito, un cabrito.

El gato llegó y comió el cabrito
que por dos monedas mi padre había comprado,
Un cabrito, un cabrito.

El perro llegó y mordió el gato
que comió el cabrito que por dos monedas mi padre había comprado,
Un cabrito, un cabrito.

El palo llegó y pegó el perro
que mordió el gato
que comió el cabrito que por dos monedas mi padre había comprado,
Un cabrito, un cabrito.

El fuego llegó y quemó el palo
que pegó el perro
que mordió el gato
que comió el cabrito que por dos monedas mi padre había comprado,
Un cabrito, un cabrito.

El agua llegó y apagó el fuego
que quemó el palo que pegó el perro
que mordió el gato
que comió el cabrito que por dos monedas mi padre había comprado,
Un cabrito, un cabrito.

El buey llegó y bebió el agua
que apagó el fuego
que quemó el palo
que pegó el perro
que mordió el gato
que comió el cabrito que por dos monedas mi padre había comprado,
Un cabrito, un cabrito.

El degollador llegó y degolló el buey
que bebió el agua
que apagó el fuego
que quemó el palo
que pegó el perro
que mordió el gato
que comió el cabrito que por dos monedas mi padre había comprado,
Un cabrito, un cabrito.

El ángel de la muerte llegó y mató al degollador
que degolló el buey
que bebió el agua
que apagó el fuego
que quemó el palo
que pegó el perro
que mordió el gato
que comió el cabrito
que por dos monedas mi padre había comprado,
Un cabrito, un cabrito.

El Altísimo llegó, bendito sea, y mató al ángel de la muerte
que mató al degollador
que degolló el buey
que bebió el agua
que apagó el fuego
que quemó el palo
que pegó el perro
que mordió el gato
que comió el cabrito que por dos monedas mi padre había comprado,
Un cabrito, un cabrito