Tuesday, April 26, 2011

Versión imposible

A la espera de un post en el que pienso ciscarme en la traducción de libros les pongo una versión de "La noche de que te hablé" de Leño en francés y a ritmo de vals.

http://www.goear.com/listen/f2bc375/la-nuit-dont-je-tai-parle-dwomo

Sunday, April 17, 2011

Where is everybody?



No tenía pensado ir a ver “Código Fuente” porque es un tipo de películas que no suelo ver hasta que encuentro un motivo para hacerlo. Y el motivo me lo dio la crítica publicada en “El País” del pasado viernes por Jordi Costa (del que seguro que ya he dicho en otras ocasiones que suele ser alguien de cuyo criterio me fío). Por añadidura en dicha crítica me enteré de que el director de la cinta es Duncan Jones el director de “Moon”.



La agradable, y no muy conocida, opera prima de Jones era una película con autoconsciente vocación de homenaje al cine de SF de los años setenta del que “Alien” “Saturno 3” y sobre todo “Silent Running” serían ejemplos emblemáticos, y no es que se tratara de algún remake de carácter reivindicativo-paródico, al contrario y tal y como el propio director afirmó en su día, le gustaba considerar su filme como “una película de ciencia-ficción de los setenta que hubiera permanecido oculta hasta ahora”.

En la nueva entrega de Jones se aborda un tipo de thriller trufado de elementos pertenecientes a la ciencia ficción con un estilo más moderno y por lo tanto también inevitablemente multirefrencial. En lo que se refiere a dichas referencias Jordi Costa mencionaba en su crítica títulos como “The groundhog day”, la serie “Quantum Leap”, el episodio “Monday” de la sexta temporada de “Expediente X” ( este último no lo conozco pero eso es algo que ya estoy solucionando), y el primer capítulo de la inmortal “The Twilight Zone” (por más que este parecido sólo haga mención a un aspecto del decorado del filme, aunque habrá que hacer referencia a otra circunstancia que relaciona la película con la mítica serie y de la que hablaremos más tarde).

Yo, y cada espectador, podría añadir otras influencias que en mi caso irían desde “El efecto mariposa” pasando por “Nivel 13” hasta llegar incluso a “Johnny cogió su fusil”. Pero si tuviera que mencionar la referencia más clara y directa de “Código fuente” habría que remontarse tan sólo a unos años atrás y hablar de “Deja vu”.




La película de Tony Scott comparte con la de Duncan Jones varios elementos característicos: un argumento adscrito en un principio a los parámetros del thriller, pero con la variante de que el crimen en cuestión debe resolverse acudiendo a innovadoras técnicas científicas, aunque más que innovadoras habrá que hablar más bien de fantásticas e incomprensibles. Ambas películas tienen, a mi entender, el acierto de no dar explicaciones demasiado prolijas acerca de sus extravagancias pseudo científicas, unas explicaciones que por otro lado sólo un pelmazo exigiría, aunque la verdad tampoco considero aconsejable apoyarse en algo tan ridículo como aquellos “papeles mágicos” de “El efecto mariposa” y otras tonterías por el estilo.

A partir de esta excusa argumental “Código fuente” se desarrolla alrededor de una estructura en círculos que incorpora más información a medida que se produce un nueva vuelta de tuerca, y por más que las claves de la trama quedan al descubierto a poco de empezar el filme, dicha trama no decae nunca en intensidad. Bueno más bien diría casi nunca. Y es que la segunda película de Duncan comparte con “Moon” el mismo defecto que no es otro que un cierto desequilibro en su estructura (del que por ejemplo no adolecía la reseñada “Deja vu”) que me gustaría pensar que obedece a la bisoñez del realizador.

En efecto el desarrollo de la película parece más propio de uno de esos capítulos de entre 20 y 50 minutos del estilo de “Twilight Zone” (o de alguna de las innumerables series que siguieron su estela) que de una película de 94, y eso deja en los últimos 20 minutos de la cinta la desagradable sensación de que estamos viendo un relleno sólo explicable por el hecho de que es necesario alcanzar una duración estándar de hora y media de metraje.

He leído también algunas quejas con respecto, no ya a la duración del último segmento de la película, sino al contenido del mismo, es decir, al final. Cuando Duncan Jones aceptó voluntariamente salir del ámbito marginal (es un decir) en el que había desarrollado “Moon”, para zambullirse en las miserias de una producción típica de Hollywood, posiblemente tuvo que aceptar en el trato el dar una conclusión que el público igualmente típico de dichas producciones considerara aceptable. Y aunque la citada conclusión dista mucho de ser un “happy end” (algo que cuando vean la película comprenderán que es un imposible) sí que trasmite el mensaje de ser una claudicación y una prescindible coda para un final que minutos antes se había revelado como perfecto.

De todos modos no creo que a “Código fuente” se le pueda tampoco pedir más de lo que nos da, un producto que sin abandonar la pretensión de espectáculo popular no maltrata la inteligencia del espectador y en cualquier caso considero que su visionado es una buena forma de pasar esta interminable semana que nos espera.

Sunday, April 10, 2011

El diablo jamás sabrá que has muerto






¿Reconocen este rostro? ¿Saben quien es este hombre? Apostaría a que no ¿verdad? Bueno no se apuren, yo mismo, pese a ser un director cuya obra admiro desde hace mucho, reconozco que podría haber hecho el vuelo Santa Cruz de Tenerife-Canberra sin saber que estaba sentado al lado de Sidney Lumet.

Con Lumet se puede repetir lo mismo que ya afirmábamos al hablar del también finado recientemente Blake Edwards, es de esos realizadores que te sorprenden cuando revisas su trayectoria y te das cuenta del elevado número de películas de calidad que contiene, sobre todo porque es un nombre que no aparecerá nunca en esa lista de grandes directores en la que tampoco estaba Blake.

Lumet perteneció a lo que se dio por llamar “Generación de la televisión” (junto a otros como John Frankenheimer y Sidney Pollack), un grupo de realizadores nacidos a finales de los años veinte y principios de los años treinta y que dieron sus primeros pasos precisamente en la pequeña pantalla. Se les considera una generación puente entre los grandes mitos del Hollywood clásico y los cineastas de la “Nueva ola” razón por la que nunca han recibido demasiado reconocimiento. Si dicho reconocimiento fue negado con o sin merecimiento es algo que podría discutir con respecto a los compañeros de quinta de Sidney, pero no con respecto a él, razón principal por la que me he decidido a rendirle este modesto homenaje.





Revisando su filmografía se comprueba en efecto que sus primeros años como profesional están relacionados con la realización de películas y series de televisión hasta que en 1957 llegó “Twelve angry men”, que posiblemente siga siendo uno de sus títulos más conocidos (al menos en España siempre fue una historia muy popular debido a la adaptación que se hizo para nuestra televisión y que les adelanto ya que es absolutamente intragable).




Basada en una obra de teatro y con una realización igualmente teatral (o de teatro para televisión mejor dicho) es la historia de un jurado más que predispuesto (como sospecho que suele ser habitual) a condenar a un adolescente por el homicidio de su padre, un solo hombre se enfrentara a todos para al menos introducir el concepto de duda razonable.

“Twelve angry men” es un drama de estilo sobrio y directo apoyado en un conjunto de excelentes actores de reparto (con la excepción de Henry Fonda naturalmente que también era excelente y además una estrella) que trata sobre todo de los prejuicios más comunes que conducen a los hombres a establecer un veredicto anticipado sobre los demás (y eso que hoy por hoy hacer una película sobre un jurado compuesto enteramente por varones blancos sería imposible), sin embargo existe un componente más perturbador incluso que sospecho que subyace en el fondo de la trama. Me refiero a que ¿no podría esta historia ser la de un egocéntrico que sabiéndose superior intelectualmente a sus compañeros se dedica a demostrarlo haciéndoles cambiar de opinión por simple pasatiempo? Posiblemente paranoias mías.





Ignoro si la película fue un éxito en su momento pero si tal cosa sucedió ello no indujo a Lumet a dejar la caja tonta en la que siguió firmando múltiples trabajos que alterno con otros títulos menos conocidos o al menos desconocidos para mi (como “Piel de serpiente” con Marlon Brando). Ya en la década de los sesenta dirigió dos películas que sólo he visto a medias y que me gustaría recuperar algún día: hablamos de “Larga jornada hacia la noche”, adaptación de un texto autobiográfico del dramaturgo Eugene O´neill protagonizada por Katherine Hepburn, Jason Robards y un jovencísimo Dean Stockwell ; la otra es “El prestamista”, la historia del misántropo propietario de una casa de empeños en Harlem (Rod Steiger mereció una nominación al Oscar por su interpretación) que esconde un horroroso trauma del pasado. En esta película Lumet abandona su reseñado tono sobrio para entregarse a algunas veleidades artísticas producto de la inevitable influencia del estilo de las obras de John Cassavettes y otros cineastas innovadores.





Ese mismo año Lumet filmó una excelente película que descubrí gracias al programa de José Luis Garci. Se trata de “Fail Safe”, una historia casi idéntica a “Dr. Strangelove”, tanto que ésta parece una parodia de aquella, algo poco probable pues ambas son producciones de 1964. “Fail Safe” es un nuevo drama protagonizado por Henry Fonda en el que Lumet hace gala de una extraordinaria habilidad para generar un suspense casi insoportable con un estilo aun más minimalista que en “Twelve angry men” (gran parte del metraje se compone únicamente de planos fijos de Fonda y Larry Hagman).




Al año siguiente Lumet volvió a dar en el blanco con “La colina” un peculiar drama carcelario, peculiar porque tiene lugar en una prisión militar británica situada en el desierto de África durante la Segunda Guerra Mundial. En este microcosmos el realizador norteamericano analiza nuevamente las relaciones de poder, el sadismo y la manipulación en un conjunto decididamente pesimista. Protagoniza Sean Connery



Para encontrar otra película de Lumet que recuerde haber visto tenemos que saltar hacia adelante y llegar al año 1972 con “La ofensa” también protagonizada por Connery. De esta película ya se comentó algo en aquella entrada que dedicamos a hablar de películas “raras” así que me limitaré a repetir lo que dije entonces.

Es la historia de un policía trastornado (como muy pocas veces se ha mostrado en pantalla) por la violencia de la que ha sido testigo a lo largo de su carrera, algo que provoca en él una reacción extrema que le lleva a protagonizar un estremecedor viaje hacia el interior de su mente que, como es habitual, no suele tener vuelta atrás.



En los setenta hizo Lumet algunos de sus mejores trabajos, es posible que esa dura y desencantada década le viniera como anillo al dedo a su estilo “televisivo”. Lamentablemente tampoco he podido ver “Serpico” en su totalidad pero sí que he visto varias veces otra película igualmente interpretada por Al Pacino, me refiero a “Tarde de perros”, un filme que con el paso del tiempo se ha convertido en uno de los más celebrados de este actor y también en un verdadero emblema del cine de aquellos años, una historia a la vez trágica e hilarante, tierna y áspera, absurda y al mismo tiempo reveladora, con un final que es el equivalente fílmico a un puñetazo en el hígado. Si sólo se me permitiera elegir una película de Lumet que todos deberían ver posiblemente fuera esta.



1976 fue el turno de “Network”, otra película por la que también siento especial debilidad y que igualmente me viene a la cabeza (o por lo menos a la mía) cuando se habla de la fractura social de la década de los setenta. Con la excusa de contar la historia de un locutor (Peter Finch) que anuncia en directo su intención de suicidarse, se hace un cínico e incisivo análisis del papel de los medios de comunicación de masas. A Finch le acompañan nada menos que William Holden, Robert Duvall y Ned Beatty en una película que parece una concatenación de escenas inolvidables.



Curiosamente Lumet abordó en el año siguiente un filme de temática y estilo radicalmente diferentes, me refiero a “Equus”, otra adaptación de una obra teatral. Se trata de un perturbador drama en torno al tratamiento psiquiátrico de un adolescente que ha cometido un monstruoso acto de crueldad. Richard Burton interpreta al médico que tratará de escudriñar en la mente del joven donde descubrirá cosas aun más importantes sobre sí mismo



Resulta un poco presuntuoso pontificar sobre cuales son las películas en las que un director está artísticamente implicado y cuales son los títulos meramente alimenticios. No obstante es inevitable pensar que alguien que había llevado a la pantalla historias tan intensas como las que hemos descrito hiciera a continuación algo tan marciano como “El mago” un remake de “El mago de Oz” con Diana Ross haciendo de Dorothy y Michael Jackson de Espantapájaros. Por supuesto no la he visto ni conozco a nadie que lo haya hecho pero parece una de esas cosas sobre las que es mejor no investigar ni siquiera por puro interés morboso.



Ya en los ochenta resulta más difícil encontrar tantos títulos de interés como en la década interior pero de entre todos ellos destaca con luz propia “Veredicto final”, película de la que también hablamos extensamente cuando repasábamos la larga y venturosa carrera de Paul Newman, posiblemente se trate del último gran título de Lumet que además fue nominado al Oscar al mejor director.





Del resto de la filmografía de aquellos años podríamos mencionar “La trampa de la muerte”, una película de suspense “teatral” un poco al estilo de “La huella” aunque sin llegar, desde luego, ni a la suela de los zapatos de la gran obra de Mankiewicz. Ya en 1990 podríamos también decir algo de “Q & A”, una película con la que puede que el director tratara de reverdecer los laureles del pasado sin conseguirlo del todo puesto que, en este caso, la austeridad se veía sustituida por el exceso merced a una acumulación de tópicos raciales y la actuación descontrolada de Nick Nolte.









De las dos últimas décadas de su vida y su carrera no hay mucho que decir, tan solo nombrar un thriller de medio pelo protagonizado por Melanie Griffith (“Una extraña entre nosotros”) que no logró interesarme lo bastante como para recordar como terminaba y un innecesario remake de “Gloria” (el único éxito de público del cineasta John Cassavettes) que no tengo intención de ver nunca.

Pero el veterano cineasta se guardaba un as en la manga y se despidió del mundo con una película que volvería a dar que hablar. Se trata de “Antes que el diablo sepa que has muerto” un filme invadido de un tono oscuro y fatalista que recuerda a clásicos como “El cartero llama dos veces” o “Detour” y en el que destaca la soberbia interpretación (una mas) de Philip Seymour Hoffman. Sin ser una película perfecta resulta una digna despedida para una carrera provechosa, otros directores no tuvieron tanta suerte con los filmes que cerraron su trayectoria


Ahora Sidney Lumet ha muerto y con él desaparece el último superviviente de su generación, sus colegas de origen y estilo tuvieron también carreras interesantes y películas destacables pero personalmente ninguno de ellos tenía para mí el mérito suficiente como para dedicarle un homenaje como el de hoy, pero Lumet era diferente.

Sunday, April 03, 2011

Fort Apache



No suelo hablar por aquí de novedades literarias porque lo cierto es que casi nunca leo novedades (de hecho casi nunca leo y basta), pero dado que alguien con quien desde hace algunos años guardo relación virtual (que incluso se transformó en real en cierta ocasión) ha escrito y publicado un libro me parecía casi obligado no sólo comprarlo sino decir algo acerca de él.



Tuve la mala idea de comentar en el blog de Cinephilus (que es el seudónimo internetero de Fernando J. López, el autor del libro) que finalmente había adquirido un ejemplar de su obra, una mala idea porque si el libro no me gustaba me vería en la duda de contar la dolorosa verdad o mentir, y no es que mentir se me de mal (de hecho soy un verdadero experto), pero resulta que hace tiempo decidí que Internet sería el único lugar en el que trataría de decir siempre la verdad. Pero por fortuna no ha habido ocasión para que tal conflicto se produjera.



“La edad de la ira” me ha supuesto una sorpresa agradable y otra desagradable y es que me ha gustado por motivos distintos a los que yo esperaba. Los que ya lo hayan leído o al menos conozcan algo de su argumento sabrán que el libro se desarrolla bajo una doble vertiente: con la excusa de la investigación periodística de un parricidio cometido por un chico de 16 años, se trata de establecer una suerte de análisis de las siempre complejas relaciones de los adolescentes con el entorno que les rodea, y en especial con el mundo de la enseñanza pública. Lo cierto es que el argumento sobre los motivos del crimen que, como se ha dicho, aparecía como un mero pretexto se acaba por revelar como lo mejor de “La edad de la ira”, una trama que progresa de forma brillante a medida que el investigador interroga a los diferentes protagonistas del drama y que contiene al menos un par de giros inesperados que me han causado perplejidad (y esto, modestia aparte, no suele ser habitual en alguien que como yo está acostumbrado a este tipo de historias) y que termina con un suspense casi imposible de soportar.

En cambio la sorpresa desagradable gira en torno a lo que se supone el tema principal del libro, esto es el entorno social y académico en el que se desarrolla el crimen. Hay algo en dicho entorno y en las personajes que lo habitan (alumnos, profesores, padres,…) que me resulta totalmente disonante, no acabo de creerme a esos chicos de 16 años violentos y malhablados que sin embargo tienen una doble vida de ratones de filmoteca, ni a esos profesores que oscilan entre el retrato edulcorado y el semblante de un celador del orfanato de Oliver Twist pasando por la mera indolencia, ni a esos padres caníbales, ni en general a ese tenebroso sistema de enseñanza pública que parece empeñado en generar un cataclismo social que nos asolará durante años y que estaría causado, más que por un plan diabólico urdido por el lobby de la educación concertada, por una mezcla de incompetencia, ceguera voluntaria y buenísimo (doctrina política parte de la cual consiste en aprobar hermosas leyes sin tener ni idea de cómo materializarlas).

Y he aquí mi paradoja personal a propósito de “La edad de la ira”, lo que yo juzgo como un retrato poco verosímil de la cotidianeidad en un instituto de enseñanza media tiene que serlo forzosamente, porque está escrito por alguien que no se ha acercado al problema de un modo circunstancial (como hace el periodista narrador de la historia), sino que es un profesional de la enseñanza y por lo tanto no hay más que admitir que los hechos y personajes descritos en el libro deben estar del mismo modo basados (de forma más o menos directa y prescindiendo de la evidente distorsión dramática) en hechos y personajes reales. Y dado que no tengo hijos ni ninguna relación directa con nadie que tenga menos de 30 años (o que tenga hijos en edad escolar) y que por lo tanto no puedo contrastar las experiencias del autor de la historia, no habrá más que concluir que mi principal objeción a “La edad de la ira” no está causada más que por el desconocimiento.

Y si tal cosa fuese cierta entonces aumentaría mi estimación por el libro de Fernando-Cinephilus que de momento ya cuenta con ella gracias, sorprendentemente, a una trama casi puramente detectivesca. Recomendable.

Labels:

Friday, April 01, 2011

La foto. Una cuestión de estadística.


En realidad no hay nada de lo que asombrarse. Pensemos en los cientos (¿miles?) de millones de cámaras que hay en el mundo, todas disparando continuamente. Ya había muchas en la época pre digital así que imaginense ahora. En estas condiciones ¿cómo sorprenderse de que en una de las infinitas combinaciones posibles de espacio tiempo un fotografo capte la imagen del que un segundo después se convertirá en su asesino?. Lo dicho, una cuestión de estadística.