Thursday, October 30, 2008

ABECEDARIO DEL CRIMEN ESPECIAL HALLOWEEN. MILWAUKEE BAJO EL TERROR DE LOS ZOMBIES



Jeffrey Dahmer es uno de los asesinos en serie más jaleados por los medios de comunicación. En el año 1991 su captura y sus posteriores confesiones fueron noticia en todo el mundo y eso no era algo habitual (aunque sí lo ha sido con posterioridad). En Estados Unidos este tipo de noticias siempre han tenido una gran difusión pero en el resto del mundo (al menos en España) era necesario escudriñar en las cloacas de los periódicos y revistas para poder encontrar historias verdaderamente truculentas.

No puede decirse que toda esa atención fuese provocada por la personalidad del asesino, un individuo impasible, poco comunicativo –al menos cuando no estaba matando- y carente del más mínimo encanto (pese a lo cual fue y sigue siendo objeto de encendidas declaraciones de admiración). Lo verdaderamente llamativo fue su manera de proceder con los cadáveres de sus diecisiete victimas y la manera en la que transformó su apartamento en un improvisado museo de ciencia natural.




Dahmer nació el 21 de mayo de 1960 en el Hospital Evangélico de la Diaconisa en West Allis, Milwaukee. Sus padres eran Lionel Dahmer, por aquel entonces estudiante de química, y Joyce Flint. La carrera de Lionel llevó a la familia a una vida de continuos cambios de domicilio hasta que por fin en 1968 se instalaron en West Bath, Ohio donde Jeffrey pasó el resto de su infancia y su adolescencia.

Allí fue donde Dahmer comenzó a aficionarse al alcohol, a experimentar con cadáveres de animales y donde mató a un hombre por primera vez. Durante esa época comenzaron las peleas entre los padres del chico que terminaron por divorciarse en 1978. Ya desde 1966, año en el que nació su hermano pequeño tras un embarazo muy difícil, un profesor había anotado en su cuaderno escolar que el chico se sentía “desatendido”. Era un chico tímido que desde muy temprano pasaba la mayor parte del tiempo escondido en un cobertizo de la madera cazando insectos en frascos y conservándolos en formaldehído. En una imparable ascensión por el reino animal, paso de los insectos a las ardillas y mapaches y luego a piezas más grandes, transportando los cuerpos hasta el bosque, donde los dejaba pudrirse. Luego sumergía los restos en lejía para limpiar los huesos y empalaba los cráneos de los animales muertos sobre cruces formando una especie de cementerio de mascotas. Al preguntársele por qué hacia aquello él respondía “Quiero ver como son por dentro, me gusta ver como son las cosas”. Hay que destacar que no se trataba de crueldad ya que nunca mató a aquellas pequeñas bestias. Simplemente recogía sus cadáveres, en su mayor parte victimas de la carretera, y experimentaba con ellos.



El chico no lo estaba pasando bien con el mal ambiente familiar pero eso no es suficiente motivo para explicar ese extravagante comportamiento y todos los horrores que vinieron después. Algo más debió ocurrir pero, como otros episodios en la vida de aquel hombre, no está del todo claro.

Como quiera que fuese lo cierto es que el chico se había iniciado en el alcohol a la edad de once años como una forma de contrarrestar la desagradable experiencia de estar consciente. A los dieciséis años se había convertido en un solitario que iba a clase frecuentemente borracho lo que le permitía desinhibirse lo suficiente como para convertirse en una especie de bufón de la clase que practicaba toda suerte de bromas pesadas. De hecho en el instituto cuando alguien gastaba una broma se solía decir que había hecho “un Dahmer”. En general le consideraban un tipo raro que sólo llamaba la atención por sus extravagantes ocurrencias y por su afición a la bebida.




Al finalizar su etapa escolar en el Instituto Jeffrey acudió al baile de su promoción con la amiga de un amigo que había sido persuadida para que le hiciera ese favor. Ella recuerda que el chico estaba tan nervioso que ni siquiera pudo hacerse el lazo de la corbata, así que tuvo que hacérselo la madre de ella. Dahmer no bailó ni una sola vez con ella y apenas le dirigió la palabra. Cuando se despidieron él se limitó a estrecharle la mano. Dos semanas más tarde Dahmer la invitó a una fiesta en su casa. En la fiesta no había comida ni música, todo lo más cinco personas que trataban de hacer espiritismo y contactar con Lucifer. La chica pensó que ya era suficiente y se alejó de la vida del chico raro para siempre. A la reunión de los diez años de la clase de 1978, los antiguos compañeros se vieron de nuevo para recordar viejos tiempos. Dahmer no acudió, pero alguien preguntó qué había sido de él. “Oh probablemente es un asesino de masas en alguna parte” respondió algún otro. Todos rieron. En aquel tiempo Dahmer había matado ya cuatro veces.

Como resumen de su etapa escolar queda esta inquietante foto que el chico se hizo con el equipo del periódico del colegio. Sus compañeros miran a la cámara pero Dahmer, situado en el centro mismo del grupo mira a la derecha hacía un punto en el infinito como un hombre ensimismado con algo invisible….o como un detenido poniéndose de perfil para que la policía le fotografíe.



Dos semanas después de su graduación Jeffrey Dahmer cometió su primer asesinato a la edad de 18 años. Aquel día recogió a Stephen Hicks, un joven de su misma edad, que hacia autostop después de acudir a un concierto. Hicks aceptó la oferta de Dahmer de tomar unas cervezas en casa de éste. Una vez allí Hicks quizás se dio cuenta de que el chico de ojos hundidos y voz monocorde no era precisamente una compañía muy agradable o puede que Dahmer tratara de intimar con él. Lo cierto es que el chico cada vez más inquieto manifestó su deseo de marcharse. En un acceso de furia Dahmer le golpeó la cabeza con una barra de levantar pesas y luego lo estranguló con ella. “El tipo quería marcharse y yo no quería que se fuera” fue lo que manifestó a la policía durante su confesión años más tarde. Tras el asesinato Dahmer arrastró el cuerpo de Hicks hasta una cueva donde lo cortó en pedazos y durante las dos semanas siguientes se dedicó a disolverlo con los mismos productos químicos que había usado antes para experimentar con la carne de los animales muertos. Los huesos que quedaban fueron pulverizados con una almádena y esparcidos por los alrededores de la casa. Así fue como un chico llamado Stephen Hicks fue borrado de la faz de la tierra.



La pesadilla había comenzado pero durante algunos años se produjo una gran pausa en la carrera criminal de Jeffrey. Durante ella su padre lo envió a la Universidad de Ohio, pero él jamás asistía a clase, se bebía un par de botellas de whisky por día (vendía su plasma a un banco de sangre para pagarse la bebida) y se enemistaba con sus compañeros de cuarto, pues le gustaba amontonar los muebles en un rincón y lanzar pizzas contra las paredes. Al cabo de un semestre la carrera universitaria de Dahmer terminó con gran alivio de sus compañeros de estudio.

El siguiente paso fue alistarse en el ejercito donde firmó por tres años. Tras su periodo de instrucción fue destinado a Alemania. Su padre tenia esperanzas de que en el Ejercito su hijo se enderezara pero resulto que en el Ejercito la bebida estaba a mitad de precio. Sus compañeros recuerdan como pasaba los fines de semana sentado en una silla sin moverse para nada oyendo sus cintas de Black Sabbath con los auriculares y bebiendo hasta perder el conocimiento. En una ocasión mientras estaba inconsciente sus compañeros de cuarto pusieron una botella vacía de vino “Thunderbird” a su lado y tomaron una foto.




Aparte de eso Dahmer nunca se distinguió en nada. Con el tiempo sus borracheras empezaron a afectar al servicio diario y cuando faltaban nueve meses para terminar su contrato fue licenciado según el capítulo 9 del Código de Justicia Militar, la sección que se ocupa del abuso del alcohol y las drogas.

Dahmer regresó a los Estados Unidos y tras un par de tumbos más su padre le envió a vivir con su abuela a West Allis, el sitio donde había nacido. Allí encontró trabajo en una fábrica de chocolate. A sus 21 años Dahmer era un completo fracasado en todos los aspectos de la vida. Su perfil psicológico era prototípico del hombre carente de todo aquello que hace tolerable la existencia. La actitud negativa de Dahmer le impedía tener amantes, amigos, relaciones, trabajos, intereses, conversaciones, aficiones, deportes, ocupaciones, dinero, esperanzas o un lugar donde vivir. De modo que nunca llegó a socializarse, y su cavernoso interior emocional se fue degradando mientras llenaba el vacío de fantasmas. La madrastra de Dahmer, Shari, fue testigo de una vida que se había hecho jirones. “Era incapaz de abrazar. Era incapaz de hacer caricias. Sus ojos estaban muertos. No le quedaba corazón dentro de su cuerpo. Era un zombi andante”. Pero pronto encontraría algo para lo que demostró verdadero talento.

Durante su estancia en el domicilio de su abuela Dahmer volvió a meterse en problemas debido a su consumo excesivo de alcohol y empezó también a frecuentar bares de ambiente homosexual. El 8 de agosto de 1982 fue arrestado en un parque público por bajarse los pantalones delante de unas veinticinco personas, incluidas mujeres y niños. El 18 de agosto de 1986 fue detenido de nuevo por masturbarse en presencia de dos niños. Lo sentenciaron a un año de liberad vigilada. Aquel mismo verano fue expulsado del “Club Baths”, una casa de baños y lugar de reunión gay en Milwaukee. Los propietarios dijeron que dio bebidas drogadas al menos a cuatro clientes de allí aunque nadie presentó cargos.

El 20 de noviembre de 1987, nueve años y cinco meses después de su encuentro con Stephen Hicks, Dahmer mató por segunda vez. La victima era Steven Tuomi de 24 años al que Dahmer conoció en un club y al que invitó a ir con él a un hotel. Según Dahmer ambos bebieron hasta perder el conocimiento y al día siguiente se levantó junto al cadáver ensangrentado de Tuomi. Dahmer metió el cadáver en una gran maleta y lo llevó hasta el sótano de la casa de su abuela donde los desmembró y se deshizo de lo que quedaba. Tuomi desapareció sin dejar rastro, y jamás se encontraron sus restos. Sólo hay el testimonio de Dahmer de que el episodio ocurrió realmente. Es el único crimen por el que no fue acusado.



Estos dos primeros asesinatos tuvieron un componente espontáneo pero a partir de ese momento Dahmer se volvería metódico, la técnica apenas variaba: primero el flirteo en los clubs –en ocasiones simplemente ofrecía dinero a cambio de sexo- luego la bebida drogada, el estrangulamiento, la necrofilia y el desmembramiento de la victima. En ocasiones conservaba un tiempo las cabezas tras hervirlas para desprender la carne y pintarlas con un aerosol. En los siguientes años en el sótano de casa de su abuela otros dos hombres y un chico de catorce años fueron asesinados siguiendo el ritual.

El 25 de septiembre de 1988 abordó a un chico de 13 años de origen laosiano y le convenció para que le acompañara a su nueva casa ofreciéndole dinero para una sesión de fotos. Allí le dio un café donde había disuelto varias pastillas de “Halción” pero esta vez de algún modo el muchacho logró huir tambaleándose y acabó en un hospital. Dahmer fue acusado de una agresión sexual en segundo grado. El fiscal que llevo el caso se sintió especialmente alarmado por la forma de actuar de Dahmer en aquel delito. “La gente que comete agresiones sexuales contra niños casi nunca usa drogas. Los chicos son crédulos. Hacen lo que les dices” Aquella forma de comportarse era una clara señal de que había algo muy perturbado en el cerebro de Dahmer.

Pese a esta opinión el juez encargado del caso decidió no mandar a prisión a Dahmer y permitirle cumplir su condena parcialmente en libertad (se le permitía acudir a su trabajo diariamente) aunque recibiendo tratamiento.

Jeffrey Dahmer estaba de nuevo en la calle. El 13 de mayo de 1990 se mudó a los Apartamentos Oxford el último y el más sangriento de los escenarios de esta tragedia.



En los catorce meses que siguieron otros doce hombres jóvenes (casi todos homosexuales o buscavidas de raza negra) fueron asesinados de forma similar. Captados en clubs de ambiente la ciudad, o en lugares públicos, seducidos con ofertas de sexo o dinero, drogados, estrangulados, sometidos a actos de necrofilia y descuartizados. Dahmer se había comprado un larga mesa negra y dos grifos de plástico para practicar sus disecciones de las que dejaba constancia con una cámara Polaroid después de disponer los trozos de los cadáveres en forma de altar. Generalmente congelaba la cabeza y en ocasiones algunos otros órganos y hervía el resto en una enorme olla de 120 litros de capacidad. Luego echaba los restos en un gran contenedor de basura preparado con ácido. Los cráneos eran también hervidos posteriormente y las calaveras pintadas de gris.

Al igual que con los cadáveres de animales atropellados que había recolectado de niño Dahmer sentía interés por sus amantes una vez que estaban muertos, vivos no podía comunicarse bien con ellos. Matarles no era un acto de crueldad ni le proporcionaba placer, simplemente era algo que tenía que hacer para poder apoderarse de sus cadáveres. Posteriormente Dahmer degeneró hacia el canibalismo. Confesó que había comido partes de los cuerpos de sus victimas tras freírlas en aceite vegetal. A pesar de que sería conocido como “El caníbal de Milwaukee” Dahmer sólo comió cinco veces de la carne de los hombres a los que mató. “De un modo extraño es como si los hiciera parte de mí”

Mientras todo esto sucedía la ciudad de Milwaukee proseguía su actividad sin percatarse de nada. La desaparición de un elevado número de hombres jóvenes podía haber sido bastante llamativa en circunstancias normales pero , como se ha dicho, en su mayoría se trataba de gente marginal y los que no lo eran no recibían demasiada atención cuando su desaparición era denunciada. Ser negro y homosexual no garantizaba en absoluto que te pusieran el primero de la lista en el departamento de búsqueda de personas desaparecidas. Algunas denuncias acababan directamente en el cesto de los papeles o al menos jamás quedó constancia de que habían sido hechas.




Con la victima numero trece ocurrió algo distinto y casi imposible de creer por varios motivos. El 26 de mayo Dahmer se tropezó en un centro comercial con un muchacho de 14 años. A pesar de que las condiciones de su libertad vigilada le prohibían entablar cualquier contacto con un menor de 18 años Dahmer trabó conversación con el muchacho y le convenció de que fuera a su apartamento y posara para él. El chico aceptó. Se llamaba Konerak Sinthasomhone y era el hermano pequeño de aquel otro adolescente al que Dahmer había atacado tres años atrás.

Ya en el apartamento Dahmer siguió el procedimiento habitual pero cuando Konerak estaba ya inconsciente se dio cuenta de que se había quedado sin cerveza así que fue a la tienda a comprar. Entretanto Konerak recobro el conocimiento y se encontró en un piso que rezumaba muerte. A pesar del somnífero el muchacho consiguió arrastrarse hasta la calle donde cayó desmayado de nuevo. A su alrededor se formo un corrillo de curioso a los que se unió el propio Dahmer. Una vecina llamó a la policía pero cuando los agentes llegaron se limitaron a preguntar a Dahmer si conocía al chico. Éste respondió que era su amante de 19 años que había bebido demasiado. Uno de los agentes llevó al chico hasta el apartamento de Dahmer y lo dejó allí con la siguiente recomendación: “Ocúpese de él”. Y vaya si lo hizo.

Lo que ocurrió sacudiría más tarde al Departamento de Policía y por añadidura a toda la ciudad. Tres agentes fueron suspendidos y dos despedidos aunque no se presentaron cargos criminales y los implicados negaron haber actuado mal. Pero algunos grupos de la comunidad dijeron que lo ocurrido era una indicación de la insensibilidad de la Policía hacia la gente de color y los gays. Lo cierto es que los agentes desoyeron a alguno de los vecinos que no estaban de acuerdo con que devolvieran al chico al apartamento. Posteriormente una mujer que también había presenciado la escena llamó a la policía para interesarse por el muchacho manifestando su convencimiento de que era menor pero le respondieron con evasivas. Lo mismo ocurrió cuando la mujer se enteró de que un chico laosiano había sido dado por desaparecido. Los agentes ni siquiera redactaron un informe sobre lo ocurrido, algo que hubiera provocado que los antecedentes de Dahmer salieran a relucir. Cuando los policías dejaron al chico con Dahmer la anterior victima del asesino estaba en la habitación contigua descomponiéndose. Y tras ese incidente otros cuatro hombres más fueron asesinados.

Esa victima en particular sería por añadidura la primera en sufrir un tratamiento aún más extraño y aterrador que las otras. Según todos los expertos Dahmer pertenecía a esa categoría de asesinos denominada “killers for company”. Individuos que carecían de la habilidad para trabar relación con los vivos y preferían por tanto la compañía de los muertos. Sin embargo, los cadáveres no ofrecen una amistad duradera porque se descomponen. Ya metido en pleno frenesí asesino Dahmer no se sentía complacido con matar gente para quedarse con su cabeza y decidió probar otra cosa.

Entre los escasos recursos materiales que tenía en su piso existía un taladro eléctrico. Más tarde compró una jeringa de marinar y tras drogar a Konerak le practicó una perforación en el cráneo dirigiendo el taladro hacia sus lóbulos frontales. Seguidamente le introdujo la jeringuilla unos 5 cm e inyectó ácido muriático en la cavidad craneal. Después del intento de fuga Dahmer dedujo que, puesto que Sinthasmophone conservaba aún bastante motivación y voluntad como para largarse, la primera dosis había sido insuficiente. Sin embargo la nueva inyección que le administró resultó mortal.



El siguiente experimento lo practicó con Jeremiah Weinberger. Dahmer explicó que para dejar de matar necesitaba una relación duradera y quería encontrar la manera de que el hombre se quedara con él sin tener que matarle. Esta vez cambió el acido por agua hirviendo que inyectó en el cerebro de Weinberger quien despertó más tarde en estado semifuncional, podía hablar pero parecía aturdido, también caminaba e iba al baño. Esa tarde, antes de ir a trabajar, Dahmer suministró a Weinberger otra dosis de píldoras y un nuevo toque de agua hirviendo en el mismo agujero. Pero cuando regresó a casa esa noche encontró que el hombre también había muerto. A partir de ese momento renunció a su sueño de tener a su propio zombie aunque confesó que había pensado en insertar un cable electrico en el cráneo trepanado de alguna de sus victimas y provocarle descargas a ver que ocurría. En el juicio un psiquiatra dijo que no había precedentes en la historia criminal mundial de una lobotomía casera.

El 9 de julio de 1991 Dahmer fue despedido del trabajo por absentismo. Por entonces su degradación ya tocaba fondo. En aquella época se lavaba en la bañera en compañía de dos cadáveres; en la nevera había corazones, en el congelador cabezas, en el fichero cráneos y en la cama un cuerpo lleno de gusanos. La tarde del 22 de julio de 1991, Tracy Edwards, de treinta y dos años, charlaba con dos amigos en el centro comercial Grand Avenue de Milwaukee cuando Jeffrey Dahmer se acercó a ellos y les ofreció cien dólares a cada uno si le acompañaban a casa y se quedaban un rato. Edwards fue el único que aceptó.


Al llegar al lugar a Edwards le sorprendió el insoportable hedor que había allí pero para entonces Dahmer ya le había suministrado la bebida “cargada”, le había esposado y había sacado un cuchillo.

Reducido de esta manera Dahmer condujo al hombre hasta la cama, cubierta de sangre seca, donde se sentaron y miraron un vídeo de “El exorcista ”. En las paredes, Edwards observó fotos de hombres desnudos, mutilados o desfigurados con ácido. Luego Dahmer sacó una cabeza humana de un archivador y se la mostró. “Así es como consigo que la gente se quede a hacerme compañía” dijo. También le enseñó un estante del armario donde había varias manos cortadas. A continuación se sentó encima de Edwards apuntándole al pecho con el cuchillo y anunciándole que pensaba arrancarle el corazón y comérselo. Luego entró en una especie de delirio mientras murmuraba “Es la hora, es la hora”. Edwards decidió que ya era cuestión de vida o muerte así que apartó a Dahmer de una patada, corrió hacia la puerta y luchó con la cerradura mientas Dahmer manoteaba desde atrás. Finalmente consiguió salir y voló hacia la calle dando alaridos en medio de la noche hasta cruzarse con un coche patrulla.

Eran las 11.25 de la noche cuando dos policías, acompañados por el aturdido Edwards, tocaron a la puerta del apartamento 213. Dahmer les dejó entrar sin ningún problema y entonces un extraño olor estrujó de inmediato sus estómagos y alertó su curiosidad. Otro detalle que les llamó la atención es que la puerta del apartamento estaba protegida por un sistema electrónico de seguridad, un dispositivo de alta tecnología para un vecindario de rentas bajas. Los agentes hicieron dos cosas que no hicieron los policías que habían tenido una actuación tan desafortunada en el caso de Konerak: en primer lugar pidieron por radio que se comprobaran los antecedentes de Dahmer. En segundo lugar hicieron una inspección más detallada del extraño apartamento. Fue entonces cuando el agente Rolf Mueller abrió el frigorifico y se encontro con la cabeza de Oliver Lacy mirándole desde allí.



Todo había terminado. Dahmer fue esposado y derribado en el suelo donde comenzó a aullar como un animal. Luego un vecino llamó al Canal 12 de la WISN-TV y les dijo que quizás estuviera ocurriendo algo que desearan ver.

El edificio de apartamentos fue pronto invadido por la policía y el departamento de investigación forense que realizaron un concienzudo análisis de la casa de los horrores. Dentro del congelador había otras tres cabezas, también el corazón de Oliver Lacy, que Dahmer dijo a la policía que reservaba para comer más tarde, y otros restos humanos.

Se hallaron también dos cráneos humanos en el estante superior de un armario, dos más en una caja de ordenador, y otros tres en el cajón de arriba de un archivador. Tres habían sido pintados de gris y se parecían a los modelos de plástico utilizados en los laboratorios de ciencia. Contra la pared había un bidón de 200 litros, dentro había tres torsos sin cabeza. Se hallaron manos y genitales descompuestos en una olla en el armario. En una caja de cartón junto con dos cráneos más fueron halladas varias fotos instantáneas que mostraban cuerpos masculinos en diferentes grados de escisión quirúrgica. Desgraciadamente esas fotos terminaron por hacerse públicas, no son difíciles de encontrar en el Google pero no seré yo el que las muestre aquí.

Pronto llegó la prensa y el vulgar edificio de apartamentos de aquel barrio deprimido se convirtió en el castillo de Drácula. La prensa y la policía interrogaron a los vecinos que afirmaron que solían escuchar el ruido de una sierra mecánica pero lo atribuían a alguna afición al bricolaje. El ruido era molesto, pero el hedor era casi insoportable. La vecina del piso de arriba comentó “El olor era horrible, se metía en la ropa y no se iba ni lavándola”. Según otro vecino “Era terrible. Casi me hacía vomitar”. El olor llegaba hasta los edificios contiguos. Los vecinos protestaron numerosas veces pero Dahmer atribuía la peste –que provocaban los restos de los doce cadáveres que tenía en el piso- a la gran cantidad de pescado y carne estropeada por una nevera poco fiable. Nadie pensó que pudiera tratarse de otra cosa.



Los habitantes del edificio no podían saber el infierno que se les avecinaba. Durante los día siguientes los chicos del vecindario empezaron a acudir a tocar la puerta 213 y recorrer el pasillo tratando de captar el olor.




Más tarde la gente empezó a acudir de toda la ciudad para tomar fotos o simplemente contemplar el edificio. Algunos se aventuraban por los callejones laterales para coger tierra u otros recuerdos del lugar. La prensa estaba allí día y noche y numerosos ministros religiosos acudieron a rezar frente a la estructura y a bendecirla para alejar el mal de ella. Más tarde la gente empezó a acudir desde fuera de la ciudad, venían familias completas con niños que querían palpar la puerta y ver si podían oler algo. Luego empezaron los insultos y los ataques contra el edificio y sus residentes que fueron culpados por no haberse dado cuenta de lo que ocurría. La gente necesitaba algo sólido y real contra lo que volcar su ira. El edificio fue tiroteado en varias ocasiones. Pero lo peor para los residentes eran las familias de las victimas que visitaban la casa. Días más tarde de estallar la noticia la madre de una de ellas se acercó a un residente que estaba sentado por fuera y dijo “Mi hijo fue asesinado en este edificio ¿puede dejarme pasar?” Luego se sentó frente a la puerta 213 apoyó la cabeza en ella y lloró. Quizás fuera una de esas madres que no tenía nada que poner bajo la lápida porque el cuerpo de su hijo había desaparecido por completo. Un mes después del descubrimiento, sólo tres unidades del edifico seguían ocupadas. Algún tiempo más tarde las autoridades pensaron que era mejor derribar el edificio y así lo hicieron.





La locura se extendió más tarde a toda la ciudad de Milwaukee que paso del estado de shock a la indignación por la desidia con la que la policía había tratado las desapariciones y especialmente por el desgraciado caso del chico laosiano que había sido echado en brazos del lobo. Los asesinatos de Dahmer se consideraban crímenes raciales. A excepción de la dos primeras sus victimas eran todas negras, hispanas o asiáticas. Las familias de muchos de los chicos muertos presentaron demandas millonarias contra las autoridades. La rabia y la confusión se manifestaron a veces de formas incomprensibles. Los clubs gays donde Dahmer solía ir de caza recibieron un aluvión de amenazas de bomba, la gente pasaba por delante de esos bares en coches e insultaban y lanzaban huevos contra los que salían de allí. Lo ocurrido pareció desencadenar una histeria general. Milwaukee fue considerada entonces –y quizás lo sea ya para siempre- la decimoctava victima de Jeffrey Dahmer.

El juicio de Dahmer no fue muy largo. Las pruebas en su contra eran irrebatibles y además había hecho una confesión completa de todos sus crímenes a lo largo de 60 horas de interrogatorio. En la vista celebrada el 13 de enero de 1992, Dahmer argumentó culpabilidad pero demencia con respecto a los quince asesinatos por los que se le juzgaba en el estado de Wisconsin. Durante la sesión su abogado puso su empeño en destacar el miedo del acusado a los mensajes desconcertantes del “otro lado”. “¿Qué harían si a los quince años despertaran con la fantasía de hacer el amor con un cadáver? –preguntó al jurado-. ¿Qué clase de persona le desearía algo así a un semejante? ¿A quien se lo confesarían? ¿A sus madres? ¿A sus mejores amigos? Ninguno de nosotros es capaz de imaginar siquiera el nivel de fantasía que ya experimentaba este muchacho a sus tempranos catorce o quince años. Yo no desearía ser Dahmer ni siquiera por un día”

A pesar de que la única controversia que quedaba ya por dilucidar era si Dahmer iba a pasar el resto de su vida en prisión o en una institución mental el juicio no estuvo ausente de momentos de tensión provocada por los familiares de las victimas.




Por fin el juez del circuito Laurence C. Gram Jr sentenció a Dahmer a 15 cadenas perpetuas consecutivas con un mínimo de 936 años de cumplimiento de condena antes de poder solicitar la libertad bajo palabra. El primer día de prisión las autoridades recibieron una lluvia de 200 solicitudes de entrevistas y expresiones de buenos deseos llegadas de todo el mundo. Pero no fueron buenos deseos lo que encontró Dahmer entre sus compañeros de reclusión. Dos años después de su ingreso un interno llamado Chistopher Scarver puso fin a su miserable vida golpeándole hasta la muerte con una barra de levantar pesas, paradójicamente el mismo instrumento que el propio Dahmer utilizó para matar la primera vez. Scarver manifestó que Dios le había ordenado hacer justicia, también se habló de una venganza racial (Scarver era negro) aunque posiblemente de lo que se trataba era de adquirir notoriedad matando a un preso famoso.

Sunday, October 26, 2008

La escena: Its my party

Sunday, October 19, 2008

Personal Jesus


He tratado de encontrar la manera de escribir este comentario sin hacer spoilers pero creo que no va a ser posible. Así que si alguien está interesado en verla y aún no lo ha hecho mejor que deje de leer en este párrafo. Para los que están indecisos basta decir que se trata de una película irregular aunque interesante y desde luego en ningún modo aburrida o al menos yo no noté sus dos horas y medía de duración (aparte de que hay que tenerlos cuadrados para hacer una película española con ese metraje y lo digo como un cumplido). De modo que espero que al menos no sea ese el dato que les disuada de ver la película.



Aunque la película está inspirada en la auténtica historia de Alexia González Barros, -a la que también se le dedica aunque esto último me pareció un error-, el interés de Javier Fesser aparenta estar muy alejado de cualquier intención de hacer una hagiografía al uso. De hecho por lo visto la historia de “Camino” esta hecha de retazos de muchas historias de pequeños mártires y niños santos, retazos con los que el autor de la película pretende construir un personaje sometido al contraste que produce la confrontación entre una creencia religiosa gregaria, reglamentada e impuesta y una creencia privada basada únicamente en el deseo personal. Esa dualidad está presente a lo largo de toda la película. Para la niña la religión es un deber que hay que cumplir como una buena hija -como lo serían las clases de violín si su madre en lugar de una fanática religiosa hubiera resultado una fanática de la música- y los rezos algo que se aprende al igual que la tabla de multiplicar. Su única y verdadera preocupación es su particular y ficticia historia de amor con su Jesús personal.

La expresión máxima de este contraste se encuentra en la escena del fallecimiento de Camino cuando el público que asiste al espectáculo interpreta como señales divinas una serie de alucinaciones de moribunda que mostraban que, incluso en ese trance final, el único deseo de la niña era estar en una humilde obrita de teatro en compañía del hijo de la pastelera.

Está claro que Fesser siente una gran afección por el personaje que ha creado pero no por su condición de mártir o –creencias religiosas aparte- por la manera en la que afronta su muerte inevitable sino por ser una genuina encarnación del ideal de pureza de la preadolescencia en el que coexiste una primera concepción del amor (desde un punto de vista absolutamente romántico) con los rescoldos del mundo mágico de la infancia. El eterno amanecer de una mente sin mácula.

Esta combinación da como resultado un personaje más simbólico que real. Por eso me resulta tan extraña esa cierta polémica que se ha suscitado acerca de si los hechos narrados en la película se ajustan o no a la verdadera historia de Alexia ya que la verdadera historia de Alexia no interesa para nada a sus defensores; ellos han creado ya su imagen ideal basada en la figura de la pequeña aspirante a Santa. Fesser simplemente ha creado otra fantasía con la misma base.



Otro de los aspectos presuntamente polémicos de Camino tiene que ver con la participación del Opus Dei en la historia que se narra. . Aquí ya entraríamos en otro de los –siempre desde mi punto de vista- intereses de los autores de la película al mostrar el conflicto que se establece entre el libro albedrío personal y las actividades que desarrolla una institución conocida (con o sin justicia) por el estricto adoctrinamiento al que somete a sus miembros y el control férreo que establece sobre los aspectos más nimios de su vida. Este conflicto se manifiesta a muchos niveles desde el decidido intento de los sacerdotes por convertir a Camino en un mártir incluso antes de su muerte (malinterpretando o mejor dicho interpretando a su conveniencia las últimas palabras de la niña lo que podría ser entendido como una sátira de la manipulación de la realidad que hacen todas las religiones) hasta el soterrado enfrentamiento entre la madre de Camino, una convencida transmisora de las enseñanzas religiosa y morales de la Obra, y ese infortunado padre típico ejemplo de “sectario por matrimonio”. A este respecto el personaje interpretado por Manuela Vellés (a la que se la da la oportunidad que no tuvo en “Caótica Ana” para demostrar que puede ser una buena actriz) funciona sobre todo como una proyección futura de lo que podía haber sido Camino de haber continuado con vida y de haber sido derrotada al fin su ansia de vivir por la maquinaria mimetizadota de la Orden.

Confieso que esa insistencia en mostrar las miserias de la sumisión a la secta llegó a resultarme molesta y no por que tenga dudas de que lo que se cuenta sea cierto. Durante mi adolescencia tuve una relación superficial con el Opus Dei (mi instituto estaba plagado de adeptos e incluso uno de mis profesores era un numerario que llevaba a cabo una intensa labor de captación entre sus alumnos) y por lo que pude ver y oír en aquellos años todos esos rituales de castidad, humildad y obediencia manifestados en pequeños gestos cotidianos (habitaciones y comedores discriminados por sexos, piedras en el zapato y demás gilipolleces) son totalmente verídicos.



El problema es que dichos hechos están mostrados de una forma demasiado grosera. Los miembros laicos y religiosos están retratados de una manera paródica, casi como si se tratara de extraterrestres. Y no sólo eso, algunas escenas están también excesivamente subrayadas con lo la película no se beneficia de las virtudes que produce la sutileza a la hora de contar la historia. Por ejemplo la escena en la que la niña cuenta cómo el novio de su hermana no volvió a escribirle más poniendo así fin a la relación. El relato se ilustra con planos del rostro de la madre que dejan claro al espectador que fue ella quien interrumpió la relación epistolar provocando así la ruptura. No era necesario hacer que, posteriormente, el padre encontrará escondidas aquellas cartas nunca recibidas por la persona a la que estaban destinadas. Otro ejemplo de esto sería esa otra escena en la que la madre muestra el vestido rojo convenientemente “arreglado” para adecentarlo según sus convenciones morales, algo que quedaba innecesariamente de manifiesto en una conversación posterior que hacía referencia explicita a dicho vestido. En ambos casos pareciera que Fesser tuviera alguna que otra duda sobre la agudeza de sus espectadores.

Otro detalle que me sacó un poco de la historia (junto con un comienzo excesivamente brusco lo cual es imperdonable en una película de tanta duración) fue la manera, a mi entender inconveniente, de narrar los sueños o las ensoñaciones de la protagonista. Es una forma de contar una historia que requiere mucha habilidad, la necesaria para lograr una transición admisible en la confrontación entre la realidad y la fantasía. Un terreno en el que fracasaba Guillermo del Toro en “El laberinto del fauno” y donde triunfaban Peter Jackson en “Criaturas celestiales” o Terry Guilliam con “El rey pescador” (todas estas películas con más de un punto en común con “Camino”). Todas las escenas en las que intervenía el ángel custodio o Mister Pebbles me parecieron bastante malas. No fue así, en cambio, con esa otra en la que se juega con las proporciones humanas y materiales -al estilo de “Alicia en el país de las maravillas”- de un modo que resultaba tremendamente inquietante.
Para acabar con el listado de aspectos negativos de la película decir que llegó también a agotarme el inacabable calvario físico y mental de Camino. La complacencia de Fesser en detallar los tormentos a los que se ve sometida la niña (ahora la abrimos por delante, ahora por detrás, ahora se le cae el pelo, ahora se queda ciega, ahora además me cargo al padre) rayan en el sadismo. Como decía Thelma Ritter en Eva al desnudo “sólo faltan perros mordiéndola”. Pero como tengo la convicción de que no existía en el ánimo del director ningún afán morboso lo dejaremos en otra muestra de su falta de sutileza narrativa.

En el aspecto artístico, y tras volver a celebrar la recuperación para el cine y para la vida de Manuela Vellés y hacer mención al buen trabajo de Carmen Elías y Mariano Venancio, decir que el tiempo nos dirá si Nerea Camacho es o no una buena actriz pero al menos en este película su trabajo me chirría un poco. Aunque seguramente sea culpa del director el hecho es que se pasa buena parte de la película poniendo unas caras rarísimas y riendo de forma un tanto irritante. Pero lo bueno es que al final uno termina por encariñarse con ella, o mejo dicho con su personaje lo cual hablaría mejor de su trabajo y del de su mentor.

Para terminar me gustaría citar un extracto de uno de los comentarios de la página de Film Affinity. No se suele leer nada demasiado interesante en ese lugar pero creo que en esta ocasión alguien dio en el clavo al decir más o menos que si el “Amor” por Jesús es capaz de hacer que Camino pueda morir en Paz, que más da que este Jesús no sea el hijo Divino sino Jesucristo García.

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Tuesday, October 14, 2008

Actualidad

Dos notas de actualidad meramente anecdóticas pero, como de costumbre, también muy reveladoras. El hecho de que estas dos noticias tengan como protagonistas a políticos del Partido Popular es pura coincidencia.


Noticia número 1.




Hace años en el programa de radio de Julia Otero (debió ser en la temporada 91-92) dedicaron una noche a hablar de cierto espectáculo que tenía lugar en una discoteca, no recuerdo exactamente donde, que se llamaba “El lanzamiento de enano” y que consistía, como su propio nombre indica, en que los clientes de la discoteca competían a ver quien llegaba más lejos lanzando a un enano contratado para la ocasión.

Julia y su tertulianos comentaron la noticia mostrándose lógicamente indignados por la penosa actividad que tenía que desarrollar aquel hombre para ganarse la vida. Es imposible tener otro punto de vista si se es una persona medianamente decente pero lo verdaderamente interesante de esta historia tuvo lugar poco después de esta declaración colectiva de principios. Durante el programa Julia consiguió hablar con el enano en cuestión y cuando le preguntó si no le gustaría trabajar en otra cosa él respondió “¿De qué?”.

Los que hayan visitado Madrid en los últimos años habrán observado (no sé si pasa lo mismo en otras grandes ciudades) que por la zona comercial suelen pasearse una serie de individuos que han recuperado el antiguo oficio de hombre anuncio. La semana pasada el ayuntamiento de Madrid anunció que el año que viene esta figura (al igual que la del repartidor de octavillas) va a desaparecer de las calles. El pretexto es que se considera "vejatorio y degradante" para estas personas que se las "fuerce a ser soporte publicitario”.

Para bien o para mal yo soy una persona cada vez menos “indignable” por cualquier tipo de suceso tanto, si me afecta personalmente a mí como si se trata de una noticia a nivel local, nacional o internacional. En primer lugar porque ya me he hecho a la día de que –como se decía en las tiras cómicas de Mafalda- “este mundo es este mundo” y en segundo lugar pienso que hacerse tanta mala sangre debe ser malo para la salud. Pero todavía hay cosas que siguen sacando la bilis fuera de la vesícula y esta es una de ellas.

Naturalmente todo eso de “actividad vejatoria y degradante” es una mierda como un piano de cola. De lo que se trata es de eliminar cualquier cosa que pueda estropear la transformación del centro de la ciudad en un parque temático para turistas, tal y como ha ocurrido con muchas otras ciudades del mundo. El viejo cuento del See no evil.

Pero bueno, imaginemos por un momento que creemos en lo que el Ayuntamiento dice, que nos tragamos que sus intenciones son efectivamente humanistas y quieren evitar que algunas personas lleven a cabo un oficio, según ellos, humillante. Sería perder el tiempo enumerar la larga lista de actividades que tienen que llevar a cabo los seres humanos para ganarse la pizza y el falafel y que podrían recibir tal calificativo, suponiendo además que no sea igualmente degradante dedicar el setenta por cierto de tu existencia a algo que ni siquiera te garantiza que puedas tener una vida medianamente digna. Además tampoco es eso lo que me molesta. Lo que verdaderamente me saca es que en esa ordenanza no se especifica ningún interés por el futuro de esas personas cuya dignidad tanto les preocupa. La mayor parte de los hombres anuncio no pueden dedicarse a otra cosa. Muchos son inmigrantes, recuerdo en concreto que, cuando dieron esta noticia por televisión, entrevistaron a uno de ellos, un hombre de unos cincuenta años y con acento sudamericano que manifestaba ganar seiscientos euros con los que apenas podía pagar el alquiler y otras menudencias. ¿Qué pasará con ellos ahora? ¿No acabaran quizás en una actividad mucho más humillante y vejatoria aunque posiblemente llevada a cabo lejos de la calle Preciados?. Incluso aunque las intenciones sean buenas, esta clase de dilemas morales son algo que sólo se plantean los ricos o cuanto menos la gente que sabe en qué cama va a dormir al día siguiente.



No sé mucho de Gallardón, salvo que su aspecto juvenil de perenne cachorro popular anclado entre los veintimuchos y los treintaypocos siempre me ha resultado algo tenebroso (y esas cejas blancas que luce contribuyen aún mas a esa sensación) como si de un Michael J. Fox de la política se tratara. Ni siquiera su condición de eterno sufridor de la derechona política y mediática me hace tenerle más aprecio. Sólo puedo decir que, tanto si se trata de una iniciativa pretendidamente progresista como si se ha hecho con la encubierta intención de sacar a la chusma de los alrededores del kilómetro cero, el hombre no tiene salvación. En el primer caso se puede decir que hablamos de un ignorante, en el segundo caso será simplemente un canalla





Noticia número 2.



Esta noticia se conoció algunos días después que la anterior aunqu desde luego ha tenido mucho más difusión. Me refiero al off the record en el que ha sido pillado el líder de la oposición Mariano Rajoy el cual, durante una charla previa a no sé que acto público, calificó de “coñazo” el desfile de las Fuerzas Armadas al que tenía que asistir al día siguiente.



Este incidente no tiene ninguna relevancia para mí, sólo confirma algo que yo ya sabía: que la mayor parte de los políticos son personas cuya función en la vida es estar en sitios en los que no quieren estar, hablando con gente con la que preferirían no hablar y afirmando cosas que en realidad no piensan. En resumen, su vida es un coñazo. También la del resto de nosotros pero la suya lo es por partida doble ya que tienen que someterse a todos esos actos ajenos a su voluntad con la sonrisa permanentemente incrustada en la boca y pretendiendo en todo momento que la concesión del título de “Hijo predilecto de Torralba de los Cizones” es el acto más emotivo de su carrera.

Yo la verdad es que agradezco estas meteduras de pata de políticos, periodistas, presentadores y demás personas que salen por la televisión aparentando lo que no son y hablando de cosas que no sienten. Quiero decir que me gusta más la idea de que Rajoy piense que el desfile de marras es un coñazo pasado por agua que no un acto de afirmación patriótica de amor al ejercito y orgullo nacional.

Pero lo verdaderamente llamativo de todo esto es el desconcierto que produce en algunos el descubrimiento de algo que yo supongo que en el fondo ya sabían. Me refiero a que llegados a la conclusión de que cualquier tipo de expresión pública en general y la expresión pública de la política en particular es una farsa, hay que decir también que es una farsa reconocida y consentida tanto por los que la protagonizan como -o al menos eso creo yo- por los que la reciben. Sin embargo cuando ocurre algún accidente y la farsa queda al descubierto nos lo tomamos demasiado mal.

Volviendo con el asunto en cuestión tengo que decir que en mi clasificación personal, según el grado de asquerosidad, de los dirigentes del PP Rajoy ocupa una posición muy baja (quiero decir con esto que su factor asquerosidad es bajo), no es de los peores que me caen o al menos puedo soportar su presencia en la pequeña pantalla sin tener que bajar el volumen de la televisión. De entre los muchos videos que circulan en el youtube con la metedura de pata he elegido el que ilustra esta historia porque aparentemente recoge la reacción inmediata de Rajoy después del lapsus, tal y como se puede ver entre los segundos 13 y 17 del vídeo. Ese gesto de tapar el micrófono y esa cara de yo-no-fui lo único que me inspiran es ternura y también un cierto alivio porque un político se comporte de vez en cuando como un ser humano y no como una máquina de decir insulseces. Además creo que el hombre ha afrontado bien la metedura de gamba, ha dicho simplemente que se trataba de una expresión coloquial en una conversación privada. Perfecto. Los que no lo han llevado también son los socialistas que en boca de su secretaria Leire Pajin –cómo se puede ver también en el video- han perdido una nueva ocasión de intentar llevar las cosas con algo de clase.

Me imagino que la anteriormente mencionada derechona (que también tiene en su punto de mira a Mariano desde que se atrevió a llevarles la contraria, algo por cierto que nunca pensé que tuviera redaños para hacer) tendrá algo que decir aunque tengo curiosidad por saber cómo habrían salido del paso si esto hubiera sucedido en los tiempos en que calificaban a Rajoy como el mejor político español desde los tiempos de Emilio Castelar (dicho por boca del mico Federico).

En fin, por mi parte que sigan todas estas encantadoras pilladas (detesto la palabra pero no se me ocurre ninguna otra mejor) y sobre todo que el desfile de las Fuerzas Armadas siga siendo un coñazo por muchos años.

Friday, October 10, 2008

El día que nací yo que canciones molarían

La combinación de mucha gente ociosa y de un océano inabarcable de información internetera suele traer consigo iniciativas tan irresistibles y tan encantadoramente inútiles como ésta.

http://www.thisdayinmusic.com/birthdayno1

Se trata de descubrir cuales eran las canciones que estaban en el número uno el día y el año que tuvieron la suerte o la desgracia de nacer en UK, USA y Australia. Yo tampoco entiendo muy bien a qué viene incluir Australia en la lista salvo que el autor de la idea sea también de esa parte del mundo. Personalmente ni siquiera me he molestado en averiguar que era lo que se llevaba en el país de los canguros el día que vi la luz de la bombilla del techo de hospital.

Lo que más llama la atención viendo los diferentes hits es que muchos de ellos son canciones completamente desconocidas u olvidadas hoy en día lo cual dice mucho acerca de lo evanescente que es el mundo del espectáculo o de la poca cultura musical española. Pero gracias a Dios tenemos el youtube (el mejor invento de la humanidad después de las pastillas de goma con forma de botella coca cola) para rescatar del olvido todos estos antiguos éxitos. Por cierto que haciendo esto he descubierto lo segundo que llama la atención y es que muchas de esas canciones han sido versionadas por Amy Winehouse. Que furor “coveriano” tiene esta mujer.

En fin, a nivel personal decir que el dos de enero de 1969 lo que molaba en UK era el Ob-La-Di Ob-La-Da pero no el de los Beatles sino una versión de unos tal Marmalade



Pues qué quieren que les diga. Ni siquiera es una canción que me guste demasiado de los fab four y menos si ni siquiera la interpretan ellos.

Con el número uno USA ha habido más suerte ya que se trata del inmenso I Heard It Through The Grapevine del también inmenso Marvin Gaye.



Recuerdo perfectamente el día en que escuché en la guagua del instituto la noticia de su asesinato. Y también recuerdo perfectamente que la cuidadora echó la culpa a la debacle moral que trae consigo la democracia Dios sabe por qué.

Pues nada, ya pueden entregarse a tan apasionante entretenimiento que por muy absurdo que parezca estoy convencido de que no podrán resistir. A ver que sale.

¿No sería bonito que alguien tuviera la misma iniciativa con los grandes éxitos que había en España en aquellos años?.....Pues no, no sería bonito en absoluto, que nadie lo haga por favor.


P.D. Al final he decidido mirar lo que molaba en Australia el día de mi alumbramiento. Se trata de Stars Crossed Lover de Neil Sedaka que NI SIQUIERA está en el youtube. Ay Dios cuando aprenderé a estarme quieto.

Sunday, October 05, 2008

ABECEDARIO DEL CRIMEN CAPITULO XV. THE EAST ENDERS


La primera vez que oí hablar de los hermanos Kray fue en un telediario del año 1984. La noticia, por lo que pude entender, trataba sobre el entierro de la madre de dos criminales condenados a cadena perpetua. Me resultó muy chocante ver a dos hombretones ya en edad madura llorando como niños con las esposas puestas y estrechamente custodiados por la policía. No he podido encontrar imágenes de aquella noticia que sin embargo se puede ver recreada en la película biográfica “The Krays”




Precisamente mi siguiente encuentro con esta historia vino a través ese biopic en el que los dos hermanos eran interpretados por los también hermanos Gary y Martin Kemp miembros del grupo Spandau Ballet. La idea de que dos componentes de un grupo de música de aspecto tan melifluo pudieran llevar a la pantalla de forma veraz la vida de dos duros delincuentes londinenses puede parecer un poco ridícula.




Pero por lo que me dijeron aquellos que vieron la película (yo lamentablemente no pude hacerlo) el resultado era bastante aceptable.

A lo largo de los años siguientes pude comprobar que la figura de estos dos hampones ingleses había calado profundamente en la subcultura inglesa. Aparte de la película biográfica se han hecho documentales, se han escrito libros, se les han dedicado canciones y han aparecido de forma velada como personajes en muchas películas y series de televisión (“Réquiem por los que van a morir” o las películas de gangsters londinenses de Guy Ritchie por poner un par de ejemplos). El mismo “Diccionario del Crimen” parece complacerse mucho con las sangrientas hazañas de los gemelos a los que les dedica varios capítulos. Para mí el aspecto más interesante de su historia es comprobar como dos individuos que, usando una irresistible combinación de astucia, encanto y brutalidad podían haber reinado en los bajos fondos durante décadas cayeron en desgracia por una irresistible atracción por la fama directamente heredada de la visión infantil de películas de gangsters (sobre todo las de James Cagney). Los Kray fueron posiblemente dos victimas prematuras de la mala influencia que la ficción criminal ejerce sobre algunas mentes. Veamos como ocurrió.


Ronald y Reginald Kray vinieron al mundo el 24 de octubre de 1933 en el East End de Londres un lugar que en la época en la que crecieron los hermanos ya escapaba al control de las autoridades.





De niños los Kray ya eran boxeadores y luchadores callejeros antes de que en 1952 el ejercito tratara de enderezarlos.




La insólita carrera militar de los gemelos Kray merece una atención especial. El 2 de marzo de 1952, su primer día entre los Fusileros Reales, los hermanos interrumpieron una exposición del cabo sobre las virtudes de las botas bien pulidas. “Esto no nos importa –anunciaron-. Nos vamos a casa con nuestra madre”. El cabo agarró a uno de los chicos; ellos lo tiraron al suelo y llegaron a casa a tiempo para el té. Al día siguiente les detuvieron pero en cuanto les pusieron en libertad volvieron a ausentarse sin permiso. Volvieron a cogerlos y en las sucesivas semanas golpearon a un sargento y a un suboficial. Volvieron a escaparse, volvieron a detenerlos. Un policía les localizó en un pub de Mile End pero los gemelos le dieron una paliza. De nuevo capturados fueron enviados a una prisión militar en espera de juicio.

Durante su encierro se cargaron el mobiliario de la celda, rajaron los colchones e hicieron trizas los uniformes. Cuando los guardias trataron de imponer el orden le vaciaron a uno el cubo de la letrina en la cabeza y logaron esposar a otro a las rejas con sus propios grilletes. Días más tarde pidieron ir al lavabo y allí redujeron a su escolta con una llave de judo, robaron las llaves de la sala de guardia y volvieron a fugarse.

En vez de poner a la sombra a los Kray durante cinco largos años el Ejercito estableció una tregua y el 11 de junio de 1953, un tribunal condenó a los gemelos a pasar los cinco meses que quedaban de su servicio militar en la prisión de Shepton Mallet donde completaron su formación criminal al entrar en contacto con delincuentes auténticos.


Tras derrotar la disciplina del Ejercito y a los veinte años ya eran, en palabras de un viejo delincuente “un par de bastardos profundamente malos”, con una reputación de salvajismo desenfrenado.

El primer asidero firme al comienzo de su carrera criminal fue el Regal, una ruidosa sala de billar del East End; después de un mes de reyertas el sueño se la alquiló legalmente a los Kray por cinco libras semanales. La sala se convirtió en su cuartel; en torno a los gemelos se formó una banda que asaltaba casas y que asolaban salas de baile y pubs por pura diversión. Mandaban por medio del temor; montaban tribunales marciales para las infracciones de disciplina, y Ronnie se ganó el apodo de El Coronel por su agudeza militar y la red de espías con que contaba. También empezó a comportarse como un dandy. Cada día, mientras ganduleaba vestido con una bata púrpura, acudía a su casa un barbero para el afeitado matutino, y un masajista personal. Mientras tanto mataba el tiempo afilando sobre un yunque su colección de bastones de estoque, cuchillos gurka, bayonetas, machetes y sables.

A continuación los gemelos se pasaron al negocio de la protección poniendo sus garras en docenas de clubs y pubs locales, restaurantes y establecimientos ilegales de apuestas.

En 1956 la organización adquirió el nombre de La Empresa y en otoño Ronnie ganó un enorme prestigio por dispararle en la pierna a un estibador después de una discusión sobre un coche. El 5 de noviembre de ese mismo año fue condenado a tres años de prisión por causar graves daños corporales a otra victima.

En la cárcel Ronnie fue presa de una locura declarada. Cuando lo pusieron en libertad en un estado mental sumamente inestable, se aterrorizó al descubrir que Reggie casi se había enmendado. Más diplomático e inteligente y con menos de psicópata redomado, Reggie había fundado un próspero club en el East End, el Doble R, que regentaba con chaqueta de smoking. Estaba a mitad de camino de retirarse de la confusión y la violencia del trabajo sucio y de las guerras del bar de Ronnie. Pero éste no tenía tiempo todas esas insignificancias, su ansia de intimidar y explotar lo impulsó a reclamar el negocio de protección de un club que aún le pertenecía.

Hubo una junta de bandas de la que el hermano violento salió hecho un huracán. De repente toda la administración de Reggie y la moderación autoimpuesta no contaban ya para nada. Se trataba de “nosotros y ellos”, los gemelos contra el mundo. Y Reggie tuvo que seguir la senda de Ronnie

La vuelta a las tácticas de mano dura les aseguró una poderosa victoria. En el otoño de 1960 pagaron 1.000 libras por una propiedad que producía 80.000 libras al año; el Esmeralda´s Barn, un casino de primera clase de Knighsbridge. Habían hecho fortuna pero sólo en teoría. Ronnie se inclinó por una versión más lujosa de la sala de billares Regal y hundió el negocio, administrando mal los créditos y animando la admisión de chusma. En unos años el casino quebró.

Pero otros negocios estaban en alza. A principio de los años sesenta los Kray habían realizado casi medio centenar de fraudes a gran escala, de los cuales obtuvieron en 1962 una cifra neta de 100.000 libras. En 1965 les arrestaron por exigir dinero con amenazas, pero el proceso fue una chapuza y salieron bien librados lo que les hizo ganar fama de intocables.

Por entonces la Mafia andaba buscando un organización fiable que garantizara el bienestar de los aviones llenos de apostantes que se proponían enviar a Londres para celebrar una gira de jugadores. Había mucha pasta en juego en forma de inversiones en casinos y hoteles. ¿Podían los Kray garantizar la protección?.

El único rival de los Kray en este negocio era la banda Richardson encabezada por Charles Richardson experto en torturas que siempre tenía a mano un equipo que incluía palos de golf, cuchillos, pinzas para arrancar los dientes, calentadores eléctricos y un grupo electrógeno portátil.

Pero nada de esto hacia menguar las ganas de pelea de Ronnie que lo primero que hizo fue adquirir dos ametralladoras Browning. Después de algunas escaramuzas previas un inconexo tiroteo el 8 de marzo de 1966 –conocido como “la batalla del club Mr. Smith- llevó a la mayoría de los Richardson al hospital o tras las rejas (al torturador Charles le cayeron 25 años), dejando a los Kray como los indiscutibles reyes del crimen en Londres.

Pero todo eso no era bastante pare el loco Ronnie. Tenía que matar a alguien, le parecía que nunca podría llegar a ser uno de esos gangsters a los que tanto admiraba si no cometía un verdadero asesinato. Para este propósito escogió a George Cornell, único superviviente de la banda Richardson, quien además había tenido la imprudencia de llamarle “gordo maricón”.




Al poco tiempo Ronnie entraba a zancadas en el pub Blind Beggar







, un enorme establecimiento victoriano en la carretera de Mile End de Londres, y le disparaba a Cornell en la cabeza con una automática Mauser del 9 ante una docena de parroquianos. Como Ronnie se hartó de contar más tarde, la cabeza de George “reventó de repente”. Según lo veía Ronnie, así era como se comportaban los gángsters, matando públicamente.

Esta bravata puso a su hermano Reggie en un aprieto; Ronnie quería saber cuando “haría lo suyo” su hermano. En otoño de 1966 la manía de Ronnie estaba en pleno apogeo. Más y más gente que “había que matar” estaba “en la lista”. Si los Kray iban a figurar alguna vez como una hermandad seria al lado de la mafia, los peces gordos debían ser todos asesinos. La presión sobre Reggie para que imitara a su hermano era cada vez mayor.

Finalmente, a Jack “El Sombrero” McVitie le tocó el palillo corto.



Jack era un hombre calvo (de ahí el sombrero), borracho y adicto a los estimulantes y definitivamente el hombre menos indicado para liquidar a Leslie Payne, antiguo socio y contable de los Kray y en esos momentos sospechoso de ser un chivato. En septiembre de 1966 Jack había recibido 100 libras y unas pistola para llevar a cabo el contrato pero al final no hizo nada y se quedó con el dinero. Cuando el enfurecido Ronnie reclamó el dinero Jack entró borracho en el Regency –uno de los clubs de los hermanos- blandiendo una escopeta de cañones recortados y amenazando con volarle la tapa de los sesos a los dos hermanos. Acababa de firmar su sentencia de muerte.

Ronnie ordenó a sus guardaespaldas –los hermanos Lambrianou- que limpiaran la ciudad, encontraran a Jack y lo llevaran a una casa en Evering Road diciéndole que se trataba de una fiesta. Justo antes de la medianoche, Jack irrumpió en la casa. Estaba como una cuba. “¿Dónde están las muñecas y las copas?”, rugió. Reggie salió de detrás de una puerta apuntó a la cabeza de McVitie y apretó el gatillo pero el arma se atascó. McVitie se dio cuenta de que se había metido en una trampa y saltó por la ventana haciendo añicos los cristales.

Los hombres de Ronnie le atraparon por los pies y le arrastraron de nuevo dentro de la casa. “Compórtate como un hombre, Jack”, exclamó Ronnie. “Me comportaré como un hombre –contestó Jack- pero no quiero morir así”. En ese momento Ronnie tenía bien agarrado a MacVitie. Empuñando un cuchillo de trinchar, Reggie se enfrento al calvo y desdichado maleante. “Mátalo, Reg. Hazlo”, lo incitó Ronnie. “¿Por qué me haces esto, Reg?” dijo Jack. En respuesta, Reg le clavó el cuchillo debajo de uno de sus ojos. Luego lo apuñaló en los intestinos y en el pecho y luego le rajó la garganta hasta el fondo. Su cuerpo jamás fue encontrado.

Tras la masacre Reggie tuvo que calmar sus nervios a base de licor pero se había ganado el respeto de su hermano.

El siguiente en la lista negra fue Frank Mitchell apodado “el loco del hacha”. Mitchell era un individuo que combinaba un físico impresionante con un cerebro preocupantemente pequeño a pesar de lo cual los Kray le tenían como a uno de sus protegidos. En 1966 estaba confinado en la prisión de Dartmoor por tiempo indefinido. A sus 32 años había pasado un total de 18 entre rejas. No se puede decir que estuviera del todo mal allí, era una especie de preso de confianza al que incluso se le permitía vagabundear por el exterior de la prisión e ir a las tiendas de los pueblos próximos a comprar encargos que le hacían los otros presos. Así pues los Kray no tuvieron muchas dificultades en recoger a Mitchell y llevárselo en coche hasta un piso franco en Londres.

La intención era esconder allí a Mitchell hasta que las cosas se enfriaran pero Frank no dejó que eso sucediera empeñándose en escribir cartas al Daily Mirror y el Times reclamando justicia por lo que consideraba un encarcelamiento erróneo. A continuación empezó a despotricar de su nuevo confinamiento de forma tan desagradable que los Kray tomaron una decisión. El 24 de diciembre enviaron una camioneta a recoger al fugado con el pretexto de llevarlo a una granja en Kent. Nadie volvió a verlo ni vivo ni muerto. El único relato de lo que ocurrió salió del testimonio de Albert Donahgue quien declaró que en el interior de la furgoneta había dos pistoleros esperando a Frank. Aunque el hombre trató de arrebatarles las armas al final estos le acribillaron a balazos. Después de eso, Donaghue telefoneó a Reggie y dijo simplemente “el tío se ha ido”. Reggie se echó a llorar.

De todos modos el testimonio por sí solo no bastaba para probar el crimen y los Kray jamás fueron condenados por este crimen en particular. Tampoco pudo demostrarse su culpabilidad en la desaparición de otros dos de sus hombres, un tal Frost y Teddy Smith también apodado el loco.

A estas alturas Ronnie estaba desbordado por la paranoia rayando en la locura y todo el mundo sospechaba de la Empresa. Al fin y al cabo aquello era Londres y no Chicago o Nueva York y los crímenes de esta naturaleza no eran en absoluto habituales. Además los Kray seguían haciendo su vida social vistiendo con el típico trajo de estafador de Saville Row, conduciendo coches ostentosos y alardeando de saludarse con las celebridades del momento. ¡Incluso aparecían en programas de televisión!.



Entre los famosos que se codeaban con los dos criminales se encontraban Barbara Streisand o Diana Dors la Marylin Monroe británica.



Aunque el más peculiar era lord Boothby también conocido como lord Boozeby (de “booze”, es decir, borracho).




Boothby compartía con Ronnie la afición por los muchachos jóvenes. De hecho Ronnie era su alcahuete y estaba convencido de que sus cacerías sexuales con un par del reino le garantizaban la inmunidad frente a las investigaciones de la policía. Por lo visto el noble sufragó la defensa de los gemelos contra la acusación de extorsión de 1965 e incluso llegó a hablar en su favor en la Cámara de los Lores.


Los mafiosos pueden permanece relativamente tranquilos siempre y cuando no se mantengan en un discreto anonimato pero ninguno de ellos puede llamar la atención de esa manera sin que el sistema reaccione con razón o sin ella, fue lo que llevo a la perdición a gente como Al Capone (condenado con pruebas ridículas) o John Gotti y fue lo que llevó a la perdición a los Kray. El nuevo comisario de policía, sir Joseph Simpson, se sintió obligado a elegir como blanco a los dos hermanos. La investigación fue dirigida por Leonard Read apodado Pinzas (nombre con el cual los gemelos bautizaron a su boa consctictor doméstica, adquirida en Harrods) que capitaneó un equipo de catorce hombres e insistió en la inmunidad de los delatores como forma de conseguir su colaboración.

Read empezó interrogando a Leslie Payne el contable de los gemelos al que la policía interrogó durante tres semanas. Payne estaba aterrorizado por la idea de delatar a los hermanos lo que convenció a Read de que si lograba ponerle a estos fuera de circulación al menos temporalmente, sus victimas y socios podrían mostrarse más inclinados a hablar.

En ese momento se produjo el penúltimo acto de este drama que, como no podía ser de otra manera, fue tan grotesco como los anteriores.

Estamos ya en 1968. A pesar de que el cerco se cerraba en torno a él, Ronnie, el hermano violento, no dejaba de insistir en poner a prueba la lealtad de sus socios forzándoles a cometer un asesinato. El elegido en esta ocasión para hacer de verdugo fue Alan Cooper.

El blanco era un tunante de poca monta que había roto la paz del hampa al disparar contra el amante de sus esposa. El hombre se escondió, pero lo llamaron a prestar declaración como testigo en otro caso y tenía que presentarse al cabo de dos semanas.

Para llevar a cabo la ejecución Cooper, que aceptó la tarea con entusiasmo, inventó un maletín de piel de cerdo envenenado confeccionado por la ex estrella de las carreras de motocicletas Raja Waterman . Al tirar con firmeza de una anilla de latón del asa, una larga aguja hipodérmica se deslizaba hacia delante, saliendo a través de un agujero de la esquina delantera. Cualquier impacto en la aguja ponía en funcionamiento un resorte interior del maletín que activaba el émbolo de la jeringa, que arrojaba el veneno mortal, en este caso cianuro.

El plan consistía en que el asesino debía abrirse paso disimuladamente entre la multitud que se apretujaba en la sala del tribunal, situarse detrás de la victima y pincharle en la pierna con la maleta. El hombre apenas sentiría un leve pinchazo y moriría en unos segundos de un aparente infarto. En la autopsia no podría identificarse rastro alguno de veneno en el estómago.

Ronnie estaba entusiasmado con el plan pero el matón encargado de la ejecución material, un tal Paul Elvey, fue incapaz de llevarlo a cabo. A continuación el imaginativo Cooper sugirió utilizar una ballesta de alta potencia con cerrojos de punta de acero pero el plan también quedo en nada. En un postrer proyecto Cooper y Ronnie decidieron liquidar a George Caruana, el dueño de un club del West End, poniendo una bomba en su reluciente mini rojo.

Este intento de asesinato acabó con el arresto de Elvey en el aeropuerto de Glasgow mientras transportaba 36 cartuchos de dinamita. Resultó que Cooper, un ex contrabandista de oro, era un delator que trabajaba para el Departamento del Tesoro de Estados Unidos, confabulado con Scotland Yard.

Las pruebas de estos exóticos intentos de asesinato eran muy dudosas, pero suficientes para detener a los gemelos Kray y mantenerlos en prisión preventiva con la esperanza de que los asustados testigos se animaran a hablar. El 9 de mayo de 1968 Scotland Yard detuvo a los gemelos, a su hermano menor Charles y a otros catorce miembros de la banda.

Con los Kray entre rejas todo el mundo empezó a cantar. Una camarera del Blind Beggar declaró que fue Ronnie el que disparó contra George Cornell. Luego fue el turno de Reggie Hart presente en la matanza de Jack McVitie. Uno por uno todos fueron contando lo que sabían y por fin en marzo de 1969 los gemelos fueron condenados a un mínimo de 30 años de cárcel por los crímenes de Cornell y McVitie.

Lo más llamativo de todo es que los crímenes de los Kray fueron totalmente inútiles. George Cornell era sólo el último superviviente de una banda que ya no representaba ninguna competencia para la Empresa y McVitie era un borracho don nadie. Los Kray, en especial Ronnie, se habían enredado en una ficción, aspirando al prestigio de los asesinatos del submundo del crimen norteamericano. Y Reggie atado por el extraño y fatal vinculo que le unía desde la infancia a su hermano no había podido hacer otra cosa que acompañarle en su locura.

En la cárcel Reggie se dedicó a la pintura en acuarela y a las lecturas selectas. Pasar tantos años en régimen de estricto confinamiento como prisionero de categoría A suele ser suficiente, en principio, para convertir a cualquiera en un vegetal pero Reggie continuaba en situación de mens sana in corpore sano. Incluso escribió varios libros, uno de ellos era un manual para mantenerse en forma en situaciones de encarcelamiento. También escribió una autobiografía denominada “Our History”, una afectuosa muestra de autoestima, generosamente surtida de fotografías de famosos con dedicatorias a los dos gemelos.

Su hermano Ronnie no se lo tomó tan bien. Ya estaba en bastante mal estado cuando ingresó en la cárcel y posteriormente fue trasladado al hospital psiquiátrico de Broadmoor, lo cual no le impidió casarse en 1989 con una muchacha mucho más joven que él. Su reclusión tampoco fue impedimento para su antigua afición por los jovencitos.

Ronnie murió de un ataque al corazón el 17 de marzo de 1995. Su funeral fue todo un acontecimiento demostrando que el viejo gangster no había perdido su magnetismo ni su condición de héroe del East End.



Reggie salió de prisión en agosto de 2000 tras cumplir su condena integra, la mayor parte en aislamiento. Enfermo de cáncer pasó menos de un mes en libertad antes de morir el 22 de Septiembre. Fue enterrado junto a su hermano.


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