Sunday, September 28, 2008

Shoot pool Fast Eddie



Paul Newman murió ayer victima de un cáncer de pulmón a la edad de 83 años. Posiblemente sea la muerte más importante del mundo del cine (en lo que se refiere a actores) desde que Marlon Brando falleció en el 2004. Y posiblemente también ambos estaban al mismo nivel en el Olimpo de los dioses de Hollywood, y se me ocurren muy pocos de los que aun siguen vivos que se puedan comparar con ellos.

En el caso especial de Newman podría hablarse de alguien cuya vida fuera de las pantallas resultaba casi tan interesante como dentro de ella por diversas razones. En primer lugar por haber sido capaz de mantener una relación sentimental estable durante la friolera de 50 años en un ambiente en el que los perros suelen durar más que los matrimonios. También eran conocidas sus facetas como corredor de formular uno (una actividad que siguió desarrollando hasta hace poco), empresario en el negocio de los condimentos para barbacoa (destinando los beneficios íntegros para obras de caridad, una actividad en la que se prodigo tras la muerte de uno de sus hijos debido a una sobredosis de drogas) y también como un convencido liberal y aliado del partido demócrata. Aparte de todo eso y ya abordando un camino más frívolo podríamos calificarle como el actor que más tiempo logró mantener un aspecto físico tremendamente atractivo (vamos que no terminó siendo una piscina de hidratos de carbono como el mencionado Marlon Brando)..



Pero bueno, todos estos detalles ya habrá quien los desglose de forma más efectiva en los numerosos artículos que se escribirán en los próximos días.. Tal y como ocurre siempre en estos casos lo mejor que puede hacer uno es transcribir sus propios recuerdos sobre el actor en lo que se refiere a lo único que de verdad importa: sus películas.

Mi primer recuerdo de Paul Newman tuvo lugar con una película que seguramente a nadie se le ocurre evocar cuando piensa en su carrera. Fue durante un pase televisivo de “What a way to go” (“Ella y sus maridos” fue el titulo que le dieron en España) una comedia negra en la que Shirley Maclaine daba vida a una infortunada cuyos diferente maridos, que eran pobres cuando ella les conocía, iban muriendo de forma accidental tras convertirse en millonarios gracias a la involuntaria intervención de la mujer. Newman interpretaba a un pintor bohemio que se ganaba la vida como taxista y en su primera aparición en la película presentaba un aspecto tremendamente desastrado con boina y barba incluidas e incluso me parece recordar que se estaba comiendo un plátano. Esa fue la primera vez que le vi y recuerdo que mi madre dijo “ese es Paul Newman”.

No sería capaz de seguir con el orden cronológico de todas las películas de Newman que vi a partir de ese momento así que como de costumbre será recomendable seguir el hilo de la imdb donde se desglosan 81 intervenciones a lo largo de 54 años de carrera.

Su primer papel estelar fue en “El cáliz de plata”, un título muy poco conocida y, por lo que he leído, con razón. Estoy convencido de que llegaron a pasarle en televisión al menos una vez y ahora lamento no haberla visto ya que tenía curiosidad por ver una película en la que, según sus propias palabras, Newman estaba tan avergonzado que apenas era capaz de mirar a la cámara. El joven actor (a pesar de que tenía ya casi treinta años) fue acusado de ser una mala imitación del ya muy conocido Marlon Brando e incluso se cuenta que la experiencia estuvo a punto de hacerle abandonar su carrera.



Afortunadamente no lo hizo y un par de años más tarde obtuvo su primer éxito con “Marcado por el odio” (Somebody Up There Like me) biografía del boxeador Rocky Graciano en el que Newman interpretaba a un chico de los barrios bajos rebelde y violento que conseguía encauzar su ira en algo positivo (es un decir).



Ese mismo año interpretó también “Traidor a su patria” (The Rack) en la que daba vida a un veterano de la guerra de Corea que había colaborado con los comunistas tras ser hecho prisionero. Esta segunda película no es tan conocida como la anterior pero la recuerdo especialmente por una emotiva escena en la que el soldado se reconciliaba con su padre, un duro militar en parte culpable de la conducta del joven traidor.

En 1958 vinieron tres películas (bueno de hecho vinieron muchas más pero repito que sólo hablo de las que he visto) dos de las cuales no me gustan nada. Una es “El largo y cálido verano” adaptación de una obra teatral de Tenesse Williams que además contaba con Orson Welles y Joanne Woodward, el gran amor de su vida. Que yo sepa esta fue la primera película en la que compartieron cartel. Una película muy floja e incluso rayana en el ridículo a pesar de su prestigioso origen literario y de que su guión venia firmado entre otros por William Faulkner.

La otra película de este año es “El zurdo” (The Left Handed Gun) de Arthur Penn en la que Newman interpretaba al mismísimo Billy el Niño. El problema con esta obra es que a Newman se le escapó el Actors Studio por todas partes, algo curioso teniendo en cuenta que yo al menos no recuerdo que en sus trabajos anteriores el actor ofreciera una interpretación tan sobreactuada.



Pero, siempre sin salir de 1958, Newman solucionó los desaguisados anteriores con “La gata sobre el tejado de Zinc” otra historia de Tenesse Williams (adaptada de forma no demasiado fiel si hacemos caso a otros intentos posteriores seguramente más ajustadas al original pero, seguramente también, mucho menos memorables). No sé si será una de las mejores actuaciones de Newman pero sin duda uno de los imágenes más recordados de su carrera es el del alcoholizado, traumatizado y armarizado Brick Pollit cojeando aferrado a un vaso de whisky mientras una despampanante Elizabeth Taylor en paños menores trata de atraer su atención (en todos los sentidos).



Y todo ello en el asfixiante ambiente de una hacienda sureña en la que los buitres rodean el próximo cadáver del patriarca de la familia con el que Brick ajustara cuentas en una emocionante (y seguramente no incluida en la obra original de Williams) escena.

Luego siguieron una serie de películas en las que ojos azules pareció especializarse en el papel de joven abogado de Filadelfia empeñado en sacar a su rica y decadente familia de las garras de la decrepitud moral. Dos de esas películas fueron “La ciudad frente a mi” (The young Philadelphians) y “Desde la terraza” que recuerdo como dos dramas solventes pero no especialmente destacables.

Tras una intervención que tampoco era para tirar cohetes en la superproducción “Éxodo” llega el año 1961 y con él posiblemente la mejor película de Newman y también una de las mejores de la historia del cine. Hablamos de “El buscavidas” (The Hustler) y del inmortal “Fast Eddie” Felson un fantástico jugador de billar americano que sin embargo es incapaz de ganar debido a su impetuoso temperamento. Tras su épica primera partida contra “El gordo de Minessota” Felson tendrá que recorrer un arduo camino en el que, a través del dolor físico y moral, el maquiavélico Bert Gordon (George S. Scott) le mostrará el camino para ser el campeón: convertirse en un frío y despiadado hijo de puta que debe dejar su alma colgada en el perchero junto con la chaqueta antes de empezar a jugar. Una obra maestra del cine y de la vida.



Tras llegar posiblemente a la cumbre de su carrera (en lo referido al arte cinematográfico que no a la popularidad) siguieron algunas películas que particularmente no encuentro demasiado estimulantes como “Paris Blues” (en el que interpretaba a un músico de jazz que debía hacerse a la idea de que nunca sería uno de los grandes del género) o “Dulce Pájaro de Juventud”, otra obra salida de la calenturienta pluma de Tenesse Williams. Quien sabe si con esta última película Newman decidió despedirse de su habitual rol de joven atormentado teniendo en cuenta que ya frisaba los cuarenta años (por más que nunca tuvo dificultad en aparentar entré diez y quince años menos).

Lo cierto es que su siguiente papel conocido fue un verdadero cambio de registro. En “Hud” el actor daba vida a un personaje verdaderamente desagradable, un ganadero borrachín, mujeriego y sin escrúpulos que se enfrenta a los rígidos códigos morales de su padre y al bondadoso carácter de su hermano. Aunque al final logra salirse con la suya, el despiadado Hud tendrá que pagarlo con soledad más completa por más que esto parece importarle muy poco si atendemos al plano con el que se cierra la película. Para la historia Newman deja una de sus mejores frases “Cariño, lo único que necesito saber de ti es a qué hora llegará tu marido”.



Hablando de cambios de registro en las siguientes películas Newman pareció intentar demostrar que también sabía hacer reír y así siguieron la simpática comedia de espías “El premio” y la ya mencionada comedia mortal “Ella y sus maridos”.

Antes de llegar a otra de sus películas más populares vinieron “Cuatro confesiones” (“The Outrage” un insólito remake de “Rashomon” con Newman haciendo de bandido mexicano) “Harper, investigador privado” (adaptación al cine del detective literario Lew Archer condimentada con un claro aroma sixties) y “Cortina rasgada” un trabajo de Alfred Hitchcock del que no guardo un recuerdo demasiado profundo si exceptuamos la magistral escena del asesinato del inspector Gromek, la más violenta que filmó jamás el gordete y una de las más violentas de la historia del cine (al menos del que se había hecho hasta ese año).





En 1967 vino “La leyenda del indomable” (“Cool Hand Luke”) puede que no una de sus mejores películas pero sí una de las más populares y queridas por el público. Incluso es muy posible que sea esta su película emblemática o una de las que primero vienen a la memoria cuando se habla de Paul Newman. La vi por primera vez cuando era niño y me entusiasmó. Pero posteriores visionados me han dejado una opinión algo más escéptica de una película invadida por la sonrojante ingenuidad de la época, con ese penal que más bien parece un internado algo riguroso para jóvenes descarriados y ese torpe simbolismo del silencioso vigilante de las gafas de sol como implacable encarnación del sistema. De todos modos que duda cabe de que Newman ofreció una intensa interpretación de ese rebelde atrapado por su propia leyenda que no puede dejar de ofrecerse en bandeja para deleite de sus admiradores que se complacen con las hazañas que ellos no tienen agallas para llevar a cabo. Y para la posteridad queda por supuesto la escena que ya se estarán imaginando.



Al año siguiente se produjo el debut en la corta carrera de Newman como director. Se trata de “Rachel , Rachel”, una interesante película (que por desgracia no pude terminar de ver en su día) y un verdadero regalo para Joanne Woodward que daba vida a una maestra solterona dominada por su egoísta madre.

Al año siguiente y tras un particular homenaje a una de sus máximas aficiones (“Winning”, llamada en España “Quinientas millas”, una película de carreras no demasiado buena que además contaba con el lastre de tener en su reparto a Richard Thomas quizás uno de los peores actores del mundo) llegó otro de sus títulos más célebres, “Dos hombres y un destino” (Butch Cassidy and the Sundance Kid) la historia de dos miembros del autentico “Wild bunch” y un western que sin llegar a la parodia mantenía un peculiar sentido del humor incluso en sus momentos más aparentemente dramáticos. En esta película Newman compartía pantalla con otra leyenda de Hollywood, Robert Redford (que por otro lado yo siempre he encontrado mucho menos guapo y bastante menos buen actor que ojos azules) que interpretaba al cenizo Sundance Kid mientras que Newman hacia lo propio con el cachondo Butch Cassidy. Esta película es una inacabable sucesión de secuencias memorables como la del doble robo al tren, la del salto al río en medio de la persecución de los “pinkerton” o el emocionante final aunque puede que las más recordada sea la de un simple paseo en bicicleta mientras suena una famosa canción que particularmente nunca me ha gustado y que sólo entiendo que se incluyera en la película por el inevitable ambiente pop que todo lo contaminaba en aquellos años.



A continuación entramos en los setenta, una década que produjo muchas victimas entre los viejos dioses del celuloide. Newman no fue ninguna excepción aunque podríamos decir que se mantuvo razonablemente intacto ante la oleada iconoclasta, obscena y violenta de los años de la pana y el cuero marrón.

Para empezar protagonizó “El juez de la horca” (The life and times of Judge Roy Bean) biografía de un personaje real (parte de cuya vida se narró en “The westerner” de Gary Cooper) con un particular sentido de la justicia dirigido por el rudo John Houston con guión del más rudo aun John Millius. Un western brutal, satírico y desmitificador que sin embargo y siempre según mi opinión ha soportado mucho mejor el paso del tiempo que “La balada de Cable Hogue” que yo considero como una versión edulcorada de la misma historia (no en cuanto a la temática pero sí en cuanto al estilo y al trasfondo de producto crepuscular).



En medio de estos años se produjo la que para mí es su principal aportación al cine como director. Se trata de “El efecto sobre los rayos gamma sobre las margaritas” una historia casi insoportablemente triste sobre una niña que trata de mantener la esperanza en medio de la marginación que sufre a causa del desequilibrado carácter de su madre (interpretada por Joanne Woodward en otro regalo que le ofreció su querido y fiel esposo). El final de la película es precisamente una mezcla entre crueldad y esperanza y por ello el momento cumbre de su carrera como realizador.




A esta siguió otro producto de Houston y otra película de claro estilo setentero, “El hombre de Mackintosh” rodada en Inglaterra. Una trama de espionaje plagada de escenas desagradables (incluido la brutal muerte de un perro) para la que, al contrario que su predecesora, no veo ningún motivo por el tuviera que ser rescatada del olvido.

A continuación, en cambio, vino una película de corte absolutamente clásico. Se trata de “El golpe” también co protagonizada por Robert Redford y también dirigida por George Roy Hill un realizador cuya carrera siempre estuvo a la sombra de las dos grandes estrellas (hay quien dice que incluso eran ellas las que dirigían el cotarro en realidad). Una elegante historia de timadores de la época de la depresión llena de trucos y cambios de registro que supuso otra gran éxito de crítica, público y premios (incluyendo un buen mazo de oscars aunque nuestro héroe volvió a ser olvidado por la Academia). También podríamos encontrar un elevado número de escenas inolvidables en esta película aunque mi preferida es la gran partida de cartas en el tren y ese tenso enfrentamiento entre el fullero Henry Gondorff y el malvado Doyle Lonnegan (Robert Shaw otro monstruo de la interpretación y uno de mis actores favoritos).



Lo que pasó a continuación se puede considerar como un clásico en la biografía de todo gran actor de Hollywood que naciera antes de 1930. Aunque se suele considerar como una vergüenza y un despilfarro para tanto glamour y talento lo cierto es que estoy por creer que casi ninguna gran estrella que se precie pudo pasar por los setenta sin dejarse caer en al menos una gran película de catástrofes tan del gusto de la época. La que le tocó en suerte a Newman fue “El coloso en llamas” que no es de las peores y sin duda es de las más celebres.



Al año siguiente el actor recuperó el papel de Lew Harper (Archer) en “Con el agua al cuello” (The Drowning Pool) en una película que será recordada por una estrambótica escena de un suspense tan horrible que el mismo Hitchcock podría haberla firmado.



La despedida de la década pegajosa fue a lo grande siempre y cuando hablemos exclusivamente desde la óptica más popular en cuanto a los gustos del público y, siempre y cuando también, lo hagamos desde estos tiempos en los que es posible recuperar cosas que en su día la sociedad de la cultura arrojaba sin contemplaciones al cesto de los papeles.

Quiero decir con esto que es muy posible que en aquellos años Newman y sus amigos y admiradores consideraran que “El castañazo” (Slap shot) era una basura que solo servía para pagar facturas pero con el paso de los años esta película ha terminado por convertirse en uno de los títulos más reivindicadas por el público (su pase televisivo en los ochenta fue un autentico fenómeno social al menos en mi instituto) e incluso en un producto cinematográfico muy estimable (sí, vale, la inclusión de los Hanson le resta mucha verosimilitud a la película pero ¿alguien es capaz de imaginársela ahora sin la presencia de los tres gamberros gafotas?) como verdadero símbolo de los “roaring seventies”. Personalmente si tuviera que escoger diez escenas de Paul Newman una de ellas sería sin duda esa en la que Reggie Dunlop se pasea por la pista gritando “¡¡¡HANRAHAN TU MUJER ES UNA LESBIANA!!!”.



El cambio de década no obstante tuvo un principio descorazonador en la que considero la peor película de su carrera, o al menos la peor de las que he visto. Estoy seguro que incluso “El cáliz de plata” tenía al menos alguna clase de encanto del que carecía por completo esa mierda también conocida como “El día del fin del mundo” en la que el pobre Paul trataba de pasar el mal trago poniendo cara de “yo también tengo que comer” y acompañado en su desgracia por gente como William Holden y Jacqueline Bisset.


Pero pronto las cosas se arreglaron y en los años que siguieron Newman volvió en plena forma y encadenó la última gran serie de películas de su vida. Empezando con “Distrito Apache” un drama policíaco aun impregnado del estilo duro y realista de los años anteriores en el que el actor interpretaba a un policía destinado en el sur del Bronx que se debate en el eterno dilema entre hacer lo correcto o hacer lo conveniente.




Luego vino “Ausencia de malicia” de Sydney Pollack, en la que Newman era un hombre con vínculos indirectos con la mafia que era acosado por la prensa y el ministerio fiscal, una de esas historias en las que el mundo del cine todavía se cuestionaba el papel de los medios de comunicación en la sociedad. Una buena película aunque ciertamente un poco olvidada como casi todo lo de Pollack

Pero todo eso sería superado al poco tiempo con “Veredicto final” del gran Sidney Lumet una de las mejores películas del subgénero judicial en el que están presentes todos los elementos clásicos: un abogado perdedor, un caso imposible que enfrenta a una victima indefensa con una despiadada corporación (en este caso un prestigioso hospital), un juez idiota, el cabrón del abogado de la parte contraria (el siempre mefistofélico James Mason) y una gran cantidad de sorpresas y golpes de efecto. Newman interpretaba a un picapleitos alcoholizado que busca clientes en los entierros y que trata de aprovechar una ultima oportunidad de recuperar la dignidad humana y profesional. A nivel personal es una de las películas en la que la actuación de Newman me parece más admirable.



Hay dos escenas en especial que siempre recordaré, una es la secuencia inicial en la que se ve a Frank Galvin en un bar, solo y de pie, jugando a la maquina del millón con una jarra de cerveza en la mano, creo que sólo en “Fat city” de John Houston se había definido o tan bien y ya desde el principio la soledad del protagonista de la historia. La segunda tiene lugar cuando Galvin que ya ha hecho un trato extra judicial razonable con la parte demandada acude al hospital donde se encuentra internada la victima de la negligencia, convertida en un vegetal. Frank va a sacarle una foto y en el momento en el que enfoca a la mujer con su objetivo se produce un cambio en su expresión que delata la transformación que se está produciendo en su ánimo en ese mismo momento. Los buenos actores en ocasiones ni siquiera necesitan hablar.

Ya por fin en el año 1986 llegaría la que para mí es la última gran película de Newman (aunque bien es cierto que no he visto mucho de lo que hizo después). Veinticinco años más tarde Martin Scorcese recupera el personaje de Eddie Felson en esta ocasión convertido en un más o menos honrado comerciante de whisky que descubre a un nuevo talento del billar en el que reconoce al joven e impetuoso jugador que el mismo solía ser (aunque el encantador Fast Eddie de los viejos tiempos poco tenía que ver con el gilipollas al que da vida Tom Cruise). Por su parte Felson interviene en la historia como un nuevo Bert Gordon que intenta encauzar la carrera de la joven promesa en un sentido más comercial. Era un riesgo tocar un clásico tan venerado por cinéfilos de todas las épocas (incluido el propio Scorcese) pero el resultado fue una película excelente que por añadidura supuso el único oscar de la carrera de Newman aunque dicho oscar sonaba más bien a una compensación por todos las anteriores nominaciones que quedaron sin su justo premio (como por otro lado le ocurrió al propio Scorcese años después).

Creo que hubiera sido un excelente colofón a la larga, y casi siempre exitosa carrera de Newman, recuperar con dignidad al personaje cumbre de su vida. Incluso la escena final de la película parecía especialmente planeada para ejercer como animoso epitafio.



Pero claro, Newman sólo tenia 61 años (aunque como de costumbre parecía que tenia 47) y no parecía con muchas ganas de retirarse. Como he dicho no he visto gran cosa de lo que hizo después. He oído hablar bastante bien de “Creadores de sombras” (Fat man and little boy) y de “Esperando a Mister Bridge”. De “El escándalo Blaze” sólo recuerdo unas imágenes del viejo Paul en calzoncillos corriendo detrás de Lolita Davidovich. No siento ningún aprecio por “El gran salto” película que nunca terminé de ver. Y tampoco me siento especialmente interesado por algunos thrillers crepusculares como “Donde esté el dinero” o “Al caer el sol” (esta última inexplicablemente elegida anoche por TVE como homenaje al actor). En cuanto a “Camino de Perdición” no digo que su actuación no fuera notable, sólo que está encuadrada dentro de una película que yo personalmente considero bastante floja.

Y eso es todo. En el caso de una figura del cine tan legendaria como la de Paul Newman lo único verdaderamente valido es incorporarla a tu propia experiencia cinéfila y explicarla a través de ella. Por eso me gustaría aprovechar también para agradecer y rendir homenaje a la gran labor de difusión cinéfila que en los años setenta y ochenta llevaron a cabo las televisiones públicas en este país (junto con los viejos videoclubs aunque estos últimos con fines algo menos altruistas), gracias a la cual he podido ver muchas de las películas de las que aquí se habla. Esa época ya se fue para siempre,lo mismo que Paul. Se acabó la partida Eddie.


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Wednesday, September 24, 2008

Wait and bleed



El hecho de que un trailer prometedor concluya en un producto cinematográfico mediocre es algo tan común que ni siquiera merecería la pena reseñarse. Esto resulta más evidente aún en el genero de terror donde es costumbre colocar en dicho trailer lo único que realmente vale la pena ver de la película en cuestión.

A pesar de todo eso lo cierto es que el trailer de “Los extraños” es tan atractivo que uno esta dispuesto una vez más a dejarse engañar y acudir al cine a riesgo de encontrarse con el eterno caso de promesa incumplida.

En los días posteriores al estreno de la película en España, el pasado viernes, este mal augurio se vio potenciado por los comentarios, mayoritariamente negativos, que podían leerse en los diferentes foros de aficionados. Sin embargo a estas alturas, y tras unos treinta años de experiencia como espectador de cine, creo que es casi una obligación haber conseguido desarrollar una forma de discernir si lo que los demás cuentan de una película puede coincidir o no con tu propio criterio. Así pues no se trata de que mucha gente haya criticado una película (y repito que en este caso las opiniones en contra han sido mayoría) sino lo que esos críticos reprochan a la misma. En efecto, revisando un poco los comentarios, predominan las expresiones que hablan de “aburrimiento”, y califican la película de “lenta” o directamente de ser un “coñazo”. Y cuando leo que alguien opina eso (especialmente cuando esos críticos dan la impresión de ser la clase de zangolotinos que piensan que el cine en general empezó con “Pulp Fiction” y el cine de terror en particular con “Scream”) yo particularmente lo considero un aliciente.

Y por fortuna debo decir que esta vez no me he equivocado. Efectivamente “Los extraños” no tiene nada de lenta, ni de aburrida, ni de coñazo. De hecho el sentido del ritmo que se imprime a esta historia (de sólo ochenta y cinco minutos de duración) me parece uno de sus mayores logros de los autores. Si algo habría que reprocharle sería un prólogo que juega con el gastado recurso de estar basada en falsos hechos reales (algo que tampoco empezó con “El proyecto de la bruja de Blair” como dicen algunos sino con “La matanza de Texas” y quien sabe si incluso antes) y un epílogo -que no un final- tan tópico que dan ganas de agredir al director con los numerosos objetos cortantes y punzantes que se usan durante la trama.

No obstante estos deméritos no son suficientes para estropear una historia que cuenta con un preámbulo adecuado, no porque nos cuenten cosas esenciales sobre los protagonistas del drama (sobre todo porque lo que nos cuentan no tiene ninguna influencia en lo que sucederá después), sino porque nos da la información necesaria como para que nos afecten emocionalmente sus desgracias. Estos personajes, por cierto, están interpretado por Liv Tyler a la que se lo notan agradablemente los años (tampoco podemos pretender que se pase la vida siendo la chica de los videos de Aerosmith) y Scott Speedsman un chico guapo cuyo papel no le exige que sea otra cosa.





Tras el preámbulo la película sigue con la introducción y el desarrollo del elemento terrorífico que se manifiesta mediante el uso de recursos como el sonido que transmite de forma confusa –y por lo tanto perturbadora- sucesos que tienen lugar fuera de campo (extraordinaria la escena en la que Liv Tyler se ve “asediada” por un muro de sonidos invisibles e indescifrables) o una elegantísima forma visual de introducir la amenaza mediante súbitas, pero no estridentes, apariciones en el fondo del plano al estilo Halloween, una película que para mí es la verdadera influencia de “Los extraños”, no sólo por esta forma de filmar, sino también por el carácter etéreo, silencioso y casi indolente de dicha amenaza que la emparenta con el Michael Myers de la mencionada película de Carpenter o con los terroristas-zombies de “Asalto en la Comisaría del distrito 13”. Una amenaza además que, como encarnación de la pura maldad, no sólo no tiene explicación sino que tampoco la necesita tal y como se detalla en uno de los diálogos de la película cuando Kristen (Liv Tyler) le pregunta a su novio porque les atacan los extraños y este le responde que “si consiguen entrar aquí eso será lo de menos”.


La película no sólo mantiene la tensión dramática de esos primeros momentos sino que consigue incrementarla hasta estallar en un final que, una vez más en contra de lo que ha pasado en muchas ocasiones y de lo que yo mismo me temía, no resulta impostado y sí bastante coherente con la filosofía del filme que en este caso sí que está relacionada con otros títulos mencionados como influencias como “Funny Games”. Una filosofía que resumió Stephen King (un admirador de la película según Jordi Costa) cuando escribió que “El horror es una actriz desconocida, quizás la vecinita de al lado, encogiéndose en una cabaña con un cuchillo en la mano que sabemos que nunca va a utilizar”. En efecto y tal y como cuentan las películas de Haneke y Bertino (aunque de diferente manera) en situaciones como esta, cuando alguien decide jugar al gato y al ratón con las cartas marcadas, las victimas no pueden hacer otra cosa que esperar y sangrar.

Friday, September 19, 2008

Che, el argentino



La mejor definición de lo que es esta película la escuché de labios del propio Benicio del Toro durante la promoción de la misma. El actor venía a decir más o menos que: “hay muchas interpretaciones de la figura del Che, pero esta es la nuestra”.

Efectivamente de eso se trata. Tratar de llevar al cine de una forma objetiva una figura tan controvertida como la de Ernesto “Che” Guevara (cuya importancia como icono supera incluso su importancia como figura histórica) es una tarea muy complicada sobre todo cuando se narran acontecimientos que todavía hoy son objeto de debate apasionado.

Haciendo una analogía (y salvando las lógicas distancias) podríamos comparar esta película con la también reciente “Tropa de elite” en la cual yo tengo la sensación de que el director admitía la imposibilidad de abarcar en un solo filme todas las variantes del monstruoso problema de la violencia en las favelas y elegía contar la historia desde el punto de vista de uno de los protagonistas del drama (en este caso un capitán de policía). El punto de vista elegido por Soderbergh es el del propio Che Guevara pues gran parte de lo que se narra está sacado de sus propios escritos. No creo que sea una postura cobarde, me refiero a que no creo que se haya hecho como parte de un plan de defensa contra las muchas críticas que sin duda recibirá este proyecto. Más bien lo veo como una opción honesta por una subjetividad explicita antes que por una objetividad que, como se ha dicho, no sólo resulta imposible sino que incluso puede resultar pretenciosa y, paradójicamente, también puede terminar por ser parcial.

Según los productores del filme la idea original era narrar los acontecimientos que concluyeron con la muerte del Che en Bolivia tras su frustrado intento de extender la revolución a aquel país. Al final esta película efectivamente se hizo, se llama “Guerrilla” y será la segunda entrega de este largo biopic. Los responsables de la película llegaron a la conclusión de que sin la larga introducción que representa “Che, el argentino” es muy difícil llegar a comprender los motivos que empujaron al guerrillero hacia su aventura boliviana. También me parece una decisión bastante defendible, sobre todo teniendo en cuenta la larga duración de esta primera entrega (más de dos horas). Es más, incluso creo que sería conveniente ver también “Diarios de motocicleta” algo que haré algún día.

Tal y como cuentan los productores, efectivamente “Che, el argentino” es el relato de los primeros años de la revolución cubana narrados –al menos durante la digamos primera parte de la película- de una forma minimalista, fragmentada y muy poco explicativa para lo que suele ser una obra biográfica hasta el punto de que da la impresión de que los guionistas ya presuponen al espectador al tanto de una serie de hechos históricos como el asalto al cuartel de Moncada o la expedición del Gramma. Sin embargo esta parte de la narración me parece lo mejor de la película con esa descripción austera y punteada de anécdotas, en ocasiones incluso divertidas, de la cotidianeidad de la lucha armada en Sierra Maestra en el que los combates (al contrario que en otras películas por el estilo) son breves y escasos. Es una historia sobre hombres en guerra y no sobre guerras.

De todos modos el hecho de que las escenas de la vida en la selva estén continuamente alternadas con otras en las que se narra la comparecencia de Guevara en las Naciones Unidas parece obedecer a un intento de sustentar con algún tipo de discurso político el desarrollo del argumento aunque este segmento del filme es igualmente brillante sobre todo porque describe la visión que en aquellos años se tenía en Estados Unidos de lo que estaba significando la revolución cubana tanto desde un punto de vista de clara oposición (las manifestaciones anti castristas y ese bizarro atentado frustrado) como el del simple deseo de conocimiento no exento de mera curiosidad burguesa (las entrevistas en televisión y esa fiesta de intelectuales de la que el Che se marcha con cierto escepticismo).

La que podríamos llamar segunda parte comenzaría con la extensión de la guerra a los llanos y a las ciudades y siento bastante menos aprecio por ella. Aquí la película se torna en algo más parecido a lo que se supone que tiene que ser una narración de acontecimientos históricos, sobre todo en la parte que se describe la batalla de Santa Clara y, sin dejar de estar igual de bien filmada, ya no me pareció tan interesante como lo que habíamos visto hasta ese momento.

Ignoro si la película originalmente está rodada en inglés pero sentía bastante aprensión hacia cómo se había hecho el doblaje, una aprensión que afortunadamente no se ha visto confirmada. El resultado es perfectamente aceptable e incluso se ha tenido la deferencia de mantener en inglés con subtítulos en español toda la parte que tiene lugar en Nueva York. Bien por eso.

Casi no creo que sea necesario hablar de la interpretación de Benicio del Toro, para mí uno de los mejores actores que existen en la actualidad, que no es que interprete al Che sino que se convierte en él.







Lo mismo cabría decir de los actores que interpretan a Fidel Castro (Demian Bichir) y al cachondo de Camilo Cienfuegos (Santiago Cabrera). En cambio no estoy tan contento con lo que hacen Unax Ugalde y Elvira Minguez quizás porque buena parte de lo que tiene que ver con sus personajes se quedó fuera del montaje final

En resumen me ha parecido una película cuya mayor virtud consiste en encontrar el tono adecuado para contar parte de la vida de un personaje cuya significado histórico todavía sigue siendo hoy objeto de controversia incluso en un mundo tan despolitizado (en lo que se refiere a las ideas) como el nuestro. A ver que pasa con “Guerrilla”.

Saturday, September 13, 2008

El diablo sobre botas camperas



Una sinopsis:

Quím (Leonardo Sbaraglia) conduce por unas estrechas carreteras en busca de su ex novia con la intención de recuperarla. Tras varios cruces, Quím se equivoca y se pierde. Ha entrado en una zona laberíntica de caminos cortados y carreteras que vuelven sobre sí mismas. El agobiante paisaje y la ausencia de cobertura hacen que Quím quede atrapado. Buscando una salida, ve una silueta encima de una colina. Quím cree que ha encontrado ayuda, pero, de pronto, la silueta le dispara con un rifle.

Dentro del mundo monocorde (temáticamente hablando y refiriéndonos sobre todo a los productos que consiguen estrenarse de forma más o menos general) del cine español un argumento así es lo bastante atrayente como para correr el riesgo de ver esta película. Además dirige Gonzalo López-Gallego director –entre otras- de “Nómadas” que no he tenido ocasión de ver pero cuya sinopsis también me llamó la atención en su día.

Una vez satisfecha la curiosidad hay que decir antes que nada que “El rey de la montaña” es una de esas películas que no van a ninguna parte. Y cuando parece que va en una determinada dirección comprobamos que se trata de un destino que otros han transitado con mucha más fortuna.

De todos modos este no es motivo suficiente para despreciar una película, el cine está lleno de ejemplos de historias sin ninguna finalidad aparente (o tan soterrada que resulta muy complicado desentrañar) que no dejan de ser grandes películas. Ahí tenemos por ejemplo la misma “El diablo sobre ruedas” (Duel) que es una las muchas referencias de “El rey de la montaña” y que, si lo recuerdan, no trataba de otra cosa que de la larga persecución a la que era sometido un conductor por parte de un misterioso camionero. Me refiero a que a veces una película tiene más interés en el recorrido que en el destino. Aunque tampoco eso es garantía de nada, hace unos años hablábamos aquí mismo de “Zulo” otra película sin argumento explicito pero cuyo desarrollo resultaba totalmente fallido.

“El rey de la montaña” por el contrario tiene una puesta en escena brillante. El inicio acude al típico argumento del ciudadano corriente que se ve envuelto por azar en una situación extraordinaria y peligrosa, un simple golpe de volante lleva al protagonista de esta historia a entrar en una suerte de “zona crepuscular” en la que el viaje físico se transforma en un exploración hacia el interior de su propia personalidad. Y es en el retrato de todo lo que transcurre en esa zona, como se ha dicho casi tan mental como física, donde tiene lugar el principal acierto de la película que consigue con elementos mínimos generar una logrado clima de tensión y suspense. Algo a lo que contribuye en gran medida el entorno en el que se desarrolla la acción: un amenazador paisaje rural dominado por peligrosos accidentes geográficos, pueblos en ruinas y restaurantes abandonados que acaba por convertirse casi en un personaje más de la película.

Lastima que durante esa interesante primera hora ya casi adivinemos que la resolución no estará a la altura de las expectativas creadas por más que, repito, es esta una de esas películas en las que el cómo se impone al por qué. De todos modos reconozco que el director sí que me sorprendió con el desenlace de la historia por más que, repito también, esa misma historia nos la hayan contado mejor en otras ocasiones.

Excelente María Valverde tan fría como un regato de montaña. No así Leonardo Sbaraglia cuya actuación me pareció poco afortunada. He visto otras películas de este actor en las que hablaba con acento español pero no recuerdo ninguna otra en la que se notara tanto oque no es su idioma natal.

Wednesday, September 10, 2008

No hay libertad ni para dejar de ser libre



Sucedió el pasado mes de Agosto -concretamente el día dos- en la localidad madrileña de Majadahonda. Aquel día a eso de las dos de la tarde Jesús Neira, profesor de Teoría del Estado en la Universidad Camilo José Cela y colaborador de ABC Y Punto Radio, se dirigía al hotel Majadahonda para tomar algo cuando observó una discusión violenta, presuntamente con agresiones de por medio, entre una pareja. Neira se acercó a ellos y reprochó al hombre su conducta, se produjo entonces una discusión durante la cual el profesor manifestó su intención de llamar a la policía. A continuación entró en el vestíbulo del hotel donde fue derribado de un puñetazo y, según algunas versiones, golpeado después mientras permanecía en el suelo. Parte del incidente se puede apreciar en este video.



Cuatro días más tarde Jesús Neira sufrió un derrame cerebral y entró en un coma en el que todavía permanece. La noticia ha tenido bastante difusión, aparte de por el mes en el que tuvo lugar, por la condición de la victima (se le menciona continuamente como “Profesor Neira” lo que nos lleva a la triste conclusión de que si el pobre hombre hubiera sido mecánico tornero la cosa no hubiera ido tan lejos) pero sobre todo por el comportamiento que ha tenido posteriormente la mujer a la que pretendía defender.

De este caso me gustaría comentar un par de cosas. La primera de ellas tiene que ver con la agresión en sí.

Los asesinatos de mujeres a manos de sus maridos no son ninguna novedad y mucho menos en nuestro país. Pero siempre se habían mantenido en un segundo plano (a veces incluso en un plano inexistente) de la actualidad hasta que un suceso ocurrido en 1997 cambió las cosas. Este suceso fue el asesinato de Ana Orantes, una mujer quemada viva por su marido unos pocos días después de denunciar en un programa de televisión los abusos a los que la sometió ese hombre durante cuarenta años

Desde ese momento los oscuros uxoricidios que no solían destacar demasiado en las crónicas de noticias de ningún medio saltaron a la primera página y en diez años apenas han salido de allí. A partir de entonces se ha discutido mucho sobre el asunto, se ha llevado el tema al cine, a la música y a las series de televisión, se han hecho leyes, se han creado ministerios, juzgados, fiscalías y observatorios, y ni uno sólo de los asesinatos de mujeres que tuvieron lugar a continuación ha dejado de tener su hueco en las noticias. Hay que decir también que esos asesinatos han continuado a un ritmo uniforme y por lo que se ve imposible no ya de eliminar sino incluso de reducir. Lo que nos lleva una vez más a la conclusión de que a pesar de todo la presión colectiva que se ejerce para conseguir que algo malo no pase, ese algo malo va a seguir pasando, especialmente cuando hablamos de asesinatos. Aunque por supuesto entre hacer algo y no hacer nada es mejor siempre elegir lo primero.

Pero lo cierto es que todo ese esfuerzo combinado por implicar a la sociedad en la lucha contra la violencia machista ha provocado que la gente, a pesar de sus buenos deseos, actúe en ocasiones de forma muy poco prudente. Hace un año más o menos se produjo un incidente similar con resultados igualmente funestos: un estudiante que intentó también mediar en una disputa conyugal resultó muerto al ser golpeado por el agresor.

Vamos a ver si consigo explicarme con esto. En el mundo del crimen hay básicamente tres figuras: primero están los delincuentes, luego la policía y luego estamos el resto de la humanidad. En el argot criminal de los Estados Unidos a ese tercer grupo se le conoce como “ciudadanos”, “obreros” (workers) “pagadores de impuestos” o “clientes de Walt Mart”.

La mayor parte de nosotros, afortunadamente, no estamos acostumbrados a la violencia, ni a padecerla, ni mucho a menos a causarla. Antonio Puertas, el hombre que dejó a Neira en coma, es un individuo de ambiente marginal (por voluntad propia ya que es de familia adinerada), con antecedentes por robo, con problemas de alcoholismo y drogadicción y por todo ello, propenso a la violencia.



En estas circunstancias y salvo que la victima esté en un trance claro de morir o peligre gravemente su integridad física (dos cosas que según todos los indicios no estaban pasando en este incidente en cuestión) enfrentarse directamente a un individuo como Antonio Puertas es algo que casi nunca va a terminar bien y a veces, como en este caso, termina terriblemente mal. Nosotros los pagadores de impuestos no tenemos nada que hacer con gente así, nosotros debemos cruzar la calle y discretamente llamar por el móvil a personas que sepan tratar con el energúmeno. Neira hizo lo correcto según su conciencia de ciudadano o más bien lo que el entorno social espera que haga un ciudadano modelo, pero se equivocó porque a veces (o mejor dicho casi nunca) lo correcto y lo práctico no coinciden.

Pero como digo, para mí lo más destacable ha sucedido después cuando Violeta Santander, la mujer que estba siendo agredida según Neira, se ha descolgado con unas declaraciones (en Interview y posteriormente en el programa televisivo “La noria”) en las que no sólo no se mostraba agradecida por la intervención del profesor sino que incluso le consideraba en parte responsable de su propia desgracia





Según la versión de la mujer su novio había salido recientemente de un centro de desintoxicación y había pasado la noche anterior bebiendo y consumiendo cocaína. Cuando ambos estaban en el bar del hotel surgió una disputa sobre cuya intensidad existen discrepancias. Violeta sostiene que no estaba siendo agredida, pero es dudoso que Neira interviniera de no haberse producido al menos algún tipo de violencia física.

Lo cierto es, aparte de eso, la mujer ha elogiado la figura de su novio calificándole literalmente de “afable, educado y amistoso” aparte de manifestar que no considera a Neira ningún héroe y que no tenia nada de que defenderla porque no estaba siendo victima de ninguna situación violenta. Tras estas declaraciones todo el mundo ha puesto a esa mujer –de forma más o menos directa- de perra-puta para arriba.

Creo que en este caso hay varias causas que pueden explicar esta reacción aunque básicamente el problema es que se produce una ruptura de la imagen estándar que se tiene sobre una relación de pareja en la que se produce algún tipo de violencia familiar. En esta visión, que no dudo que puede ser la que corresponda a la mayoría de los casos, no se concibe la idea de que una presunta victima niegue o disculpe una agresión e incluso arremeta contra alguien que pretendía defenderla de dicha agresión.

El resultado es que esta mujer (en ese programa y en otros por el estilo) ha sido definida como victima del síndrome de Estocolmo, es decir, una persona que ha desarrollado una fuerte dependencia afectiva por un hombre con problemas mentales y de drogadicción y que por lo tanto disculpa sus agresiones o incluso miente de forma inconsciente cuando rechaza su condición de maltratada. En definitiva NO ES POSIBLE OTRA EXPLICACIÓN más que la de que esa mujer no está bien de la cabeza.

Uno de los conceptos que más me han chocado siempre en esta sociedad tan intervencionista (en lo que se refiere a establecer una única forma correcta de comportarse y de pensar respecto a según qué temas) es el de que alguien tenga que ser defendido aún en contra de su propia voluntad. Creo que incluso cuando se estudiaba el proyecto de Ley contra la Violencia de Género se contemplaba asimismo la posibilidad de actuar de oficio en el caso de mujeres maltratados (generalmente la actuación de oficio se lleva a cabo sobre menores o incapacitados) que no denunciaran de motu propio a sus agresores. No sé si esto al final se llevó a cabo. Y no sé si es algo que convendría hacer teniendo en cuanta las circunstancias que se dan en algunas de esos casos de violencia domestica. Solo sé que la idea me resulta inquietante.

Violeta y Antonio no son una pareja modelo, eso está claro. Han elegido una forma de relacionarse muy apartada de la que se entiende como convencional, sobre todo en el caso de Violeta que sigue siendo considerada –a su pesar- la victima de dicha relación. Me resulta difícil ponerme en la mente de nadie y menos en la de esta clase de personas pero haciendo un esfuerzo pienso que quizás Violeta haya llegado simplemente a la conclusión de que una intervención no solicitada ni deseada en una disputa de pareja ha dado como resultado que hay un hombre en coma y otro en la cárcel quien sabe por cuanto tiempo. La cuestión es si alguien de forma totalmente voluntaria (y nada hace pensar que no haya sido así) está en su derecho de entablar una relación de este tipo, incluso con violencia de por medio. Según como yo entiendo el libre albedrío mi respuesta es que sí. Creo que cada uno debe ser libre para hacer lo que quiera incluso en contra de su propio interés (o de lo que generalmente se entienda por su propio interés) ya sea juntarse con un maltratador, arrojarse por un precipicio, inyectarse heroína o darse con un martillo en el pié.

En cuanto a Antonio Puerta, no soy un experto en leyes pero creo que su caso podría calificarse de homicidio culposo o involuntario, seguramente no quería causar la muerte de la victima pero está claro que su intervención directa ha provocado que un hombre se esté debatiendo entre la vida y la muerte. Que pague por ello pero que pague por el daño causado a Jesús Neira, no al “Profesor” Neira ni a un símbolo de la lucha contra la violencia domestica creado por una opinión pública que exige a la gente que se comporte, contra toda lógica, como si fueran protagonistas de una tele serie.

Saturday, September 06, 2008

Que caigan las bombas sobre Slough



Hace años escuché que había una serie inglesa llamada “The Office” que trataba, como su propio nombre indica, de las tribulaciones de un grupo de empleados en una oficina corriente y moliente. Recuerdo que pensé que se trataba de una buena idea pero no pude seguir esa serie en su día debido a que no me venía muy bien el horario en el que la pasaban por el canal satélite y sobre todo porque, si no recuerdo mal, la pasaban doblada y tenía la sensación de que no era una serie para ver en esas condiciones. (Algo en lo que me reafirmo ahora por lo que les recomiendo que si no tienen posibilidad de verla en su idioma original es mejor que no la vean). Pasó el tiempo y pude comprobar como el prestigio de la serie seguía subiendo en los diferentes foros televisivos que visitaba, incluso contaba ya con una secuela ambientada en Estados Unidos.

Algo más tarde se empezó también a hablar de otra producción inglesa llamada “Extras” cuyo nexo con “The office” era el actor, escritor y director Ricky Gervais, responsable de las dos series y verdadero héroe de esta historia.



Debo decir que la primera serie que vi. fue Extras, la historia de Andy Millman un hombre que trabaja como extra para películas y series de televisión. La serie tenía ese tono peculiar de las comedias de situación inglesas que consiste en presentar situaciones dramáticas (e incluso trágicas) bajo el disfraz de la comedia. Efectivamente la historia de Andy y su amiga Maggie (un personaje de una estupidez insondable) está plagada de situaciones grotescas y sórdidas en la que dos seres patéticos descienden a las más bajas cotas de la humillación para tratar de conseguir sus propósitos que en el caso de Andy es convertirse en actor profesional y en el de Maggie encontrar un hombre. Se trata de un humor que se podría calificar apropiadamente de negro en el que la carcajada va siempre seguida de un regusto amargo. Situaciones graciosas que pensadas un poco más despacio no tienen ni puñetera gracia.




El buen sabor de boca de Extras (que por añadidura contaba con jugosos cameos de estrellas locales e internacionales que daban la impresión de estar encantados de tener la oportunidad de reírse de sí mismos y de la imagen que el público tiene de ellos) me impulsó a buscar la legendaria “The Office”.

Este primer gran éxito de Ricky Gervais tiene las mismas características de “Extras” pero cuenta con una cualidad añadida que la hace ser mucho más trascendente. Y esto hace referencia más a la condición de la persona que contempla el espectáculo que a la del que lo proporciona.

Como espectadores no tenemos ningún inconveniente en asistir de forma apasionada las aventuras de los náufragos de “Lost” o las de los traficantes de drogas de “The Wire” o –por mencionar mi último descubrimiento televisivo- a los avatares sentimentales de los chicos de “Gossip Girl”. Y esto ocurre porque son productos televisivos impecablemente realizados por más que nos sintamos muy lejos de las situaciones por las que pasan los protagonistas de esas historias dado que ni somos ni seremos nunca supervivientes de un accidente aéreo en una isla desierta ni viviremos jamás en el oeste de Baltimore y mucho menos en el Upper East Side de Nueva York.

Pero a veces ocurre que la historia que se nos narra tiene un plus de realidad que nos implica de forma especial y que convierte el espectáculo de su contemplación en algo mucho más importante que un simple entretenimiento. Me pasó hace algún tiempo con “Six feet under” (está claro que la mayor parte de nosotros tampoco llegaremos a ser nunca propietarios de una funeraria pero esta serie no trata sobre eso, trata sobre la muerte, y está claro también que todos vamos a morir, posiblemente tras ver morir primero a buena parte de nuestros seres queridos) y me ha pasado ahora con “The Office”.

Para mí una obra de arte, cualquiera que sea el medio por el que se exprese, es como un diamante. Para llegar a él primero tenemos que partir de un mineral de carbono puro cristalizado. Este diamante en bruto podríamos decir que es el talento. Pero para obtener la piedra preciosa ese diamante en bruto necesita ser tallado, es decir necesitamos trabajarlo. La conclusión es que el talento sin trabajo no genera nada verdaderamente digno de mirar salvo una vulgar piedra. Pero todo el delicado proceso de tallar una piedra no puede tener un resultado si no tienes nada que tallar, es decir, todo el trabajo del mundo no puede suplir la falta de talento. Y faltaría aún un tercer factor: la suerte, ¿y qué sería la suerte en esta pequeña metáfora?. Está claro: encontrar el puto diamante.

Todo esto viene a cuenta de lo que decía sobre la implicación personal en una historia como la de “The Office”. Tal y como se dice en uno de los muchos monólogos de la serie el trabajo es el lugar donde no sólo pasamos como mínimo un tercio del día sino que es el lugar que posibilita (o mejor dicho financia) que podamos tener una vida fuera de allí. Y con nuestros compañeros de trabajo pasamos casi más tiempo que con nuestros familiares o amigos con el agravante de que a esa personas con las que pasaremos buena parte de nuestra vida no las hemos escogido nosotros como compañeros de viaje.

Así pues el trabajo y las relaciones que establecemos en él forman una parte fundamental en nuestra vida aunque curiosamente es una parte de la que el cine y la televisión en general parecen prescindir. Siempre me llamó la atención de que en cualquier historia de ficción rara vez se mostraba al protagonista trabajando y estoy seguro de que a mucha gente más habrá pensado alguna vez lo mismo. ¿Por qué? ¿Quizás se piensa que es algo aburrido o en todo caso de un interés secundario para el espectador?. “The Office” demuestra que ese es un pensamiento errado pero no porque sea una serie en donde ocurran cosas extraordinarias, de hecho tal y como se dice al principio de este comentario, la oficina donde tiene lugar la acción es tan corriente como todas en las que muchos hemos trabajado alguna vez.

Y ahí está el detalle, esas oficinas, esos lugares tan aparentemente cotidianos están habitados por personajes asombrosos y en ellos tienen lugar hechos insólitos, algunos de los cuales (algunos al menos de los que yo he contemplado) superan incluso en extravagancia a las grotescas escenas que se muestran en la serie. Porque en todo lugar de trabajo, sea donde sea y sea lo que sea a lo que se dedique hay siempre algo importante que contar. ¡Que diablos!, incluso en un paseo alrededor de la manzana de un barrio cualquiera hay materia suficiente para escribir una obra maestra. En resumen todos nosotros tenemos experiencia suficiente para crear algo como “The Office” pero sólo algunos (entre ellos Ricky Gervais al que ahora también yo considero un genio) tienen el talento, la suerte y la capacidad de trabajo suficientes para convertir ese pedazo de carbono cristalizado en un diamante.




La acción de “The Office” transcurre en la sucursal de una empresa papelera situada en la ciudad británica de Slough. Podía haber transcurrido en cualquier otra parte pero quizás Gervais eligió ese lugar (una ciudad no muy grande situada al oeste de Londres caracterizada por el gran número de fábricas y empresas comerciales que tienen allí su sede) por considerarla emblemática gracias en parte a unos versos que el poeta inglés John Betjeman le dedicó:


Slough
Come friendly bombs and fall on Slough!
It isn't fit for humans now,
There isn't grass to graze a cow.
Swarm over, Death!
Come, bombs and blow to smithereens
Those air -conditioned, bright canteens,
Tinned fruit, tinned meat, tinned milk, tinned beans,
Tinned minds, tinned breath.
Mess up the mess they call a town-
A house for ninety-seven down
And once a week a half a crown
For twenty years.
And get that man with double chin
Who'll always cheat and always win,
Who washes his repulsive skin
In women's tears:
And smash his desk of polished oak
And smash his hands so used to stroke
And stop his boring dirty joke
And make him yell.
But spare the bald young clerks who add
The profits of the stinking cad;
It's not their fault that they are mad,
They've tasted Hell.
It's not their fault they do not know
The birdsong from the radio,
It's not their fault they often go
To Maidenhead
And talk of sport and makes of cars
In various bogus-Tudor bars
And daren't look up and see the stars
But belch instead.
In labour-saving homes, with care
Their wives frizz out peroxide hair
And dry it in synthetic air
And paint their nails.
Come, friendly bombs and fall on Slough
To get it ready for the plough.
The cabbages are coming now;
The earth exhales.




El director de la oficina, interpretado por el mismo autor de la serie, es David Brent un cuarentón con turbio pasado como músico sin demasiado éxito (como el propio Gervais que en los primeros ochenta trató de triunfar en el mundo de la música con un grupo de techno llamado “Seona Dancing”) cuyo interés profesional no parece residir en las cifras de ventas de su sucursal sino en que las personas que están bajo su mando le consideren como un padre.

Brent trata de congraciarse con ellos de las formas más ridículas que se pueda imaginar, su lema es que lo más importante en esa oficina es divertirse y él mismo trata de autoconvencerse de que es un héroe para sus empleados cuando estos en realidad sienten por él una mezcla de pena, desprecio y asco. Brent es por añadidura la peor clase de jefe que se puede ser: un jefe intermedio que tiene que sufrir por igual las presiones de sus subordinados y la de sus jefes superiores que tampoco tienen mejor opinión de él. Es lo que Manuel Vázquez Montalbán definió en cierta ocasión como “la soledad del manager”.

Brent no tiene esposa ni hijos ni ningún otro familiar conocido y su único amigo es Finch, un tipo aún más despreciable que él. De tal modo que no es que la oficina sea una parte importante de la vida de este individuo, es que es toda su vida. De ahí que se dedique a torturar a sus subordinados con todo tipo de iniciativas para fomentar el compañerismo en el lugar de trabajo y con numerosas actividades fuera de horas de oficina.

La figura del jefe Brent puede parecer un poco exagerada pero no es difícil reconocer en ella a ese tipo de hombres sin muchos estímulos fuera de su profesión que tratan de convertir el centro de trabajo en el lugar en el que puedan encontrar alivio a sus frustraciones personales (conocí a uno del que estoy convencido que había fundado su empresa con el único fin de poder echarle la bronca a alguien). Todos ellos se consideran casi siempre unos grandes tipos que son amados por sus empleados.




Las desventuras de David son el alma y el corazón de la trama de “The office” si exceptuamos una historia paralela pero no menos importante que se refiere a la relación que se establece entre Tim (vendedor) y Dawn (recepcionista). Tim es un treintañero sin mucha idea de qué hacer con su vida que lleva años trabajando en un sitio que todavía considera como provisional y que fantasea con volver a la Universidad. Dawn parece tener las cosas más claras al menos en sus relaciones personales porque lleva tiempo prometida a un proletario y decidido empleado del almacén aunque también sueña con dedicarse a la ilustración profesional.

Entre ellos se establece un vinculo muy sutil compuesto de miradas, gestos y malentendidos varios que también resulta típica entre personas que comparten una cierta intimidad en el ámbito profesional que a veces entra en conflicto con las relaciones personales que ya tienen establecidas fuera de él.


El tercer protagonista (a Tim y Dawn podríamos considerarlos como uno solo) destacable es Gareth un sujeto imposible tanto desde el punto de vista físico como desde el punto de vista personal debido esto último a su carácter rastrero con el poder y risiblemente apegado a las normas aunque su principal función en la vida parecer ser la de servir de blanco a las crueles bromas de Tim y Dawn por más que Gareth en el fondo no sea muy diferente a ellos, es solamente un hombre atrapado en un trabajo por el que es imposible sentir ningún apego y que adorna su vida de una ridícula impostura basada en un montón de cualidades de las que evidentemente carece.

Todos estos personajes (y algunos otros más no tan destacados pero igualmente brillantes e igualmente reconocibles por el espectador) forman la tripulación de la oficina y durante catorce episodios se muestran sus monótonas vidas y se les hace pasar por situaciones tan grotescas y humillantes que rayan el sadismo (en ocasiones dan ganas de retirar la vista de la pantalla de pura vergüenza ajena). Se trata, como se ha señalado arriba, de una verdadera tragedia disfrazada de comedia. Un cadáver al que alguien le ha pintado un sonrisa con un lápiz de labios. Muestra de ello es una escena aparentemente dramática (el despido de uno de los personajes) que inmediatamente tiene su contrapunto en otra tan hilarante que haría que un enfermo terminal de cáncer en sus últimos días de vida se descojonara de la risa.

“The Office” está filmada con el formato de un falso documental de la BBC que trata precisamente sobre la vida diaria en una oficina administrativa. Esta forma de contar la historia ofrece algún recurso cómico muy efectivo como cuando los personajes se quedan mirando a la cámara con cara de haba después de sufrir alguna de las numerosas situaciones chuscas en las que se ven envueltos y además sirve como soporte a una de las escenas más emotivas que he visto nunca en una pequeña pantalla. (Si alguien no ha visto la serie y tiene intención de hacerlo le aconsejo que no vea el siguiente video).



“The Office” sólo tiene dos temporadas, algo que también ocurre con “Extras”. En una entrevista Gervais dice que prefiere no prolongar excesivamente la duración de una serie y terminar esta antes de que el público se aburra de ella. Es un punto de vista defendible y desde luego digno de admiración en un medio en el que estamos hartos de ver buenas series que se acaban estropeando por tratar de prolongarlas demasiado. Aunque creo que en esta ocasión había material suficiente para prolonga un poco más la historia y en ambas ocasiones lamenté mucho que el final llegara tan pronto.

Las dos series tienen a modo de conclusión un doble episodio presentado como especial de navidad. En este epilogo parece como si Gervais quisiera dar un final digno a ambas historias y ofrecer algún tipo de redención para sus desgraciados personajes, un recurso que suele resultar molesto mas no en este caso quizás porque hemos llegado a querer demasiado a estos perdedores.

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