Historia del primer amor y tal y tal…un tema del que se han
escrito, filmado y cantado tantas bobochorreces que es inevitable acercarse con
aprensión a una película que trate este argumento. Posiblemente la nacionalidad
del filme despejó alguna de esas dudas y a este respecto resulta gratificante
cómo ya casi en la primera escena se muestra a los amantes encamados y metidos
en faena cuando en una película estadounidense se necesitarían ochenta minutos
antes de que dos adolescentes llegaran al acuerdo de esperar a la graduación
para echar el primer feliciano.
El filme tiene los defectos típicos de una obra escrita y
dirigida por una treintañera que habla en un tono autobiográfico, por ejemplo
si elimináramos del metraje todos los planos en los que la actriz protagonista
contempla el infinito con aspecto lánguido eliminaríamos también casi un diez
por ciento del metraje (lo cual no vendría del todo mal porquequince minutos menos le sentarían
estupendamente a esta película). Algún crítico pelmazo ha hecho su crónica
mencionando nombres de afamados directores de cine francés como Eric Rohmer (
siempre que en una película dos actores mantienen una conversación trivial en
plano fijo alguien menciona a Rohmer) o Jean Renoir (siempre que en una
película hay una escena campestre con el viento agitando los hierbajos alguien
menciona a Renoir) pero no hay que hacer mucho caso de esta clase de análisis,
“Un amour de jeunesse” es simplemente una evocación hecha con amor que hay que
ver también con amor o al menos con simpatía por el destino de sus
protagonistas.
¿Recuerdan esa leyenda urbana que decía que a cada muerte de
una estrella de Hollywood le seguían al poco tiempo otros dos más? Sí, claro,
es una de esas cosas de las que sólo nos acordamos cuando sucede y que nadie
menciona cuando no sucede, además en un mundillo tan poblado -y aplicando con
generosidad el concepto de “estrella”- tampoco es tan difícil que se cumpla la
norma.
Pero que en un período de tiempo tan corto mueran dos
figuras clave de la música que arrasó el mundo entre finales de los setenta y
principios de los ochenta ya resulta algo más chocante. Efectivamente si hace
pocos días nos dejaba Donna Summer ahora nos hemos enterado también del
fallecimiento de uno de los componentes de los Bee Gees.
Con estos hermanos ocurre un poco como con los hermanos
Baldwin, hay que usar algún tipo de regla nemotécnica para averiguar de quién
estamos hablando, así que podríamos decir que de los tres uno era el guapo
(siguiendo los cánones de belleza de la época que hoy podríamos encontrar más
que discutibles), otro era el feo y otro era el calvo. Pues ha muerto el feo,
es decir Robin Gibb.
A pesar de que sería imposible decir cual de los dos
artistas que han pasado a mejor vida estos días tuvo más influencia en el
sonido de la época que les toco vivir, lo cierto es que guardo mucha mas
memoria de las canciones de los tres hermanos que de las de la reina de la
música Disco. Recuerdo por ejemplo con claridad la gala de UNICEF (celebrada en
el año 1979 y en la que también se presentó al mundo para bien o para mal el
“Chiquitita” de Abba) en la que el grupo donó la canción “Too much heaven”.
Además
de ser “el feo” o “el sin barba” Robin destacó de entre sus hermanos por ser el
único que consiguió triunfar en solitario con temas muy conocidos como
“Juliette” o “Boys do fall in love” (este último mi preferido y uno de los
grandes éxitos de mi cuenta de youtube antes de que la cerraran por un quítame
allá esos derechos de autor).
Ahora
Robin ha muerto reuniéndose así con sus hermanos Andy (el más joven de los tres
y que tuvo cierto éxito por su cuenta antes de que un cúmulo de circunstancias
desgraciadas como la adicción a la cocaína y el noviazgo con Victoria Principal
le llevaran a la tumba) yMaurice (el
calvo que falleció hace casi diez años sin que a nadie le importara una higa
confirmando así que era posiblemente el George Harrison del grupo) para hacer
un coro de ángeles allá en el cielo como dicen los cursis que comentan en los
vídeos de tributo en el youtube. Aquí como siempre nos limitaremos a poner sus
canciones y a decir “In pace requiescat!
Ahora que están saliendo fans de toda la vida de D.S. hasta de debajo de las piedras yo , siguiendo con la doctrina de máxima honestidad que un ser humano moderno sólo puede permitirse en sitios como este, me limito a poner los dos únicos temas que conocía y sabía que eran de ella (conocía muchos otros pero me acabo de enterar de que los cantaba la muchacha). In Pace Requiescat
Después de (siempre dicho a título personal) alcanzar la
cumbre de su carrera con “Ed Wood”, la trayectoria de Tim Burton ha ido de mal en peor. Salvando
el breve paréntesis de calidad de “Big Fish”, el resto de la filmografía de
Burton parece un intento inacabable de reverdecer viejos laureles repitiendo
fórmulas con éxito decreciente. En efecto el solitario chico del pelo raro no
ha conseguido nunca volver a ser ese cineasta cuyos postulados formales y
argumentales contribuyeron a conformar buena parte de la imagen de los años 90
(o al menos de la primera mitad de ellos, los mejores), después de aquella
época dorada Burton parece incapaz de evolucionar hacia algún lugar que no sea
el resultado de dar una vuelta de 360 grados.
Veamos, tenemos una nueva película basada en alguna forma de
representación artística relacionada con la juventud del director, una historia
que se desarrolla además en un ambiente tétrico o grotesco y en la que la
esposa y el hijo adoptivo de Burton se dedican a hacer toda clase de muecas y
reverencias. ¿De verdad no les suena a algo que ya han visto antes?
Bueno, desde luego Burton sigue siendo Burton también para
lo bueno, la película cuenta con la habitual exhuberancia del diseño de
producción, la tétrica fotografía también habitual y una excelente banda
sonora, tanto la original compuesta por (el asimismo recurrente) Danny Elfman
como la resultante de un escogida selección de la buena música de los setenta y
que abarca desde los Carpenters hasta ¡Black Sabbath! pasando por un cameo de
Alice Cooper interpretándose a sí mismo.
Pero en resumen nada de esto reduce la sensación de estar
ante un nuevo ejercicio fallido de Tim Burton convertido en una pobre imitación
de sí mismo.
2. ROBERT SMITH ROBERT SMITH VA A LUCHAR CON BABURAAAAAAA
Supongo que he mencionado ya el hecho de que, siendo siempre
y en todo momento preferible la versión original a la doblada, hay algunas
películas cuya visión es tolerable en su versión en español y otras que no lo
son en ningún modo. Teniendo en cuenta la extravagante caracterización que
presentaba Sean Penn en la promoción de “This must be the place” (caracterización
que es un confesado homenaje al Robert Smith líder de “The cure”) y el terrible
recuerdo que guardaba del doblaje de algunas películas protagonizadas por
personajes travestidos (“Transamérica”, “Desayuno en Plutón”) esta parecía ser
una de esas producciones que es mejor no ver dobladas. Aun así lo hice y lo
primero que hay que decir es que mis temores estaban fundados, efectivamente a
Penn le dobla un tipo que parece una mala imitación de un retrasado que habla
en falsete. De hecho el mayor mérito de esta producción es el hecho de que Penn
y su personaje logren causar en el sufrido espectador español el efecto que
precisamente buscaban los autores de la película, a pesar de tener que soportar
continuamente la voz de un hombre que parece hablar como si tuviera la boca
llena de papel higiénico mojado.
El director Paolo Sorrentino ha comentado en varias
ocasiones que mientras hacía esta película pensabaa menudo en “The Straight story” (David Lynch
1999), sin embargo mientras la veía yo no dejaba a mi vez de pensar en “Flores
rotas” (Jim Jarmusch 2005), en ambos filmes se usaba una excusa argumental poco
consistente y que en cada caso era lo menos apreciable de ellos (allí la búsqueda
de un hijo natural, aquí la inverosímil caza de un criminal nazi) para
enfrentar a sus protagonistas a una serie de situaciones extravagantes a lo
largo de la sugerente geografía de la que se conoce como “América profunda”, y
no supone una gran diferencia el hecho de que en la película de Jarmusch dicho
protagonista fuera el lacónico Bill Murray y en la de Sorrentino el
estrafalario Sean Penn que por cierto llevaba mucho tiempo sin ofrecernos una
muestra de su capacidad de transformación.
En cualquier caso repito que será necesario volver a ver
“This must be the place” sin el pesado baldón del doblaje y además
permaneciendo despierto durante las casi dos horas de su metraje (esto último
ya fue culpa mía) para poder apreciar esta obra en su justa medida.
Sí bueno, todos (o casi todos) hemos cantado alguna vez
aquello de “Era un hombre y ahora es poli” y hemos pasado por esa fase en la
que manifestábamos odio o desprecio por las fuerzas del orden en cualquiera de
sus formas. Es una actitud que por lo general desaparece o se atenúa con el
tiempo, ahora mismo yo considero a este colectivo como un elemento desagradable
aunque necesario, vamos igual que los supositorios, de hecho podría añadir que
siento algo de simpatía por alguien que elige una profesión que le condena
automáticamente a la marginalidad.
En los últimos meses hemos visto numerosas imágenes de
intervenciones de la Unidad de Antidisturbios en diferentes puntos de España,
imágenes muy llamativas como lo son siempre pero que hay que reconocer que son
en buena medida inevitables, pasando por alto el rumor de que a este tipo de
unidades sólo son destinados aquellos que no valen para otra cosa, digamos
hablando sin rodeos que los antidisturbios están precisamente para dar palo
pero este hecho no los hace perversos de por sí, no son más que el último
eslabón de una cadena represora que empieza mucho más arriba. ¿Qué si se
extralimitan en su trabajo? Pues no se puede soltar a los perros de la guerra y
pretender que usen algún tipo de discreción a la hora de dar candela, de hecho
no creo que haya nadie que pudiera controlarse en una situación como esa.
Ahora visto el caso y comprobado el hecho me gustaría que le
echaran una ojeada a esto.
Yo que
me he pasado la vida contemplando cargas policiales (ya sea por Televisión o en
vivo y en directo incluyendo una delante de la cual corría yo mismo) con serena
indignación confieso que he sentido escalofríos viendo esta imágenes que en un
principio incluso me parecieron parte de uno de esos montajes-parodia de los
programas de Buenafuente o El Gran Wyoming. Una cosa es ser tolerante ante una
comprensiva salida de olla causada por el subidón de adrenalina que sin duda
debe acompañar a estas actuaciones, pero esa complacencia casi frívola en el
innoble arte de pelotear indiscriminadamente a los contribuyentes (como un
grupo de niñatos que se van al barranco a tirotear lagartijas con una escopeta
de aire comprimido) ya es bastante más perturbador. Es posible que tanto
desparpajo se deba al hecho de que es prácticamente imposible procesar a
ninguno de estos policías sea cual sea su comportamiento en este tipo de
algaradas, y los sueños de impunidad producen monstruos, especialmente si el
que sueña es un policía. En fin ahí queda eso.
De nuevo una crítica elogiosa de Jordi Costa me llevó a ver
esta película en el cine en lugar de esperar a hacerme con ella en su idioma
original (algo que posiblemente haga pues se nota que es de las que,
aunquese pueden ver dobladas, gana
mucho cuando se ve en ingles). En esta ocasión se trata de “Martha Marcy May
Marlene”, película escrita y dirigida por el debutante Sean Durkin y con un
inconfundible aroma “indie”, algo a lo que ayuda la presencia de John Hawkes,
por más que los dos títulos asociados a este actor que pertenecen a dicho
estilo de hacer cine no se pueden considerar, dicho sea a título personal, como
buenas referencias. Hablo de la pavisosa “Winter´s Bone” y de la chirriante
“Me, and you, and everyone we know”.
El título que nos
ocupa hoy aborda la historia de Martha (papel interpretado por Elizabeth Olsen
hermana pequeña de las gemelas del mismo apellido a las que por cierto supera
en todos los aspectos a considerar en el ser humano), una joven que trata de
rehacer su vida tras su experiencia como miembro de una secta.
El filme comienza precisamente cuando Martha escapa de la
granja, sede del culto fanático, y es recogida por su hermana y su cuñado, una
familia de clase media de vida ordenada. A partir de ahí la película se
estructura en dos montajes paralelos, uno el que muestra la trabajosa
adaptación de Martha a la vida “real” y otro que escenifica la progresión de la
joven en la secta, ambos montajes se entremezclan y funden de forma
significativa e inteligente usando como puntos de conexión varias situaciones
que paradójicamente conectan dos ambientes tan en teoría separados. La historia
parece reflexionar sobre todo en torno a la identidad o mejor dicho a la pérdida
o a la ausencia de ella (el llamativo título de la cinta hace referencia a cómo
Martha pierde y recupera su nombre en función de las diferentes situacionesa las que se enfrenta) sobre todo porque la
protagonista parece incapaz de conseguir afirmar dicha identidad, ni en el
endogámico ambiente de la secta ni en el mundo exterior.
Quizás de ahí provenga el empeño del argumento en mostrar
que la alineación de Martha es independiente de las circunstancias en las que
vive y es un rasgo que forma parte de las características profundas de su
personalidad, un rasgo eso sí potenciado por el rechazo que produce en su
familia natural su extraño comportamiento así como por la hipocresía de la
aparentemente bucólica hermandad que le ofrece la secta, hipocresía
personificada en la figura Patrick (al que interpreta el ya mencionado John
Hawkes), el paradigmático líder del grupo que bajo una fachada paternalista
oculta una personalidad sádica y manipuladora que manifiesta su dominio mediante
el uso de la intimidación, el abuso sexual y el crimen.
A pesar de la aparente inmovilidad de los postulados de la
película y de su insistencia en la dualidad de los puntos de vista lo cierto es
que el argumento avanza de forma sutil a medida que en la mente de Martha se va
hundiendo en la paranoia y en la ¿alucinación? hasta desembocar en un final
brusco y que muchos consideran también frustrante (a mí sí que me resultó desde
luego brusco mas no frustrante quizás porque el estilo de la película ya
presagiaba que no nos encontrábamos en un thriller al uso). En resumen una película
recomendable para gente con paciencia y sin ideas preconcebidas (o mejor aún
sin falsas ideas preconcebidas).