Wednesday, December 29, 2010

The diamond as big as The Ritz



¿Cómo podríamos calificar a un director como Blake Edwards? Yo tengo una definición particular para esta clase de realizadores: aquellos que nunca figurarían en una lista de los mejores directores de la historia del cine (incluyendo una que yo mismo confeccionara) pero que cuando se mueren y repasas su filmografía descubres que en vida consiguieron firmar un puñado de grandes películas, algunas de ellas casi obras maestras.

De no ser porque en sus últimos años fue reivindicado de forma decidida, quizás Billy Wilder entraría también en esta categoría. Pero repito que lo importante no es la posición que ocupa Edwards en el olimpo cinematográfico sino las películas que hizo, hablemos de ello.





Y como de costumbre nada mejor que coger su página en la imdb y repasar sus obras desde abajo hacia arriba. La primera de ellas que (me) llama la atención de la lista es “Mister Cory” de la que ya hablamos en su día cuando hacíamos el panegírico de Tony Curtis y que volvemos a definir como una interesante pero olvidada película.

Poco después vino “Operation Petticoat” una encantadora estupidez mezcla de comedia y género bélico que ha pasado a la historia por una de las imágenes más kitsch que se pueda imaginar, ni los Beatles se atrevieron a tanto






Pasando ya a la década, de la que acabaría por convertirse en uno de sus directores emblemáticos, tenemos “Breakfast at Tiffany”, un filme generalmente menospreciado (cuando no detestado) por todos los que han leído el original literario y contemplado como mínimo con agrado por aquellos que no lo han hecho. Yo soy de los que están en el segundo grupo. Los que están en el primero se quejan sobre todo de cosas como el personaje interpretado por Mickey Rooney (uno de esos “que ya no volveremos a ver” en ninguna película) o de la notoria diferencia entre el final en papel y el final en celuloide. Lo cierto es que la curiosidad que tengo con respecto a este último punto es casi la principal razón para decidirme a leer de una vez el libro de Capote.




Hasta que eso suceda seguiré recordando este filme como una experiencia sumamente placentera, además de ser es uno de los trabajos más celebrados de Audrey Hepburn lo que ya sería suficiente por sí solo.



Al año siguiente Edwards firmó “Experiment in terror”, un thriller en blanco y negro del que sí afirmo que ha recibido más reconocimiento del que merece, y que personalmente sólo volvería a ver para extasiarme con la contemplación de Lee Remick, algo que igualmente justificaría por sí solo el visionado de esta película (aunque por motivos diferentes que en el caso de Audrey).



A continuación vino la que es para mí su mejor película, esa que siempre saca uno de la baraja cuando alguien trata de encasillarle como un realizador de comedias. Se trata de “Días de vino y rosas”, donde repetía Lee Remick acompañada por Jack Lemmon en una actuación que también le aparta de su tradicional rol de actor de comedia (y que es igualmente para mí uno de sus mejores trabajos). “Días de vino y rosas” es por añadidura una de las que reflexiona con más brillantes (rozando quizás el tono didáctico en ocasiones) sobre el fenómeno del alcoholismo social en una época en la que bebían hasta los recién nacidos. El filme tiene además la virtud de tener una estructura en la que Edwards pudo mostrar más claramente su pericia al adoptar un tono semejante al de una de esas comedias ligeras que se le atribuían como marca de estilo, para ir variando hacía un drama con escenas de un patetismo que incluso vistas hoy resultan estremecedoras.



Después de esta incomparable película vino posiblemente el mayor éxito del realizador norteamericano. Si Blake Edwards tuviera que ser calificado por una sola de sus obras seguramente habría que decidir entre “el director de Desayuno con diamantes” o “el director de La Pantera Rosa”. ¿Qué si hay razón para tanto alboroto?, no lo sé, nunca la he visto, ni esa ni ninguna de las inacabables secuelas que persiguieron a Edwards casi hasta su muerte. No hay ninguna razón para que haya dejado de ver esta película, pero lo cierto es que tampoco se me ha puesto nunca por delante así que no puedo opinar sobre ella ni sobre cómo Peter Sellers realizó su interpretación más conocida (comiéndose de paso al bueno de David Niven). De hecho mis conocimientos sobre el fenómeno Pink Panther se refieren a la simpática serie de nuestra (bueno de la de algunos) infancia.



Después de la primera secuela rosa vino “The Great Race”, una aparatosa superproducción con tono de “slapstick” sólo apta para niños en la que destaca sobre todo un Jack Lemmon haciendo de Pier-no-doy-una.



A continuación Edwards se despidió la década de forma tan brillante como la inició, entregando la segunda película que más me gusta de su filmografía y que además considero como una de las más divertidas que he visto nunca. “El guateque” es además una de esas películas que son percibidas de forma diferente según la edad en la que sean visionadas, lo que es pura diversión puede variar con el tiempo hasta convertirse en una cierta amargura al contemplar el espectáculo del inadaptado Hrundi Bakshi sembrando el caos en una mansión llena de snobs, como un Monsieur Hulot del Indostán.



“El guateque” está considerada además como una de las películas símbolo de los sesenta, o más bien de cómo las innovaciones estilísticas de esa década fueron asumidas, generalmente de forma ridícula, por la clase acomodada. Es una lastima que a Edwards o a sus guionistas (entre los que él estaba incluido al menos en este título en cuestión) se les fuera un poco la mano al final pues de otro modo esta obra hubiera quedado redonda. Pero de todos modos lo principal es que estamos ante un espectáculo plagado de situaciones desternillantes, imposible quedarse sólo con una de ellas, pero yo elijo esta para ilustrarnos.



Podría decirse que los dos siguientes filmes del director fueron un intento de escapar de su encasillamiento como director de comedias, por más que tengo la sensación de que al hombre le importaba un pito que le encasillaran. Se trata de “Wild Rovers” y “The Carey Treatment”, el primero es un western bastante apreciable y a reivindicar de forma urgente, el segundo es un thriller de ambiente sanitario que sólo merece ser recordado por la extrema violencia de sus imágenes, símbolo inequívoco de que los tiempos habían cambiado.




El resto de la década setentera pasó sin pena ni gloria hasta que en 1979 llego “10” un gran éxito de público y el lanzamiento (más efímero aún que el de Farrah Fawcett) de un icono sexual de la época, Bo Derek. Me gusta mucho casi todo lo que he visto de Duddley More y sería él (a mí la Derek ni fu ni fa) el único motivo por el que vería esta película.



Los ochenta comenzaron con otro éxito (esta vez también de crítica), la excelente “Víctor o Victoria”, elegante comedia de enredos protagonizada, además de por James Garner, por Julie Andrews que era también la esposa de Edwards. Posiblemente estemos ante la última gran película de este director.



Del resto de la década no hay gran cosa que decir si exceptuamos “The man who loved women”, un curioso remake de la obra casi homónima de Francois Truffaut que sólo recuerdo por una divertida escena que implicaba a Burt Reynolds y un tubo de pegamento industrial. También me gustaría mencionar “Micky y Maude”, posiblemente la menos conocida de la carrera de Duddley Moore pero que a mí me parece la más divertida con diferencia, otra título a recuperar.



Del resto de su filmografía, antes de que se retirara y sus pensamientos se fueran volviendo tan grises como la ceniza, mencionaría “Cita a ciegas”, una comedia con los por entonces incipientes Bruce Willis y Kim Bassinger, que a pesar de contar con buenos momentos mostraba ya a las claras la fatiga del realizador, aunque curiosamente algunos años más tarde el ya anciano realizó una película bastante más sólida. Se trata de “Switch” un filme que, con la apariencia de un típico argumento de confusión de identidades (un playboy muere y renace convertido en Ellen Barkin nada menos), resultó ser un interesante estudio sobre los roles tradicionales del hombre y la mujer, o al menos me pareció que la película abordaba mejor este tema que otros horrores que la sucedieron (“Lo que piensan las mujeres” y otras hierbas).



En todo caso un digno colofón para hablar de la carrera de un director que hizo películas que serán recordadas cuando su nombre ya se haya olvidado, posiblemente muchas personas no hayan oído hablar de él pero considero casi imposible que nadie (al menos nadie con más de 30 años) haya pasado por el mundo sin haber visto al menos una de sus películas. Y por eso se merecía este homenaje un poco tardío, claro que sí.

Thursday, December 23, 2010

Sisterboy Drama les desea Feliz Navidad (y que Dios nos bendiga a todos)

Sunday, December 19, 2010

Nacido muerto



En el año 1995 el director Alex de la Iglesia consiguió un importante éxito de crítica y público con “El día de la bestia”, posiblemente una de las películas más importantes (una calificación innegable dejando a un lado los gustos personales de cada uno) de los últimos 15 años.




El realizador vasco ya había conseguido un estimable grupo de espectadores fieles a su estilo y al cambio de tendencia que dicho estilo representaba (en contraste con el agotado cine de los ochenta) con su opera prima “Acción Mutante”, pero el éxito de su segundo largometraje provocó que su nombre quedara, quien sabe si a su pesar, ligado a una forma lúdica y despreocupada de hacer cine, mucho más volcada en complacer al público (sin llegar a caer en la vulgaridad de las producciones de los hermanos Ozores) antes que al ego del propio autor.

Pero curiosamente esa forma de hacer cine, al menos en lo referido a la carrera de Alex de la Iglesia, murió precisamente con ese filme, y el director vasco se dedicó en lo sucesivo crear un tipo de historias que fueran precisamente reflejo de sus gustos y obsesiones así como a tratar de radiografiar aspectos de la idiosincrasia de su país siempre en relación con su propia experiencia vital. Así ha sido desde entonces hasta ayer mismo (con la excepción de “Los crímenes de Oxford” que ya comentamos en su día).

No soy un gran seguidor de la filmografía de Alex (me permitiré la familiaridad de llamarle por su nombre de pila so pena de tener que usar la cacofónica coletilla “de De la Iglesia”), sí soy un admirador de la ya mencionada “El día de la bestia” así como de “La comunidad”, en cuanto a “Acción mutante” y “Perdita Durango” las dejé a la mitad, “Los crímenes de Oxford” me resultó irrelevante y “800 balas” me pareció directamente una mierda. Pero me gustaría mencionar sobre todo de “Muertos de risa” la última película suya que vi (antes de ver esta lógicamente).

Tras el paréntesis de “Perdita Durango”, “Muertos de risa” se perfilaba como la vuelta de Alex a los dominios del gran espectáculo para todos los públicos (dicho esto no en el sentido tradicional referido a la edad de dicho público), algo a lo que ayudó una promoción previa quizás un poco engañosa.



Pero lo que el público se encontró fue algo diferente, una declaración de autoría, un “ahora hablaré de mí” y sobre todo una primera referencia a una dimensión espacio-temporal (la España del Tardo franquismo y la Transición) en la que Alex de la Iglesia nació y creció, una dimensión demasiado fantástica como para contarla de forma realista. El resultado fue que los espectadores se sintieron en su mayor parte defraudados, algo que no pareció importar demasiado al realizador vasco que siguió ahondando en su particular análisis (siempre en relación con su propia biografía sentimental) de la España presente y pretérita, unas veces con acierto –“La comunidad”- y otras sin él -“800 balas”- con la salvedad de la, repito, insulsa “Los crímenes de Oxford”.



Llega ahora “Balada triste de trompeta” avalada por varios premios del Festival de Venecia y por el aplauso de algún ilustres contemporáneo (tanto en edad como en criterios cinematográficos) de Alex.



Desde que la película empezó a ser visionada por críticos y espectadores de dichos festivales hay una frase que se ha usado continuamente para definirla: “salto sin red”. Particularmente encuentro esa expresión de lo más adecuada porque estamos sin duda ante la propuesta más arriesgada del autor (incluyendo sus primerizas “Mirindas asesinas” y “Acción mutante”) y posiblemente una de las más arriesgadas que el cine español haya lanzado nunca y que esté dirigida al gran público. Alex de la Iglesia prescinde en esta ocasión de cualquier clase de complacencia con dicho público, al tiempo que ahonda de modo más intenso que nunca (y posiblemente por última vez pues la catarsis parece ya definitiva) en ese territorio mítico de la infancia de los setenta en la que da la sensación de que pasaron las últimas cosas verdaderamente importantes (tanto a él como al país en general), por más que mi opinión pueda estar distorsionada por el hecho de que soy sólo cuatro años más joven que el autor de la historia (a este respecto imposible que nadie de nuestra generación pueda evitar que se le pongan los pelos de punta con los títulos de crédito del principio).




Pero es importante resaltar que “Balada…” no es la recreación de una época, sino de un estado de ánimo, una película personal en el sentido de que es el reflejo de un sentimiento más que una autobiografía al uso, y por lo tanto es tan absolutamente caótica y desquiciada como lo sería una transcripción al celuloide de una historia psiquiátrica de España, una España representada en el personaje de Javier (Carlos Areces al que algunos ya hace tiempo que habíamos descubierto), símbolo de una generación nacida de las cenizas de la Guerra Civil, reprimida y desquiciada, hijos del agobio y el dolor.




Pero repito que todo esto resulta una simple elucubración sobre el significado de una historia tan difícil de analizar como los recuerdos de un niño de ocho años de la España de 1973. Esta película es el “Ocho y medio” de Alex, su “Stardust memories”, e incluso si me apuran su “Inland Empire” y todo ello filmado en un tono que por momentos me hizo recordar a Brian de Palma en su vertiente más desequilibrada, la de “El fantasma del paraíso”, “Fascinación”, “Scarface”, “Doble Cuerpo”, “En nombre Caín” o “Femme Fatale”, aquel que no trataba de plagiar el cine de otros autores (Hitchcock, Howard Hawks) al igual que Alex no pretende plagiar a Berlanga o Ferreri, sino de trasladar al espectador de nuestro tiempo los sentimientos que se escondían detrás de sus historias desprovistas de cualquier ambigüedad o sutileza al que la censura (oficial o subrepticia) sometía a los grandes maestros del pasado.

Yo siempre he dicho que Alex de la Iglesia me resulta tan o incluso más atractivo por su figura pública que por sus películas, es uno de los pocos cineastas nacionales cuyas entrevistas no dan vergüenza ajena, y su forma de ver el mundo y el cine se parecen bastante no a la mía propia sino a la de alguien a quien se le supone un criterio particular. Pero con esta película se ha ganado para siempre mis respetos (y nótese el hecho de que ni siquiera he dicho si me ha gustado, algo que considero poco relevante en este momento), como el mismo dijo, con “Balada triste de trompeta” ha puesto los huevos encima de la mesa. Sólo por eso valdría la pena ir al cine.

Tuesday, December 14, 2010

Personal Christmas. Fantasia on Christmas Carol



PARTE PRIMERA. OLE OLE HOLA OLE OLE, HOLANDA YA SE VE

No me gustan los villancicos españoles. No es ninguna actitud anti navideña, los que hayan leído las entradas durante los meses de diciembre de otros años sabrán que no tengo ninguna actitud totalmente anti navideña ni totalmente pro navideña, es sólo que (como debería ser en todos las demás cosas de la vida) hay aspectos de estas fiestas que me gustan y otros que no, y uno de los que no me gustan son nuestros villancicos tradicionales.

Y los conozco bien, durante los primeros años de mi vida fueron los únicos que escuché, tanto en su aspecto autóctono como en las traducciones que se hacían de los tradicionales de otras lenguas. Recuerdo por ejemplo que en la escuela primaria a la que asistí (el colegio Serrano, una institución que merecería por sí sola una novela de varios tomos) solíamos cantarlos cuando llegaba la época blanca. También recuerdo que cuando iba al pueblo por Nochebuena los chicos de la barriada íbamos por las casas cantando villancicos para obtener dinero con que comprar petardos (durante la infancia) y más tarde ron (durante la preadolescencia).

Pero incluso en aquellos años juveniles, en los que uno cantaba lo que le mandaban cantar sin pensar demasiado en ello, no dejaban de resultarme llamativas ciertas estrofas, y en ningún caso para bien.

Está por ejemplo aquella que había en “Los peces en el río” (cuyo estribillo por cierto resultaba demasiado surrealista incluso para una canción de navidad).

La Virgen esta lavando
con un poquito jabón,
se le picaron las manos,
Madre de mi corazón.


Cuando oía esos versos no podía evitar erizarme todo pensando en la imagen de la madre celestial con las manos picadas por la versión palestina del jabón lagarto, al tiempo que me preguntaba para qué carajo necesitábamos esa información.

Otra cancioncita igual de erizante pero con una perturbadora derivación gore era la que contaba aquello de

Todos le llevan al Niño
Yo no tengo qué llevarle
Le llevo mi corazón
Que le sirva de pañales


Una imagen vale más que mil palabras para ilustrar este horror.




Aunque hay que decir en honor a la verdad que a continuación este mismo villancico se destapa con una declaración que no por pero grulla deja de ser también honesta, aunque algo ceniza.

Esta noche nace el Niño
Y es “mentira”, que no nace
Esto es una ceremonia
Que todos los años hacen


Luego estaban aquellos que ponían de manifiesto el carácter cainita que siempre nos ha sido propio. Veamos por ejemplo ese que dice.

En la puerta de mi casa
voy a poner un petardo,
"pa" reírme del que venga,
a pedir el aguinaldo.

Pues si voy a dar a todo,
el que pide en noche buena,
yo si que voy a tener,
que pedir de puerta en puerta


Uno se imagina al gamberro de bigote incipiente de toda la vida esperando agazapado con la pólvora preparada a que pasara el barrendero o el butanero a pedir el aguinaldo (costumbre perdida por, para bien o para mal) con el que complementar con algunas migajas su miserable paga. Y para colmo en el segundo cuarteto se justifica con unos versos que firmaría el mismísimo Ebenezer Scrooge. ¡Bien por el espíritu navideño!



Aunque en este aspecto la palma se la lleva el célebre villancico “Hacia Belén va una burra”. Y por eso vamos a reproducirlo entero.

Hacia Belén va una burra, rin, rin,
yo me remendaba yo me remendé
yo me eché un remiendo yo me lo quité,
cargada de chocolate;

Lleva en su chocolatera rin, rin
yo me remendaba yo me remendé
yo me eché un remiendo yo me lo quité,
su molinillo y su anafre.

María, María, ven a acá corriendo,
que el chocolatillo se lo están comiendo.

En el portal de Belén rin, rin
yo me remendaba yo me remendé
Yo me eché un remiendo yo me lo quité,
han entrado los ratones;
y al bueno de San José rin, rin,
yo me remendaba yo me remendé
Yo me eché un remiendo yo me lo quité,
le han roído los calzones.

María, María... ven acá corriendo,
que los calzoncillos los están royendo.

En el Portal de Belén rin, rin,
yo me remendaba yo me remendé
yo me eché un remiendo yo me lo quité,
gitanillos han entrado;
y al niño que está en la cuna rin, rin
yo me remendaba yo me remendé
yo me eché un remiendo yo me lo quité,
los pañales le han cambiado.


María, María ven acá volando,
que los pañalillos los están lavando.



Vayamos por partes. Saltándonos el estribillo remendón (la pobreza atávica de la estepa española siempre omnipresente), empezamos con un par de muertos de hambre robándole el chocolate (recuerdo también las parodias sobre el tema en la pandilla del pueblo cuando el ron fue sustituido por el hash) a la de las manos picadas.

Luego viene la eterna rechifla sobre una de las figuras más patéticas de la cristiandad, el bueno de San José cornudo (por más que el adultero sea el mismísimo Espíritu Santo) y apaleado, y encima con los ratones royéndole los gayumbos. Esto es sadismo y no lo del marquesito francés.

Y por último la advertencia a María de que los gitanillos andan enredando en el portal, no vaya a ser que le hayan cambiado al niño por un cochinillo. Tremendo.

En resumen el cancionero navideño nacional huele a meseta helada, postguerra, hambre, picaresca, anís de garrafón, peladillas parte dientes, sabañones y todo ello amenizado con música de zambomba, el instrumento con el nombre, el aspecto y el sonido más ridículo que se haya inventado nunca.



Y para terminar cómo podríamos olvidarnos de las rimas más horrorosamente deprimentes que podía oír un niño en estas fechas. Me refiero naturalmente a

La Noche Buena se viene
la Noche Buena se va
y nosotros nos iremos
y no volveremos más


¡ESO ES! ¡VIVA! ¡ALEGRÍA Y ZAPATETA!. Nada mejor que unos ripios que parecen creados directamente por Kierkegaard el día del entierro de su madre para calentar el ambiente. La versión navideña del no menos carpetovetónico “Rascayú cuando mueras que harás tú”.

En fin aquí terminamos la primera parte del serial navideño dedicado en esta ocasión a los villancicos nacionales, seguidamente iremos con otro tipo de canciones ideadas más allá de la piel de toro aunque con un contenido que yo juzgo como mucho más agradable.




PARTE SEGUNDA: OH, TIDINGS OF COMFORT AND JOY


Como dije antes los primeros villancicos extranjeros que escuché eran traducciones de temas muy conocidos, no sé cuando empecé a entrar en contacto real con los originales, posiblemente a través de películas navideñas para cine y televisión que pasaban todos los años. Pero a este respecto lo primero que recuerdo son los especiales navideños del programa “Polvo de estrellas” de Carlos Pumares.

Sin embargo la revelación definitiva tuvo lugar en un año que no sabría identificar pero que tuvo que ser a finales de los ochenta, durante un concierto de Navidad a cargo de la Orquesta Sinfónica de Tenerife en el Teatro Guimerá. El repertorio lo componían, entre otras canciones, una serie de bellos villancicos tradicionales ingleses como Fantasia on Christmas Carol de Vaughan Williams y otros como “The first Nowell” y mi preferido, “God rest you merry gentleman” (que por cierto escuché por primera vez en la voz de Bing Crosby durante el anteriormente citado programa de radio). Sólo esa parte de la letra que dice To save us all from Satan´s power, when we were gone astray vale por todas las paletadas nacionales anteriormente reseñadas.



Desgraciadamente aquella costumbre local se perdió, o mejor dicho, se transformó cuando las autoridades sacaron el concierto del insigne Teatro y lo trasladaron a la dársena pesquera, donde a partir de entonces el repertorio quedó constituido por preludios e intermedios de zarzuela aderezados con el “Carmina Burana” que es una pieza muy bonita que a todo el mundo gusta.

Yo por mi parte fui ampliando mis conocimientos sobre villancicos ingleses y descubrí otras cosas como el “Hark the Hearld Angels sing” (que algunos recordaran de “Que bello es vivir”), “Deck the Halls”, “Joy to the World“We wish you a merry christmas” y tantas otras que seguro se me escapan, sin olvidar por supuesto el “Hallelujah” de Handel. Incluso hay en los Carols un hueco para el legendario nonsense inglés con la encantadora “The twelve days of Christmas”.



Escuchando estas canciones uno se imagina caminando por en medio de una gigantesca nevada en Stoke on Trent (o alguna otra localidad que en el fondo ninguno queremos conocer personalmente) con prisas para llegar a casa y cenar ganso asado, pudding y cerveza caliente.






Después de los villancicos de origen inglés los que más me gustan son los de Estados Unidos que, aparte de adaptar a su manera y en ocasiones con bastante acierto las canciones de invierno anteriormente mencionadas, también tienen su propio folklore sobre el tema, como no podía ser menos en el país que prácticamente inventó la navidad tal y como la conocemos hoy.

A este respecto con los villancicos norteamericanos no consigo establecer la misma asociación visual que con los ingleses o los españoles. Más bien se me aparecen dos imágenes distintas. Una es la típica estampa -también nevada- de alguna ciudad pequeña del Medio oeste durante los años cincuenta con la familia preparada para cenar un pavo del tamaño de un caballo y el hijo mayor que llega en el último momento desde Corea con permiso especial del Ejercito. Un poco a lo Norman Rockwell.




Con esta imagen asociaría villancicos de tono suave y familiar (no tan solemnes como los británicos) del estilo de los insignes “Jingle Bells”, “White Christmas” y “Little drummer boy” así como los menos conocidos –al menos en nuestro país- “It came upon a midnight clear” “Have yourself a merry little Christmas”, “Ill be home for Chritsmas”, o la chispeante “Sleigh ride” de Leroy Anderson, el mismo autor que compuso “Typewritter”.



Otros villancicos del Nuevo Mundo tienen un aire más urbano y frívolo y me hacen imaginar por el contrario un bar de la gran ciudad atestado de halcones nocturnos sin familia que les espere en casa o una de esas fiestas navideñas de oficina al estilo de “El apartamento”.



A tal categoría un poco más festiva asocio canciones como “Jingle Bell Rock”, “Winter Wonderland”, “Rockin around the Christmas”, “Let it snow”, Santa Claus its coming to town” o “Zat you, Santa Claus”. Aunque mi preferida es “Rudolph the red noose reinder” máximo exponente de cómo los yankees fabrican su propia iconografía cuando la necesitan.



Y esta sería en resumen lo que yo entiendo por la perfecta banda sonora para una Navidad. Lo lógico sería hacer mención a villancicos de otros países pero ¿conocemos alguno? Sí claro, esta “Noche de Paz”, uno de los más famosos del mundo, y también el no tan famoso “O Tannembaumm” pero, entre nosotros, para ser justos con la idea de identificar un país con sus villancicos habría que oirlos en su idioma original y la lengua alemana siempre me ha parecido demasiado abrupta para una canción de navidad, y si no me creen aquí está el inefable Heino para hacernos una demostración de cómo un villancico en alemán puede sonar como el himno de la División Leibstandarte Adolph Hitler.



También están los villancicos de última generación. Aunque en este estilo musical casi siempre se acude a canciones que tienen como mínimo cincuenta años, es inevitable que algunos temas más contemporáneos se hayan colado en la cultura popular y sean considerados ya como clásicos, aunque sea para mal como sucede con el indescriptible “Last Christmas” de Wham o el no menos empalagoso “Do they know it´s Christmas” (el propio Bob Geldof afirma que odia esta canción con toda su alma) o la también demasiado sodada “So this is Christmas” de John Lennon y señora.

Yo por mi parte me seguiré quedando con los de antes, si acaso admitiría primero rarezas como el “Merry Christmas everybody” de Slade o el “Merry Christmas (I don´t want to fight tonight)” de Ramones o incluso “Christmas in the stars” una marcianada –nunca mejor dicho- interpretada por nada menos que C3PO.



Y ya por último me gustaría hacer una pequeña mención al subgénero de las canciones anti navideñas, una tendencia lógica teniendo en cuenta que la Navidad es un acontecimiento detestado por millones de personas. Debe haber bastantes pero yo ahora mismo sólo recuerdo dos, una de ellas fue en su momento (hace muchos años) la canción más blasfema que había oído en mi vida, se trata de “Voca de Dios” (sí, con V) del grupo catalán “Decibelios”



En el mismo sentido tenemos esta canción compuesta e interpretada por Eric Idle que refleja perfectamente el sentimiento que muchos tienen por estas fiestas. El mismo sentido sí pero quizás con algo más de elegancia que en el caso anterior (en cuanto a la forma que no en cuanto al fondo que es igualmente obsceno), algo comprensible si comparamos a un señor educado en Cambridge con cinco gárrulos criados en el Prat. No voy a decir que sea un colofón digno después de mencionar tantas canciones hermosas, pero sí bastante adecuado.

Sunday, December 05, 2010

La verdad nunca nos hará libres

El diablo cojuelo de Luís Vélez de Guevara. Un estudiante que huye de la justicia, don Cleofás, entra en la buhardilla de un astrólogo y allí libera a un diablo encerrado en una redoma, quien en agradecimiento, levanta los tejados de Madrid y le enseña todas las miserias, trapacerías y engaños de sus habitantes.



“La sombra de una duda” de Alfred Hitchcock. El tío Charlie (Joseph Cotten) le explica a su atribulada sobrina (Teresa Wright) su filosofía de la vida. “Si rasgaras las paredes de las casas ¿Qué encontrarías dentro? ¡A un montón de cerdos!”.




Mark Twain: “Es mejor no saber como están hechas las salchichas y las leyes”.




No siento un exagerado entusiasmo con las revelaciones de Wikileaks de las que tanto se habla en los últimos días.

Lo que sí me llamó la atención en primer lugar fue el hecho de que, tras unos 15 años de existencia efectiva de la red global, a nadie se le hubiera ocurrido la idea, algo tan simple como abrir una plataforma que diera libertad absoluta para que se filtraran en ella documentos secretos de Gobiernos y corporaciones. Desde luego que en un medio tan aparentemente anárquico (al menos en los países democráticos nadie ha conseguido dominar la red de forma totalmente segura) ya se habían filtrado todo tipo de vergüenzas públicas y privadas pero digamos que Wikileaks es la primera plataforma virtual que se ha tomado en serio esa tarea.

En segundo lugar me resulta incomprensible el hecho de que las relevaciones de la web chismosa puedan indignar o sorprender a alguien. En lo que se refiere a la indignación encuentro que es una actitud bastante hipócrita. La verdad y la honestidad son invenciones de una forma de ficción artística que se alimenta de series de televisión americanas dirigidas a familias blancas de clase media de Nebraska. En realidad ningún ciudadano soportaría un análisis escrupuloso sobre sus actos, si cada de uno de nosotros dispusiera en su interior de un sistema que pudiera revelar no ya sus pensamientos sino sus conversaciones privadas el resultado sería inevitablemente sonrojante. Nadie sale bien librado cuando caen los muros de las casas o cuando el diablo echa un vistazo a través del tejado, ya se trate de un individuo anónimo o de la nación más poderosa de la tierra (por más que estoy dispuesto a reconocer que en el segundo caso las consecuencias suelen ser más graves que en el primero).

Pero más incomprensible aun me resulta el que alguien se haya visto sorprendido por el contenido de los nuevos papeles del Mar Muerto. Sólo un ignorante que no conozca ni de la forma más superficial la historia presente y pasada de nuestra civilización puede sorprenderse de que los Gobiernos del mundo, como sistema, y sus representantes, como individuos, se comporten con el más absoluto cinismo y desprecio por todo aquello que dicen representar. Un ignorante o un ingenuo profesional, la peor clase de ingenuo por cierto.

Así pues admitido el hecho de que el contenido de estas revelaciones no es demasiado sorprendente (al menos en el fondo) queda únicamente preguntarnos qué pasará ahora. Por ejemplo cómo y cuando será eliminado el hombre que ha desafiado a las fuerzas de la naturaleza.





De momento se han destapado con una acusación de violación. ¡Cristo! Es algo tan poco sutil que parece más propio de un mal telefilme sobre el profundo sur. De todos modos está claro que este hombre estará entre rejas más pronto que tarde. Y gracias, si fuera ruso ya estaría muerto. Pero cualquier cosa que le pase no será más que una simple venganza (sí, los Gobiernos también actúan por venganza, como un guapo que espera fuera del bar al tipo que le ha plantado el machango). Tampoco servirá de nada la –ridícula- propuesta de incluir Wikileaks en la lista de organizaciones terroristas. Es posible que acaban con esa plataforma en paritcular pero saldrán imitadores (que carajo, seguro que ya existen), la lata está abierta y en el futuro cualquier funcionario resentido (o cualquier Gobierno que tenga interés en determinada filtración que esa es otra) pueda colgar allí los trapos sucios de un sistema al que ahora sólo le quedan dos opciones: empezar a comportarse como las familias de Nebraska piensan que deberían comportarse o esconder mejor sus vergüenzas. Me da que elegirán lo segundo.

Saturday, December 04, 2010

They lost control.


Los controladores son trabajadores por cuenta ajena. Podemos añadir muchas cosas a esta declaración pero su autenticidad es irrebatible, que si ganan un montón de dinero, que si tienen más privilegios que el resto, que si pueden paralizar un país cuando les venga en gana y bla bla bla. Pero esto no cambia que son asalariados que están dados de alta en la Seguridad Social y cobran todos los meses, al igual que un camarero o un jugador de fútbol de primera división.

Y en lo que se refiere a esos privilegios pues……supongo que alguien se los habrá concedido, que ellos mismos no se han auto asignado sus sueldos ni el modo en que se hacen y se cobran las horas extras, todo esto tiene que venir de un convenio firmado por ambas partes por más que una de las cuales esté ahora denunciando dichos acuerdos. El estado español (independientemente de quien ocupe su gestión de forma temporal dado que el problema viene de largo) ha tenido muchísimo tiempo para tratar de solucionar este follón que reverdece de vez en cuando, pero por lo visto nadie ha querido o sabido hacerlo.

Así pues en el día de ayer los controladores simplemente decidieron no ir a trabajar y todo el país se ha venido abajo. El motivo del desplante fue un Real Decreto publicado ayer mismo en el que el Gobierno (que da muestras claras de haber perdido los papeles definitivamente vislumbrando ya el, al parecer, inevitable batacazo electoral de las elecciones locales y generales). En ese Real Decreto el Ministerio de Fomento establecía que la jornada laboral para los controladores sería de un máximo de 1.750 horas anuales, asimismo se suspendía la prejubilación a los 52 años y se abría la prestación del servicio de control aéreo a empresas distintas de AENA. El objetivo era rebajar los costes de navegación y garantizar el funcionamiento de los aeropuertos de forma "continua y segura". Nada que objetar aunque, incluso sin prever la desmesurada respuesta del colectivo afectado, lanzar una medida como esta el mismo día en el que daba comienzo el puente más largo del año y el período vacaciones más importante después de las Navidades y el mes de Agosto es un acto de temeridad incalificable.

Si no considerara que este Gobierno es demasiado torpe como para ser tan sutil pensaría que dicho Real Decreto había sido publicado en tal día con el ánimo de provocar una reacción como esta entre los controladores, y así tener excusa para dar un golpe de efecto como el que se está produciendo, y todo ello con el ánimo de dar una impresión de fortaleza, algo que jamás han conseguido.

El resultado es que ante la paralización del espacio aéreo nacional el Gobierno ha optado por declarar el Estado de Alarma, una medida que no por Constitucional deja de ser un acontecimiento histórico por tratarse de la primera vez que se declara en la historia reciente de la democracia española, ni siquiera cuando el intento de golpe de estado del 23 de Febrero de 1981 se llegó a tanto.

Así pues un status quo construido sobre años de debilidad y concesiones, un status quo desfavorable para los intereses generales, pero muy favorable para un colectivo al que no se le puede negar que ha sabido conseguir y defender admirablemente sus privilegios (por muy mal que nos caigan y por mucho que nos hayan jodido a ver quién no desearía para su gremio contar con la fuerza negociadora de los controladores), ha tenido que ser desmontado sacando los tanques a la calle, algo que -por mucho que el Ejercito haya conseguido al fin ganarse el respeto de la opinión pública- no deja de ser un espectáculo desagradable.

No sé cómo acabará esto pero por primera vez en mucho tiempo estoy empezando a sentir temor por la forma en la que estamos siendo gobernados, y mejor no hablar de las alternativas.