But the kid is not my son

"El Intercambio" con spoilers
Hubo una época (lo sé por que la viví en parte) en la que las películas que dirigía o protagonizaba Clint Eastwood eran casi uniformemente consideradas como una mierda fascista y egocéntrica. Más tarde (seguramente en algún momento entre “Bird” y “Sin perdón”) eso cambió por completo y se empezaron a considerar casi como una obra maestra no solo todas las películas que Eastwood hizo a partir de ese momento sino también todas las que había hecho antes y que tanto desprecio habían generado.
Posiblemente ambas posturas son erróneas. Personalmente no he sido nunca un fan excesivo de ningún director, algo que te obliga a reivindicar (o al menos disculpar) cualquier bodrio que firme aquel al que has decidido elegir como tu director favorito. Yo prefiero distinguir las películas de una a una. En el caso de Eastwood hay que decir que es un director que cuenta con algunas obras maestras como “Mystic River” “Los puentes de Madison” o “Sin Perdón”, un buen puñado de grandes películas, algunas no tan buenas pero tolerables por motivos extra cinematográficos (“Heartbreak Ridge” es el ejemplo más claro que se me ocurre) y otras que son directamente muy malas (incluidas las incomprensiblemente reivindicadas “El jinete pálido” o “The outlaw Josey Wales” que a mí me resultan ridículas).
“El intercambio” no es una obra maestra pero tampoco es una mala película ni mucho menos. Presentada en forma de thriller la película goza de todas las cualidades de un buen producto perteneciente a dicho género como son una adecuada dirección, unas acertadas actuaciones, una historia que, prescindiendo de la cuestión de si es o no fiel a su origen verídico, tiene una progresión dramática casi perfecta que hace que apenas se nota su larga duración y que sobre todo causa una enorme intriga en el espectador por conocer cual será el desenlace del argumento. Si algún pero le pondría en este sentido sería esa sucesión de clímax finales, hasta tres seguidos (como me adelanto alguien que fue a verla antes que yo) que coinciden con la resolución del doble proceso (el judicial y el administrativo), la ejecución del asesino y esa ultima escena que funciona a modo de epilogo y que en conjunto producen una cierta sensación de agotamiento.
No comparto sin embargo las críticas que he escuchado respecto al maniqueísmo con el que se tratan algunos personajes (como el caso del mefistofélico Capitán Jones) y cómo se manipulan con fines emocionales algunas situaciones como la de la liberación de las mujeres internadas bajo el código 12 o ese ya mencionado epílogo que facilita una falsa sensación, no ya de final feliz sino de final un poco menos infeliz, que se ofrece como alivio para el personaje protagonista (y de paso para el espectador). Es lógico que haya gente que piense así e incluso no negaré que he tenido esa sensación en otras películas en las que ha ocurrido lo mismo pero lo cierto es que es el caso de “El intercambio”, quizás por la ya mencionada maestría de Eastwood a la hora de narrar los hechos y de conseguir la implicación del espectador en la historia
Lo que sí es cierto es que no se aprecia en la película ningún trasfondo filosófico o mensaje moral subyacente al estilo de muchos otros títulos del cineasta (Mystic River, Sin perdón, Banderas de nuestros padres, etc…) aunque algo sí me ha llamado la atención al margen de la simple descripción de los hechos es, lo que yo supongo, un esfuerzo por parte de Eastwood en relativizar la sensación de extrañamiento del espectador con respecto a la sociedad estadounidense de 1928. La protagonista es una madres soltera que trabaja como teleoperadora (una condición y una profesión perfectamente extrapolable a nuestros días) y que deja a su hijo frente a la radio como hoy en día podría dejarle frente al televisor. Claro que, como es lógico, resulta imposible pensar que ahora se pudiera dar el caso de que un niño desaparecido pudiera ser sustituido por otro diferente. Pero lo que no resulta tan anacrónico es la constatación de la desfachatez de unas fuerzas políticas y sociales empeñadas en valerse de cualquier tropelía con tal de lavar su imagen ante su incapacidad por resolver un crimen aunque para ello tengan que desviar las sospechas hacia las propias victimas. Vamos que si ahora, ochenta años después de los sucesos narrados en la película podemos sorprendernos de lo bestias que eran en 1928 puede que dentro de otros ochenta años haya personas que, al ver la manera en la que fue tratada la familia de Madeleine MacCann, también se sorprendan de lo bestias que éramos en 2008.
Si algo tuviera que destacar especialmente son todas las escenas relacionadas con los crímenes de Gordon Northcott que no por estar narrados por medio del uso de elipsis y planos fuera de campo resultan menos escalofriantes así como la propia personalidad del asesino: perturbada, irritante, contradictoria e imposible de analizar racionalmente como pocas veces se ha visto en pantalla.
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