El caos reina

Ultimo trabajo del cineasta Lars von Trier que ha venido acompañado, como suele ocurrir, de cierta dosis de polémica.
Tras presentarse en la escena internacional con dos intensos, aunque algo huecos en el aspecto argumental, ejercicios de estilo (“Europa” y sobre todo la fascinadora “El elemento del crimen”) Trier cambio de registro con sus tres obras siguientes: “Rompiendo las olas”, “Los idiotas” y “Dancer in the dark” en las el realizador danés despojaba su cine del barroquismo con el que se había dado a conocer para enfocar todo su esfuerzo en un argumento desnudo de cualquier artificio que pudiera distraer la atención. En medio de todo esto Trier y un grupo de cineastas de su país se habían inventado el “Dogma”, un movimiento cinematográfico no carente de interés (admitiendo la sinceridad de sus intenciones lo que ya es bastante) pero que demostraba que en el fondo la única división posible en el séptimo arte es la que se establece entre buenas y malas películas (Celebration sería un ejemplo del primer tipo y Mifune un ejemplo del segundo sin salirnos del movimiento de marras).
La trilogía anteriormente señalada fue conocida como “la del corazón de oro” aunque yo particularmente la rebauticé como “la de la cabeza de chorlito” debido a la profunda irritación que me causaba los personajes de las tres mujeres que las protagonizaban con su bondad extrema y su capacidad de sacrificio al borde de la sumisión masoquista.
No conozco a fondo el carácter de Trier ni sus motivaciones pero me gusta pensar que en el fondo todo aquel tipo de cine no iba en serio, que se trataba de una burla, un retorcimiento de los postulados del drama tradicional hasta los límites de la parodia y una especie de broma sobre la trágica condición de la mujer muy vinculada a la visión clásica que sobre el género femenino tenía la religión católica. Pero repito que no soy un gran conocedor de la psicología de Trier así que siempre tendré la duda de si los personajes de Bess, Karen y Selma son un sincero homenaje a la abnegación y al amor sin límites producto de la conversión del cineasta al catolicismo o, por el contrario, de una habilidosa burla hacia esos mismos sentimientos. Prefiero pensar que se tata de lo segundo o al menos yo empecé a apreciar esta fase de la carrera de Trier cuando presentí que en el fondo todos aquellos intensos ejercicios dramáticos no iban en serio.
Quizás como confirmación de esto vino su célebre “Dogville” película en la que, aparte de llevar al extremo (y de un modo magistral que considero la mayor virtud de este filme) el minimalismo formal de su puesta en escena, hacía que otra de sus vírgenes mártires en este caso interpretada por Nicole Kidman llegara a convencerse de la inutilidad de sus bondadosos esfuerzos y los transformara en furia purificadora en un final que podía interpretarse también como una despedida de esta peculiar tipología femenina.

Tras eso vinieron “Cinco condiciones”, “Manderlay” y “El jefe de todo esto”. La primera puede servir como un preclaro ejemplo del carácter egocéntrico y sádico de Trier que ajusta cuentas a su manera con un cineasta que le había fascinado en su juventud.
“Manderlay” en cambio me pareció un fiasco, la sensación que dejaba la segunda película de la trilogía de Grace era bastante menos impactante que en la primera entrega de dicha saga a pesar de usar los mismos postulados formales y temáticos (con la variante de tratar el tema del racismo) o precisamente por eso.
En cuanto a “El jefe de todo esto” me pareció una comedia que, salvo alguna escena aislada, tenía bastante poca gracia aunque claro para entonces la mejor comedia negra sobre las miserias de la oficina ya se había hecho.

Y ahora, después de que, según cuentan, Trier haya pasado por un periodo de depresiones que incluso motivó su internamiento en una clínica (yo en esas cosas ya no me meto) llega Anticristo.
Aun sin resolver del todo la cuestión de si Trier hasta ahora ha hecho o no cine tomándose en serio su profesión tengo que decir que, a excepción de algunas peculiaridades de su estilo como el hecho de dividir el argumento en capítulos con prólogo y epílogo incluido, Anticristo me parece paradójicamente el ejercicio más académico y sincero que ha llevado a cabo el director danés a la hora de contar una historia.
Lo primero que llama la atención de la película es la renuncia de Trier a ejercer de manera explicita ninguna muestra de lo que podríamos llamar su sello personal. En cambio resultan llamativas las múltiples referencias cinéfilas que un espectador más o menos veterano puede encontrar en la historia que se cuenta: un poco de “Amenaza en la sombra” (Dont look now) en lo que se refiere a la descripción del encuentro con lo sobrenatural de un matrimonio que sufre la trágica pérdida de un hijo; otro poco de las bergmanianas “La hora del lobo” (seres humanos asaltados por la materialización física de sus demonios más ocultos) y “Secretos de un matrimonio”; bastante de “El resplandor” (la búsqueda del conocimiento transformada en obsesión y más tarde en locura), e incluso algunas gotas de “Suspiria” (no diremos cuales).
En resumen la historia de una pareja (Willen Dafoe y Charlotte Gainsbourg) que decide enfrentarse a la tristeza, la desesperanza y el dolor viajando (de forma casi más espiritual que física) al amenazador entorno natural de una cabaña en medio de un bosque solitario donde sólo encontraran el caos y la locura

La película, tras un hermoso y posteriormente revelador prólogo, avanza por los caminos clásicos del estudio de la descomposición de una pareja a la que la tragedia personal y el aislamiento físico obliga a enfrentarse con los aspectos más desagradables y recónditos de su relación. Pero posteriormente la progresiva introducción en la historia de elementos simbólicos y sobrenaturales va dirigiendo el argumento hacia unos derroteros de insospechadas connotaciones filosóficas para terminar con la sorprendente conclusión de que lo que hemos visto no es la causa del drama sino una consecuencia que tiene su origen en un suceso anterior y que además hace derivar la historia (y en esto sí volvemos a encontrar al Trier tradicional) hacia un polémico análisis de la condición femenina, algo a lo que ayuda un epílogo tan hermoso como el prólogo aunque bastante menos revelador (de hecho hace que todo se vuelva increíblemente más confuso).
Además de todo esto la película aparece trufada de numerosos elementos igualmente controvertidos (en este caso desde un punto de vista más de forma que de fondo) basados sobre todo en el uso del sexo (incluyendo profusión de planos de órganos reproductivos en reposo y en movimiento) como un elemento de agresión y desahogo sicótico más que como algo placentero o purificador y en algunas escenas que se cuentan sin dudarlo entre las más truculentas que haya presenciado jamás. Hay una en concreto ante la que ningún espectador mentalmente sano puede evitar desviar la mirada o cuanto menos enguruñar los ojos (que fue lo que yo hice).
Como de costumbre son estas cosas las que más llamaran la atención de la última película de Trier y sin entrar a discutir su pertinencia o no a la hora de narrar lo que se pretende (eso es algo que ya he decidido dejar de hacer) creo que es una lastima perder el tiempo con esas disquisiciones y dejar de disfrutar (es un decir) de la que posiblemente sea una de las películas más bellas y más interesantes de Lars von Trier.