Sunday, May 31, 2009
Tuesday, May 26, 2009
Veintiún zafiros y un ópalo.
Resulta que este año se cumple el segundo centenario del nacimiento de Edgar Allan Poe. Dicho aniversario tuvo lugar concretamente el 19 de enero aunque yo me enteré la semana pasada cuando me tropecé en
En dicho libro han colaborado una serie de escritores que tienen en común haber ganado en alguna ocasión una estatuilla “Edgar Allan Poe”, galardón con el que se premian las manifestaciones artísticas de diversa categoría (literatura, teatro, cine, televisión…) siempre y cuando su temática tenga que ver con el misterio. Estos premios son conocidos popularmente como “Edgards” y la estatuilla que los acompaña es conocida por el desproporcionado tamaño de la cabeza con respecto al resto del busto.
El libro es una selección de relatos escogidos del escritor bostoniano precedidos por algunas reflexiones de los diversos autores que en él participan. La verdad es que dichos autores me son bastante desconocidos –incluido Michel Connelly el editor del libro- con la excepción de Stephen King. Precisamente la introducción que corresponde a King me resultó bastante sosa, algo que me sorprendió teniendo en cuenta que algunos escritos con los que King prologa sus obras resultan casi tan brillantes como dichas obras y en ocasiones incluso más brillantes.
El resto de colaboradores exponen breves ensayos de mayor o menor interés. Algunos, como el de Laura Lippman, me han servido para conocer algo más de las curiosas formas bajo las que se manifiesta el culto al escritor, como es el caso del conocido “Poe toaster” (toaster puede traducirse como “el que brinda” o “brindador”), una misteriosa figura que, desde 1949 –año en el que se celebró el primer centenario del fallecimiento de Poe- y exactamente a las 2 de la mañana de cada 19 de enero, se acerca hasta la tumba del genio, situada en un cementerio de Baltimore, para depositar una botella de coñac y unas rosas.
Otros autores, como una tal Sue Grafton, dedican su espacio a algo tan curioso como “reprochar” a Poe que se casara con su prima tuberculosa de trece años (muchos estudiosos consideran que este fue un matrimonio blanco, es decir, nunca consumado) o la forma en la que hace que se comporte el personaje negro del relato “El escarabajo de oro” (¡Ese relato fue escrito en 1843 for christ´s sake!).
Pero lo que sí es cierto es que todos estos escritores (la mayor parte de ellos nacidos en la década de los cuarenta) parecen compartir una experiencia común relacionada con Poe, experiencia que tuvo lugar principalmente durante la infancia.
Y esto es así primero porque todos ellos estudiaron al escritor en el instituto. En la breve pero intensa historia de la literatura norteamericana es lógico que Poe tenga un lugar privilegiado en la memoria de los estudiantes debido a que era un escritor que debe casi toda su fama a sus cuentos cortos de misterio y terror, un material literario que el adolescente encuentra mucho más fácil y digerible que el producido por otros autores clásicos, sobre todo si el autor de esos relatos tuvo una vida turbulenta culminada por un final igualmente misterioso. Sabido es que Poe, mientras viajaba en barco de Nueva York a Richmond, decidió darse un garbeo por Baltimore donde fue encontrado tres días más tarde en estado delirante. Lo que sucedió en esos tres días sigue siendo objeto de las más variadas teorías aunque mi favorita es esa que supone que el hombre fue captado por un grupo de políticos sin escrúpulos que en aquella época solían emborrachar a los electores para que votaran a su candidato. Una buena costumbre de la que por cierto también se podía disfrutar hace unos años en nuestro país cuando en la noche previa a la jornada de reflexión se podía beber gratis en las fiestas de fin de campaña de los diferentes partidos.
En segundo lugar muchos de los escritores que prologan los relatos seleccionados de Poe tuvieron también un primer acercamiento a la obra del maestro a través del cine, especialmente de la mano de la serie de películas que en los primeros años sesenta dirigió Roger Corman.
De cualquier manera lo cierto es que es este aspecto, es decir las experiencias personales de todos escritores relacionadas con la obra de Poe, lo más interesante que ofrece este libro, o al menos mucho más que las no demasiado brillantes reflexiones sobre el significado de la obra del autor.
Y bueno, dado que, como se ha dicho, este año se celebra el segundo aniversario del nacimiento de Poe, y teniendo en cuenta que dudo mucho que siga vivo cuando se celebre el segundo aniversario de su muerte en el 2049, voy a aportar mi granito de arena hablando de mi propia experiencia con respecto a la obra del maestro.
El primer recuerdo que tengo me vino también por la vía escolar aunque de forma indirecta. Cierto día mi hermano apareció por casa con una colección de relatos llamada “Narraciones Extraordinarias”. Creo recordar que se trataba de una especie de trabajo escolar lo cual es algo que me extraña porque ambos estábamos aún en la que por entonces se conocía como E.G.B. y al menos en el programa de mi colegio no se contemplaba de ninguna manera la literatura norteamericana. El primer relato de la colección era “Los crímenes de la rue Morgue” y antes de ponerme a leerlo mi hermano me dijo algo así como “No veas, al final resulta que el asesino es un gorila”.
Un comentario como ese posiblemente hubiera provocado hoy en día un intento de fratricidio pero en aquellos tiempos no existía la palabra spoiler ni como término ni como concepto. De hecho era algo de lo más natural que alguien leyera un libro o viera una película y luego se dedicara a contársela a los demás niños con pelos y señales sin que a nadie (incluyendo aquellos que ya tenían pensado leer ese libro o ir a ver esa película) le importara lo más mínimo.
Lo cierto es que al final me leí el relato en cuestión y me quedé muy impresionado por la extremada violencia con la que se describen (incluso de forma indirecta o mejor dicho deductiva) los crímenes. ¡Ese cuerpo embutido en el cañón de la chimenea por una fuerza, nunca mejor dicho, sobrehumana! Este relato estaba protagonizado por el detective Auguste Dupin y su ayudante-amigo-narrador que forman una pareja en la que algunos han querido ver un antecedente de la que formaron más tarde, también en la ficción, Sherlock Holmes y el Doctor Watson.
En el libro había otros relatos también protagonizados por Dupin como “El misterio de María Roget” (que me pareció entonces y me sigue pareciendo ahora un poco plomo, de hecho ni siquiera estoy seguro de haberlo terminado) o el magistral “La carta robada”. Del resto creo que me los leí todos aunque el que más recuerdo es “El barril de amontillado” que me dejó horrorizado por la fría y cínica descripción –más impresionante aún por tratarse de un relato escrito en primera persona- de la terrible venganza que lleva a cabo Montresor. Un horror por cierto que no me impidió ponerme a pensar al instante siguiente a quién haría yo victima de una venganza como esa.
Después de este libro tardé bastante tiempo en volver a leer a Poe. Por el camino tuve un encuentro cinematográfico semejante al de los autores antes citados a través de un ciclo dedicado a las mencionadas adaptaciones de Roger Corman. Aquello tuvo que ser en el invierno de 1987, lo recuerdo porque era época de Carnavales y me resultaba algo especialmente placentero acostarme a las diez de la mañana, pasarme el día durmiendo y luego por la tarde-noche ver una de esas películas antes de volver a la calle.
Creo recordar que el ciclo seguía en orden cronológico las siete películas que Corman dedicó a Poe. La primera de ellas y también mi preferida es “La caída de la casa Usher” que es también mi relato preferido de Poe. Como protagonista el gran Vincent Price que interpretaba a Roderick Usher, el aristócrata afectado por una extraña enfermedad que provoca que sus sentidos no puedan ser alterados por la más mínima excitación.
La siguiente película era “Pit and the pendulum” llamada en España “El péndulo de la muerte” en la que Corman transforma el relato original en una historia sobre un noble español (Vincent Price de nuevo) atormentado por la trágica pérdida de su mujer (Barbara Steele, uno de los grandes iconos femeninos del cine de terror) y su condición de descendiente de un feroz torturador de la inquisición. El último plano de la película es sin duda uno de los más celebres de la carrera de Corman.
Tras esta vino “El enterramiento prematuro” llamada en España “La obsesión” en la que el habitual Vincent Price era sustituido en esta ocasión por Ray Milliand que daba vida a un hombre dominado por el temor a ser enterrado en vivo debido a la catalepsia crónica que padece su familia.
Luego vino “Tales of terror” una película compuesta por tres episodios. De uno de ellos, que adaptaba el cuento “Morella”, no recuerdo gran cosa, del segundo de ellos, que adaptaba “El caso del señor Valdemar”, sí que recuerdo que el guionista hacía una curiosa variación del cuento en la que el hipnotizador (o mesmerista que un término que Poe usaba más) es un malvado Basil Rathbone que quiere arrebatarle la mujer al no muerto -ni vivo-. Pero donde Corman se desmelena es en la adaptación de “El gato negro” un cuento que el realizador mezcla sin ningún recato con “El barril de amontillado” y en el que Peter Lorre interpreta a un Montresor enredado en una rivalidad enológica y sentimental con el histriónico Fortunato al que daba vida, una vez más, Vincent Price que mostraba aquí una insospechada vis cómica.
Pero nada de lo anterior se puede comparar con la siguiente adaptación, la abracadabrante “El cuervo” en la que aparecen de nuevo Price y Lorre a los que se une Boris Karloff en una encantadora competición a ver quien hace más el ganso.
A la juerga se suma un joven Jack Nicholson que ya empezaba a practicar las mismas muecas con las que mas tarde desconcertaría al mundo.
El tono se recuperó un poco en “La mascara de la muerte roja” que está considerada como una de las mejores de la serie y en la que Vincent Price hacía de Príncipe Próspero en su enésima encarnación de noble decadente (un papel para el que parecía haber nacido tal y como había mostrado de manera magistral en “El castillo de Dragonwyck”). En esta película se incluía como pieza separada la adaptación de otro relato corto de Poe, se trata de “Hop Frog” la historia de una pareja de enanos bufones de la corte que se vengan de forma atroz por las humillaciones inflingidas por los cortesanos y que constituye con mucho lo mejor de una película que se estropea con un final en el que Corman convierte el triunfo de la muerte roja en un número de bailes que resulta risible incluso a los ojos del más ferviente fan del hombre con rayos x en los ojos.
De la película que pone fin al ciclo poca cosa puedo decir. Se trata de “La tumba de Ligeia” y de ella sólo recuerdo el extraño aspecto de Price, mucho más extravagante incluso que en “La caída de
Lo cierto es que así finalizaron cuatro años de una serie de películas muy queridas por los aficionados al cine fantástico y de terror y que, según se ha visto, sirvió para que mucha gente tuviera su primer contacto con los relatos de Poe. Estas películas estaban hechas con un presupuesto mínimo y un tiempo de rodaje extremadamente corto con el que se buscaba la máxima rentabilidad (no en vano su director tituló su autobiografía “Como hice cien películas en Hollywood y nunca perdí un centavo”) lo que dio lugar a divertidas anécdotas como esa que cuenta cómo Corman pagó a un granjero por dejar que le prendiera fuego a un viejo granero y luego utilizó las mismas escenas de la quema en varias de sus películas. O ese plano de un rayo cayendo sobre la cúpula de una mansión que se puede ver prácticamente en todas los títulos de la saga. El bueno de Roger se disculpaba años más tarde declarando “¿Cómo iba a pensar en aquella época que mis películas iban a ser exhibidas de forma consecutiva en festivales y homenajes por televisión.?”.
Además del bajo presupuesto y los trucos de cineasta guerrillero las adaptaciones de Corman están presididas por un uso agresivo del pathécolor -especialmente en las secuencias oníricas-, un sentido muy barroco del decorado y el vestuario y sobre todo por unas inolvidables actuaciones bigger than life del héroe Vincent Price. Un conjunto de características que hoy seguramente producirían hilaridad en la audiencia tal y como tuve ocasión de comprobar durante un pase de “La caída de la casa Usher” en la filmoteca local. Una triste experiencia que no pienso repetir.
Pero sobre todo eran adaptaciones completamente libres ya que en aquellos años -¡oh felicidad!- nadie tenía ningún problema en coger un material literario original, por muy prestigioso que fuera, y transformarlo de manera que pudiera ser convertido en un producto cinematográfico. Y de todos modos aunque Corman no se dedicará a adaptar los cuentos de Poe palabra por palabra es posible que, ya fuera forma voluntaria o indirecta, contribuyera a recrear el espíritu decadente de algunos de los relatos del autor. Esto se verifica sobre todo en “La caída de la casa Usher” donde el estilo de filmar del director parece especialmente indicado para ilustrar pasajes como el que sigue: La habitación en que me hallaba era muy amplia y alta; las ventanas, largas, estrechas y ojivales, estaban a tanta distancia del negro piso de roble, que eran en absoluto inaccesibles desde dentro. Débiles rayos de una luz roja abríanse paso a través de los cristales entrerejados, dejando lo bastante en claro los principales objetos de alrededor; la mirada, empero, luchaba en vano por alcanzar los rincones lejanos de la estancia, o los entrantes del techo abovedado y con artesones. Oscuros tapices colgaban de las paredes. El mobiliario general era excesivo, incómodo, antiguo y deslucido. Numerosos libros e instrumentos de música yacían esparcidos en torno, pero no bastaban para dar vitalidad alguna a la escena. Sentía yo que respiraba una atmósfera penosa. Un aire de severa, profunda e irremisible melancolía se cernía y lo penetraba todo.
Acabo de darme cuenta de que no pensaba dedicarle tanto tiempo a las películas de Corman. Supongo que me he entusiasmado, de hecho ahora mismo me dan ganas de abandonar la escritura de este post y pegarme de una tacada las siete películas una detrás de otra, ninguna de ellas es excesivamente larga y con un domingo sin fútbol bastaría.
De hecho yo tenía pensado hablar más bien de mi encuentro definitivo con Poe que se produjo hace muchos años cuando me hice con una colección completa de sus cuentos cortos editada por Planeta y prologada por Juan Perucho. Una edición horrible por cierto, de tapas blandas como el requesón entre las que se apretujan los relatos uno detrás de otro sin separación de ninguna clase y con una letra apta únicamente para hormigas. Pero bueno, como digo, ese libro contiene todos los relatos del escritor con lo que, unido a la lectura de su única novela (“
Volviendo al libro de relatos antes mencionado lo primero que hay que decir es que aunque Poe tuviera esa imagen de escritor dipsómano atormentado y perdedor (que lo era) lo cierto es que además de los cuentos grotescos y arabescos que le han hecho famoso existe en la antología de sus obras una amplia variedad de temas que abarcan incluso el relato humorístico, sí, ¡humorístico! De hecho quisiera que mi principal aportación a este segundo centenario fuera precisamente recomendar alguno de esos textos poco conocidos sobre los que no me extenderé mucho porque la verdad me está quedando un post más largo de lo que pretendía. Se guardará el mismo orden que se sigue en el sumario del libro aunque ignoro en qué criterios se ha basado dicha ordenación.
El rey Peste
Inclasificable relato en el que dos marineros que huyen de una cuenta sin pagar acaban refugiándose en un barrio londinense condenado por la peste donde tiene lugar una escena macabra digna de uno de los chirriantes capítulos de “El guardián de la cripta”.
El método del doctor Alquitrán y del profesor Trapazza
En el mismo tono del cuento anterior tenemos aquí el argumento clásico (no sé si lo era entonces o fue Poe el que lo inventó como hizo con tantas otras cosas) del manicomio en el que los locos han tomado el control.
Breve charla con una momia
Una de esas historias humorísticas que antes mencionaba y que parecen impropias de un individuo que más bien siempre ha dado una imagen de cenizo. En esta en concreto un grupo de científicos consigue devolver a la vida a una momia para, acto seguido, entablar una encendida discusión sobre el grado de adelanto técnico de sus respectivas civilizaciones.
La posesión de Arnheim. La quinta de Landor.
En esta pareja de relatos Poe adopta un tono bucólico que usa para describir dos paisajes armoniosos, (uno de ellos creado por la naturaleza, el otro por el hombre) como si tratara de reproducir en el papel una especie Shangri-Lah personal mucho más alejado del mundo real todavía de lo que estaban sus fantasías mas extravagantes.
El hombre la multitud.
Mientras se encuentra sentado en un café de Londres dedicado a la contemplación de los viandantes, un hombre se fija en un anciano que parece alimentarse con el gentío de la gran ciudad de tal manera que le resulta imposible dejar de recorrer las calles día y noche (perseguido por nuestro narrador) buscando cualquier multitud en la que refugiarse. Quizás una alegoría del miedo a la soledad.
La esfinge
Una autentica obra maestra del género de la twist story (o historia con sorpresa final) de la que es mejor no decir nada por si han tenido la inmensa suerte de no haber oído hablar de ella hasta ahora.
Elegancias
Otra sorprendente muestra del sentido del humor de Poe en esta narración sobre un hombre convencido de poder alcanzar la inmortalidad gracias a su hermosa nariz y al estudio de la “nasología”.
El demonio de la perversidad.
O “El demonio de la intemperancia” según otras traducciones. En su idioma original: “The imp of the perverse”. Quizás el segundo relato de Poe que más me gusta y que insiste en las mismas ideas de otros cuentos suyos (incluido el mucho más conocido “William Wilson”) acerca de que el más feroz enemigo del hombre se encuentre en su propio yo. Poe habla de la perversidad cuando describe esa irrefrenable tendencia del ser humano a causar su propia desgracia sin que haya la más mínima razón lógica para ello.
El diablo en el campanario
Para finalizar este breve repaso por el Poe menos célebre, una encantadora fábula sobre un pueblo holandés de nombre imposible (Vondervotteimittiss) que goza de una paz sepulcral lograda gracias a muchos años de una uniformidad estricta en todos los aspectos de la vida. La tranquilidad será alterada por un estrafalario personaje que consigue, simplemente con hacer que la torre de la iglesia de trece campanadas en lugar de doce, destruir para siempre el robusto equilibrio de los aldeanos.
Mencionar este cuento en último lugar me parece una bonita forma de acabar la entrada de hoy pues me gusta considerar al propio Poe como un diablo en el campanario de su propia época y de todas las posteriores, un terrorista de la imaginación que insiste, todavía doscientos años después, en sacudirnos de nuestro mundo racional y mostrarnos que estamos, siempre hemos estado, y siempre estaremos a un paso del abismo. Pero será en todo caso un demonio atrayente, melancólico, a veces divertido, siempre interesante. Dejemos pues que ese demonio siga habitando libremente en nuestro Vondervotteimittis particular.
Labels: Edgar Allan Poe
Friday, May 22, 2009
Sunday, May 17, 2009
Guayominí cuatu pua
Amigos, con gran pena y dolor les anuncio la imposibilidad de renovar a día de hoy esta sección anual que fue una de las primeras que se inauguraron en este blog y con la que siempre me lo había pasado pipa.
Pero una serie de eventos (que van desde que el ordenador se me ha escacharrado obligándome a volver al sórdido mundo de las conexiones gratuitas de las Bibliotecas públicas hasta que ayer el Barça se proclamó campeón de liga impidiéndome prestar la suficiente atención al eurovisivo acontecimiento) me han impedido acudir a la cita de este año.
Y lo peor de todo es que el segundo mejor cronista eurovisivo de nuestra aura (me refiero a éste cronista naturalmente)seguramente tampoco habrá podido estar al loro por las mismas barcelonísticas razones.
En fin creo que Soraya-Poyeya ha quedado penultima pero las razones por las que esto ha sucedido así como los demás avatares del certamen tendrán que ser comentados por otra persona. Que así sea.
Tuesday, May 12, 2009
Lucha de gigantes perdida.
No voy a decir ahora que yo era un fan acérrimo de Nacha Pop en los ochenta. De hecho era la clase de música que no me gustaba oír pero que, como pasaba con muchas otras, sonaba a tú alrededor y quieras o no te trae recuerdos, o, como dice esa expresión que detesto profundamente, “forma parte de la banda sonora de mi vida”. Esto en principio no debería tener un significado positivo porque, por ejemplo, “Modestia aparte” también forma parte de la banda sonora de mi vida y no les dedicaría tres líneas ni aunque todos ellos hubieran muerto a la vez.
De todos modos el recuerdo más personal que tengo de Antonio y del grupo al que pertenecía no es tampoco demasiado agradable. No sé bien cuándo sucedió pero debió ser en 1986.
Algún genio tuvo la brillante idea de hacer un programa doble con Loquillo y sus trogloditas primero y Nacha Pop a continuación. No creo que en aquellos años hubiera sido posible encontrar dos grupos con una audiencia potencial tan diferente.
Ya durante la actuación de Loquillo tuvieron lugar incidentes que culminaron con el lanzamiento de una botella de ginebra que falló su blanco por poco (y mira que el gachó era y es un blanco perfecto) de manera que cuando empezó el siguiente grupo el ambiente era de lo más inapropiado. Lo que había pasado con Loquillo no lo vi porque en aquella época yo casi nunca compraba la entrada y me limitaba a merodear por los alrededores de la plaza de toros esperando a que dejaran entrar (una costumbre que por cierto me permitió ver una actuación de “Los elegantes” completamente gratis) cosa que sucedió precisamente cuando empezaban a tocar los Nacha. El concierto fue un caos con gente arrojando todo tipo de cosas al escenario, escupiendo a los músicos y con un espontáneo que agarró el micrófono y empezó a gritar MARICONEEEEEEEEEES.
La verdad es que el bueno de Antonio se mantuvo en un segundo plano algo atribulado por lo que estaba pasando y fue su primo Nacho (quien por cierto siempre ha tenido que soportar el sambenito de que fuera Antonio “el alma sensible” del grupo) el que llevó la voz cantante en el combate dialéctico contra los alborotadores que concluyó con una frase memorable: “Tenéis el mejor público y los macarras más pasados de moda que he visto nunca.”
Más tarde el grupo se disolvió y los primos siguieron caminos separados. Para entonces Antonio estaba ya metido hasta el corvejón en la heroína, una adicción que le acompañó el resto de su vida y cuyos avatares se hicieron tan célebres como su música.
Decía Jerry Nolan -batería de los New York Dolls- que su amigo Johnny Thunders era la clase de tipo del que todo el mundo espera oír en cualquier momento que ha muerto a causa de las drogas. Con Antonio pasaba igual a medida que su estado físico (del cual tendré el buen gusto de poner ningún ejemplo en imágenes) se deterioraba hasta un punto que le hacía diferenciarse muy poco de los drogadictos de Callejeros y programas similares. En definitiva que hace por lo meno diez años que se esperaba esta noticia con lo que muchas necrológicas estaban ya escritas esperando sólo la fecha de defunción.
En fin para despedirnos nada mejor que la música. No voy a ponerles “La chica de ayer” ni la canción que ha servido para el juego de palabras del título de este post porque son de sobra conocidas y se hartarán de oírlas hoy. Tampoco pondré “El sitio de mi recreo” porque sinceramente es un tema que nunca me ha gustado. En lugar de eso pondré uno no tan conocido como los otros pero que es el que más recuerdo de aquellos años.