ABECEDARIO DEL CRIMEN CAPITULO XIII EL FOTOGRAFO DEL PÁNICO

“El fotógrafo del pánico” ( "Peeping Tom" es su título original) es una prestigiosa película del año 1960 dirigida por Michael Powell y que junto con “Psicosis” (estrenada el mismo año) constituye la piedra angular de todos los pyscho-thrillers posteriores. La obra de Alfred Hitchock está basada en el libro homónimo de Robert Bloch que a su vez se inspiró en el caso real del asesino Ed Gein.
“Peeping Tom”, como recordaran los que la haya visto, es la historia de un fotógrafo perturbado victima de terroríficos abusos en su infancia cuya obsesión es captar mediante su cámara el terror de sus victimas ante la muerta inminente. Aunque el guión original no está en un principio basada en ningún hecho real muchos piensan que el argumento tiene algo que ver con la verdadera historia de Harvey Murray Glatman que había tenido su dramático final apenas un año antes de que el guión fuera escrito.
Glatman era poseedor de un aspecto físico bastante poco amenazador. La mitad inferior de su rostro ostentaba una ligera hinchazón que lo asemejaba a un mono, lo cual, unido a sus orejas dignas de Dumbo, le confería un aspecto no demasiado atractivo pero sí decididamente inofensivo y puede que ahí radicara parte de su “éxito” a la hora de atraer a sus victimas. Me refiero a que quizás muchas mujeres sintieran aversión a marcharse con alguien con este aspecto.

Pero quizás no tuvieran tantas prevenciones con alguien con esta cara de pánfilo

Glatman nació en 1928 en Denver, Colorado. No era una persona demasiado popular en el colegio aunque sobresalía como estudiante merced a un coeficiente intelectual de 130. Ya desde muy niño empezó a mostrar una conducta extravagante. A la edad de doce años sus padres descubrieron unas extrañas marcas en su cuello. Interrogado por ello el muchacho acabó confesando que se había dedicado durante varios días a subir al desván para practicar la peligrosa técnica masturbatoria del auto estrangulamiento para lo cual se había atado una cuerda alrededor del cuello.
Cinco años más tarde los arrebatos de Glatman adquirieron un tono más antisocial aún cuando inició una cadena de arremetidas contra el sexo opuesto que consistían en arrebatar el bolso a las muchachas de su pueblo para luego tirarlo sin mirar su contenido, su madre decía que era su forma de hacer amigas. Esto fue evolucionando hasta obligarlas a desnudarse a punta de pistola, aunque de juguete. Finalmente, una cadena de robos-ya con auténticas armas de fuego- a mujeres en Nueva York lo llevó a pasarse cinco años en Sing Sing.

Puesto en libertad en 1951, se trasladó a Los Ángeles, donde su madre le montó una tienda de reparación de televisores.
Al poco tiempo Glatman se unió a un club de fotografía debido a la excitación que le producían las modelos desnudas en las sesiones de estudio. En julio de 1957 el hombrecillo tocó a la puerta de un apartamento ocupado por tres jóvenes modelos en Sweetzer Avenue, dijo llamarse Johnny Glynn, fotógrafo profesional y preguntó por Lynn Lykles una modelo cuyo nombre y dirección había conseguido en una agencia. Pero una vez dentro cuando el falso fotógrafo de modas vio en la pared el retrato de Judy Dull de diecinueve años, otra de las habitantes de la casa, se olvidó por completo de su objetivo inicial.

Dos días más tarde cuando las tres compañeras de piso estaban desayunando el tal Johnny Glynn se presentó de nuevo. Tenía un encargo urgente y quería que Judy posara para él aquella misma tarde. A pesar del aspecto desaliñado del hombre Judy aceptó marcharse con él a su apartamento. Una vez allí, Glatman le pidió que se cambiara de ropa y se vistiera con una rebeca de punto y una falda plisada. Luego sacó una cuerda y le explicó que el trabajo consistía en unas fotos para la portada de una revista de detectives, un tipo de publicación que proliferaba entonces y que se caracterizaban por llevar siempre en portada la imagen (en dibujo o en fotografía) de alguna dama en apuros.

Para hacer la foto Glatman dijo que tenía que atarla y amordazarla. Judy volvió a acceder en la última de una cadena de malas decisiones.

Cualesquiera que fuesen sus intenciones originales, Glatman perdió el control. Le arrancó la ropa, le apuntó en la cabeza con una pistola y la violó dos veces. Tras pasar el frenesí inicial Glatman se dio cuenta del lío en el que se había metido. Si la muchacha le denunciaba sus antecedentes podrían llevarle de nuevo a la cárcel y esta vez por mucho tiempo. No parecía que hubiera alternativas. Glatman metió a Judy en su coche y condujo 200 kilómetros internándose en el desierto hasta las proximidades de Idaho. Allí le tomo las últimas fotos y luego la estranguló. Una vez sólo con el cuerpo, le pidió perdón (aunque no olvidó llevarse los zapatos de la muerta como recuerdo) y regresó a Los Ángeles sintiendo asco de sí mismo, a esperar a que lo arrestaran.
Pero no ocurrió nada. El marido de la modelo (del que estaba separada y con el que tenía una hija de catorce meses) había denunciado la desaparición al día siguiente. La policía inició una pesquisa e incluso los periódicos se hicieron eco de la noticia pero una vez que se comprobó que el tal Jonhnny Glynn era un impostor no hubo forma de seguir con la investigación. El cadáver de Judy apareció cinco meses más tarde en tal estado que no pudo ser identificado.
Así pues ningún policía llamó a la puerta de Glatman. Con el tiempo el pánico y los remordimientos comenzaron a transformarse. Reveló las fotografías y les echo una furtiva mirada. Luego colgó ampliaciones en las paredes.
La primavera siguiente Glatman estaba nuevamente preparado para matar. Se apuntó a un club de corazones solitarios con su nueva falsa identidad, la de un tal George Williams. El 8 de marzo de 1958 Shirley Anne Bridgeford de 24 años, una madre divorciada por partida doble, quedó citada con él. Cuando Glatman acudió a la cita la mujer comprobó que no era precisamente el hombre de sus sueños pero una vez más el inofensivo aspecto del alfeñique no le causó temor y la mujer se resignó a acompañarle en su coche. Esta vez, el maniaco se dirigió directamente al desierto donde volvió a repetirse la escena que tuvo lugar meses atrás con su primera victima incluyendo la macabra sesión de fotos.

Tras matar a Shirley ni siquiera se molestó en enterrar el cadáver como había hecho la primera vez (aunque no de una forma muy eficiente) sino que simplemente cubrió el cuerpo con un poco de maleza. Luego se marchó llevándose de nuevo como trofeo los zapatos de la joven. La desaparición de Shirley también fue denunciada pero como la vez anterior las investigaciones no desembocaron en nada productivo. De todas maneras la policía empezaba a sospechar que las dos desapariciones estaban relacionadas.
Entre el primer y el segundo asesinato transcurrieron casi siete meses. Como suele ocurrir en estos casos el deseo de volver a matar se hacía cada vez más imperioso y Glatman tardó esta vez sólo cuatro meses en volver a la carga y una vez más se sirvió de los anuncios por palabras para conocer a su siguiente victima. Se trataba de Ruth Mercado de 24 años actriz de strip-tease y modelo nudista cuyo nombre de guerra era “Ángela”. La tarde del 23 de julio Glatman estaba llamando a su puerta.
De nuevo el maniaco logró colarse en el apartamento (donde Ruth vivía sin más compañía que un perro y un par de periquitos) y tras amenazar a la mujer con su pistola inició una nueva excursión al desierto. Pero esta vez (y esta es otra de las características de los asesinos seriales) Glatman quiso dilatar aún más la experiencia y pasaron casi 24 horas entre el momento del rapto y la muerte de Ruth, durante ese tiempo se llevó a cabo una especie de pic nic mortal en el que tampoco faltó la habitual sesión fotográfica. Glatman llegó a sentir cierta empatía por Ruth e incluso (siempre según sus propias palabras) pensó en dejarla marchar pero una vez más se dio cuenta de que no había vuelta atrás posible. En esta ocasión, fue la ropa interior lo que se llevó de recuerdo.

En septiembre le tocó el turno a otra modelo, Joanne Arena. Cuando Glatman (oculto en esta ocasión bajo el nombre supuesto de Frank Johnson) le ofreció un empleo como modelo fotográfica, ella pensó que su estilo era “horripilante”. Pero una amiga suya, Lorraine Vigil, necesitaba el dinero.

Lorraine trabajaba de secretaria, pero estaba decidida a introducirse en el mundo de las modelos. Cuando el fotógrafo apareció por su casa vestido como si hubiera dormido con la ropa puesta, como en él era habitual, la mujer se sintió bastante decepcionada pero no puso objeciones a irse con él.
La pareja se dirigió en coche hasta una carretera oscura y apartada cerca del pueblo de Tustin donde tras parar el coche Glatman sacó de nuevo su pistola pero esta vez las cosas fueron diferentes. Lorraine trató de saltar del coche y Glatman quiso impedirselo, los dos cayeron sobre la calzada, Lorraine mordió a Glatman en la mano y éste se vio obligado a soltar la pistola. Ella la cogió y estaba a punto de disparar a su atacante cuando en ese momento la escena fue alumbrada por los faros de un policía. La mujer contó lo que había pasado y Glatman no lo negó ni intentó huir. Conducido a comisaría confesó su verdadera identidad. El registro de su casa reveló las inquietantes fotos que han ilustrado esta historia y muchos otras más. Glatman confesó de plano y llevó a la policía al lugar donde se hallaban los cadáveres de Ruth y Shirley.
El asesino repitió su confesión en noviembre de 1958 ante el Tribunal de San Diego. Glatman se negó a declararse loco a pesar de los consejos de su abogado y tampoco quiso apelar la sentencia. Daba la impresión de estar impaciente por terminar de una vez con su patética existencia. Fue ejecutado el 8 de agosto de ese mismo año en la cámara de gas del penal de San Quintín.

Glatman fue un hombre adelantado a su tiempo, porque la idea de poner anuncios en los periódicos con el fin de entrar en contacto con mujeres para propósitos criminales era nueva por aquel entonces. Además la extraña confesión de Glatman es uno de los primeros documentos de la mente de un asesino en serio que se posee. En primer lugar Glatman estaba convencido de que sí una mujer estaba dispuesta a quitarse la ropa por dinero estaba invitando a violarla y por lo tanto las violaba. También, como ocurre con muchos otros asesinos, Glatman se irritaba cuando una mujer trataba de controlarlo como por ejemplo, cuando alguna de sus victimas decía que no contaría a nadie nada sobre las violaciones. Esto le enfurecía lo suficiente como para matarla. De todos modos, y como suele ocurrir también, los verdaderos motivos de una conducta tan perturbada siempre serán un misterio.
Aparte de eso Glatman mató sólo en tres ocasiones lo que no le coloca en un puesto demasiado destacado y posiblemente hubiera caído en el olvido de no haberse conservado en el tiempo los testimonios gráficos de sus fechorías (que seguramente hoy en día jamás hubieran visto la luz). Y ni siquiera podemos decir que se traten de fotos demasiado espeluznantes, de no saber la historia real posiblemente pensarían que se trataban de simples instantáneas pertenecientes a alguna vieja revista de detectives de los cincuenta como esas para las que Glatman decía trabajar. Pero ahora que conocen lo que pasó ya no es posible verlas de esa manera ¿verdad?.

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