Cuatro películas de estreno más o menos reciente, de todas ellas considero que sólo la segunda debería verse antes de leer sobre ella.
SODOMA Y CHABOLA

Aunque “El cónsul de Sodoma” fuese una mala película (que yo creo que no lo es) y aunque resultara ser una manipulación espuria de la vida y obra del poeta Jaime Gil de Biedma (hecho sobre el que no me permito opinar ya no soy un entendido en el tema) creo que seguiría siendo un filme que pertenece a una categoría no muy frecuentada en nuestro cine y un camino por el que vale la pena continuar: me refiero a las biografías de figuras pertenecientes al ámbito más reciente de nuestra cultura y que no tratan de ocultar los aspectos más oscuros de la vida de dichas figuras.
Me refiero con esto a que encuentro apasionante el hecho de poder ver reflejadas en la gran pantalla las circunstancias de personajes que están o estaban hasta no hace mucho entre nosotros y que además dichas circunstancias no sean un insulso encadenamiento de tópicos como suele suceder en algunas recientes recreaciones de nuestro pasado más inmediato (como sucedió con el telefilme que narraba el intento de golpe de estado del 23 de febrero de 1981). En definitiva una biografía de las que pinchan y cortan como esas que frecuentemente suelen abordar otras cinematografías con menos escrúpulos que la nuestra a la hora de meter el dedo en la gallega sin importar quien pueda sentirse molesto, en un ejercicio que considero de lo más saludable. ¿No sería fantástico que pudiéramos hacer en nuestro país el equivalente a lo que hizo Oliver Stone con George Bush o Stephen Frears con la mismísima casa real británica? A este respecto considero que incluso el aguerrido intercambio de reproches que han sostenido los autores de la película con algunos personajes públicos que aparecen retratados en ella (Juan Marsé sin ir más lejos) es una muestra de lo bien que le sentaría a nuestra sociedad que se prodigaran más las películas del estilo de la que ahora nos ocupa.
Pero dejando atrás estas consideraciones extra cinematográficas hay que añadir que “El cónsul de Sodoma” me ha parecido una obra muy estimable y digo esto desde, repito, un desconocimiento casi total del personaje protagonista (para ser totalmente sinceros no supe quien era hasta que se conoció la noticia de su fallecimiento en 1990 y jamás he leído ninguna de sus poesías).
De este modo encuentro que la descripción de los avatares de la vida de Gil de Biedma y de sus numerosas contradicciones (un burgués que compaginaba su vida de empleado de lujo en la empresa familiar con la poesía, la militancia izquierdista y la homosexualidad) resulta además de interesante, muy bien contada y con un ritmo excelente (si exceptuamos la precipitada, quizás por inevitable, resolución de la historia que desmerece un poco lo visto hasta ese momento). Algo difícil de conseguir teniendo en cuenta que el argumento abarca un período de casi treinta años de nuestra historia. Cabe hablar por lo tanto de una gran maestría a la hora de narrar tanto las circunstancias de la vida íntima del personaje (algo a lo que no es ajeno el arriesgado trabajo de Jordi Molla) como el contexto en el que se desarrolló, esa España que, pese a que todo, soportó sumisamente la mezquindad de la dictadura a la que sólo inquietó una minoría muy politizada y una elite cultural diletante y con muy poco que perder.
En la mayor parte de los comentarios que se han podido leer sobre la película se hace hincapié sobre el, para algunos, excesivo contenido sexual del filme. Esta queja podría ser admisible si no estuviéramos hablando de alguien cuya forma de entender la sexualidad era tan determinante tanto en su vida como en su obra y no solamente porque dicha sexualidad se consideraba ilegal e inmoral (y no sólo por el régimen sino también incluso por los correligionarios políticos del poeta) sino porque buena parte de ella se manifestaba de una forma sórdida a través de amantes comprados con dinero o con una suerte de protectorado muy próximo a la esclavitud.
En resumen reitero mi impresión de que películas como “El cónsul de Sodoma” marca un camino que nuestra industria haría muy bien en proseguir incluso si se tratara de un producto vulgar y chapucero (que no lo es para mí) por más que, desgraciadamente, la controversia se haya reducido de forma casi exclusiva a la sección de cartas al director del diario “El País
LA ULTIMA TENTACIÓN DE LAWRENCE GOPNIK

No tengo forma de hablar de “A serious man” sin desvelar lo que yo entiendo como su sentido final así que no recomiendo leer esto si se tiene intención de ver la película. La descripción de las penalidades a las que se ve sometido el infortunado protagonista de esta historia podría considerarse como una muestra de la maestría de los hermanos Coen a la hora de narrar sus historias pero sin alguna suerte de interpretación sobre el significado de lo que se está viendo podría quedar como un puro ejercicio de sadismo no carente de humor (negro, pero humor al fin y al cabo), un ejercicio de nihilismo o incluso una muestra más de la agudeza de los artistas de origen judío a la hora de diseccionar las contradicciones que sufrieron en su infancia debido a su pertenencia a esa religión tan aparentemente compleja (en este punto añadiría un deseo de que nuestros cineastas se plantearan la misma tarea en lo que se refiere a la creencia mayoritaria en España de no ser porque en este país nadie se toma tan en serio una religión que por otro lado tampoco es demasiado compleja). Pero quiero creer que detrás de todo eso subyace al menos un nuevo intento de plantear la eterna cuestión acerca de si vivimos en un mundo regido por el caos o por alguna suerte de providencia divina.
A este respecto no puedo evitar comparar la nueva entrega de los hermanos Coen con otro filme de fuerte contenido religioso como fue “Señales” M. Nihgt Shyamalan. En ambas películas se muestra a las claras una marcada maestría de sus autores (aunque por caminos bien diferentes) a la hora de narrar un argumento que sin embargo no podría ser admirado del todo sin alguna clase de interpretación sobre el significado de lo que se expone. “Señales” no dejaba de ser la historia de la pérdida y la posterior recuperación de la fe por parte de un religioso que ha caído en el escepticismo a raíz de una desgracia personal. El hecho de que el Todopoderoso desencadene una cataclismo de alcance planetario con el único objetivo de que uno de los pastores de su rebaño recobre la certeza de la existencia de orden superior omnipotente no debería suponer ninguna novedad cuando hablamos de un ser supremo acostumbrado ha hacer sentir su presencia de una forma tan caprichosa como aterradora.
En el caso de “A serious man” estaríamos ante la historia de otro miserable ser humano sometido a uno de los extravagantes experimentos con los que el altísimo acostumbra a torturar a sus criaturas. Un dilema moral que se inicia cuando el profesor Gopnik es objeto de un intento de soborno por parte del alumno asiático. A partir de ese momento Gopnik es castigado de forma inmisericorde con toda clase de desgracias cuyo común denominador parece ser la constatación de que la vida carece de cualquier clase de finalidad. El hombre trata de buscar un significado a toda esa locura (el humillante adulterio de su mujer que le obliga incluso a financiar el funeral del amante, la indiferencia de sus hijos, la marginación que sufre en su trabajo debido a unos anónimos injuriosos, el menosprecio de sus vecinos gentiles, la insoportable carga de un hermano trastornado,...) en los doctores de su religión pero lo único que encuentra son fantoches que parecen empeñados en reafirmar la cada vez más persistente sensación de que vive en un universo en la que la única ley es la del absurdo. A esta conclusión parece llegar finalmente Gopnik cuando decide que en un mundo en el que el bien y el mal son conceptos carentes de sentido el aceptar un soborno a cambio de aprobar a un alumno no es más un acto vulgar. Y es entonces cuando el angustiado profesor (que hasta ese momento, y como él mismo se había hartado de repetir, no había hecho nada malo) es objeto del castigo celestial personificado en ese camello devenido en ángel de la muerte cuyo rostro sólo se muestra al final de la película.
Al igual que el personaje interpretado por Mel Gibson en “Señales” nuestro protagonista descubre que al final sí existe la providencia divina aunque en su caso no se trata de un Dios justo (por más que se sirve de métodos terribles para demostrar su existencia) sino de un sádico que le ha hecho objeto de una broma cósmica.
THE PASSENGER
La visión de “Up in the air” no es un ejercicio en absoluto desagradable al menos durante una buena parte de su metraje. El ritmo es ágil y dinámico, la historia (que es la del empleado de una empresa dedicada a despedir por encargo y que está perfectamente adaptado a una vida que le hace estar de viaje durante once meses al año) es interesante, los diálogos son ingeniosos y George Clooney parece haber sido traído al mundo para interpretar el papel protagonista (sus encantadoras sonrisas y sus ladeos de cabeza están más que justificados en esta ocasión). Tampoco desentonan las dos coprotagonistas Natalie Keener (que al contrario de lo que se ha dicho por ahí no se come a Clooney con su actuación) y Vera Formiga (que se come a Clooney, a Natalie y al sursum corda y es sin duda el gran descubrimiento de este filme).
Sin embargo hay un determinado momento en que lo que se estaba convirtiendo en una película más que estimable empieza teñirse de una moralina que, no por esperada, deja de tener un sabor algo desagradable. Me refiero a ese momento en el que el personaje protagonista parece ser castigado por la heterodoxa forma de vida que con tanto acierto había defendido en su confrontación con el personaje de la joven ejecutiva que amenaza con terminar con sus costumbres viajeras. El hecho de que una existencia alejada de los convencionalismos (que consideran casi una obligación el formar una familia y tener una residencia permanente) merezca esa reconvención dirige “Up in the air” hacia sus momentos más flojos, algo que ni siquiera un final ciertamente atípico consigue solucionar.
TRISTES PRESAGIOS DE LO QUE HA DE ACONTECER

Al contrario que en el caso de “A serious man”, la última película del casi imprescindible Michael Haneke podría ser apreciada como un delicado ejercicio de estilo sin necesidad de explicación o análisis sobre su significado, posiblemente porque ni siquiera pretende tenerlo. A esta sensación contribuye el hecho de que el argumento se presente en forma de thriller (una localidad rural de la Alemania de los años anteriores a la Primera Guerra Mundial que se ve sacudida por una serie de monstruosos hechos de violencia gratuita) inconcluso un poco al estilo de “Caché” (el anterior estreno de Haneke si no contamos el auto remake de “Funny Games”)en el que, al igual que en el caso de “La cinta blanca”, lo importante no era determinar quien era el responsable de los hechos que desencadenaban el drama sino los efectos que dicho drama tenían sobre los personajes que lo sufrían.
Pero esto no impide que la acción se desarrolle a través de un encadenamiento de escenas magistralmente filmadas y dotadas de una carga de suspense en ocasiones casi insoportable de tal manera que la forma no sólo se impone al fondo sino que incluso puede permitirse prescindir de él. Pero no faltan, por descontado, los análisis que tratan de encontrar un sentido simbólico en el argumento que se desarrolla. Son los que han querido ver, en esa aterradora confrontación entre los adultos y los niños de la aldea maldita, una alegoría sobre el cataclismo que se abatiría sobre Europa en los meses siguientes a la época en la que se desarrolla la acción e incluso comentan el hecho de que los chicos protagonistas del drama son, por su edad, los que conformaran los cuadros de la futura revolución nacional socialista.
¿Es una casualidad que la acción tenga lugar en Alemania en 1913?. Quizás no pero ¿es lo que vemos algo exclusivo de la época y el lugar donde tiene lugar la acción?. Los niños que sufren la violencia de sus mayores (ya sea a través de los absurdos rituales de una religión castrante o de las meras agresiones sexuales de un depravado) ¿no podrían haber protagonizado la misma historia en una localización y en un tiempo no muy lejano, incluso en nuestros días? Supongo que sí por lo que hay que deducir que las intenciones de Haneke al elegir el tiempo y el espacio en el que se desarrolla el asfixiante drama están muy cerca de lo que deducen los analistas del filme. En cualquier caso es la de “La cinta blanca” una experiencia que nadie debería perderse.