No aceptamos barco.
“Las noches revolucionarias” fue una mini serie de televisión de producción francesa que se pasó por la pequeña pantalla hace algunos años. Basada en un libro del escritor Nicolás Edme Restif de la Bretonne, la serie narraba las aventuras de un anciano apodado “El búho” que se paseaba por el convulso Paris nocturno de la época de la Revolución. En uno de sus recorridos el búho pasa la noche con una prostituta quinceañera, algún tiempo más tarde el viejo se encuentra con la madre de la chica que le espeta: “La próxima vez haced el favor de pagarle a mi hija lo que se merece, como adolescente puede ser un poco adelantada para su edad pero como prostituta sigue siendo una niña”.

Creo que algo de esto le ha pasado al bueno de Alex de la Iglesia: como cineasta es posible que se haya asomado con frecuencia a los aspectos más oscuros de nuestro carácter nacional, pero como personaje público y cargo político (no lo es en realidad pero se le asemeja mucho) parece estar lejos de haber comprendido ese carácter. Aunque no he entrado a fondo en el asunto (tampoco es algo que me preocupe en exceso), parece que su dimisión como Presidente de la Academia de Cine tiene su origen en un rapto de sinceridad que el director tuvo en el Twitter, donde hizo una afirmación que luego se sintió obligado a mantener en un gesto del que estoy seguro que ya está arrepentido.
La decisión de dimitir porque el Gobierno ha pactado una ley, que él entiende perjudicial para el colectivo al que preside, ya demuestra por sí sola el hecho de que Alex no ha sido traído al mundo para entender los avatares de la política, un arte que consiste básicamente en transigir con cosas que te desagradan o que directamente detestas. Pero el hecho de tener que ser fiel a un afirmación hecha en un entorno en el que sólo habitan espectros ya es directamente ser un ingenuo, como aquel Presidente de la Primera República que dimitió por no firmar una sentencia de muerte.
Lo peor es que dicho gesto sólo haya sido aplaudido por los tales espectros, (acostumbrados a exigir conductas morales que ellos mismos no tendrían el valor de llevar a sus propias vidas) porque sus compañeros de profesión, incluso aquellos que él tiene como amigos (uno de los cuales le ha llamado directamente “payaso” aunque con cariño) se han llevado las manos a la cabeza por una decisión que ha puesto patas arriba al mundillo y que, y creo que el propio Alex estaría de acuerdo en que esto es lo único bueno que ha salido de este embrollo, promete ofrecernos la gala de los Goya más apasionante desde los tiempos del No a la Guerra. Esperemos que Buenafuente y su equipo estén a la altura.
Si no son ustedes personas demasiado jóvenes, seguro que de niños jugaron al fútbol en la calle, y seguro también que recordaran ese momento en el que el dueño de la pelota se cabreaba porque no le habían pitado un penalty y cogiendo el esférico declaraba el juego terminado. Más o menos lo que ocurría en aquel conocido anuncio televisivo del Scattergoris sólo que en esta ocasión al final el pulpo ha resultado no ser un animal de compañía.
En otro orden de cosas sigo con mi campaña pre Oscars. Hoy le ha tocado a “El demonio bajo la piel” (“The killer inside me” debió parecerles a los distribuidores un título demasiado existencialista). Las perspectivas eran inmejorables: un gran director (Michael Winterbottom), un material literario excelente cortesía de Jim Thompson (no he leído este libro en particular pero si es una cuarta parte de bueno que Pop 1280 me conformo), y unos actores solventes (Casey Affleck ya dio muestras de ser perfectamente capaz de interpretar a un personaje inquietante en “El asesinato de Jesse James”).
Ni siquiera tengo fuerzas para decir por qué no me ha gustado, la película simplemente es una obra muerta, tanto que la abundancia de brutales escenas de violencia ni siquiera conmueve, a veces unos buenos ingredientes no producen un buen cocido. Además, luego me di cuenta de que la película ni siquiera está nominada a los jodidos Oscars. Las próxima serán Black Swann y 127 días, dos películas que ya me estoy “comprando” como he tenido que hacer con esta y con “El discurso del rey” (esta última la he visto demasiado tarde para comentarla por aquí) dado que alguien ha decidido que no se estrene en la Vetusta del subtrópico.

Creo que algo de esto le ha pasado al bueno de Alex de la Iglesia: como cineasta es posible que se haya asomado con frecuencia a los aspectos más oscuros de nuestro carácter nacional, pero como personaje público y cargo político (no lo es en realidad pero se le asemeja mucho) parece estar lejos de haber comprendido ese carácter. Aunque no he entrado a fondo en el asunto (tampoco es algo que me preocupe en exceso), parece que su dimisión como Presidente de la Academia de Cine tiene su origen en un rapto de sinceridad que el director tuvo en el Twitter, donde hizo una afirmación que luego se sintió obligado a mantener en un gesto del que estoy seguro que ya está arrepentido.
La decisión de dimitir porque el Gobierno ha pactado una ley, que él entiende perjudicial para el colectivo al que preside, ya demuestra por sí sola el hecho de que Alex no ha sido traído al mundo para entender los avatares de la política, un arte que consiste básicamente en transigir con cosas que te desagradan o que directamente detestas. Pero el hecho de tener que ser fiel a un afirmación hecha en un entorno en el que sólo habitan espectros ya es directamente ser un ingenuo, como aquel Presidente de la Primera República que dimitió por no firmar una sentencia de muerte.
Lo peor es que dicho gesto sólo haya sido aplaudido por los tales espectros, (acostumbrados a exigir conductas morales que ellos mismos no tendrían el valor de llevar a sus propias vidas) porque sus compañeros de profesión, incluso aquellos que él tiene como amigos (uno de los cuales le ha llamado directamente “payaso” aunque con cariño) se han llevado las manos a la cabeza por una decisión que ha puesto patas arriba al mundillo y que, y creo que el propio Alex estaría de acuerdo en que esto es lo único bueno que ha salido de este embrollo, promete ofrecernos la gala de los Goya más apasionante desde los tiempos del No a la Guerra. Esperemos que Buenafuente y su equipo estén a la altura.
Si no son ustedes personas demasiado jóvenes, seguro que de niños jugaron al fútbol en la calle, y seguro también que recordaran ese momento en el que el dueño de la pelota se cabreaba porque no le habían pitado un penalty y cogiendo el esférico declaraba el juego terminado. Más o menos lo que ocurría en aquel conocido anuncio televisivo del Scattergoris sólo que en esta ocasión al final el pulpo ha resultado no ser un animal de compañía.
En otro orden de cosas sigo con mi campaña pre Oscars. Hoy le ha tocado a “El demonio bajo la piel” (“The killer inside me” debió parecerles a los distribuidores un título demasiado existencialista). Las perspectivas eran inmejorables: un gran director (Michael Winterbottom), un material literario excelente cortesía de Jim Thompson (no he leído este libro en particular pero si es una cuarta parte de bueno que Pop 1280 me conformo), y unos actores solventes (Casey Affleck ya dio muestras de ser perfectamente capaz de interpretar a un personaje inquietante en “El asesinato de Jesse James”).
Ni siquiera tengo fuerzas para decir por qué no me ha gustado, la película simplemente es una obra muerta, tanto que la abundancia de brutales escenas de violencia ni siquiera conmueve, a veces unos buenos ingredientes no producen un buen cocido. Además, luego me di cuenta de que la película ni siquiera está nominada a los jodidos Oscars. Las próxima serán Black Swann y 127 días, dos películas que ya me estoy “comprando” como he tenido que hacer con esta y con “El discurso del rey” (esta última la he visto demasiado tarde para comentarla por aquí) dado que alguien ha decidido que no se estrene en la Vetusta del subtrópico.