No time like the past
Se habla de “Medianoche en Paris” y se recomiendo no leer si se ha tomado ya la decisión de verla.

Después de firmar su última obra maestra con “Delitos y faltas” en 1989, la carrera de Allen prosiguió con notables altibajos hasta que, ocho años más tarde, presentó lo que podría considerarse como el testimonio final de su vida con “Desmontando a Harry”, una especie de auto análisis de su carrera y su figura como artista y hombre público. Podría haber sido un momento perfecto para retirarse, pero el cineasta tomó la muy respetable decisión de que aquello no le salía de sus amplías narices. Según sus propias palabras seguiría presentando al menos una película al año hasta el día en que se muriera porque no tenía otra cosa mejor que hacer.
Desde entonces las cosas han ido mal y bien, pero asistir al estreno anual de una película de Woody Allen se convirtió en una cita cinéfila casi ineludible. Sin embargo, y a nivel personal, a partir de la nefasta “Vicky Cristina Barcelona”, decidí tomar la decisión de acudir a dicha cita únicamente cuando la opinión general acordara que valía la pena hacerlo. Ese acuerdo no se produjo en el caso de “Si la cosa funciona” o “Conocerás al hombre de tus sueños” pero sí que se ha manifestado en el de la película que nos ocupa hoy.

Y lo cierto es que me uno a la opinión mayoritaria declarando de entrada que “Medianoche en París” es un filme que vale la pena ver. Hay que advertir de entrada que no estamos tampoco ante una recuperación del gran cineasta de los setenta y ochenta, algo que por otro lado no sería justo exigir. La diferencia entre el Allen de 2011 y el de 1985 es la misma que la que hay entre esta película y “La rosa púrpura del Cairo”.
No es una referencia casual pues estos dos títulos tienen muchísimo en común. En ambos se narra la historia de unos seres que llevan vidas insatisfactorias (el hecho de que uno de dichos seres sea una pobre camarera casada con un bestia y el otro un guionista de éxito con una economía desahogada es irrelevante) y que encuentran algún consuelo en un deseo ilusorio que se transforma en realidad de manera sobrenatural. Podría parecer que estos argumentos son una suerte de apología del escapismo pero no creo que esto responda a la verdad, en mi opinión la película no hace sino materializar algunas de las fantasías más comunes del ser humano entre las que se encuentran, como es el caso del argumento de “Medianoche en París”, el poder viajar a épocas del pasado (de las que inevitablemente pensamos que se vivía mejor que en el presente) y conocer a los personajes históricos que vivieron en ellas.
Sin embargo creo que Allen es capaz de desarrollar dicha fantasía sin perder del todo el contacto con la realidad o al menos sin olvidar incluir un contraste, a menudo doloroso, con dicha realidad. En “La rosa púrpura…” a Tom Baxter, el héroe del cine que atraviesa la pantalla, le resulta imposible desenvolverse en el mundo exterior, donde los coches no arrancan simplemente con poner las manos en el volante y donde no hay fundidos en negro cuando los amantes se besan. Y por otro lado Gil Shepherd, el actor que da vida a Baxter, resulta ser un botarate que se comporta de una manera indigna con tal de no perjudicar su carrera. En el fondo la fantasía resulta ser tan decepcionante como la realidad. Del mismo modo en “Medianoche…” Gil Pender viaja a un Paris de ensueño en el que habitan todos sus héroes, sólo para descubrir que a ellos también les hubiera gustado nacer en otra época.

Pero seguimos repitiendo que existen diferencias entre estas dos películas, una es la obra maestra de un director en su mejor época y otra es un agradable filme de un cineasta en sus últimos momentos. El Allen de 1985 hubiera filmado con mucho más brío y/o sentimiento escenas como las de la despedida de Pender y Adriana o la de la renuncia definitiva de Pender a la vida que había llevado antes de su experiencia de viaje al pasado. Sin embargo sí que me ha resultado interesante la que parece se la moraleja del filme: en “La rosa púrpura…” Cecilia, a pesar de su desengañada experiencia, no consigue sustraerse al hechizo de la gran pantalla y al final de la película se queda extasiada contemplando el número “Cheek to cheek” de la película “Sombrero de copa” en una imagen poética pero irremediablemente triste. En “Medianoche…” Gil Pender comprende que la nostalgia por los tiempos no vividos es una experiencia común a todas las generaciones, mientras que Adriana parece satisfecha con su propia regresión, el protagonista de esta historia parece renunciar a perderse en sus fantasías y pasarse la eternidad recorriendo las calles del Paris de los años veinte, pobladas de los fantasmas de sus ídolos personales, y volver para recuperar su vida ya en el presente. En definitiva: no te pases la vida añorando no haber vivido en otros tiempos porque resulta que tus jodidos tiempos son ahora mismo. Una observación que parece dedicado a todos esos comentaristas youtuberos de vídeos de los ochenta que lamentan no haber crecido en la década pegajosa, como si los que la vivimos por mera casualidad nos hubiéramos pasado la juventud dando saltitos en calentadores al ritmo de las canciones de Cyndi Lauper.

Dejando a un lado estas cuestiones añadir que no me resultará posible juzgar otros aspectos del filme hasta que no consiga verlo en versión original (algo que no pude hacer porque no encontré subtítulos en la red), hasta ese momento me basta con apreciar, una vez más, el buen gusto de Allen a la hora de hacer desfilar por la pantalla toda una caterva de bellezones de ambos lados del Atlántico (primeras damas incluidas).



