Para hacer el comentario de la última película de Paul
Thomas Anderson he tenido que consultar el que hice de la anterior, esto es
“There will be blood” (Pozos de ambición). Y lo hice porque me parecieron dos
películas que, tratando temas en apariencia tan diferentes, provocan unas
sensaciones similares. En primer lugar son filmes engañosos en cuanto a su
argumento, si la película de 2007 aparecía como una de “esas biografías de
tintes épicos que giran en torno a la muy cinematográfica figura del gran hombre
hecho a sí mismo” y luego se revelaba como un retrato psicológico de tintes
casi indescifrables poco más o menos lo mismo se podría decir de “The master”.
En la publicidad previa que ha recibido la película se hacía hincapié en
que era una historia basada (cambiando nombres y situaciones para evitar
supongo una cascada de reclamaciones judiciales que no obstante se han
transformado por lo que dicen en oscuras maniobras para impedir que la película
sea nominada a los diversos premios de la temporada) en el nacimiento de la
Iglesia de la Cienciología y en concreto en la figura de su creador, L. Ron
Hubbard.
Sin embargo el que quiera saber más sobre esta peculiar
religión tendrá que acudir a otras fuentes porque la película no va sobre eso,
la información que se da sobre este culto y sus prácticas, así como de la
ideología de su creador, es escasa y confusa, una farfolla sobre autoayuda y
superación personal mezclada con ciencia ficción y otros delirios variados. Así
pues opino que “The Master” no es una historia sobre la Cienciología sino sobre
un hombre, es la historia de Freddie Quell.

Freddie es un marinero veterano de la Segunda Guerra Mundial
(interpretado por Joaquin Phoenix en un trabajo que va más allá del bien y del
mal y de cualquier clase de comentario o crítica), un individuo alcoholizado
(hasta extremos con los que no encuentro comparación, literalmente este hombre
es capaz de beberse el agua de los floreros), violento y sexualmente
perturbado, uno de los caracteres más desquiciados que recuerdo haber visto en
una película de ficción. No está claro si su comportamiento está motivado por
su condición de ex combatiente (aunque desde luego no es una experiencia que
contribuya a mejorar el estado mental de nadie) o si proviene de una infancia
problemática a la que se hace referencia en varias ocasiones. Lo cierto es que
Freddie padece las dificultades de integración comunes a los veteranos de todas
las guerras, en concreto el filme describe con detalle la progresiva caída en
la abyección de este hombre (cuya única motivación en la vida parece fabricar
licores empleando unas mezclas increíbles que haría palidecer a los
profesionales de la era de la prohibición), una caída que se verá frenada momentáneamente
cuando se produzca su encuentro con Lancaster Dodd (presunto alter ego de
Hubbard y personaje interpretado con la maestría habitual por Philipp Seymour
Hoffman)

Entre los dos hombres se establece una extraña relación,
Lancaster considera a Freddie un desafío, un caso perdido para la sociedad y se
esforzará en salvarle tratando de averiguar las razones profundas de su
trastorno mediante la aplicación de sus peculiares métodos de control mental.
Freddie por su parte se muestra la mayor parte de las veces escéptico o apático ante la ideología y las prácticas del
grupo pero siente una lógica fidelidad por Lancaster y su grupo (incluida la
señora Lancaster interpretada por Amy Adams) que se han convertido en las
únicas personas que parecen sentir algo de interés por un deshecho como él.
(Spoilers a partir del próximo párrafo)
La película se aleja pues de la biografía convencional y de
cualquier clase de ortodoxia a la hora de narrar una historia y se centra en un
combate de voluntades -ofrecido con lujuriosa profusión de los recursos
cinematográficos que Paul Thomas Anderson ya ha demostrado que maneja con
maestría destacando en este aspecto la música de John Greenwood-, un combate en
el que ambos contendientes fracasaran. Lancaster jamás logrará domar a la
bestia a pesar de poner en el empeño no sólo su mente sino también su corazón,
y Freddie acabará descubriendo que tras la fachada de intelectualidad y
liderazgo de Lancaster no se esconde más que otro charlatán que deja ver su
mediocre y miserable condición en cuanto algo contradice su voluntad. Tras esta
nueva decepción Freddie trata de agarrarse al único y débil el asidero que le
queda, el evanescente recuerdo de un amor de juventud, cuando esto también
termina en nada y tras un último encuentro con Lancaster (escena estropeada de
modo dolorosamente ridículo por el doblaje en español) proseguirá su vida
exactamente en el mismo punto en el que lo dejó con la única compañía de la
bebida en un recorrido que suponemos terminará en breve en la cárcel, el
manicomio o el cementerio.
Una película que no debe ser contemplada como un espectáculo
cinematográfico sino como una experiencia humana extrema, aun así será difícil
no asistir igualmente a uno de esas muestras de desconcierto público similares
a otros que hemos presenciado en fechas recientes.
En una memorable cita correspondiente a una película
estrenada hace pocos meses, una mujer de clase obrera y de lenguaje rudo le
explicaba a su interlocutora el verdadero significado del amor: "Se dicen muchas gilipolleces sobre
el amor. ¿Tienes idea de qué es el amor verdadero? Es limpiarle el culo a
alguien y cambiarle las sábanas cuando se mea encima, para que pueda mantener
intacta su dignidad y los dos podáis mirar juntos hacia delante"
“Amor” la última película del cineasta Michael Haneke, no se
ha librado de recibir alguna clase de definición a priori que, como suele ser
habitual, no encuentro particularmente acertada. Se ha dicho que se trata de un
cambio o de una variante, tanto en el aspecto argumental como en el formal, en
el estilo de Haneke. Yo no lo considero así, en primer lugar porque no creo que
ninguna de las películas que he visto del director alemán (y he visto la mayor
parte de sus obras más celebradas) haya una línea argumental predefinida, todas
tratan del ser humano sometido a tensiones y contradicciones en diferente
grado, y en cuanto al estilo no considero que Haneke filme de forma distinta a
sus otras películas, la aséptica y quirúrgica forma de contar esta historia es
semejante a la que se ha empleado antes, de hecho en “Amor” tampoco faltan las
metáforas visuales (empezando por ese inquietante episodio de la cerradura
forzada) e incluso uno de esas escenas inesperadas que hielan el corazón.
La película narra la última etapa en la vida de un
matrimonio de octogenarios a partir del momento en el que la mujer sufre un infarto cerebral que va mermando
progresivamente sus facultades físicas y mentales. La cámara de Haneke, como se
ha descrito antes, escenifica esa progresión de forma objetiva sin cargar nunca
las formas en ninguno de los aspectos en los que se incide normalmente cuando
se trata un argumento de esta naturaleza, los dolorosos sentimientos que genera
la contemplación de esta película (que lo son más aun cuando se dispone de
experiencia personal en el tema) no nacen de ningún subrayado artístico sino de
la mera exposición de lo que sucede.
De hecho la palabra “Amor” que sirve de título a la película
resulta paradójica porque no hay nada en ella que recuerde al concepto habitual
que se tiene de esa palabra, el matrimonio formado por Georges y Anne (
Jean-Luis Trintingnant y Emmanuelle Riva) han dejado ya muy atrás la pasión
amorosa, el deseo sexual, así como las veleidades profesionales o del cuidado
de los hijos, lo que les queda es únicamente la lealtad que conlleva los muchos
años de convivencia y el intento de mantener la dignidad ante el incontenible
avance del dolor y la decadencia física y mental y todo ello en medio de un
entorno condescendiente y en ocasiones directamente hostil.
No es “Amor” una película fácil de ver (en determinadas
circunstancias personales podría ser incluso imposible de soportar) y de su
visionado no se extrae ninguna clase de placer ni cualquier otra sensación
positiva relacionada con el espectáculo cinematográfico, es sólo una historia
dedicada a aquellos a los que no les disgusta tener una visión global de un
fenómeno del que generalmente sólo se extraen para nuestra contemplación las
partes más ilusorias.
“ParaNorman” (El alucinante mundo de Norman) se inscribe en
esa afortunada vertiente de cine animado de terror para niños al estilo de
“Monster House” o “Coraline”. Sobre la cuestión de si este es precisamente un
subgénero adecuado para niños no tengo nada que decir ya que mi única
experiencia en el tema es la mía propia y mis recuerdos de cómo me apasionaban
(y me traumatizaban) este tipo de filmes.
Para que nadie se
llame a engaño “ParaNorman” comienza con la imagen de un cerebro humano
adornado con una esplendida mordedura. A partir de ahí aparecen fantasmas, muertos
vivientes, brujas, maldiciones y demás temas escalofriantes, incluyendo esa
recurrente descripción de un instituto norteamericano como el territorio más
aterrador al que puede enfrentarse un chico considerado como diferente de la
mayoría. De hecho la película abunda en juegos de palabras e ironías acerca de
la vida en un típico pueblo de clase media e incluso contiene un comentario que
muchos padres que han acudido al cine con sus hijos consideraran de lo más
inapropiado para una película “infantil”. En definitiva un interesante
entretenimiento para ver a cualquier edad, por lo menos no creo que resulte más
traumático que ver “Los Tres Caballeros”.

Ensayo del escritor José Ovejero (para mí desconocido a
excepción de algún vago recuerdo de “Un mal año para Miki”) con este paradójico
título. Ovejero hace una distinción entre la crueldad puramente lúdica y la
crueldad ética no referida a la vida real desde luego sino a la crueldad en el
arte (sobre todo en la literatura) que el autor vindica como una forma de
agredir al lector para poner en duda sus certidumbres y mostrarle una realidad
ausente de referencias morales. Resulta un texto bastante interesante aunque
quizás teñido de una cierta visión excesivamente pesimista de la vida o más
bien demasiado tremendista. Pero bueno lo verdaderamente interesante de este
ensayo (y de casi todos los ensayos) es la cantidad de material que sirve como
referencia con lo que estos libros sirven generalmente como una lista de
recomendaciones. En concreto Ovejero nos habla de “siete libros crueles” –a los
que añado uno más también mencionado en otra parte del ensayo- que son:
1.
“El astillero” de Juan Carlos Onetti
2.
“Meridiano de sangre” de Cormac
McCarthy
3.
“Auto de fe” de Elías Canetti
4.
“Historia del ojo” de Georges
Bataille
5.
“Deseo” de Elfriede Jelinek
6.
“La pianista” de Elfriede Jelinek
7.
“Tiempo de Silencio” de Luis
Martín-Santos
8.
“Represalia” Gert Ledig
No he leído ninguno aunque de todos tenía
alguna clase de noticia o al menos de los autores que los escribieron
(excepción hecha del último que es un total descubrimiento) pero tengo
intención de hacerlo, eso sí, algo me dice que debería ir alternándolo con
alguna otra cosilla más ligera.
Tres maneras de acercarse a este filme.
- Como
espectáculo cinematográfico.
Impecable, una gran película de acción firmada por una
directora solvente conocida por títulos igualmente solventes, aunque no
demasiado destacables por otras cualidades si exceptuamos la campanada que
supuso “The hurt locker” (En tierra hostil). “Zero Dark Thirty” recorre el
camino habitual de un thriller político que, partiendo de una situación inicial
un tanto difusa, desarrolla una progresión “in crescendo” –casi siempre de tipo
intelectual aunque reforzada puntualmente con escenas de acción- hasta culminar
en un brillante final pleno de suspense (tanto más estimable por tratarse de
una historia cuyo desenlace es sobradamente conocida por el espectador, un poco
al estilo de lo que pasaba en la conclusión de “United 93”) producto de un buen hacer en todas las artes
que conlleva la dirección cinematográfica, en este aspecto no hay que ponerle
ningún pero a la película.
2. Como
dramatización de hechos reales.
Un acercamiento insoslayable puesto que, ya desde el
comienzo de la película, se advierte de la presunta verosimilitud de todo lo
que vamos a ver. Pero es quizás también el aspecto más criticable del filme, me
refiero a hacer una declaración de principios que luego puede ser puesta en
duda por una simple cuestión de lógica. Desde luego todo está apoyado en
sucesos que tuvieron lugar entre 2001 y 2012 y que son perfectamente
verificables pero está claro que para los autores del filme (pese a que ha
habido acusaciones de que disfrutaron de información privilegiada) es imposible
conocer con todo detalle cuales fueron las circunstancias que llevaron al
descubrimiento y el posterior asesinato de Bin Laden, de manera que una dramatización
de dichos hechos es también inevitable aunque no veo ético que no se advierta
de ello.
No obstante la gran objeción tiene que ver con el personaje
principal de la película, la agente de la CIA Maya (interpretada por Jessica
Chastain) y que está basado, en algún grado poco posible de verificar, en un
misterioso personaje real. Precisamente
la imposibilidad de hacer una biografía al uso (por lo visto Maya es más bien
la síntesis de varios personajes) hace que los autores del filme inventen un
carácter equivalente a un capitán Ahab moderno obsesionado con la captura de la
ballena blanca barbuda hasta el punto de consagrar su vida a ello sin ninguna
clase de alternativa. Se trata de un personaje rocoso, complicado de analizar
desde un punto de vista psicológico, sin apenas aristas (excepto en el
significativo plano final), omnipresente y casi omnipotente, difícil de encajar
en una historia que se autocalifica de real y más parecido a una Erin Brokovich
pelirroja.
3. Como
cuestión moral.
Aquellos que se niegan a calificar moralmente un espectáculo
cinematográfico (y entre los que generalmente me cuento) tendrán que elegir
otro filme para mantener su postura porque en este el aspecto moral es
ineludible.
Pasemos de largo por la gran cuestión acerca de si un estado
tiene derecho a asesinar a un oponente que no puede (o no quiere) reducir de
otra manera, porque es una cuestión lamentablemente superada para casi todo el
mundo. La cuestión en lo que a “Zero Dark Thirty” se refiere es la de la
tortura. No es el primer filme que
aborda un tema como este pero el punto es que no lo hace de forma subsidiaria
sino de forma totalmente explícita, de hecho es casi la base del argumento
durante los primeros quince o veinte minutos, es evidente la intención de los
responsables de la película de poner el tema sobre la mesa.
Además esta característica de la película (aparte del asunto
del uso de información privilegiada antes mencionado) ha sido con mucho la más
polémica de su trayectoria, hasta el punto de que un miembro de la Academia ha reclamado
de forma pública un boycot a la misma (si existe algún precedente de algo así
yo desde luego lo desconozco) por
considerarlo "promoción que legitima la tortura como arma de la llamada
guerra contra el terrorismo". Me parece una postura injusta porque no creo
que la película legitime nada, es evidente que existe una causa efecto entre
los interrogatorios extremos a los que son sometidos los sospechosos en cárceles
secretas y el resultado final de la operación pero para mí la cuestión no sería
si la tortura es o no una herramienta útil para luchar contra el terrorismo
sino de si se debe emplear incluso cuando se haya demostrado su utilidad.
En el filme repito, no se hace apología de la tortura, más
bien se muestra como un asunto sórdido, los que participan activamente de ella
la asumen con desagrado e incluso con remordimiento y los que la sufren de
forma pasiva son mostrados como seres humanos sin que se ejercite en este caso
la imprescindible deshumanización de un contrario cuya destrucción se presenta
como incuestionable. La película muestra la tortura como un hecho innegable y
simplemente lo pone sobre la mesa como diciendo “esto es lo que hay, esto es lo
que hacemos, ahora decide qué postura quieres adoptar con respecto a ello” y
efectivamente es eso lo que cada espectador debe hacer si le parece bien.