Pensaba dedicar el post de entre semana a un par de películas que había visto y tampoco tenía pensado hablar de este tema en las pocas ediciones que quedan del Abecedario del Crimen. ¡Pero la actualidad manda! Me refiero como es lógico a lo sucedido ayer en la universidad de Blacksburg, Virginia (por cierto el nombre parece de lo más adecuado a los acontecimientos que allí han tenido lugar) del que les supongo enterados.

La primera referencia de la Biblia del Mal sobre este tema va en el sentido de diferenciar a los asesinos de masas o mass murderes de los asesinos en serie o serial killers (algunos hablan de una tercera categoría denominada spree killers o asesinos frenéticos pero no es un término muy popular).
El asesino en serie mata en muchos lugares pero a una persona cada vez mientras que el asesino de masas mata un montón de gente en un solo lugar. Así pues el caso que nos ocupa sería el de un asesino de masas.
El perfil predominante de un asesino de esta clase es el de un sombrío varón blanco, de treinta a cuarenta años, abrumado por el fracaso. De este fracaso es responsable todo el mundo –mujeres, compañeros de trabajo, maestros, jefes, ciudades enteras, a veces el Demonio- salvo él mismo. Los malévolos planes de sus torturadores les infunden deseos de venganza, que se inflaman con películas sobre ajustes de cuentas y con la fascinación por las armas. Llegado este punto sólo hace falta una gota que colme el vaso. Puede ser que el sujeto pierda el trabajo o que lo deje la novia.
El asesino en masa mata indiferenciadamente; cualquiera que se cruce en su camino corre peligro y generalmente ponen fin a su carrera suicidándose o haciéndose matar por la policía. Así pues al contrario que otros criminales estos asesinos no buscan notoriedad. Han decidido que ese día no sólo sea el último de los que tengan la desgracia de tropezarse con él sino también el suyo propio. Es lo que se conoce como un “suicidio extendido” de manera similar al marido que mata a su mujer y luego se quita la vida aunque a una escala mucho más trágica como se ha visto.
A pesar de algunos precedentes inquietantes –en 1949 un hombre llamado Howard Unruth había recorrido las calles de Camden Nueva Jersey matando a las primeras trece personas que se cruzaron con él- el año 1966 está considerado como aquel en el que se inauguró la mala costumbre de desahogar la rabia interior disparando contra todo lo que se mueve. Sucedió en Austin capital del estado de Texas y sucedió también en un campus universitario.

Allí vivía Charles Whitman un joven de 25 años hijo modelo (antiguo boy scout, antiguo monaguillo, antiguo marine) de un empresario de fontanería. Charles vivía en Austin, donde alternaba trabajo y estudios, con su mujer, una profesora de 23 años. La tarde del 31 de Julio de 1966 el joven se dirigió a la casa de su madre a la que apuñalo y disparó en la nuca, luego regresó a su domicilio donde apuñalo a su mujer mientras dormía.
A la mañana siguiente se levantó temprano e hizo varias compras en ferreterías y tiendas de armas. Luego alquiló un carrito plegable de tres ruedas donde cargó una escopetas, tres rifles, tres pistolas, tres cuchillos de montaña y más de mil cartuchos. También metió en el carro comida y bebida para varios días, un radio y una amplia variedad de utensilios de acampada y otras herramientas.
Luego se dirigió a su punto de destino que era visible desde toda la ciudad: la torre de granito blanco que coronaba el edificio de administración de la Universidad de Texas.

Una vez en la torre subió hasta el último piso donde empezó matando a la recepcionista, luego disparó contra un grupo de personas que habían tenido la mala suerte de elegir ese día para visitar la torre matando a dos de ellas. Una vez libre de estorbos Whitman se atrincheró en la torre y empezó a disparar a las personas que paseaban por el campus 90 metros más abajo matando a quince de ellas e hiriendo a otras treinta antes de que la policía consiguiera matarlo.
El suceso produjo un fuerte impacto en toda la nación (más tarde sería llevado al cine de forma indirecta en la excelente “Targets” de Peter Bodganovich, en “Two-minute warning” la obra maestra del cine de catástrofes y en la película dirigida por John Singlenton que da nombre a este capitulo del Abecedario). Entre los que quedaron impresionados por lo sucedido se encontraba un estudiante de dieciocho años llamado Robert Smith que cuatro meses más tarde entró armado con dos pistolas en un Instituto de Belleza de Arizona. allí encontró a cinco mujeres y dos niñas a las que obligó a tumbarse en el suelo. Pensando que se trataba de un robo una de las mujeres le dijo “será mejor que se vaya pronto, en cinco minutos habrá aquí cuarenta estudiantes”. Smith respondió que lamentaba no tener balas suficientes para todas y luego disparó dos tiros en la cabeza a cada una de las siete personas que se hallaban a su merced. A continuación se sentó a esperar a la policía.
Aquello fue el comienzo de una larga serie de incidentes similares algunos de los cuales consiguieron destacar entre los demás.

Brenda Spencer estudiante ejemplar de una escuela de San Diego en
1979. Un lunes por la mañana con un rifle que le habían regalado
con ocasión de su decimosexto cumpleaños comenzó a disparar desde la
ventana de su habitación sobre un grupo de niños que iban a un
colegio al otro lado de la calle. Mato a uno de los porteros y al
director del colegio mientras intentaban llevar a once niños heridos
a un lugar seguro. Después de cinco horas la joven entregó a la
policía.
Los casos de Spencer y Smith son poco usuales ya que como se ha dicho la mayor parte de los asesinos de masas no sobreviven al gran día.

Así sucedió con James Huberty que en el año 1984 entró en un MacDonald´s donde liquidó a veinte personas antes de caer abatido por un francotirador. Este es por cierto el primer suceso de estas características que recuerdo haber visto en prensa y televisión en el momento en que tuvo lugar

La marca de Huberty fue superada por George Hennard quien el 16 de octubre de 1991 embestía con su camioneta el ventanal de la cafetería Luby´s en Killenn, Texas. A continuación el hombre saltó de su vehiculo, empuño su Glock semiautomática y abrió fuego de forma tranquila y metódica contra sus victimas. Hennard mató a 22 personas e hirió a 23 en aproximadamente un minuto. Y quien sabe hasta donde hubiera llegado (llevaba una pistola de recambio con 45 cargadores preparados) de no ser porque en las cercanías se encontraban por casualidad dos policías que acudieron a la cafetería y dispararon cuatro veces sobre el tirador. Hennard se tambaleó hasta un pasillo posterior donde se voló los sesos. Tenia 35 años y carecía de novia o amigos conocidos. Su licencia de marino, último vínculo con el mundo del trabajo, le había sido retirada. Durante un tiempo tocó la batería, pero al parecer a un ritmo distinto del resto del grupo

Volviendo al sub género de las matanzas en el ámbito escolar el 6 de diciembre de 1989 Marc Lepine de 25 años entró en el aula 230 de la Universidad de Montereal armado con un rifle semiautomático. Apartó a un lado a las chicas, ordenó a los hombres que se marcharan, y luego explicó a las nueves estudiantes de ingeniería que estaba allí para “luchar contra las feministas”. “Pero nosotras no somos feministas”, objetó una de ellas. Como respuesta Lepine apretó el gatillo, soltando una ráfaga de 30 disparos. Seis muchachas murieron. Disparó a otra en el pasillo, tres más en la cafetería y a cuatro en un aula contigua. Luego se voló la cabeza.
A estas masacres como digo siguieron muchas más (bastantes de ellas en colegios, institutos y universidades como la célebre del instituto Columbine de Colorado) hasta llegar a la que tuvo lugar ayer. De momento se sabe poco del asesino pero como decía el personaje que interpretaba John Cassavettes en la mencionada “Two- minute warning” (que algunos conocerán por su titulo español “Pánico en el estadio”) “mañana lo sabrán todo sobre él en las noticias de Televisión, como se llamaba, de donde era, el nombre de su madre y el de su perro”. Efectivamente pronto lo sabremos todo sobre el asesino excepto la eterna pregunta ¿por qué?
Se hablará de las presiones que supone vivir en la sociedad norteamericana (alguien dijo en cierta ocasión que cuando un japonés se cansa de la vida cierra las ventanas y se hace el hara-kiri y que cuando un norteamericano se cansa de la vida abre las ventanas y empieza a disparar a la gente de la calle). Se dirán también cosas sobre el fácil acceso a las armas que hay en USA (en España cuando a alguien se le hincha la vena gorda del cuello a lo máximo que puede aspirar es ha hacerse con un par de buenas escopetas de caza que siempre ocasionaran menos estropicio que un AK 47 que dispara 600 balas por minuto) y puede que haya algún Marylin Manson a quien echarle mano. Pero la realidad es que las verdaderas razones de estos actos están enterradas en las inescrutables mentes de los que los cometen.
Y no es que sus palabras ayuden mucho a entenderlos.
En el caso de Whitman se habló de la frustración que sentía al no haber podido llevar a cabo sus esperanzas (en parte alentadas por un padre violento que le exigía ser el mejor en todo) de conseguir el éxito en la vida que se suponía tenia que obtener un joven blanco de clase media y de inmejorable aspecto como él. Había hecho todo lo que se suponía que tenía que hacer y aún así no conseguía salir a flote. En unas notas que escribió el día anterior a la matanza manifestó un odio mortal hacia su padre y expresó su deseo de matar a su mujer para que no tuviera que soportar la vergüenza de sus actos. Tras matar a su madre escribió “12.30 de la noche. Madre muerta” y tras acabar con su mujer añadió “3.00 de la mañana. Madre y esposa muertas”. En la autopsia se le descubrió un tumor en el cerebro que le hubiera matado en menos de un año.
James Huberty entró en la hamburguesería al grito de “He matado a mil y mataré a otros mil”. En realidad antes de aquel día jamás había matado a nadie. Su pretendida experiencia de combate en Vietnam no existía más que en su imaginación.
Las claves de la naturaleza de Hennard habría quizás que buscarlas en las palabras que balbuceaba mientras acribillaba a sus víctimas: “¿Veis lo que me ha hecho Belton?. Decidme, ¿acaso valía la pena? ¡Esperad a que esas tías de Belton vean esto! ¡Me pregunto si ellas pensarán que valía la pena…! ¡Toma esto, zorra…! ¡Esto es lo que Belton me ha dado! ¿Vale la pena? ¿Acaso vale la pena…? ¿Te escondes de mí, zorra?” Hennard vivía solo en la localidad vecina de Belton. En enero de 1991 les había enviado una nota a dos hermanas del lugar, invitándolas a salir: “Por favor, dadme algún día la satisfacción de poder reírme en la cara de las mujeres viperinas y traicioneras de esos dos pueblos, casi todas ellas blancas, que trataron de destruirme a mí a y mi familia” Las hermanas rechazaron la invitación. La mayoría de las victimas de la matanza posterior eran mujeres.
En su nota de suicidio Marc Lepine mezclaba el deseo de mostrarse inteligente con sentimientos de venganza hacia el género femenino. “Seguí mis estudios de cualquier manera, pues, conociendo ya mi destino, nunca me interesaron realmente. Lo que no me impidió sacar buenas calificaciones, a pesar de no entregar los trabajos y no estudiar para los exámenes […] El otro día me enteré de que se estaba rindiendo honores a los hombres y mujeres que lucharon en el frente durante las guerras mundiales. ¿Cómo se explica entonces que las mujeres estuvieran autorizadas para ir al frente? A este paso oiremos hablar de las legiones femeninas de César y de que las esclavas de las galeras ocuparon el cincuenta por ciento de las filas de la historia, aunque nunca haya sido así” En pocos años Lepine había sido rechazado por la Universidad de Montereal, por el ejército y por su novia.
Otros asesinos en cambio no parecen tomarse a sí mismos tan en serio y resuelven con rapidez este tipo de cuestiones. Cuando a Robert Smith le preguntaron por qué había matado a aquellas mujeres respondió simplemente “para ser famoso, quería que todo el mundo me conociera”. A la misma pregunta respondió Howard Unruth con igual simpleza “No lo sé. Si hubiera tenido suficientes balas, hubiera matado a mil”
Pero la respuesta definitiva la dio la asesina adolescente Brenda Spencer. Al preguntarle a quien quería matar su respuesta fue: “a los que llevaban chaquetas rojas y azules”; y al preguntarle porque contesto: “porque los lunes son terriblemente aburridos”.
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