200.jpg)
No tenía pensado seleccionar este capitulo de “El abecedario del crimen” pero la actualidad (al igual que sucedió en el caso de la masacre de Virginia Tech) ha impuesto sus reglas. Tampoco tenía pensado decir nada sobre el misterio que rodea la desaparición de Madeleine Mccan. Un suceso que involucra a un niño de tan corta edad suele ser demasiado desagradable para dedicarle un comentario. Aparte de esto el caso no había logrado despertarme mucho interés hasta que las últimas noticias han hecho que los acontecimientos den un giro inesperado y aún más tenebroso si cabe. Me refiero desde luego al hallazgo de restos de sangre en la habitación donde la niña fue vista por última vez, restos de sangre que por lo visto había sido limpiada
Este descubrimiento arroja una sombra de duda sobre los padres de la niña al insinuar que Madeleine podría haber muerto de forma accidental o provocada en ese mismo lugar y esa misma noche y que su muerte podría haber sido posteriormente encubierta haciéndola pasar como un secuestro. Hasta este momento los padres de Madeleine habían recibido el apoyo de todo el mundo (recepción del Papa y donaciones millonarias incluidas) e incluso se había pasado de puntillas por el hecho de que el matrimonio hubiera dejado aquella noche a la niña en el apartamento sin más compañía que sus hermanos pequeños.
Pero repito que los últimos descubrimientos introducen un elemento tan perturbador que lo que hasta ahora era un hecho trágico pero más bien vulgar puede alcanzar dimensiones de una maldad demoníaca si se confirman las sospechas. Pero volviendo a la Biblia del Mal lo que está ocurriendo ahora mismo trae a la memoria unos hechos similares ocurridos hace más de 25 años y que causaron sensación. Por lo menos en las antípodas.

Nos encontramos en Ayers Rock, Australia. Hasta este fenómeno geológico de gran interés turístico llegó el 16 de agosto de 1980 la familia Chamberlain (Lynne, su marido Michael y tres niños de corta edad entre los que se encontraba Azaria de nueve semanas de vida) para hacer una acampada. Esa misma noche Lynne acostó su hija pequeña dentro de la tienda de campaña y se quedó fuera charlando con un matrimonio amigo. En ese momento comenzaron a oírse ruidos extraños: un gruñido amenazador y un gemido de bebe que se interrumpía bruscamente. Tratando de averiguar que pasaba Lynne se dirigió a su tienda justo a tiempo para ver como de ella salía un dingo, una especie de perro salvaje australiano. La parte inferior del cuerpo del animal quedaba oculta tras una valla baja pero a Lynne le pareció que llevaba algo entre sus fauces. El poste central de la tienda estaba torcido, sin duda a causa de un golpe, había sangre alrededor y Azaria había desaparecido. “¡Un dingo se ha llevado a mi bebe!”, exclamo Lynne.

Al cabo de media hora, 300 buscadores registraron minuciosamente los arbustos. Esa misma noche el jefe de guardabosques y su rastreador encontraron las huellas del animal pero luego perdieron el rastro. Cinco días más tarde se encontró el mono del bebé, estropeado y manchado de sangre al otro lado de Ayers rock pero a la niña nunca más se la volvió a ver.

Puede que en los países urbanos de Europa los dingos puedan sonar a fieras pero en Australia no son más que pequeños perros salvajes que suelen salir de estampida cuando alguien los espanta De todas maneras aquel mismo verano las zonas de acampada de la roca habían experimentado un aumento de los ataque de estas bestias que entraban en las tiendas en busca de comida e incluso una de ellas había sacado a rastras a otra niña que en el último momento había sido salvada por su padre. Pero todos estos incidentes jamás llegaron a los periódicos de manera que lo sucedido a los Chamberlain fue una completa novedad para el gran público y en seguida comenzaron las suspicacias
Además los Chamberlein eran un blanco fácil para los chismosos. Michael el padre era un pastor de la Iglesia Adventista del Séptimo Día, y su esposa era una devota seguidora. Cuando, en un intento de conciliar la pérdida con la fe, consideraron la muerte de Azaria como parte de un plan divino, la mayoría de los australianos pensó que era una postura como mínimo extraña.
Los profesionales también comenzaron a mostrarse escépticos; la policía de Mount Isa (donde vivía la familia) informó de que Lynne “Parecía no cuidar al bebé…. no lo alimentaba….lo vestía de negro…..y además no reaccionó ante la tragedia como una persona normal (el mismo error que le costó la vida al pobre Mersault)”. También se publicó que el nombre de Azaria significaba “sacrificio en el desierto” y que la ropa encontrada en Ayers Rock en realidad estaba pulcramente doblada. Nada de esto era cierto pero los rumores seguían creciendo hasta alcanzar dimensiones grotescas. De este modo el pequeño ataúd de madera que Michael usaba como apoyo visual en sus charlas anti tabaco se convirtió por arte de magia en las conversaciones de los lugareños en un pequeño féretro blanco que servia de cuna a la niña.
Por fin en diciembre de ese año los expertos de la policía concluyeron (aunque de una manera inexacta e improvisada) que en realidad una persona y no un dingo había hecho jirones la ropa de Azaria. Pero el Juez de Primera Instancia e Instrucción dio más validez a las sólidas pruebas testifícales de la pareja que se encontraban con Lynne en el momento de la desaparición y sentenció que efectivamente Azaria encontró la muerte al ser atacada por un dingo.
El fallo fue retransmitido por televisión y la policía se sintió humillada públicamente. Seis meses más tarde se vengaron. Uno de los expertos que declaró en el juicio llevó la ropa de Azaria a Londres para que un reputado médico forense proporcionara una segunda opinión. Sus conclusiones fueron dinamita. El cuello del vestidito no había sido rasgado por los dientes de un animal sino por un objeto cortante. Las manchas de sangre procedían de una herida inflingida antes de que a la niña le fuese quitada la ropa. Y en la parte posterior del mono el profesor descubrió la huella de sangre de una mano femenina.

Con estas nuevas pruebas la policía reabrió la investigación y hurgó a fondo en las propiedades de los Chamberlain. En el coche se hallaron manchas de sangre de las que se dijo que sólo podían pertenecer a un niño de menos de tres años, también fueron hallados 25 mechones procedentes del mono. Y en la bolsa donde la familia guardaba la cámara de fotos se detectaron cabellos y diminutas manchas de sangre. Los expertos aparecían desde todas las direcciones. Odontólogos y expertos textiles apoyaron la teoría de que el mono había sido cortado y no rasgado por unos dientes. Además se dijo que el dingo no podía haber agarrado la cabeza de Azaria con sus mandíbulas porque esos animales no pueden abrir la boca más de diez centímetros.
Con todo este material se celebró un nuevo juicio en septiembre de 1982 más de dos años después de los sucesos de Ayers Rock. Pero todas las pruebas presentadas no ocultaban un hecho vital: la acusación no podía explicar por qué ni cómo Lynne había matado a su hija; únicamente sostenía que lo había hecho. El juez volvió a ponerse de parte de la madre pero esta vez el jurado discrepó y el 28 de octubre de 1982 Lynne Chamberlein fue declarada culpable.
Dos apelaciones posteriores fueron rechazadas hasta que en noviembre de 1983 una de las principales pruebas de la acusación fue desarbolada. Las machas de sangre del coche en realidad eran de pintura y las de la bolsa de la cámara simple suciedad. No se comprobó a fondo el origen de las manchas sino que sencillamente se asumió que podían haber sido de sangre.
Además resultó que la dentadura del dingo sí era un instrumento cortante. Se había dado por supuesto que los dientes de estos animales sólo servían para desgarrar pero nadie se había tomado la molestia de comprobar lo contrario.. El profesor Les Smith lo hizo y de paso también demostró que estas bestias también podían abrir la boca lo bastante como para abarcar la cabeza de un bebe. Aun así los expertos seguían desconcertados por el hecho de que un dingo había conseguido desabrochar las botitas de lana, dejándolas junto al mono antes de extraer el cuerpo por la cabeza. Pero ellos nunca habían observado a los dingos en acción o sea que tampoco podían demostrar que estos animales eran incapaces de hacerlo. Por lo que se refiere a las huellas dactilares femeninas de manchas de sangre que habían sido descubiertas por aquel forense inglés demostraron ser invisibles. En otras palabras: absolutamente nadie más había conseguido verlas.
Por fin en junio de 1987, después de siete años, un juicio, dos apelaciones, seis millones de libras en investigaciones, y cinco toneladas de informes, Lynne Chamberlain consiguió el perdón. Su condena fue anulada y recibió 900.000 dólares de compensación. Esta historia ha sido llevada a las pantallas en varias ocasiones, una de ellas en una película moderadamente conocida que lleva por titulo “Un grito en la oscuridad” y que nunca he podido ver debido al aterrador aspecto de Merly Streep.

La moraleja de todo esto se puede desglosar en dos puntos:
a) La gente está dispuesta a creer con los ojos cerrados cualquier canallada antes que admitir que vivimos en un mundo en el que puede suceder algo tan imprevisto, inevitable y entupido como que un perro salvaje entre en una tienda y se lleve a un bebé.
b) Cuando la policía se empeña en que algo pase algo pasará..
Volviendo a Madeleine la verdad es que tengo mis dudas de que los padres tengan algo que ver. Si así fuera ya habrían sido descubiertos o bien se hubieran derrumbado. Por los mismos motivos tampoco estoy convencido de que el sospechoso detenido desde hace ya bastante tiempo sea el culpable. Quizás por ese motivo la frustración y la presión de verse sometidos al escrutinio de todo el mundo haya llevado a las autoridades portuguesas a inclinarse por la vieja teoría de la investigación policíaca: “cuando no tengas a nadie culpa a la familia”.
Si esto es así significa que la investigación está lejos de estar en condiciones de presentar pruebas sólidas contra alguien lo que quiere decir que es posible que jamás se descubra que sucedió esa noche y por lo tanto la ominosa duda que en este momento planea sobre los Mccan permanecerá también para siempre. De todos modos han tenido algo de suerte en que el suceso haya tenido lugar fuera de las fronteras británicas ya que todo esto se ha convertido en una cuestión del orgullo nacional que hay que defender. Si la desaparición hubiera tenido lugar en Cornualles quizás las fotos del matrimonio ocuparían la portada de The Sun debajo de un tiular que dijera “ESTOS DOS BASTARDOS OCULTAN ALGO”.