A NOT VERY FUNNY THING HAPPENED IN THE WAY TO THE FORUM
El hecho de que Woody Allen lleve entregando una película
por año desde hace más de cuarenta aconseja saltarnos el acostumbrado (y hasta
ahora inevitable) prólogo con el que se suele transcribir en palabras la
también acostumbrada reflexión sobre la progresiva decadencia de su arte,
omitamos pues esos comentarios.
Decidí no ir a ver”A Roma con amor” al cine pues sólo estaba
disponible la versión doblada, y sinceramente prefería no tener que volver a oír
al tipo de la voz de papel higiénico mojado que suele doblar a Roberto Begnini,
La comedia se sitúa en esta ocasión en la ciudad eterna, los
más románticos dirán que se trata de un nuevo homenaje del viejo genio hacia
otra de sus ciudades europeas favoritas, los más cínicos que se trata de un
nuevo ardid para recaudar fondos públicos a cambio de una inestimable labor de
propaganda turística para la ciudad “homenajeada” (al menos con “Vicky Cristina
Barcelona” parece que una de las partes del trato se cumplió a rajatabla).
La película se estructura en una serie de historias no
cruzadas que tienen lugar en la capital italiana, cuando esto sucede suele
ocurrir que una o algunas de esas historias suelen destacar por encima de las
demás. En este caso no sucede y todos los pequeños relatos que conforman el argumento
adolecen de la misma falta de brío y escasa fortuna a la hora de elegir a los
actores, aunque lo peor de todo es que en general (con una única salvedad)
tienen muy poca gracia. Otra cosa que llama la atención es que la mayor parte
de ellos parecen tener poco o nada que ver con el carácter italiano o con la
urbe en la que están ambientados (si exceptuamos uno que parece un homenaje a
la película de Federico Fellini “El jeque blanco”) y parecen obedecer más a
viejas ideas del cineasta neoyorquino (algunas de ellas brillantes, sobre todo
las que se abordan con cierto cariz fantástico, aunque de nuevo mal ejecutadas)
que ha adaptado por circunstancias a la ciudad en la que le tocaba rodar.
De todas las historias la mejor sea posiblemente la
protagonizada por el propio Allen que ejerce una vez más de ese personaje tan
reconocible y celebrado por sus fans y es posiblemente también esa
circunstancia la que la hace la más destacable pues de otro modo podría haberse
convertido en un argumento tan flojo como los demás. Y esto no es nuevo, habría
qué ver qué hubiera sido de “Scoop” sin la intervención del gran Splendini.
HAY UN HOMBRE EN FRANCIA QUE LO HACE TODO
Desde que se empezara a oír hablar de ella tras su comentado
pase en el festival de Sitges (donde terminó por acaparar los mejores premios),
la fama de “Holy Motors” ha ido acrecentándose día a día entre los críticos y entre
los espectadores con un interés por el cine que supera el deseo de matar el
tiempo un domingo por la tarde. Además la idea de ver “Holy Motors” no
respondía tanto a las buenas críticas sino a la manera en que dichas críticas
se expresaban, un razonamiento que podría extenderse incluso a los comentarios
más injuriosos sobre ella, como el del inefable Carlos Boyero cuyas palabras
adversas (siempre y cuando hablemos de este tipo de filmes, tampoco es justo
convertir al cara de pizza en un antagonista permanente) suelen ser más un
estímulo que un demérito. Todo esto convertía “Holy Motors” en la película que
había que ir a ver de forma casi obligatoria en este fin de temporada.
¿Y qué es “Holy Motors”? Pues durante aproximadamente la
primera hora de visionado resulta bastante difícil, al menos para mi, contestar
a esta pregunta, aparte de que uno se olvida de preguntarse demasiadas cosas
contemplando una serie de imágenes increíblemente extravagantes, tanto que sólo
se me ocurría compararlas con las del cine experimental de finales de los
sesenta y principios de los setenta. Durante estos primeros minutos el
espectáculo se mantiene principalmente en virtud de la interpretación de Denis
Lavant, lo que este actor hace en la película (especialmente en el segmento de
Monsieur Merde, una especie de Chaplin psicópata) es digno no ya de un Oscar
sino de su nombramiento como Presidente de la República Francesa.
Después de esa primera hora de metraje la historia, sin
dejar de ser un espectáculo sorprendente y heterodoxo, termina por asentarse y
enseñar sus cartas en forma de declaración de amor en tono de elegía a una
profesión y a un arte cuyo declive parece inexorable (amen de disparar de
rebote contra una serie casi inabarcable de temáticas variadas). Es en ese
momento cuando el filme, que hasta ese momento había practicado un lenguaje
desquiciado y en ocasiones brutal, adopta un tono lírico que alcanza su punto
culminante con un cameo (aunque quizás sea injusto usar esta expresión)
delirante por parte de la última persona que hubiéramos pensado ver en esta
producción.
En fin, es posible que esta película dirigida por Leos Carax
(del que personalmente llevaba veinte años sin oír hablar, desde los tiempos de
la parcialmente apasionante “Los amantes de Poit Neuf”) cause tanto disgusto
como apasionamiento pero qué duda cabe de que es un espectáculo fascinador que
nadie debería perderse. Al menos puede asegurarles que, de todas las películas
rodadas en el interior de una limusina que se han estrenado en el año 2012,
esta es sin duda la mejor.