Castillo Interior

Preferiblemente para los que ya la han visto.
No afirmaré nunca que “Carretera perdida” es una buena película pero lo que si digo es que cambió mi forma de ver el cine. Quiero decir que cuando terminé de verla pronuncié unas palabras que unos años antes nunca pensé que pudiera llegar a decir “No he entendido un carajo pero me ha gustado”.
Llegar a esta conclusión no es tan fácil como parece, requiere tomar un par de decisiones que afectan al amor propio tanto cinéfilo como personal. Requiere en fin reconocer primero que hay cosas que uno no ha podido entender de una película (y no porque no tengan explicación) y segundo que eso no es un obstáculo paras disfrutar de un espectáculo artístico por lo que se establece una diferencia entre “entender” y “sentir” que quedan definidos como términos que no necesariamente tienen que ir ligados. Una buena lección que no quise olvidar en el futuro.
Decía Carlos Boyero en su último encuentro digital en la página web del mundo que no entendía porque a los fans del cine más radical de Lynch no les había gustado “Inland Empire”. Estoy de acuerdo con esa afirmación por más que el estrafalario crítico lo dijera en un sentido negativo. “Inland Empire” es una película que sigue la estela de “Carretera Pérdida” y “Muholland Drive” o al menos yo la he interpretado en el mismo sentido. Estamos hablando también en el caso de esta película de una dislocación en el tiempo y el espacio que tiene lugar en el interior de la mente humana y es provocada por un hecho traumático que se intenta resolver con la invención de una realidad alternativa.
En Carretera Pérdida y Muholland Drive estos intentos terminan en dolorosos fracasos cuando ni siquiera el imperio de la mente logra imponerse a la dura realidad. En cambio en Inland Empire el experimento termina de forma esperanzadora lo que se muestra a través de algunas de las más hermosas imágenes que ha rodado Lynch.
Nada de esto se presenta desde luego de una de forma sencilla , el núcleo de la historia esta envuelto y rodeado por una dura capa de imágenes desconcertantes, un principio que es en realidad un final, mundos paralelos aunque comunicantes, personajes distintos que comparten la misma realidad y el mismo personaje que es capaz de vivir realidades alternas, la música y la representación teatral que siguen funcionando como catalizadores de la acción pero sin dejar de mostrar el escenario mítico de Hollywood como la ciudad de los sueños rotos, el misterioso arquitecto del universo (presente en casi todas las películas de la línea dura de Lynch) y los Ángeles-demonios que siguen guiando, ayudando o aterrorizando al protagonista en su paseo por los infiernos de la mente.
Porque ese es el territorio de la película, el interior de la mente al que hace referencia el titulo (además de ser también un zona interior del sur de de California) en el que es posible y también admisible cualquiera de los milagros y extravagancias que se describen en la historia.
Puede ser acusado David Lynch de jugar con las cartas marcadas al elegir para sus películas un marco en el que prácticamente todo está permitido pero no es un sitio en el que sea fácil desenvolverse y menos aún consiguiendo ordenar todo esa orgía de imágenes en una historia con lógica (heterodoxa y surrealista pero lógica al fin y al cabo) imponiéndose al desafío de la duración de la película (tres horas que personalmente no me hubieran importado que fueran siete) o la textura granulosa del video digital (de la que sinceramente llegué a olvidarme mientras veía la película).
Porque yo sí creo, al contrario que otros, que la historia existe. Dudo mucho que haya estado contemplando tres horas de imágenes inconexas, y aunque así fuera preferiría mil vece eso a la clase de productos a los que nos enfrentamos cada semana los días de estreno. La excitación que se siente a la hora de sentarse a ver una nueva película de David Lynch es una experiencia que difícilmente se puede aplicar a la obra de ningún otro director. Y para mí esto es el verdadero cine.